Capítulo 4


—¡Elijah, ten cuidado! —grita Azael. Me vuelvo hacia Elijah, para verle esquivar a Misael, anoche él se sentó con todos en la cena, y  sus alas, ahora negras y se encuentra dispuesto a matarle.

No tengo tiempo de ayudarle, mi cuerpo se estremece y me giro inmediatamente siento que algo se aproxima a mí. Es Zion, el chico que pintó la mesa de café de Zivia, hace dos días. Empuja hacia mí, con una espada negra. Golpeo su costado con mi pierna y giro nuevamente, ubicándome a su espalda, tomo una de sus alas, ahora rojas, aplico más fuerza y presión rompiendo el hueso. Se deja caer en el suelo y su grito agónico, atrae la atención de otro grupo de caídos hacia mí.

Azael y el resto se preparan para cubrirme. Veo a Ariel luchando contra dos de quienes hace unas horas eran nuestros hermanos. Vuelo en su ayuda, ataco al primero, golpeando su espalda y arrojándolo hacia el frente. Desenfundo mi espada y contrarresto uno de sus golpes.

—Lamec ¿Qué te ha pasado? —pregunto. No responde, está ido. Sus ojos son dos pozos vacíos. Es como si fueran un robot. No hay respuesta alguna en ellos—. ¿Lamec? —grito. Nada. Sus antes alas blancas ahora son negras pero su aura sigue siendo blanca.

No puedo creerlo, un caído con aura blanca.

Vuelve a dirigir otro golpe de espada hacia mi pecho, lo esquivo, pateo su pierna con fuerza, haciéndolo dar una vuelta en el aire, gruñe, su rostro se contorsiona por el dolor, pero esa es la única respuesta que obtengo. Dolor. Su pecho se agita y carga nuevamente hacia mí. Vuelvo a golpearlo, gime, me aferro a sus manos y lo sacudo gritando una y otra vez su nombre, pero no hay respuesta en él. No la que quiero.

Esquivo una y otra vez sus golpes, me niego a herirlo, es uno de mis hermanos. Grito su nombre, empujo, desvío sus ataques, hago todo lo posible por no herirlo y no permitirle que me hiera, pero es imposible.

—Ageysha, no son ellos. Ya no lo son —grita Azael. Aunque aún guardo esperanza, sé que mi guardián tiene razón.

Alisto mi espada cuando vuelve a lanzarse por mí, maniobro en el aire mi cuerpo, en un giro de 180 grados, balanceo mi espada y perforo su costado, se queja de dolor pero no me detengo a verle más, no puedo, además hay más hermanos caidos que aun intentan acabar con nosotros.

Elijah acaba con dos más, Ariel y Azael cubren a Atur que luchaba contra dos más, Yahir tiene a un adversario al frente y otro a su espalda; me aproximo y me abalanzo sobre uno de ellos. El sonido de la carne chocando contra carne se escucha fuertemente en el lugar. Arrojo un puño a su mandíbula cuando logra esquivar mi espada, el hueso se rompe, lo sé por el chasquido ensordecedor; vuelvo a dirigir mi puño a su estómago, se dobla de dolor y cae a tierra. Lo sigo en el aire, llena de ira, de frustración por verlos convertidos en esto. Lo alcanzo y hundo mi espada en su estómago.

No espero para ver si alguien necesita mi ayuda, la ira y el dolor de perder a estos hermanos me ciega nuevamente, ataco al primero que veo, entierro mi espada en el siguiente, y el siguiente, sin detenerme a pensar.

Saco mi cuchillo serafín del pecho de mi víctima, la sangre salpica mi rostro, pero da igual, hay más de ella en el resto de mi cuerpo. Una sola lagrima baja por mi mejilla, es la única debilidad que mostraré, porque duele, duele saber que has perdido a tus hermanos.

Más allá veo el cuerpo de Eliseo, es el único anciano que no dejó su vestidura de guerrero para ocupar un puesto en el Consilium. Una vez me dijo que morirá como lo que era, un luchador. Y así lo hizo, aunque no exactamente luchando del lado de la luz. Un sollozo se me escapa, al verle, su alma ya fue purificada; no sé si ascendió o bajo a lo profundo del infierno, pero su cuerpo, aún está tibio y aunque sangre emana de una herida en su pecho, puedo contemplar el maravilloso ser que era.

—¿Qué pasó? —susurro. La pregunta está dirigida a Él, pero también es solo un lamento de mi boca—. ¿Por qué lo permites?

—Ageysha —gruñe Adif. Me vuelvo hacia él y veo a Ariel sostener a un muy herido Elijah. Intentado esquivar a dos demonios que no tengo idea de donde han salido.

—Elijah —jadeo—. Pero... Dios —De su costado, puedo ver una tremenda herida, la sangre mancha la blancura de su piel y su rostro se encuentra contorsionado. Ariel trata de blandir su espada, evitando las garras del demonio reptil— Hijos de puta —gruño. Vuelo rápidamente hacia ellos, y es entonces cuando percibo la sensación viscosa y como se intensifica con cada paso del tiempo.

—¡Por el ángel! —exclama Ramuel. Mis ojos siguen su línea de visión y me encuentro con una horda de demonios que salen de las rocas. Son de tercera y cuarta categoría.

Elijah intenta erguirse y enfrentarlos, pero la herida es profunda y no deja de brotar sangre de ella. Ramuel, Azael, Atur y Armon se enfrenta a los demonios que nos van alcanzado. Llego junto a Ariel y golpeo con mi hombro al reptil que se abalanza sobre ellos, el demonio emplumado agita sus garras hacia mi rostro, lo esquivo, peor no logro hacer lo mismo con el reptil que se recupera y la emprende conmigo. El golpe es fuerte y caigo a tierra, golpeo con potencia el suelo, algo del aire sale de mí, el demonio lanza nuevamente sus garras hacia mi cara pero me cubro con mi manos; grito cuando sus zarpas me laceran la piel.

El demonio suspira, disfrutando del dolor que expreso en mi lamento. Empujo sus patas, aun cuando las uñas se entierran más, pero he visto a la bestia que se encamina a toda velocidad hacia mí, y en esta posición sobre el suelo, soy presa fácil.

Gruño por el dolor, pero aprovecho para enviar una vibración, alejándolo de mí, chilla mientras vuela por el aire y se estrella contra las rocas. Me levanto en cuclillas esperando a la bestia que corre hacia mí. Tomo el cuchillo serafín y espero. Justo cuando está cerca de embestirme mis alas me impulsan sobre él y entierro la punta filosa en lomo.

Su chillido de dolor me reconforta.

Me vuelvo hacia los demonios que siguen saliendo de las rocas, y me sorprendo al verles estáticos; no se mueven, solo me observan atentamente. Desoladores y mounstros midiéndome. Un caído de alas negras sale del medio sonriendo. Mi familia llega hasta mí, posicionándose a mi lado. Incluso Elijah, con su herida abierta, intenta acercarse.

—Princesa —dice el caído haciendo una reverencia—. Espero que las sorpresas hayan sido de su agrado.

—Jódete —gruño—. Malditos bastardos enfermos.

El oscuro ríe. —Oh princesa, nuestro señor estará bastante triste. Pero no te preocupes, no nos rendiremos hasta complacerte.

Mi cuerpo se estremece ante sus palabras. ¿Habrá más muerte y sangre en mi nombre?

—Deben detenerse —gruño—, voy a detenerlos.

—Estás pescando en rio revuelo, Ageysha. La oscuridad se aproxima y no habrá nada ni nadie que la detendrá; ni siquiera tú, ¿y sabes por qué? —ríe. Los demonios a su alrededor lo hacen también—, porque tú eres oscuridad. Naciste de ella, le perteneces a ella.

—¿De qué mierda estás hablando? —gruño. Confundida y asustada por primera vez. Aunque no voy a admitirlo, sus palabras me llenan de aprehensión.

—Pronto lo sabrás, princesa.

—Deja de decirme así, imbécil. —Empuño mis manos dispuesta a golpear la mierda del caído. Pero una mano en mi hombro me detiene de ir por él. Miro sobre mi hombro, para encontrarme a Ariel, fulminando al caído con su mirada y pidiéndome calma con su gesto. Percibo entonces la luz que se filtra de mí y el color oscuro de mi aura.

—No te dejes contaminar. —murmura. Busco el rostro de mis demás hermanos y mi padre, todos están en guardia, observando cada movimiento y absorbiendo como yo, cada palabra de los oscuros—. Elijah está muy mal herido, debemos volver.

Asiento. Miro al angel oscuro que no pierde su sonrisa. Es petulante y segura, y eso es lo que más me confunde y asusta. Ellos nunca se han visto de esa manera frente a nosotros. Frente a Adif.

—¿Van a pelear o se quedaran contemplándonos todo el día? —bramo. Empuño mi espada lista para cualquier ataque.

—Sólo estamos saludando a nuestra princesa. —Camina dos pasos hacia mí. Todos gruñimos y él se detiene—. Ah, es cierto, tienes a tus guardianes y niñero —se burla de Azael—, pero no te preocupes. Ya te has dado cuenta que nuestro poder, alcanza al más fiel servidor de la luz. Buen descanso para sus hermanos —se mofa. Mi cuerpo empieza a vibrar con la ira contenida.

—¿Qué les hicieron? —me atrevo a preguntar aun cuando estoy segura que no responderá, pero para mi sorpresa lo hace.

—¿Nosotros? Nada, se lo hicieron ellos mismos. Sólo cumplimos sus deseos, no es nuestra culpa que hayan tomado está misión suicida solos. Se les dijo que debían esperar. —finge tristeza. Niega con su cabeza y frota su pecho—. Es una terrible pérdida.

Gruño tan fuerte y dejo que el dominio se filtre de mí, esta vez, su sonrisa sí vacila. Ha sentido mi furia y sabe que es él quien la ha provocado. Los demonios a su alrededor se encogen un poco, Adif me sigue, expandiendo su propio poder, Ariel y Atur también.

—Si no quieres morir está tarde, será mejor que cierres tu maldita boca y regreses al hueco de donde saliste. —espeta Elijah, con odio. A pesar de su dolor.

—Nos volveremos a ver, princesa. —El caído emprende el vuelo. Los demonios se escabullen entre las rocas, y toma todo de mí, no perseguirlos y tratar de acabar con ellos.

Elijah se queja por primera vez, y decido dejar de pensar en los demonios y regresar a la fortaleza para poder curarle. Me acerco a él y apoyo su brazo en mi cuello.

—Vamos, grandulón. —bromeo. Ariel me ayuda con su otro brazo, Elijah hace una mueca de dolor, pero aguanta como un guerrero. Antes de volar, regreso mis ojos a los muertos. Adif ve mi vacilación por lo que me asegura que ellos se encargaran.

—¿Qué sucedió? —pregunta muy preocupada Pileith.

—Ubíquenlo en la camilla —ordena Atzel. Prepara vendas y fluidos. Ariel y yo tratamos de ayudar a acomodar a Elijah sin lastimarlo, pero es imposible. Jadea cuando lo dejamos sobre las sabanas.

—Fue una emboscada —gruñe Ariel—. Estábamos patrullando la ciudad y una legión que estaba de servicio desde anoche, llegó y nos atacó.

—¿Una legión?, ¿pero cómo es eso posible? —Atzel detiene sus manos sobre Elijah, para volver hacia nosotros confundido y sorprendido.

—Tampoco nosotros. Pero ellos... —Mis palabras se entrecortan—, simplemente estaban idos. Como si no hubiera vida dentro de ellos.

—¿Idos?, Dios, esto cada vez es más confuso. —Atzel regresa a trabajar sobre Elijah. Él gruñe cuando la luz de Atzel se filtra por su cuerpo sanando el daño que los caídos le han causado.

—Dímelo a mí —murmura Ariel.

Elijah se retuerce del dolor. La herida es bastante grande y, aunque la luz está cerrándola, el veneno del demonio sale como pus negro, y es precisamente ese hedor y esa sustancia, la que más dolor causa. La purificación es terriblemente agonizante. Sin detenerme a pensarlo, me acerco y tomo su mano, intentando darle fuerza y consuelo. Sus ojos, que estaban cerrados, se abren y me mira, sentimientos de gratitud en ellos. Le regalo una peque sonrisa, la cual intenta corresponder, sin embargo, el dolor la borra inmediatamente después.

—Vamos, gargolita. ¿Te vas a dejar vencer por una herida como esta? —bromeo. Sus ojos destellan diversión, pero no dice nada—. Creo que tendré que patearte más veces el trasero, eres un debilucho.

Resopla y esto le causa más dolor. Atzel me da una mirada y sonrío. Pronto, la forma de gárgola se desvanece y el cuerpo humano de Elijah regresa. Sudor cubre su frente y me sorprendo, arrastrando su cabello, lejos de ella.

—Voy a estar bien —dice entre jadeos—. Después de esto hablaremos sobre mi trasero, y tal vez el tuyo.

Rio. El sonido se me hace extraño, aunque sólo hasta hace un par de día reía fuertemente, pero ahora, con tanta oscuridad acechándonos, reír es lo último que deseo hacer al final del día.


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