Epílogo
«Por fin en casa». Fueron las primeras palabras que pensé nada más pisar el umbral. Me había imaginado descansando en el piso que compartía con Álex, pero Luna había hablado con él para que volviéramos a la casa donde me había criado durante varios años.
Contemplé la entrada del chalet y me detuve admirando la puerta blanca principal, estando en ese espantoso lugar pensé que nunca más volvería a verla. Adoraba la fachada de la casa, pintada de color verde con blancos ventanales y un tejado rojizo que te invitaba a entrar. Era grande, de dos pisos y al mirar a la ventana de la derecha recordé todo lo vivido en mi habitación.
Al pulsar el timbre me puse nerviosa, a pesar de tener la mano de Álex apoyada en mi hombro en señal de ánimo. No sabía por qué pero me ponía nerviosa volver a ver a Luna después de tanto tiempo, me daba miedo su posible reacción.
—¡Mi niña! —gritó una menuda Luna que avanzaba a pasos veloces hacia mí.
—Oh mamá —dijo Álex—. Así que estabas en el huerto.
—Sí, hijo. Cuando me llamaste diciéndome que habíais conseguido sacar a mi niña de ahí pensé en hacer su comida favorita —contestó sonriéndome con ojos llorosos, estaba a punto de echarse a llorar.
Miré a Luna con ternura, seguía llevando esa ropa hippie y holgada que tanto le gustaba, con un sinfín de collares. Llevaba el pelo castaño sujeto en un moño y las gafas que descansaban sobre su pequeña y respingona nariz le hacían ver sus ojos negros almendrados mucho más grandes, como se parecía a Álex...
Miré hacia la puerta al ver como esta se abría ante los chillidos de Luna y el sonido del timbre, asomándose un señor de cincuenta y cinco años, el señor Ayuso.
—¿Alma?
—Hola Zeus.
Me sentí llena de vida y felicidad al ver como una gran sonrisa aparecía en su cara, iluminando su rostro por completo. Al regresar a casa me di cuenta de cómo la preocupación y el sufrimiento de saber que había desaparecido había hecho mella en ellos. Zeus se veía más mayor, el pelo que tiempo atrás conservaba orgulloso lo había perdido quedándose casi calvo y sus ojos oscuros estaban marcados por unas arrugas, las cuales se acentuaban cuando sonreía.
Al ver a Luna manchada por la tierra del huerto que tenían en la parte trasera de la casa y con hortalizas en la mano, el rostro de Zeus se tornó preocupado.
—Lunita, mi amor, trabajas demasiado. Haberme dicho y te ayudaba en el huerto.
—No es nada —contestó ella restándole importancia—. Quería preparar algo rico para celebrar que nuestra niña ya está aquí de vuelta, con nosotros.
—¡Eh! Sé que no he pasado por nada de eso y lo entiendo pero yo también quiero mimos y atenciones, que también estoy de vuelta —se quejó Álex sonriente.
—La atención que tendrás de mí será cuando te corte ese flequillo de perro de aguas que tienes, no debes de ver nada —Le advirtió Luna con las tijeras del huerto en la mano.
Álex puso los ojos en blanco en respuesta a la tierna amenaza de su madre, siempre se metía con él diciéndole que cualquier día se estrellaría con una pared.
—Hogar, dulce hogar —dijo Álex mirándome con complicidad.
Al entrar dentro me di cuenta de que nada había cambiado, parecía que el tiempo nunca había avanzado y seguía teniendo catorce años. Aunque ellos no eran mis verdaderos padres para mí era como si lo fueran, me habían dado todo el afecto posible, teniendo que lidiar con el comportamiento rebelde y brusco de una niña que había perdido recientemente a sus padres, sabía que no se lo había puesto fácil, pero ahí seguían. Estaba completamente segura de que mis padres de verdad les miraban orgullosos y honrados desde el cielo, agradecidos del cariño y la educación que me habían dado hasta que decidí independizarme junto a Álex.
Me senté en la silla de madera de la cocina mientras veía a Luna cocinar con gesto concentrado, y admiré la calidez que ofrecía la cocina. Era un sitio coqueto y hogareño, las blancas paredes estaban adornadas por pequeños cuadros pintados por Álex y estantes repletos de libros de cocina que Luna solía leer con frecuencia. La encimera de mármol era larga y estaba llena de objetos como boles con fruta, una batidora, una máquina para hacer café y un jarrón con flores frescas. En frente de la encimera había dos mesas con baldes, donde había mil y una cosas, como cestas de mimbre con cacerolas y tarteras, bolsas para hacer la compra, muñecas de tela y cuadros con frases positivas que a Luna le encantaba coleccionar.
Al sentir un sonido por parte de Luna me giré y vi como sus cejas se juntaban y sus manos se apoyaban en su cintura, dejando los brazos en jarra.
—¿No deberías descansar?
—Sí... — suspiré —. Pero echaba de menos verte cocinar, me gusta verte relajada.
—Has vivido muchas emociones, mi niña. Ve a tu habitación y duerme un poco, te despertaré cuando esté todo hecho, aun faltas varias horas para cenar.
—Está bien... te veo luego entonces —Me despedí después de darle un tierno beso en la mejilla.
Subí las viejas escaleras de madera hasta el piso de arriba, aún chirriaban al soportar el peso de mis pies. Al llegar al baño que se encontraba cerca de mi habitación me detuve. Había vivido tantas emociones y estaba tan agotada que no sabía que saciar primero, el cuerpo me pedía a gritos comer, ducharme y dormir, todo a la vez. Consciente de lo sucia que aún me sentía por dentro, opté por ducharme primero. Me dirigí hasta mi habitación y abrí mi gran armario blanco de madera, dejando ver los conjuntos que había dejado para cuando viniera a visitarles. Cogí uno de los pijamas que estaba perfectamente doblado, seguramente por Zeus, y fui hasta el baño.
Al cerrar la puerta y trabar con el seguro, me detuve a contemplar el baño. Quizá parecía una tontería que me parase a contemplar todo pero para mí parecía que habían pasado veinte años sin regresar, el tiempo retenida se me había hecho eterno. Los azulejos azules brillaban con fuerza y las paredes estaban decoradas con las siluetas de las olas del mar, la bañera seguía siendo tan grande como la recordaba y las cortinas de Mickey Mouse seguían dándole ese aspecto infantil tan característico al baño que compartía con Álex.
Aparté las cortinas y comencé a llenar la bañera con agua templada mientras echaba sales y especias que a Zeus le encantaba tener, pues decía que relajaban a la par que contribuían a mejorar el cuidado de la piel. Me sentía mal por bañarme en vez de ducharme, pues Luna se había encargado de educarnos enseñándonos la importancia de cuidar el medio ambiente, pero por una vez no pasaría nada, lo necesitaba.
Al meter un pie en la bañera y sentir el agua templada, mi piel se respigó en respuesta, hacía mucho tiempo que no me daba un buen baño de espuma. Suspiré y me dejé caer dentro de la bañera, apoyando la espalda en una de las esquinas.
Mientras me enjabonaba el cuerpo con fuerza tratando de quitar toda la suciedad, no paraba de pensar en lo ricos que éramos teniendo cosas que otras personas no tienen y quizá nunca tendrán, cosas como agua potable para beber, bañarte, cepillarte los dientes... comida todos los días, variada y rica, a pesar de que la tiremos o la echemos a perder...un techo donde refugiarnos del frío, el calor, la lluvia, el viento... y una familia, un hogar donde protegerte y sentir la calidez y el amor. En ese momento me di cuenta de lo afortunada que era, lástima que eso solo sucede cuando pasan cosas así, duras, que te hacen replantearte todo.
Pensé en Lucía y en Valeria, además de en el resto de chicas. Me sentí reconfortada al saber que habían sido atendidas en el hospital y ahora estarían rehaciendo sus vidas, aunque sabía que tendría que ir a verlas, pues se habían convertido en una parte importante para mí.
Me envolví en una toalla al terminar, notando el suave tacto de esta cubriendo mi piel. Me quité las gotas de agua de mi cuerpo y me vestí con el pijama morado de franela que tanto añoraba.
Al llegar a la habitación me tiré en la cama, sintiendo como el mullido colchón se acostumbraba a mi delicado cuerpo. Contemplé desde ahí mi antigua mesa de escritorio, el ordenador que había encima y me había hecho conocer a Daniel, me respigué al recordarle.
Eche un rápido vistazo a las paredes violetas que daban color a mi habitación, a los cuadros que tenía y al amplio ventanal oculto tras una cortina violeta de tul. Estaba en casa de nuevo, con ese sentimiento presente me dormí, completamente exhausta.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando una voz me despertó, una voz dulce y familiar que me avisaba de que la cena ya estaba hecha. Me desperecé, mi cuerpo aún estaba resentido pues me pedía seguir durmiendo pero lo ignoré y bajé a la cocina.
Allí les vi a todos en la mesa, felices y sonrientes al estar todos reunidos de vuelta, parecía que nada había pasado. Devoré mi plato de carne con patatas y ensalada a una velocidad que sorprendió a todos, pues siempre había sido la más lenta.
—Cariño ¿quieres más? —Me preguntó Luna sonriente.
—Por favor —asentí, mirando con deseo la comida.
Al acabar de cenar, Zeus se puso a leer en salón y Álex se fue a su habitación para poder hablar por teléfono en privado con Sara, así que me quedé en la cocina con Luna.
—Te noto pensativa cariño —dijo Luna sonriente—. ¿Algo te preocupa?
—Me siento un poco confusa...por todo, supongo.
—He soñado que sostenías una balanza y la mirabas muy atenta, esperando a ver por qué lado se terminaba decantando —Me miró con dulzura y añadió—. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí... —suspiré—. Que duro es el amor.
—Oh...pero gratificante si sabes que es el amor de tu vida —Me miró con ojos de enamorada.
—No lo sé...estar con él es como jugar a la ruleta, nunca sabes lo que te va a tocar —contesté arrugando la nariz.
—Escucha a tu corazón y lo sabrás —respondió guiñándome un ojo—. Buenas noches, tesoro.
—Buenas noches, mamá.
Me volví a mi habitación y me tiré en la cama, por primera vez después de tanto tiempo encendí el nuevo móvil que me habían regalado y miré el número de teléfono dudosa. Tenía muchos mensajes suyos a los que tarde o temprano sabía que tenía que contestar, pero estuve bastante rato pensando el qué, intuía que iba a hacer lo correcto pero temía equivocarme. Suspiré y pulsé el tono de llamada.
—Sergio, soy Alma. Tenemos que hablar.
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