Capítulo 46 - Una alianza impredecible

Los pasos se acercaban lentamente por el pasillo. El sonido aterrador de los tacos era lo único que se oía. Estaban descubiertos, pero Lorenzo estaba listo para la batalla. No le iba a temblar el pulso para disparar a quien fuera que se pusiera por delante. No ahora que estaba tan cerca. Pero el peligro también lo estaba de él.

El ruido de afuera de pronto se detuvo dejándolos en un completo y agónico silencio que fue interrumpido por una estremecedora advertencia: Te portaste muy mal, Lorenzo. Y Lucía va a pagar las consecuencias de tus actos —era la voz inconfundible de Josefina, pero aún más grave; aún más maligna como su sombra que se reflejaba en la pared contigua al corredor—. Vas a ser testigo de cómo la despellejo viva sin que puedas hacer nada al respecto, y mi señor tomará su alma para hacerla suya por siempre —le anunciaba con una voz jocosa e inquietante.

—Deberíamos salir... —propuso Guillermo con nerviosismo.

Pero Lorenzo no estaba dispuesto a sucumbir al miedo.

Non se van a salir con las suyas! —gritó Lorenzo acercándose a una muñeca idéntica a Lucía. Por fin la había encontrado—. Tengo aquello che quieren, e io sono disposto ad andare in guerra contro di te!

¿Y vas a dejar morir a Lucía de la misma forma en que dejaste morir a tu mejor amigo en Italia? —le preguntó con una risa jocosa.

—¡Cállate! Come fai a saperlo tú? —a Lorenzo comenzaba a temblarle el pulso. ¿Cómo era posible que su jefa supiera tanto de su vida?

Vos dejaste morir a tu amigo, y lo mismo va a pasar con Lucía. Ella va a arder en el infierno al igual que él. Estate atento, Lorenzo Moretti, porque la muerte te está buscando como un animal salvaje y pronto te va a atrapar —le dijo en un tono amenazante que logró inquietarlo. Algo le hacía pensar que aunque la silueta reflejada en la pared fuera la de la falsa Josefina, en realidad se trataba de alguien más.

Aunque al parecer aquella sombra no era el único problema al que se enfrentaban. Guillermo tironeó su camisa intentando llamar su atención mientras temblaba del miedo al ver hacia el rincón más oscuro de la habitación.

—¿Lorenzo...?

—¡¿Qué?!

—Atrás... mirá —le apuntó con el dedo temblequeando.

Lorenzo no lo podía creer. Una de las muñecas estaba cobrando vida y volviéndose humana de una manera espeluznante. De sus bordeadas mangas se desprendían unos brazos blancos que se alargaban hasta adquirir una dimensión capaz de alcanzar a sus presas que miraban atemorizados tal transformación. Sus piernas y su torso también se alargaron hasta medir dos cabezas más de lo humanamente posible. Una figura aterradora se posaba frente a ellos, contemplándolos en la oscuridad, vestida de negro, con una melena larga y rizada del mismo color de su vestido, y un rostro de muñeca que reflejaba una inquietante melancolía en contraparte de sus ojos dorados brillantes en medio de la oscuridad que la rodeaba, y que expresaba su malignidad. Pronto aquella figura infernal comenzó a moverse de manera errática hacia ellos causándoles un pavor aún más grande. Lorenzo no titubeó dos veces y disparó dos tiros contra ella, pero eran en vano. Aquella figura humanoide estaba lejos de tener vida, y era dominada por una fuerza demoníaca más allá de su propio entendimiento.

—Deberíamos irnos, Lorenzo —propuso Guillermo dando unos pasos hacia atrás a medida que la muñeca gigante se acercaba a ellos de modo amenazante—. ¡Ahora!

Ambos comenzaron a correr hacia la puerta, donde aún seguía esperándolos la sombra de la falsa Josefina que se carcajeaba al verlos temblar del miedo. Estaban rodeados, pero debían elegir si quedarse encerrados o enfrentarse a lo que allí fuera estuviera... y eligieron correr por sus vidas.

Cuando salieron de aquel cuarto oscuro, para su sorpresa, no había nadie allí. Por lo que Lorenzo intuyó que quien lo había amenazado no era su jefa, sino el mismo diablo que intentaba engañarlo una vez más. Todo este tiempo había sido él. Pero aunque aquella sombra amenazante había desaparecido, la muñeca aún seguía allí corriendo directo hacia ellos con la intención de alcanzarlos.

—¡Lorenzo, la puerta! —gritó Guillermo aterrado—. ¡Cerrala, ahora!

Lorenzo corrió hacia la puerta con la llave en mano y luchó para cerrarla. Pero la muñeca demoníaca se lo impedía con sus escuálidas manos blancas intentando abrirla desde la profunda oscuridad de la habitación. Se rehusaba a quedarse encerrada mientras lanzaba alaridos escalofriantes que les ponían los pelos de punta.

Lorenzo no podía solo contra la fuerza de aquella presencia, por más que intentara contenerla, pero Guillermo actuó rápido y agarró el farol de Lorenzo lanzándolo directo hacia la puerta. Las llamas pronto se esparcieron quemando las manos de la aterradora muñeca y obligándola a retroceder. Lorenzo cerró con rapidez la puerta antes que las llamas lo alcanzaran a él.

Acqua, rápido! —le indicó Lorenzo a Guillermo.

El muchacho fue corriendo por un balde de agua fría y antes de lamentar una tragedia lograron apagar el incendio que se estaba iniciando. Pero ya habían llegado a un punto sin retorno. Debían huir antes que los Ferreira los atraparan con las manos en la masa.

Ambos corrieron afuera de la mansión justo antes de que Manuel saliera con una vela en mano de su habitación y viera el alboroto que se había armado. La humareda se había propagado por toda la casa.

—Pero, ¿qué carajo pasó acá? —se preguntó en voz alta—. ¡Moretti! ¡Moretti, ¿dónde estás?!

***

Lorenzo y Guillermo salieron de la casona con la muñeca en mano como almas que llevaban el diablo. Corrieron entre las calles hasta que Manuel no pudiera divisarlos en el horizonte huyendo con su tesoro. Pero Guillermo quería respuestas, y las quería ahora.

—¿Te das cuenta...? ¿Te das cuenta que nos metiste en un lío tremendo? —le dijo jadeando sin cesar.

—Necesito che tu porti la bambola alla pensione e la escondi alì —le pidió Lorenzo sin estar seguro de si podía confiar en él o no, sabiendo cómo era.

—¿Esconder la muñeca allá? ¿Por qué? ¿Te das cuenta que hiciste tremendo quilombo por una muñeca, Lorenzo? ¡Mirá el lío en que nos metiste!

—Escucha, bambino, per favore. Ellos non sono tuoi amici... Ti van a usar come fanno con tutti. Ellos non quieren salvare Lucía, ma tampoco Florencia. Possiamo salvarli a las dos, ma dobbiamo fidarci l'uno dell'otro. Sei in tempo per cambiare le cose, Guillermo. Sei in tempo per correggere tus errori.

—No sé, Lorenzo... y, ¿cómo sé que no me querés engañar? ¿Por qué es tan importante esta muñeca?

—Ellos encierran le anime de las vittimas in muñecas como esa. Lucia è in pericolo se non proteggiamo la sua muñeca. Sua anima è en nostras manos. E quiero fidarmi di te, per favore confía en mí también. Traeré a Flor sana e salva. Ora vai, escondi la muñeca. Vai, vai!

—Está bien, Lorenzo. Pero no me vayas a cagar, te lo advierto.

Vai, bambino!

Guillermo se fue corriendo entre la oscuridad hacia la pensión. Todo dependía de él, mientras que Lorenzo debía regresar para enfrentar la posible furia de su jefe, y al fin revelar su verdadero rostro frente a él. 

***

Al llegar a la mansión su jefe lo esperaba con cara de pocos amigos entre la humareda que se había dispersado por la sala principal. Había llegado el momento de dar explicaciones.

—¿Dónde andabas, Moretti? —preguntó Manuel con un tono muy serio en su voz.

Mi scusi, signore. Ma pensavo di aver visto qualcosa entre las sombras.

—¿Qué fue lo que viste?

—No lo sé. Era algo... disumano.

—¿Inhumano? —Lorenzo asintió—. ¿Y por qué la puerta del fondo está quemada? ¿Me podés explicar qué hacías ahí?

C'è qualcosa che mi chiama por la notte... Non lo sé, signore. Sento che sono strane presenze in la casa —le dijo con un tono preocupado.

—Presencias extrañas, eh... ¿y te da miedo? —Lorenzo asintió—. ¡Pero, hombre! Me sorprende de vos. Imagino que habrás visto peores cosas en la guerra, y te asustás con un simple fantasmita —bromeó Manuel—. Mirá, te voy a contar porque sé que en cierto modo puedo confiar en vos... esta casa tiene muchísimos años, mucho antes que mis abuelos vivieran en ella, por lo que tiene una muy larga historia... algunas no muy buenas. Venganzas, asesinato... suicidio. Desde chico aprendí a ver esas presencias extrañas de las que hablás, pero uno se acostumbra y convive con ellas. No tenés nada de qué preocuparte.

Va bene, signore —Lorenzo decidió seguirle el juego. Al parecer ambos estaban obstinados en seguir manteniendo las apariencias el uno con el otro.

—Y la próxima vez que veas a alguno de esos espíritus, o presencias como le decís vos, llamame. ¡Pero no me quemes la casa, hombre! —le pidió con una sonrisa burlona.

Mi scusi. Stavo andando con la lanterna e tuve l'impulso di lanciargliela encima.

—Está bien, Moretti. Pero te lo voy a tener que descontar de tu paga —le aclaró Manuel ya con un tono más serio—. Tenés suerte de tener a un jefe buena onda como yo. Otro no te la dejaba pasar —Lorenzo no sabía si tomarlo como una advertencia o como un consejo. 

Mi scusi una vez más, signore.

—Por cierto, ¿dónde está Guillermo?

—Se fue... —Lorenzo esperaba que tal y como habían acordado, hubiese llegado ya a la pensión y escondido muy bien la muñeca que salvaría la vida de Lucía.

***

Ya se asomaba el sol en Montevideo y Guillermo llegaba exhausto al conventillo sin siquiera percatarse que había pasado toda la noche intentando huir de un demonio.

En la pensión todos dormían aún, algunos se despertaban para comenzar su día cuando él solo quería dormir después de haber vivido la noche más intensa de su vida. Pero aquel día no iba a poder conciliar el sueño al escuchar en el piso de arriba unos murmullos que venían desde la habitación de Santiago. Sus padres estaban con él, y mirando desde un rincón hacia adentro pudo constatar la mentira que Lorenzo le había dicho. Nunca se deshizo de Santiago, al contrario, lo trajo de regreso a casa, lo que desató una furia incontenible en Guillermo. Se sentía traicionado, pero a pesar de todo, él tenía la vida de Lucía en sus manos. Si resultaba ser cierto lo que el italiano le dijo y el alma de ella estaba encerrada en aquella muñeca, ahora la vida de su amada dependía de Guillermo, y para mala suerte de Lorenzo, había caído en las peores manos posibles.

***

Aquel Sábado había comenzado temprano para los Ferreira, quienes habían tenido una noche larga e intensa, y que poco tiempo tuvieron para dormir. El silencio y las miradas esquivas se interponían entre madre e hijo, sobre todo de parte de Manuel, quien sentía mucha vergüenza de lo que había pasado anoche.

—¿Qué pasa, Manuel? Ya no me mirás —reparó Nora.

—Lo que pasó anoche, mamá... fue un error. Fue un desliz que no se puede volver a repetir —insistió él sin atreverse a mirarla.

—Tranquilo que no te juzgo, querido.

—Esto tiene que quedar entre nosotros, por favor. Y perdóneme por haberle faltado el respeto. Eso no debió ocurrir.

—¡Calmate, Manuel! Los dos queríamos. Y a mí no tenés que explicarme nada. No te preocupes que conmigo está a salvo nuestro secreto —le aseguró con una leve sonrisa torcida—. Ah, por cierto, ¿qué fue lo que pasó allá abajo? El olor a humo llegó hasta acá.

—Moretti vio algo, se asustó y le tiró el farol que llevaba en mano. Casi se quemaba todo.

—¡Pero qué irresponsable! ¿Y qué decisión tomaste vos?

—Le voy a descontar de su paga para reparar los daños. Igual no fue mucho, apagó el fuego enseguida.

—Estás siendo muy bueno vos con él. Es más, me dijiste que fue en la puerta del fondo, ¿no? ¿Te imaginás si descubría nuestro secreto?

—Él ya demostró que es de fiar, madre. Y si llegara a querer traicionarnos, o a querer hablar, él sería cómplice de la muerte de Zubiria y del secuestro de Clara. Así que no se preocupe por eso que tengo todo bajo control.

—No sé, Manuel. Yo aprendí a desconfiar de todo el mundo. Y vos creo que pecás de ingenuo, mijo.

—Madre, entienda que no podemos echarnos más enemigos encima. Tenemos a la opinión pública encima de nosotros y no podemos dar pasos en falso. Tuvimos suerte descubriendo lo que estaba tejiéndose a espaldas nuestras cuando el gordo de Zubiria se hacía mi amigo, pero perfectamente podríamos haberlo perdido todo.

—Yo sé, Manuel. Solo te advierto que no seas tan confiado. Entre lobos se traicionan, y yo te crié para ser el mejor... para estar a un paso por delante de todos tus enemigos. No olvides eso —le dijo poniéndose un vestido y terminándose de arreglar.

—¿A dónde va?

—Tengo unas cuentas pendientes que resolver con mi amiga Clarita —respondió ella con cinismo—. Le voy a ir a dar una visita de cortesía.

—Tenga cuidado, madre. No le haga daño que estamos en deuda con el pendejo aquel que está enamorado de ella. No heche las cosas a perder por un impulso.

—Tranquilo, Manuel. Solo le voy a dar la bienvenida, nada más —Nora sonrió con maldad dirigiéndose a la puerta—. No te preocupes, hijo querido, que voy a ser la mejor anfitriona del mundo. Eso te lo aseguro. 

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