Capítulo 24
Volvimos del concierto tarde, tanto que Ana estaba completamente exhausta. Cristofer decidió volver a su casa y nosotros nos dirigimos a la de Daniel. Cuando llegamos Ana cayó rendida en los brazos de Morfeo, en su cama.
No tenía sueño y Daniel parecía que tampoco, llevaba unos días notándole extraño y me preguntaba qué podía estar rondándole por la mente. Pensé en Álex, me daba miedo que decidiera contarle la conversación a los policías y estos fueran a por Daniel, me daba miedo haberla cagado completamente.
—¿Pasa algo? —Le pregunté sacándole de sus cavilaciones.
Noté como parpadeaba confuso, estaba vacilando en responder así que supuse que algo iba mal de verdad.
—No, no te preocupes.
Se hizo un silencio sepulcral entre nosotros, yo sabía que algo estaba mal y él seguramente notaba que yo lo sabía.
—¿Ana te cuenta cosas sobre chicos?
La pregunta de Daniel me sorprendió, parecía preocupado y algo perdido en ese tema. Sus ojos me miraban brillando con gran intensidad, como si estuvieran pidiéndome ayuda sobre ese terreno.
—¿Por qué lo preguntas? —pregunté evadiendo la respuesta.
—A veces la miro y recuerdo que va creciendo muy deprisa, se está haciendo mayor —crujió los nudillos—. Me da miedo que la hagan daño, que se haga daño ella...no sé, me da miedo que se enamore —suspiró.
—¿Tú de verdad te enamoraste?
—No te imaginas lo enamorado que estoy de ti —suspiró—. hasta las trancas. Pero hubo una chica antes de conocerte.
Barajé las posibilidades. Tenía curiosidad sobre esa chica, Daniel no era muy conversador cuando se trataba de su pasado, pero me daba miedo lo qué podría ser capaz de escuchar. Además, tenía curiosidad por saber sobre la madre de ambos y qué tenía pensado hacer cuando Ana se enamorase de verdad, cuando le contase la existencia de Mauro.
—¿Qué pasó con esa chica?
—Me cogió en una época complicada y tenía miedo de enamorarme, así que la dejé. Más tarde me enteré de que se había quedado destrozada, yo había sido su primer amor.
—¿Es esa chica con la que tienes fotos en el ordenador?
—Sí.
—Mm...Daniel, ¿qué hay de vuestros padres? ¿por qué no están con vosotros?
Sentí como su rostro se endurecía, parecía que ese tema no era mucho de su agrado.
—Aún no me siento preparado para contarte eso, Alma. Es... duro —dijo, acabando la frase casi entre susurros.
—Está bien —contesté resignada—. Pero me gustaría que algún día te sincerases, estoy intrigada por saber lo que sucede aquí.
—Sí, lo haré —sonrió—. Pero has ignorado la primera pregunta que te hice, ¿Ana te cuenta algo?
—Qué insistente eres —Me quejé haciendo un mohín.
—No te imaginas cuánto puedo llegar a serlo si me lo propongo —Me guiñó un ojo.
Puse los ojos en blanco mientras pensaba sobre decirle lo de Ana o no, ella confiaba en mí y le había prometido no decírselo a su hermano pero... a fin de cuentas era su hermano, debería saberlo por si algún día le sucedía algo.
— Le gusta un chico.
—¡Lo sabía! —contestó dando un brinco en el sofá—. ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años tiene? ¿Ya han quedado?
—Ehhh, tranquilízate.
—¡Cómo me voy a relajar! ¡Mi hermana se fija en chicos! —su rostro se contrajo—. Por Dios, dime que no se ha acostado con él.
—Daniel, relájate o me veré obligada a darte un bofetón para sacarte del trance.
Daniel asintió con la mirada pero no se le veía nada relajado, se había vuelto pálido y no paraba de tocarse el pelo de forma nerviosa.
—Se llama Mauro y tiene quince años, solo hablan por Internet.
—Por internet y de quince años... —soltó una bocanada de aire mientras me miraba fijamente con ojos vidriosos—. Creo que necesito un porro.
—¡Daniel! —Me quejé.
—Joder, Alma, ya has visto que normalmente no fumo, pero ahora lo necesito o me moriré de un infarto. ¿Cómo no he podido darme cuenta?
—Tienes una hermana muy lista.
—Joder que si es lista la niña, nos ha jodido —resopló—. No habrá hecho... —Se aclaró la garganta—. Eso ¿verdad?
—No.
—Uffff.... Estoy cagado, Alma, nunca había sentido tanto pánico como ahora —admitió mientras enterraba su cabeza entre las manos.
Me acerqué hasta él, al acariciarle podía sentir como su cuerpo temblaba y estaba tan pálido que su cara iba a pasar casi a ser amarilla.
—¿Tanto te afecta?
—Sí, me di cuenta de lo hijo de puta que fui contigo y el daño que te he causado, no quiero que la historia se repita —su rostro se tensó—. Mi hermana es la persona que más quiero en este mundo, no me perdonaría que un chico con la testosterona por las nubes jugara con ella.
Se hizo un silencio hasta que pude escuchar como unos sollozos.
—Daniel, ¿estás llorando?
—No...bueno, sí. Creo que son los nervios, ya te dije que me hace falta fumar —contestó con una media sonrisa forzada.
—Está bien...—suspiré—. Fuma si lo necesitas.
Le contemplé mientras sacaba un porro que tenía escondido, lo encendió como pudo pues aún le temblaban las manos de los nervios y al dar una calada cerró los ojos y soltó el humo despacio, expandiéndolo por el lugar.
—¿Y si a Ana se le ocurre hacer eso? ¿Cómo lo sabré? Porque estoy seguro de que no me lo va a contar.
Miré hacia el suelo, me daba mucha vergüenza recordar las cosas que había hecho en el pasado por él y como nadie se había dado cuenta, aunque en algunas ocasiones habían estado cerca de pillarme.
—Estate pendiente de si va muchas veces seguidas al baño llevando el móvil o si se encierra mucho en su habitación, fíjate en los gestos de su rostro si la pillas hablando con él, el rostro delata mucho.
—Es verdad, te pedía muchas veces de ir al baño —dio otra calada y frunció el ceño pensativo—. No, creo que no ha hecho nada de eso. Además, suelo controlarle el móvil y el ordenador solo le dejo usarlo para trabajos de clase, solo juega mucho con la DS —abrió los ojos de golpe—. Hablan por ahí ¿verdad?
—Sssí... —admití.
—Tendré que quitársela.
—No hagas eso, si le prohíbes la DS también te va a odiar. Además, quizá es un buen chico y de verdad la quiere, creo que te pasas controlándola.
—Nadie quiere a nadie por internet, Alma, seamos sensatos.
Sus palabras hicieron que mi corazón se encogiera, me protegí el cuerpo con mis brazos y bajé la mirada.
—Yo sí te quería... —susurré con un hilo de voz.
Me miró fijamente, notaba como sus pupilas parecían traspasar las mías, haciéndome sentir completamente desarmada.
—Mira, yo me di cuenta después lo mucho que te quería y me hacías feliz, me hacías ser mejor persona y eso me gustaba, lo necesitaba —hizo una pausa—. Pero eso no quita el hecho de que al principio lo único que quería era sentir placer, el sexo me nublaba la mente. Además, no quiero ser duro, pero no me querías realmente, querías mi cariño y eso es completamente diferente.
Abrí la boca para hablar pero él me cortó al acariciarme el rostro con dulzura.
—Sé que necesitabas cariño. Me jode decirlo pero me aprovechaba de eso, sabía que decirte exactamente para que cayeras bajo mis pies —suspiró—. Sé que para ti las palabras bonitas eran como para mí los porros, un alivio momentáneo frente a la mierda de vida que nos ha tocado vivir. Pero hay que ser fuertes y afrontarla, no podemos depender de algo externo, cambiar solo depende de nosotros mismos, hay que quererlo por muy duro que sea. No podemos dejar que nada ni nadie nos haga daño, vales mucho nena.
De forma inconsciente cogí su mano con la mía y la apreté con fuerza, lo que estaba diciendo era verdad. Me topé con él y me fue muy mal, pero daba igual si hubiera sido otro, tenía una necesidad de sentir cariño enorme, era como si una vorágine me atrapara y mi única salida de escape fuera escuchar palabras como "eres guapa", "te quiero", "eres mía"... sentía como el corazón se llenaba y mi día se transformaba por completo, por eso mismo hacía todo lo que me pedía, para que me diera mi dosis diaria de... como si fuera droga, como si fueran porros, y esa no era la solución.
—He cambiado, ambos lo hemos hecho. Eres una mujer fuerte y valiente, eres capaz de luchar por aquello que quieres y conseguir todo lo que te propones, por eso me gustas. Te prometo que nunca jamás volverás a sentirte sola, Alma, que si me dejas, te enseñaré cada día de mi vida lo especial que eres, no solo para mí, sino para el mundo entero.
Mi corazón se aceleró de golpe, sentía como bombeaba con fuerza y en cualquier momento se me saldría del pecho. Sabía que Daniel estaba cambiando, me lo estaba demostrando. Podía sentir sus labios cerca de los míos, sus ojos miraban con deseo mi boca y su mano se movía sin saber muy bien donde colocarse.
Me acerqué un poco más hacia él y cerré los ojos, dejando caer mis labios sobre los suyos, pero al sentir la suavidad de su boca me asusté y me aparté.
Daniel me miró decaído pero no dijo nada, solo soltó una bocanada de aire, una bocanada que salió de su boca, esa que acababa de rechazar.
—Yo...lo siento —Me disculpé—. No estoy preparada, nno...no puedo hacerlo.
—No tienes por qué disculparte, olvidémoslo y ya está.
Levanté la cabeza y le miré fijamente ¿había dicho olvidar? Estaba confusa pero no quería olvidar los sentimientos que fluían por mi cuerpo hacia él, no quería olvidar que cada vez nos estábamos acercando más y confiando el uno en el otro. Pero mi orgullo me impidió mostrar mis pensamientos y acepté con la cabeza.
—Como quieras.
—Bueno...—contestó incómodo—. Será mejor que nos vayamos a dormir, es tarde.
Nos levantamos del sofá y nos dirigimos hasta el pasillo, quedándonos ambos inmóviles esperando a ver quién se despedía primero o quien se marchaba primero sin decir nada.
—Buenas noches, Alma.
—Buenas noches, Daniel.
Cerré la puerta de mi habitación y, sin saber muy bien por qué, me eché a llorar en la cama hasta quedarme dormida.
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