Capítulo 38

Me desperté con un intenso dolor de espalda, solo había un par de colchones en el lugar y habíamos decidido que los usaran las chicas que más lo necesitaban, las que peores estaban. Las demás teníamos que dormir en el suelo, con lo que eso conllevaba.

El olor en donde nos encontrábamos cada vez era más intenso y eso generaba que cada vez respirábamos con mayor dificultad, la falta de oxígeno estaba achacando nuestros cuerpos y la falta de luz nuestras almas, vivíamos casi en una penumbra absoluta.

Me apoyé en el frío mármol mientras trataba de incorporarme, no sabía qué hora era pero seguro que muy temprano, apenas podía descansar bien. Contemplé al grupo de chicas, aún dormidas, y las miré con preocupación. No sabía a qué hora exacta llegarían los policías pero esperaba que todo saliera bien, tenía que ser así, eran nuestra luz al final del túnel.

Con el cuerpo tembloroso me dirigí hasta el váter que se encontraba al final del lugar, era un cubículo cerrado con una puerta de madera que estaba viejo y destartalado. No teníamos cisterna, así que nuestros desechos se iban acumulando, dejando un olor en el ambiente que, cada vez que entraba una, pasábamos un buen rato tratando de respirar lo menos posible.

Ya estando todas despiertas, escuchamos unos pasos por el pasillo que nos hicieron ponernos alerta, sabíamos que era el andar característico de Pietro y eso significaba una sola cosa: clientes.

Mi estómago se removió nervioso, mi corazón empezó a latir con fuerza y mis pupilas comenzaron a dilatarse. Esperaba con todas mis fuerzas que no se tratara de un cliente común, si no que tuviéramos la suerte de que anunciara tres clientes especiales, nuestros salvadores. La puerta chirrió mientras se movía, dejando la figura de un Pietro contento, mostrando una de sus mejores sonrisas.

—Es vuestro día de suerte, cuatro clientes quieren veros.

«¿Cuatro?» pensé para mis adentros. Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda, una de nosotras no iba a correr buena suerte. Reprimí mi nerviosismo como pude, me daba miedo que Pietro sospechara o se diera cuenta de que algo iba mal, así que no me quedó más remedio que disimular.

—¿A quiénes han elegido? —pregunté con voz seria.

—A la pequeña, la rubia, la que está tirada en el colchón y a ti, bella. Preparaos —y añadió—. La pequeña a la puerta azul, la rubia a la roja, la tirada a la negra y tú a la morada.

Mi rostro se tensó al escuchar a quienes nos había tocado. Ana, Valeria, Lucía y yo éramos las afortunadas, verdaderamente todas lo éramos, salvo una. Traté de barajar las posibilidades, sabía perfectamente que me había escogido un policía. Nada más verme seguro que sabían quién era yo, o sino Álex se hubiera encargado seguro. Ana también tenía la sensación de que la cogería un policía, sobre todo al no preguntar Álex quién era ella cuando la mencioné y seguramente al haber hablado con Daniel, sabría que era su hermana.

El problema eran Lucía y Valeria, una de ellas no tendría la suerte de toparse con su salvador y le tocaría vivir otro momento en el infierno, y eso para Lucía quizá significaría la muerte por lo frágil y débil que se encontraba, podría sangrar más aún.

Pasé mi mirada entre una y otra, estaba cogiendo mucho cariño a Valeria pero Lucía me preocupaba más, era una situación difícil pero no me quedó más remedio que escoger. Me acerqué hasta Lucía y la aparté un poco del grupo de chicas, lo justo para que Pietro no nos viera y escuchara.

—Escucha, cuando estemos en el vestidor ve tú a la morada. Yo iré a la negra.

Lucía me miró con ojos temblorosos, al tocarla noté que sus manos comenzaron a sudar y respiraba entrecortadamente.

—¿Por qué? —su voz era débil, casi un murmullo. Tuve que agudizar el oído para entenderla.

—Porque estoy segura de que en la mía no te harán nada, es un policía.

—Un... ¿po-poli...cía? —preguntó asustada.

—Sí, Lucy. Vienen a salvarnos —respondí abrazándola con cuidado—. Por favor, ve a la morada.

—Pero ¿Y... Ana? ¿Y Valeria? Y...¿tú? No puedo entrar ahí pensando que vosotras estaréis sufriendo —Me miró fijamente con sus intensos ojos oscuros y contestó con rotundidad—. No, iré a la mía. Me da igual lo que me pase.

—Lucía —La sujeté por los hombros, obligándola a centrar su mirada en la mía—. Hay tres policías, así que por favor ve a la mía, necesitas un descanso.

—Pero... ¿Pp-or qué...yo?

—Porque eres la que más necesita que no le toque un hombre de esos y porque estoy segura de que a Ana le tocará un policía también. Entra y no digas nada, solo entra.

—Así que está entre Val y yo.

—Sí... —bajé la mirada avergonzada—. Y me jodería muchísimo que saliera mal y fuera Val la perjudicada, pero... tenía que elegir, con suerte os salvo a las dos.

—¿Y tú? —preguntó con gesto preocupado—. ¿Quién te salva a ti?

—Yo llevo menos tiempo que tú aquí, no me importa.

Nos fundimos en un abrazo durante un pequeño instante, era un abrazo breve pero lleno de emociones, esperaba haber elegido bien y haber beneficiado a todas, se lo merecían.

Caminé junto a las tres chicas, en especial al lado de Ana, que estaba con los ojos abiertos como platos, llenos de terror. Una vez entramos en el vestidor común, ya cambiadas, nos miramos. Ana llena de terror y pánico, Val con incertidumbre, Lucía con preocupación y yo... con dudas, dudas sobre si había elegido correctamente y solo yo tendría que pasar por eso, una última vez.

Miré hacia Ana, se encontraba completamente congelada frente a la puerta, con la mano a unos escasos milímetros del pomo. Me acerqué hasta ella y le di un cálido abrazo mientras le susurraba al oído.

—Entra, te prometo que no te pasará nada malo, vienen a rescatarnos.

El aniñado y dulce rostro de Ana, el cual aún conservaba a pesar de la gravedad de la situación, se contrajo. Parecía que estaba frente a un ataque de pánico, veía como su pecho subía y bajaba continuamente, sin dar tregua a su corazón.

—¿A...?

—Shhh —dije mientras le tapaba la mano con los dedos—. Confía en mí.

Ana fijó sus ojos marrones en mí por última vez antes de girar el manillar y entrar dentro de la puerta azul, desapareciendo del vestidor.

Suspiré ligeramente y miré de soslayo a Valeria, se posó frente a la puerta roja y, cerrando los ojos, abrió el manillar y entró, dejando todo atrás. Suspiré de nuevo, ya no era momento para arrepentimientos.

Por último, miré como Lucía se colocaba frente a la que iba a ser mi puerta, la morada. Se la notaba cansada, agotada. Sus piernas flaqueaban, corría el riesgo de desvanecerse en cualquier momento, estaba tan débil... esperaba que pudieran ayudarla lo antes posible en el hospital.

Me acerqué a abrazarla por detrás, infundiéndole mis mejores ánimos para que consiguiera entrar dentro, esperanzada con que pudiera tener unos momentos de paz, sin olores, sin oscuridad, sin miedo... solo paz.

Minutos más tarde consiguió entrar, dejando en mi interior una última mirada llena de pena, de miedo, de preocupación; una mirada que me llevaría muchos años conseguir olvidar. Contemplé la puerta morada cerrarse, dejando tras de sí un chirrido, solo quedaba yo en el vestidor.

Contemplé mi reflejo en el espejo que se encontraba colocado al lado de mi puerta. Tiempo atrás me hubiera visto sexy, satisfecha de que Daniel me comiera con la mirada al llevar una ropa tan poderosa, tan imponente. Ahora me contemplaba llena de vergüenza, veía mi cuerpo completamente cambiado, los huesos se me notaban por todos lados. Incluso el tono de mi piel había cambiado, volviéndose más blanco de lo que ya era antes, parecía enferma o, mejor dicho, estaba enferma. Mi pelo, antes castaño debido a los tintes, comenzaba a evaporarse, dejando mi tono rubio, pero era un tono distinto, pálido, parecía que iba a juego con mi piel.

Miré mis ojos, antes llenos de vida, ahora estaban apagados y marcados por unas fuertes ojeras color púrpura. No tenía apenas pómulos, tampoco curvas, parecía un fantasma. Aparté mi mirada y exhalé un último suspiro desde lo más profundo de mis pulmones, no podía detenerme más, tenía que entrar.

Me detuve frente a la puerta que ahora me tocaba, negra como mi alma, sin luz y sin fuerza, solo sentía una completa oscuridad.

Imitando a Valeria cerré los ojos, no quería enfrentarme a la realidad que me esperaba al otro lado. Aunque intentara hacerme la fuerte frente a las demás, en la soledad salía mi verdadero yo, mis miedos, mis inseguridades, mis pesadillas... me sentía completamente desnuda, aunque el tejido del conjunto me tapara tímidamente.

Giré el pomo y avancé unos pasos, cerrando la puerta débilmente, como quien intenta aferrarse a aquello que le hace feliz.

Cuando abrí los ojos, la voz grave de un hombre resonó en mis oídos dejándome sin aliento, sus ojos me miraron fijamente recorriendo mi cuerpo. Miré el lugar, las paredes grises y la cama a dosel blanca. Me fijé en un pequeño detalle, unas esposas que sobresalían de los bolsillos de sus pantalones vaqueros.

Abrí los ojos de golpe, dejándome las pupilas completamente dilatadas. Ese detalle podía parecer insignificante pero realmente no lo era, no eran esposas para un juego sexual.

—Buenos días, me llamo Lucas. Lucas Moral. Policía.

Mi rostro se descompuso, me había equivocado. Una de las tres estaba en peligro y yo no podía hacer nada por evitarlo.

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Oh...a quién le habrá tocado al final... :(

Os recuerdo que tenemos un grupo en Facebook llamado "Novelas de Karlee Dawa" os animo a todos a entrar, lo pasaréis bien :) 

¡Y muchas gracias por todos vuestros votos y comentarios! Sois...

los mejores <3

Con todo mi cariño,

Karlee D.

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