Capítulo 19

Aún decidida en llevar a cabo mi misión, busqué a Daniel por toda la casa pero no había ni rastro de él, parecía que estaba solamente con Ana en casa.

Iba a ponerme a cocinar algo para sorprenderla cuando escuché la puerta principal abrirse. Me asomé y vi a Daniel con una sonrisa de oreja a oreja, enseñándome su brazo tapado por una venda y unos botes en sus manos.

—¿Te has hecho un tatuaje?

—Sí, creo que te va a encantar —dijo sonriendo como un niño pequeño.

Me fijé donde se lo había hecho y recordé el dragón de mis sueños y como murmuraba "interesante", casi para sus adentros ¿de verdad se lo había hecho?

—Pero tengo que echarme estas cremas para calmar la piel —Me miró fijamente y añadió ronroneando—. Me ayudarás ¿verdad?

Suspiré, estaba claro que le encantaba que le echara cremas por su cuerpo, además de provocarme.

Dejó los botes en la mesa y se sentó en una de las sillas de la cocina. Con cuidado, le ayudé a quitarse la camiseta que llevaba y le quité la venda. Ante mis ojos quedó un imponente dragón enroscado en su brazo, con la cabeza descansando cerca de su pecho, tal y como lo había soñado.

Mi cuerpo se estremeció, mi mente se quedó embobada con ese gesto afectuoso que había decidido tener conmigo y consiguió ganarse un punto más a su favor.

—Te queda bien  —admití mientras terminaba de repasarlo con la mirada.

—Ahora está un poco ensangrentado pero cuando esté curado va a ser digno de admirar.

Asentí con la cabeza y empecé a echarle la crema con cuidado, intentando no hacerle daño. Daniel me iba mirando mientras hacía mi trabajo, parecía entretenido analizando mis gestos.

Cuando ya estaba terminando le miré de soslayo, sorprendida al verle con la mirada perdida, muy pensativo.

—Alma —dijo de repente.

—¿Sí?

—¿Por qué lo hiciste?

—¿El qué? —pregunté curiosa.

Sus ojos marrones volvieron en sí mirando los míos, tenía el rostro serio.

—¿Por qué hacías lo que te pedía? Podías haberme dicho que no.

Bajé la cabeza al comprender sobre lo que se estaba refiriendo, no era un tema fácil para conversar.

—Nunca me preguntaste si quería —Murmuré—. Solo insistías, insistías e insistías.

—Lo siento —contestó con sinceridad—. Me podían las ganas de verte desnuda, no pensaba en nada que no fuera eso, pero ¿por qué lo hacías? ¿te gustaba?

—No, no me gustaba. Me daba miedo, vergüenza...estaba confusa, no sabía cómo negarme —Me abracé con los brazos, defendiéndome de mi pasado—. Lo hacía por temor a que te enfadaras conmigo, a que dejaras de hablarme, a que dejaras de...decirme cosas bonitas.

Recordé con tristeza el pasado, lo insegura y débil que me sentía ante una cámara, lo frío que era todo y como Daniel con siete años menos me insistía en que continuara. Me sentía sola, sin nadie que me apoyara, sin nadie que me dijera "todo va a salir bien, me tienes a mí" y me refugié en las palabras que leía en el Messenger del ordenador, esas palabras que Daniel solo usaba para conseguir aquello que quería en esos momentos, correrse.

—¿Lo hacías por las palabras? ¿En serio? —El rostro de Daniel se endureció—. ¡Joder, Alma, las palabras no valen nada! ¡Lo que importa son los hechos! ¡Yo era un crío con las hormonas revolucionadas y tú estabas a miles de kilómetros! ¡No te podía dar nada más que eso!

Agitó con furia sus brazos, no entendía su reacción y me entristecía más de lo que ya estaba, era un tema muy delicado y había tocado mi zona más sensible.

—¡Y qué querías que hiciera, gilipollas! Mis padres se habían muerto, me acogió una familia que desconocía, fui a un colegio nuevo donde me hacían bullying, no tenía una mierda, me sentía sola, sola con quince putos años —Sentí como me invadía la tristeza, como las lágrimas empezaban a surgir y a descender por mis mejillas—. Solo quería tener a alguien en quien confiar, alguien a quien poder contarle las cosas y no sentirme así ¡y no encontré nada! Me hundí aún más, por tu culpa, por haberme enamorado de alguien que solo estaba preocupado en meneársela y conseguir lo que quería ¡JODER! —chillé— ¡Me arrepiento de haber hecho eso todos los días de mi vida!

Chillé, chillé todo lo que pude, dejando que toda la rabia y sentimientos negativos que se habían acumulado durante años salieran de mi corazón. Mis ojos se empañaron por las lágrimas y empecé a sentirme ahogada en mi propio llanto. Empecé a sentirme pequeña, débil, tan insignificante que me caí desplomada en el suelo, protegida en posición fetal.

Ni siquiera estaba prestando atención a lo que Daniel estuviera haciendo o sintiendo, necesitaba sanar de esas heridas del pasado. Levanté la cabeza al sentir a Daniel sentándose a mi lado y dejé que su brazo me atrapara arrastrándome hacia su cuerpo, acariciándome el cabello como si fuera una niña, como hubiera necesitado siendo niña, y me dejé arropar.

Al poco, leal como siempre, apareció Brutus y se acercó con sus pequeñas patitas hasta donde me encontraba llorando. Emitió un sonido para que le hiciera caso y, al ver que no estaba muy feliz, me dio con la patita en la pierna y se echó a mi lado, acurrucado conmigo, dándome su amor y apoyo, a su especial y tierna manera.

No sé cuánto tiempo pasamos en silencio así los tres, pero poco a poco mi llanto fue remitiéndose, pasando a continuos sollozos y después a sorbos de nariz. Daniel se levantó y salió de la cocina para traerme un pañuelo a los pocos segundos y volver a acomodarse a mi lado.

—Lo siento, Alma, por todo —sus ojos brillaban llenos de tristeza—. No sabes cómo me entristece no haber madurado en ese momento y haber estado ahí para ti. Siento haberme portado como un verdadero gilipollas.

Asentí con la mirada, me sentía cansada de tanto llorar y no tenía muchas ganas de hablar.

—¿La familia que te acogió te trataba bien? Nunca me habías hablado de eso —dijo compungido.

—Sí, me acogieron los padres del que es mi mejor amigo y compañero de piso —sorbí la nariz—. Su madre me aceptó con mucho cariño, se preocupaba mucho por mí.

—¿Y tu verdadera familia? Me refiero... ¿Abuelos? ¿Tíos?

—Solo viven mis abuelos paternos y no se llevaban bien con mi padre, hace mucho tiempo que no sé nada de ellos, y no tengo tíos ni paternos ni maternos.

—Bueno... ¿Cómo fue vivir con esa familia?

—Al principio extraño —Me sinceré—. Me sentía fuera de lugar, como si estuviera invadiendo la casa de unas personas desconocidas. Además, Álex me miraba con cara extraña, parecía que no estaba muy cómodo, tardó un tiempo en acostumbrarse de tenerme por ahí.

—¿Y luego?

—Bien, pero ya era tarde —suspiré—. Cuando Álex me cogió cariño de verdad, de hermano mayor, fue poco antes de recibir esa foto...

Sentí mi estómago revolverse al recordar el rostro pálido de Álex al contemplar la fotografía. "¿Qué has hecho Almi?", sus palabras aún resonaban por mi mente, encendiendo mis mejillas por la vergüenza.

Daniel miró al suelo sin saber qué decir, parecía avergonzado. Necesitaba saber por qué había hecho esa locura, porque había decidido joder todo, eso me había hundido completamente, lo que hace la baja autoestima y la necesidad de afecto... nadie se merece vivir algo así.

—¿Por qué se las mandaste?

La pregunta llamó su atención, levantó la vista mirándome a los ojos fijamente.

—Era inmaduro. Entré una vez en Facebook y vi que ese chico te comentaba mucho y le daba muchos like a tus fotos, así que...me enfadé...me puse celoso —cerró los ojos—. Pensé que eras una...que estabas con él y solo querías provocarme así que pensé en vengarme...fue lo primero que se me ocurrió.

—Casi me jodes la vida —escupí con rabia—. Tuve suerte de que Álex no dijera nada a sus padres y que no se la mandases a más personas, fue humillante. Creí que me moría al ver la cara de asco de Álex, de decepción...que humillación...si hubiera sabido lo que estaba haciendo, si me hubiera querido un poco más...esto no hubiera sucedido.

Moví la cabeza de un lado para otro, tratando de sacarme el recuerdo de la cabeza. Fue el momento que me di cuenta de la gravedad de lo que había hecho, de lo niña que era y lo mucho que se me había ido de las manos sin quererlo, aunque ya era demasiado tarde, estaba hecho y habían pasado unos cuantos años.

—Álex me hizo prometer que dejaría el ordenador, que saldría con él por ahí a pasear o cualquier cosa, a socializar, con tal de no volver a eso. Me decía que tenía que aprender a quererme a mí misma y aceptarme.

—Por eso desapareciste...—susurró.

—¡Claro que desaparecí! —respondí dolida—. Lo que hacía...lo que hacíamos estaba mal, era solo un método de diversión, un juguete. No me valorabas de verdad, nadie que te pide hacer eso te valora de verdad.

—No eras un juguete, Alma —contestó con tono serio—. Ni lo eres ahora.

—Para ti lo era en ese entonces, no te importaba saber cómo estaba, qué había hecho, solo querías masturbarte viéndome —respondí resentida.

—No...yo... fui egoísta, lo admito, pero también estaba pasando una mala época y hablar contigo, verte...con ropa me relajaba, me hacía feliz pensar en ti.

Bajé la mirada, no era capaz de mantenerla y mirar esos ojos marrones vidriosos, emocionados por la conversación tan íntima e intensa que estábamos teniendo.

—¿Por qué te acogió esa familia? —preguntó tratando de cambiar de tema mientras sacaba un porro.

—¿¡Aún tomas eso!? —pregunté sobresaltada.

—Solo cuando estoy muy nervioso como ahora, necesito relajarme.

Chasqueé la lengua indignada, le había visto tanto tiempo sin fumar que se me había olvidado el tema de los porros. Ignoré la calada que acababa de echar y llegaba a mis fosas nasales y respondí a su pregunta.

—La madre de Álex es una mujer muy mística, es feliz pensando que es una bruja buena —sonreí—. Llevaba un mes soñando que adoptaba a una niña de trece años y al final se decidió, me dijo que me había visto en sueños. Según ella no se lo creyó cuando vio mi cara, estaba llena de alegría y emoción.

—Así que vidente... —reflexionó mientras daba otra calada—. ¿Y la muerte de tus padres? ¿Qué les pasó?

—Accidente de tráfico —carraspeé—. Un hombre iba bebido y colisionó fuertemente contra el coche de ellos, fue mortal.

Me emocioné al recordar el rostro de mis padres. Podía ver con nitidez a mi madre acariciándome el pelo cuando lloraba o a mi padre leyéndome un cuento antes de dormir. Cómo los echaba de menos...

—Lo siento mucho, debió de ser duro —respondió mientras acercaba su mano hasta mi mejilla.

—Lo es, no hay día que no piense en ellos.

Nos volvimos a quedar en silencio, era extraño sincerarme con alguien que no fuera Álex o Sergio, pero era reconfortante. Sergio... era extraño porque, aunque seguía acordándome de él, cada vez disminuía más mi afecto, empezaba a olvidarme de la nitidez de su rostro, de su sonrisa, del tacto de su piel ¿Estaría olvidándole?

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