Capítulo 12
Reuní las fuerzas suficientes para salir de la habitación, habían pasado un par de horas y sabía que no podía quedarme ahí eternamente. Entré en el salón y vi a Daniel echado en el sofá abrazando a Ana, ambos dormidos. Me quedé quieta mirándolos, al menos Daniel quería a Ana de verdad, se le notaba.
Me agaché para apagarles la televisión y vi como Daniel abría un ojo y me miraba fijamente. Al colocarse mejor despertó a Ana y esta preguntó qué pasaba abriendo los ojos y frotándolos con fuerza.
—¿Os apetece ir a la piscina?
—¿A la piscina? —pregunté. Si Daniel quería que no me descubrieran, una piscina me parecía mal lugar.
—Sí, un amigo se ha ido una semana de viaje y me ha dejado su chalet para que le riegue las plantas, tiene piscina privada y...vallada —dijo mirándome a los ojos, respondiendo a mi pregunta y a mis pensamientos.
Ana dio saltos de alegría, era un día bastante soleado de primavera y tenía muchas ganas de piscina. No pude evitar sonreír ante el entusiasmo de la niña y acabé aceptando, al menos podría intentar escapar y de paso tomar el aire.
Una vez preparados con un bañador puesto, nos metimos en el impoluto coche de Daniel. Se notaba que ganaba mucho dinero, pues era un Audi de un color gris brillante, como si se hubiera lavado recientemente. Prefería quedarme en la parte de atrás, pero al tener Ana doce años Daniel no la dejaba sentarse adelante.
Suspiré, por más que lo intentaba siempre acababa con él a mi lado. El camino fue corto, la música del coche y la voz de Ana cantando tapaban el silencio entre ambos. Cuando llegamos contemplé una bonita casa roja de ladrillo, toda vallada.
La piscina era imponente, parecía bastante grande y tenía varias sillas reclinables con mesitas para beber algo mientras tomabas el sol. Ana se tiró enseguida a la piscina, si hubiéramos tardado más seguro que se tiraba sin quitarse antes el vestido que llevaba encima.
Yo decidí echarme un poco en la silla y ponerme las gafas de sol, Daniel se había ido a cerrar la puerta con llave, para no variar, así que intentaba mirar el sitio disimuladamente pensando en cómo salir.
Al regresar Daniel, Ana empezó a chillar invitándonos a entrar en la piscina. Él se detuvo enfrente de mí viéndome echarme la crema de sol por el cuerpo. Cubrí todas las partes que pude, pero me mordí el labio inferior al recordar que no había echado crema en la espalda, y era la primera zona que solía quemar.
Miré a Daniel y a Ana respectivamente y él pareció darse cuenta de que me había quedado quieta como una estatua, pensando qué hacer. Cuando estaba a punto de llamar a Ana para que me ayudara, él se quedó a mi espalda y se agachó hasta mi oído.
—Déjame ayudarte, por favor.
Me sobresalté al sentir sus labios tan cerca, no tenía muchas ganas de tenerle tan pegado a mí pero no quería discutir delante de Ana, así que asentí sin decir palabra. Sentí como sonaba el bote y como Daniel se frotaba las manos, llenas de crema. Me quejé al sentir el frío en la espalda, automáticamente él me empezó a dar un masaje y no pude evitar soltar un gemido de placer, lo estaba haciendo muy bien.
—Tienes la piel muy suave —ronroneó.
Me sobresalté de nuevo, incluso mi piel empezó a erizarse, en respuesta a tener su voz en mi oído. Él lo notó, pues dio una caricia rápida a mi brazo y pude ver como una gran sonrisa de satisfacción aparecía en su cara.
Me sentí mal conmigo misma, parecía que no era dueña de mi propio cuerpo. Intentaba mostrarme indiferente, como si no me importase lo que estaba haciendo, pero mis reacciones no me acompañaban, parecía que muchas sensaciones se despertaban con el tacto de sus manos sobre mi piel.
—Bueno, listo.
Pude sentir como mi piel se quejaba ante la desaparición del contacto de Daniel con mi cuerpo pero intenté ignorar la sensación.
—Gracias.
—¿Gracias? Ahora te toca a ti, no escapes —dijo con una sonrisa traviesa.
Abrí la boca para quejarme pero no pude emitir palabra al verle deshacerse de su camiseta y exponer su musculatura. No era de esa típica musculatura de hombres que se dedican a ir veinticuatro horas al gimnasio, era el cuerpo de un hombre que se cuidaba y era fuerte, sin pasarse.
Mi boca seguía abierta, parecía que no quería cerrarse y no quería ni imaginarme la cara de tonta que se me debía de haber quedado. Al bajar la mirada tras mis gafas de sol solté una bocanada de aire, tenía los abdominales marcados y dos líneas te invitaban a seguir bajando la mirada, llegando hasta el pantalón.
—¿Quieres que me quite también el pantalón? —preguntó sonriendo, en tono burlón.
Mis mejillas ardieron al darme cuenta de que me había quedado inmóvil más de la cuenta.
—No, no hace falta —respondí tratando de mantener la compostura.
Daniel acercó la otra silla para dejarse caer y que su espalda quedara a mis ojos. Tragué saliva, me sentía como una adolescente que veía a un hombre desnudo por primera vez. No sabía cómo empezar, ni siquiera sabía lo que estaba haciendo. Miré a Ana y ella me hizo señas para que me apresurara a echarle la crema a su hermano, quería que fuéramos con ella. «No sé cómo puedes quedarte tan tranquila con el hermano que tienes, Anita...» pensé para mis adentros.
—¿Qué hermano tiene Anita? —preguntó Daniel dándose la vuelta con una sonrisa socarrona.
Sentí como mi cara se volvía roja como un tomate, estaba tan sumida en mis nuevas sensaciones que ni me había dado cuenta de que había pensado en voz alta. Barajé qué podía responderle pero todas las opciones me parecían demasiado tontas y decidí quedarme callada. «Tierra trágame» pensé, esta vez sí, para mis adentros.
Me eché la crema en las manos, imitando lo que había hecho él unos minutos antes y la esparcí masajeándole la espalda. Daniel se quedó quieto, sin hacer ningún ruido, logrando lo que yo había intentado, parecer indiferente. No entendía por qué pero me sentía decepcionada, me daba vergüenza admitir que esperaba alguna respuesta por su parte.
Le esparcí con rapidez lo que faltaba y le despaché. Él se levantó, quedándose de nuevo enfrente de mí, y miró hacia Ana, la cual estaba nadando bocarriba en la piscina con los ojos cerrados. Entonces volvió a mirarme y empezó a bajarse los pantalones, despacio, mostrando un apretado bañador. Para evitar caer más bajo, me tumbé en la silla y cerré los ojos, pero no pude evitar que la imagen de Daniel bajándose los pantalones llegara a mi mente. Desgraciadamente también podía recordar esa sonrisa sexy, esos ojos provocándome, esa... ¿erección?
Abrí los ojos de golpe al sentir que alguien me levantaba y chillé al verme cogida en brazos por Daniel y me quitaba las gafas de sol.
—¿No querrás impacientar más a Anita, verdad? —contestó de forma burlona.
—Daniel bájame, Daniel bájame ¡DANIEL!
No pude chillar más fuerte porque ya nos encontrábamos al borde de la piscina y prácticamente me encontraba volando por el aire, aterrizando de lleno en ella. Me quedé sin respiración, notando como el agua entraba por mi nariz. Soltando burbujas me impulsé para nadar hacia la superficie sin ver nada, terminando por tropezar con un cuerpo que parecía corpulento, parecía el de Daniel.
Cuando conseguí abrir los ojos vi como Ana aplaudía feliz y Daniel le hacía una reverencia, Ana parecía muy feliz de que ambos estuviéramos con ella. Se pusieron a jugar con una pelota y yo aproveché para nadar hasta una esquina, protegiéndome de los posibles ataques de ambos.
Al poco tiempo Ana salió de la piscina, corriendo hasta llegar dentro de la casa para ir al baño. Me dispuse a salir de la piscina para evitar una situación incómoda con Daniel, bastante vergüenza tenía ya. Di un último impulso para subir las piernas pero unas manos firmes me sujetaron los tobillos y bajé de golpe, salpicando a ambos lados de la piscina.
Me quedé de espaldas a Daniel, con las manos apoyadas en el bordillo. Él se acercó más a mí, notando su entrepierna cerca de la parte inferior de mi bañador. Intenté moverme pero Daniel me siguió el paso, impidiendo que me alejara de él.
—¿Ya quieres salir?
—Daniel aléjate —Le empujé, sintiéndome insegura al no tener mis gafas de sol para proteger mi mirada, temía que mis gestos delataran aún más los nervios que tenía al tenerle tan cerca de mí.
—Tranquila, no voy a hacerte nada pero...no te vayas, quédate conmigo —suplicó.
Nos miramos a los ojos, esos ojos que tenían el poder de dejarme hechizada y bloquearme la capacidad de poder pensar con claridad. Nunca unos ojos marrones habían ejercido tanta presión sobre mí.
Volvió a acercarse, esta vez con cautela, con miedo a como pudiera reaccionar. Estábamos en la zona baja de la piscina, así que podía apreciar como las gotas descendían de su cabello mojado hasta caer sobre sus pectorales, haciendo que brillaran con el sol.
Miré hacia sus labios, los cuales estaban húmedos por el agua y se entreabrían, invitando a ser besados. En ese momento solo podía verle a él, era como si el resto del lugar estuviera borroso y Daniel fuera el foco de atención. No conseguía desviar mi atención de su boca, de cómo se estaba acercando lentamente hacia la mía, casi podía sentir el aire que salía por su nariz.
—¿Qué hacéis?
El sonido de la voz de Ana me hizo darme cuenta de lo que estaba a punto de suceder y me eché para atrás de golpe, escuchando un gruñido por parte de Daniel.
—Estaba mirando si Alma tenía algo en el ojo, llevaba un rato quejándose.
—Ah, si quieres te soplo yo —contestó Ana mirando hacia mis ojos.
—No hace falta, Ana, gracias.
—¿Seguimos jugando a la pelota Dani? —Le invitó saltando hacia la piscina, acabando en los brazos de su hermano.
Daniel miró hacia mí, alentándome a participar.
—No, gracias. Voy a tomar un poco el sol.
Me miró a los ojos pero no dijo nada, solo asintió con la mirada y se alejó nadando con Ana. Salí de la piscina y me volví a acomodar en la silla, esperando que el bañador se secara pronto, no me gustaba sentirme empapada. Me sentí aliviada al volver a ponerme las gafas de sol, podía mirarles sin que se dieran cuenta.
Me centré en Daniel, estaba impulsando a su hermana para que saltara y cayera directamente al fondo de la piscina. A pesar de lo que había estado a punto de pasar se le veía relajado, feliz. Cuando estaba con Ana se veía a un Daniel cambiado, más maduro. Pero las personas no cambian y el miedo a que volviera a jugar conmigo no se me quitaba. De todas formas me sorprendía que no me hubiera tocado, que no me hubiera metido mano, esto no era lo habitual en él.
Pensé en Sergio y en lo que sentía, nunca había tenido ojos para otro hombre que no fuera él y estaba completamente segura de lo enamorada que estaba, pero ese acercamiento en la piscina me hacía replanteármelo todo ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así? ¿Por qué respondía ante el contacto de su piel? Tenía que haberle frenado, tenía que...haberme frenado. ¿Estaba flaqueando ante Daniel?
Álex, desde donde quiera que estés, dame fuerzas y sácame de aquí.
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Esto comienza a ponerse interesante, ¿verdad?
Ayy, Alma, Alma... lo que hacen las piscinas ...
Espero que os hayan gustado estos dos capítulos, Daniel no es tan malo como parece ;)
Con amor,
Karlee D.
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