Capítulo 48 - El trato

El clima en la cocina del conventillo se sentía tenso y opresivo. Un silencio perturbador se posaba frente a los tres. Parecía un juego de ajedrez en el que al mínimo paso en falso podría tener una consecuencia fatal.

—Voy a fare unos mandados. Con il permesso —se excusó Alicia para salir rápidamente de la situación. Por lo que agarró su bolsa y salió casi como alma que lleva el diablo de la cocina.

Guillermo y Lorenzo se quedaron a solas, mirándose fijamente como en una competencia donde cada uno vigilaba los movimientos del otro, o como si ambos estuvieran intentando leer sus mentes y descubrir su verdadera intención.

—¿Qué le pasa a tu madre? —preguntó Guillermo.

Niente. È triste por ver a Santiago che non vuole mangiare o parlare... immagino che abbia descubierto che è qui, no?

—Sí... me traicionaste. Yo confié en vos, tano hijo de puta —le dijo Guillermo con rabia en sus ojos—. ¿Así que te habías encargado de él... trayéndolo de regreso?

Non mataría a alguien innocente.

—Te faltan huevos para hacer lo que es necesario... por eso tu querida Lucía está encerrada, por eso todo te ha salido mal —le dijo acercándose lentamente a él, con su puño temblando de ira.

Presto tutto verà alla luce. La verità si sabrá —le aseguró Lorenzo sin titubear—. E será meglio che te arrepientas de le cose che hai fatto quando llegue il momento.

—¿Arrepentirme? ¿Por qué? Si me van a entregar. No queda nada para mí.

—Te equivocas, Guillermo. Sempre hay salvazione. Sei giovane, puoi cambiare, ragazzo.

—En cuanto Santiago recuerde todo estoy perdido. En cuanto Florencia recupere su cuerpo... con vos tampoco sé qué voy a hacer ahora que lo sabés todo... ¿y debería preocuparme también por Alicia?

Cosa tiene che ver ella? —Lorenzo frunció el ceño, se sentía acorralado por aquel muchacho.

—¿Por qué lloraba? Y no me digas que por Santiago, porque cuando me vió llegar parece como si hubiera visto a un fantasma... ¿le contaste todo?

—¡No!

—¡Mentira! Va a ser mejor que me digas la verdad porque tarde o temprano la voy a descubrir, Lorenzo. Acordate que yo tengo la muñequita de Lucía, esa por la que casi morías por rescatarla.

—¡Dámela! —bramó Lorenzo acercándose desafiantemente a él—. Non metas a Lucía in questa cosa.

—Te tengo agarrado de las pelotas, Lorenzo —dijo Guillermo sonriendo con maldad—. Acordate que un paso en falso que des, y te destruyo todo tu castillo de naipes. Encargate de tus cosas que yo me encargo de las mías. 

Lorenzo se quedó atónito, sin nada qué decir viendo cómo aquel chico se alejaba de la cocina con pose de haberse anotado otra más de sus malévolas victorias. Y esta vez tenía razón. La muñeca de Lucía había caído en manos equivocadas, pero las necesarias en aquel momento de crisis. Ahora solo le restaba que Santiago recordara todo de una buena vez para hacer caer la máscara de Guillermo de forma definitiva.


***

Al caer la noche solo la mirada penetrante de los búhos posados sobre las ramas resquebrajadas de los árboles de invierno se movían de un lado para el otro, persiguiendo el albor que iba dejando una luz reflejada sobre los ventanales de la casa Ferreira. Desde afuera no solo las lechuzas la contemplaban. Lorenzo llegaba a su trabajo como de costumbre y veía a su patrona caminando por uno de los extensos pasillos para luego perderse en la oscuridad de aquella inmensa casona. Algo oscuro se traía entre manos.

—Ya está todo listo —le dijo Nora entusiasmada a su hijo cuando entró a la habitación. Pero él parecía no prestarle atención—. ¿Manuel? ¿Me estás oyendo?

—¿Eh? —él se volteó un poco sin llegar a mirarla.

—Te estoy hablando de algo importante.

—Discúlpeme.

—¿Qué te pasa? —ella se acercó, pero él se alejó, y no solo con su cuerpo.

—Es que... no quiero que piense mal de mí —en ese momento fue cuando por un segundo se atrevió a hacer contacto visual con ella.

—¿Por qué pensaría mal de vos, Manuel? Estuviste raro todo el día. Ni siquiera me hablaste. No me digas que...

—Lo que pasó anoche... nadie lo tiene que saber... fue solo un desliz, nada más.

—No te preocupes, hijito. No tenés nada que explicarme —sonrió ella despreocupada, aunque algo en su sonrisa también mostraba satisfacción... tal vez al recordar ese momento.

—Le falté el respeto, mamá. Eso es inaudito. No puede volver a pasar, ¿está bien? —le respondió Manuel con voz firme.

—Está bien —Nora le acarició la oreja y él tomó su brazo y lo apartó.

—Estoy hablando en serio, mamá —por primera vez la miraba fijamente a los ojos y sin titubear—. Y nada de esto con nadie. Esto no ocurrió.

—Yo soy como los caballeros, no tengo memoria. Así que no te preocupes tanto.

—De lo que sí debería preocuparme es de la "bienvenida" que le dió a la otra... ¿qué le hizo? Y no me diga que nada porque la vi volver con manchones de sangre. Así que no se haga la yo no fui.

—Le di la bienvenida a mi estilo, sí.. Una que ella se merecía, por entrometida. Solo fue una buena paliza, nada más.

—¿Está viva?

—Sí... creo.

—¿Cómo que creo? ¡¿Sabe el problema en el que nos podemos meter?! ¡No podemos llamar más la atención! ¡Hay mucha gente involucrada! —Manuel quería gritar, pero trataba de mantener su voz en apenas un susurro desaforado.

—Te estoy jodiendo, Manuel. Me cersioré de que respirara y todo, está perfecta. Solo unos cuantos golpes pero nada más. Y se los merecía por hija de puta.

—Bueno, confío en su palabra. Pero hasta ahí nomás. Después hay que ir a ver cómo sigue. De todas formas nada de jueguitos, cuanto menos enemigos tengamos ahora mismo, mejor.

—Está bien, Manuel. Bueno, ahora voy a ir por Lucía, a ver si adelantamos el plan y nos da suerte en estas elecciones.

—¿Hoy mismo se va?

—Hoy mismo se va —sonrió maliciosamente mientras tomaba de nuevo su vela para ir en busca de Lucía y accionar su malvado plan.  


***

En el cuarto de Lucía se respiraba soledad. Su aliento agonizante presentía su final. Lo único que la mantenía en pie era la esperanza de ver a su hijo otra vez, aunque lo hiciera condenando su alma a un tormento por toda la eternidad. Nada era más doloroso que verse sin él, sin poderlo abrazar aunque sea una última vez y decirle cuánto lo ama. Estaba lista, y él también.

—Permiso —Nora interrumpió sus pensamientos entrando en medio de la noche junto a su vela—, ya es hora de prepararte. Él te está esperando.

—Voy enseguida —susurró Lucía.

—Tiene que ser ahora —insistió Nora—. Se acerca la hora de la bestia, y tengo que prepararte. Vení.

Nora ayudó a levantarse a Lucía, quien estaba envuelta en un camisón blanco que tapaba lo que parecía ser un cadáver andante el cual no se podía sostener ya siquiera por sí mismo.

Ambas se abrieron paso entre la opresiva oscuridad, que aquella noche era aún más intensa y peligrosa. Pero a diferencia de otras veces, el enemigo estaba a la vista, frente a frente, guiándola a la boca del lobo, o al que orquestaba aquel juego macabro en el que solo eran fichas que se movían y tambaleaban hasta caer rendidas a sus pies.

Lucía era guiada por un mundo de sombras hacia lo que parecía ser un baño preparado para darle la bienvenida. En el medio se veía una gran tina blanca o dorada, aquello no importaba en su estado más cercano al letargo que a la conciencia plena de sus actos.

Lo único que pudo sentir fue cómo Nora le quitaba la poca ropa que tenía y sentía un frío sobrecogedor haciéndole temblar la piel a merced de las múltiples velas que se esparcían por todo el baño.

—Te preparé un baño de rosas especialmente para vos —le dijo aquella mujer—. Metete, dale.

Lucía solo obedeció. El agua estaba tibiecita, aunque al principio sentía que le quemaba la piel de lo sensible que la tenía. El vapor del agua comenzaba a hacerla cabecear, pero, un tirón fuerte de pelo la hizo reaccionar y despertar de inmediato.

—Disculpame —le dijo Nora —, necesito que estés despierta. Tratá de relajarte y que el agua y las esencias sensibilicen tu piel.

Nora comenzó a peinarla. Le dolía. Grandes mechones resquebrajados se desprendían de su cabeza, y un quejido tras otro le arrugaban la cara a medida que notaba que en la pared había un crucifijo invertido que le comenzaba a helar la sangre. Lucía no estaba segura de dónde se estaba metiendo... o tal vez estaba demasiado segura del peligro que corría su alma.

—No te preocupes por eso —Nora notó su mirada perdida en el crucifijo—. Solo es un adorno. Pensá que te va a devolver la vida que tanto soñaste, con tu hijo en brazos.

Los mechones seguían saliendo de la cabeza de Lucía. Su cuero cabelludo se veía lastimado, con moretones y manchas de sangre que se hacían presentes con cada pasaje de la peineta por su piel. El dolor comenzaba a hacerse cada vez más inquietante así como el cuerpo de Lucía.

—¡Quieta! —le ordenó Nora pellizcándole el hombro—. Si te arrepentís no va a funcionar, y Él no tiene mucha paciencia —El silencio incómodo entre ambas fue interrumpido por un llanto que se oía a lo lejos—. ¿Escuchás eso? —Lucía asintió preocupada—. Es... es él... —Nora se mostró asombrada. Desde la oscuridad más opresiva provenía el llanto de un bebé—. ¿Te das cuenta? ¡Es Pedrito! ¡Está con él!

—Tengo que ir a buscarlo —Lucía intentó incorporarse como pudo, pero Nora la detuvo de inmediato.

—¡No, no, no, nena! ¡Tenés que seguir el protocolo! Hay que hacer las cosas como él quiere, sino no vas a recuperar a tu hijo. Él te está esperando, así que hacé este último sacrificio por él, ¿sí? —Lucía asintió con lágrimas en los ojos, intentaba seguir la dirección del llanto—. Mirame, va a salir todo bien. Tu hijo va a estar pronto en tus brazos. 

El tiempo siguió pasando hasta que el reloj marcó las tres de la mañana, y el ambiente cambió. Las velas alrededor se apagaron. El frío se hizo más intenso. Las cortinas en la casa dejaron de ondear, y las gotas saltarinas de la noche se escondieron para ya no querer ver lo que venía por delante.

—Ya es hora —le avisó Nora con un rostro desafiante.

La vistió, la perfumó, y la maquilló como si de una de sus preciadas muñequitas se tratase, para ofrecérsela al mismísimo diablo. Y tomando nuevamente su vela, la llevó por los pasillos oscuros hacia una capilla o la simulación macabra de una, para encontrarse allí con una entidad malévola que aguardaba su llegada. Un ser de casi dos metros, con un par de faroles amarillos como ojos que la miraban de forma penetrante, y que la hacían temblar. La oscuridad del lugar no dejaba ver bien su figura, ni cómo era. Solo se podía ver sus manos afiladas como cuchillas que sostenían a su bebé, el cuál dormía sin saber que estaba en manos de la encarnación del mal.

—Miralo, que precioso que es —dijo Nora, fingiendo que le conmovía—. Acercate, tocalo.

Lucía se acercó con ciertas dudas. De hecho, muchas. Pero se le fueron cuando logró tocarlo. Las lágrimas se asomaron por su rostro. Lucía comenzó a llorar desconsoladamente, no había nadie que pudiera calmarla. Pero sí había alguien que podía salvarla, o al menos eso intentaría.

Scappa da lì, signorina! —gritó Lorenzo apuntándole a Nora—. È una trappola!

—¡¿Pero qué significa esto?! —Nora estaba indignada—. ¡¿Qué hace un empleado apuntándole con un arma a su patrona?!

Il teatro è finito, signora.

—¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡Esto es un milagro! ¡Así que no te metas y andá a cumplir tus funciones! —le ordenó a los gritos—. ¡No te abuses de mi confianza, tano, eh!

Questo non è un miracolo, è un sacrilegio. Una mentira e tu lo sai.

—¡¿Me estás llamando mentirosa?! ¡Inmigrante atrevido!

—Lucía, salga de ahí, per favore.

—Lucía, no lo escuches.

—Lucía...

—Lucía...

¡Cállense los dos! —gritó ella dejando de llorar—. Él... él no es Pedrito —sentenció ella, dejando a todos atónitos.

—¿Qué? —preguntó Nora—. ¿Cómo que no es?

Lucía negó con la cabeza.

—Me mentiste... él nació con un lunar característico cerca de su naríz, y no lo tiene.

—Pero... pero en tus dibujos no lo tenía.

—Sí lo tenía... me mentiste todo este tiempo.

Il diavolo è así —sentenció Lorenzo.

Lucía dio un paso hacia atrás, miró a los ojos a aquella criatura gigantesca parada frente a ella y rechazó su oferta. No vendería su alma por una mentira.

Aquella negativa generó un grito de furia ensordecedor que lo hizo desaparecer entre la oscuridad sin poder hacer nada al respecto más que aceptar la decisión de Lucía.

—¡¿Ves lo que hiciste?! —gritó Nora furiosa—. Ahora nunca vas a ver a tu bastardo. ¡Nunca!

—Se terminó tu jueguito, Josefina, o como te llames —le dijo Lucía acercándose a Lorenzo.

—Yo no lo creo —interrumpió Manuel apuntándole con un arma a Lorenzo en la nuca—. Bajá el arma o te quemo ahora mismo.

—Signor, calma.

—¡Bajá el arma o te quemo ahora mismo! —Lorenzo no tuvo más remedio que obedecer sus órdenes una vez más—. ¡Muy bien! Me pregunto qué voy a hacer con vos. Veo que sos un traidor, merecés un trato como tal.

—¡No lo mates! —imploró Nora.

—¿Perdón?

—¿Qué? ¿Te pensás que sos el único que puede curtir acá? Yo también quiero algo de diversión. Así que dejámelo un rato.

—No puedo creer lo que me está proponiendo... bueno, vamos... los dos caminando al patio y sin hacer ruido o son boleta. No se preocupen, que van a estar muy bien acompañados. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top