Capítulo 32 - Regreso al infierno
Lorenzo buscó incansablemente por toda la casa aquella muñeca, pero no había rastro de ella. Alguien la había tomado, y temía que fuera su jefe, quien apenas llegó a la casa lo vió revisando de un lado a otro.
—Moretti, ¿se te perdió algo? —le preguntó con cara de pocos amigos.
—Ah, signore Ferreira! Mi sombrero, no sé dónde lo dejé.
—¿Se refiere a éste? —Manuel lo tomó de uno de los sillones a su lado.
—Sí, sí. Grazie mille, signore —le respondió Lorenzo con una sonrisa.
—Tené más cuidado, Moretti. Acá se pierden con facilidad las cosas —le avisó Manuel—. ¿Todo en orden en la casa?
—Sí. Tutto è bastante tranquillo.
—Bien. Gracias por cuidar la casa mientras no estaba. Podés irte a descansar, Moretti. Nos vemos en la noche.
—Buona giornata, signore. Permiso.
Lorenzo no solo era hábil con las armas, sino también con las palabras. Parecía ir un paso adelante de las sospechas de su jefe, pero no sabía hasta cuándo le iría a funcionar sus mentiras.
Ese día se había ido frustrado por no haber encontrado la muñeca, y por dejar a Lucía a solas con aquel tipo. Después de lo que ella le aseguró, Lorenzo no estaba dispuesto a renunciar a su amor. Tal vez costaría tiempo, y posiblemente tener a Ferreira como enemigo, pero haría lo imposible por sacarla de aquel sitio junto a los niños.
Manuel por su parte quería asegurarse de tener a Lucía en sus manos, por lo que subió hasta su cuarto y pidiendo permiso entró a verla. Se veía algo mal, cada día más débil, exactamente como quería tenerla.
—Lucía, ¿cómo se siente?
—Mal. No estoy mejorando, me siento peor cada día, Manuel.
—Tranquila. Me voy a asegurar que esté bien cuidada —le prometió tomándola de la mano—. Quería hablarle sobre lo que ocurrió anoche.
—No se preocupe, no hay nada de qué hablar.
—Sé que me excedí de nuestra relación profesional. Usted es la niñera de mis hijos y... creo que me equivoqué. Es que... la veo tan maternal con mis hijos que siento que... tal vez... podría ser una buena madre para ellos.
—Yo no quiero ocupar el lugar de su madre, Manuel.
—Pero ellos la quieren... yo la quiero. Sé que lo de anoche no debió ser, pero no me pude aguantar. Usted me gusta, Lucía.
—Creo que le gusta la imagen que ve reflejada en mí.
—¿A qué se refiere?
—Como madre de sus hijos. Mire... no sé qué pasó con su anterior esposa pero no quiero ocupar el vacío que pudo haberle dejado.
—No es eso, Lucía. Lo que siento por usted es que puede ser la indicada para mí y para mi familia —le aseguró una vez más.
—Perdón si se confundió, Manuel. Yo lo veo como mi jefe.
—No, perdóneme usted. No debí insistir. Solo quería decirle lo que siento.
—Dejémoslo así, Manuel. Va a ser lo mejor —le propuso Lucía. No creía en sus palabras, no después de todo, y de llenarle la cabeza de cuentos a Lorenzo.
Lucía sabía que Manuel no tenía buenas intenciones. Lo que no sabía es que la muñeca que buscaba estaba en poder de aquel hombre, y que de él se podía esperar cualquier cosa.
***
La casa permaneció en silencio hasta entrado el atardecer, cuando Lucía escuchó voces y pasos de personas. Al parecer Manuel no estaba solo. Lucía supuso que eran los sirvientes que iban y venían por ahí. Pero había una voz inusual en la casa. Una que no llegaba a reconocer.
La curiosidad le ganó, y como pudo fue a ver. Al abrir la puerta pudo ver a Manuel felízmente acompañado de una mujer a la que apenas le vio el rostro justo antes de irse. Tenía la piel muy pálida y su cabello oscuro recogido como el de una señora. No supo identificar de quién se trataba.
Pero quienes sí lograron hacerlo fueron los niños en cuanto se acercaron al auto. No solo su padre había ido a recogerlos a la escuela, sino alguien más, alguien que tenía la capacidad de ponerlos en jaque.
—Niños, les tengo una sorpresa. Ahí adentro hay alguien especial que quiere saludarlos —les dijo señalando al auto—. Estoy seguro que van a amar esta sorpresa que les tengo.
Manuel se hizo a un lado y dejó que vieran quién estaba allí dentro. La puerta se abrió y pudieron verla. Era su madre, con la que tanto habían soñado; a la que tanto querían proteger... era Josefina, su única y verdadera madre.
—¡Hola niños! —les dijo con una sonrisa.
Josefina se veía terriblemente demacrada, casi hasta los huesos. Lejos estaba la imagen de quien alguna vez llegaron a conocer, pero al menos Mateo estaba felíz de verla.
—¿Mamá? —preguntó con su voz quebrándose.
—Sí, Mateo. Soy yo. Vení y dame un abrazo —le respondió ella extendiendo sus brazos, los cuales se veían cadavéricos.
Mateo fue corriendo a sus brazos, aún sin entender nada. La notaba fría como si de hecho se tratara de un cadáver. Y aunque su aspecto pálido y ojeroso le intimidaba, estaba muy felíz por volver a ver al fin a su madre. Sin embargo, Martina no se mostraba muy contenta. Estaba quieta, observándola y aún en shock con lo que estaba sucediendo.
—¿Y vos Martina? ¿No venís a saludar a tu mamá?
Martina se acercó tímidamente, como si algo le generara desconfianza. Al tocarla no sintió más que frialdad. El cuerpo de su madre parecía congelado.
—Les dije que su madre iba a estar bien —aseguró Manuel con una sonrisa—.No tenían nada que temer.
—¡Ay, Manuel! ¿Qué es eso de asustar a nuestros hijos? —bromeó Josefina—. Vos sos re poco sutil, eh.
—Sé que soy algo duro, mi amor, pero es por su bien. Ahora, ¿vamos? Seguro tendrán mucho de qué hablar pero mamá tiene que descansar —le dijo Manuel subiéndose al auto—. Y ustedes tienen deberes que hacer.
Al llegar a la casa, los niños se dirigieron a su cuarto a hacer las tareas. Lucía estaba al pendiente de lo que afuera pasaba. Había algo inusual, y no quería quedarse en su cuarto sin hacer nada. Por lo que se levantó como pudo y se dirigió arrastrando los pies en el suelo hacia la habitación de los niños. Ellos quedaron sorprendidos al verla llegar.
—¿Qué hace acá? —le preguntó Mateo de mal modo.
—Vengo a ayudarlos con sus tareas —afirmó ella casi sin aire.
—No la necesitamos.
—¿Qué pasa, Mateo?
—¡Usted no va a ocupar el lugar de nuestra mamá! —le gritó él enfurecido.
—¿De qué estás hablando, tesoro?
—¡Los vimos! Usted no nos quiere, nos está utilizando. ¡Es una traidora!
—¡Mateo! —Martina salió de su letargo para retarlo.
—¿Qué? Es la verdad. Ella quiere ocupar el lugar de nuestra mamá.
—¡No, Mateo! Cariño, no es así.
—¡Sí! Usted se quiere casar con nuestro papá, y ser nuestra mamá —insistió el niño poniéndose rojo de furia.
—¡Eso es mentira! Yo no quiero ocupar ningún lugar, solo quiero cuidarlos —aseguró Lucía.
—¡Mentira! Usted se puso el vestido de nuestra madre, y besó a nuestro padre. Usted quiere ocupar su lugar pero eso no va a poder ser porque ella está de regreso —le gritó Mateo haciendo explotar una lámpara con su rabia.
—¡Mateo, ya basta! —Martina se levantó de su cama para detenerlo.
Todos se quedaron en silencio sin entender lo que pasaba, hasta que Manuel llegó junto a Josefina al cuarto.
—¡¿Qué está pasando?! ¡Se siente la gritadera desde allá abajo!
—Manuel, yo... —Lucía vió entre las sombras a Josefina. Le llamaba la atención su aspecto desmejorado, su cabello oscuro y los ojos azules que realzaban entre sus ojeras—. ¿Quién es ella?
—Josefina Ortiz... mi esposa.
—Un placer —Josefina se acercó extendiendo su mano cadavérica y fría. Lucía sintió un escalofrío al estrechar su mano junto a la de ella—. Usted debe ser Lucía Salvatierra, ¿no? Manuel me comentó algo sobre usted.
Lucía no sabía cómo reaccionar. Solo pensaba en su mente si es que Lorenzo había encontrado la muñeca y había podido liberar a la madre de los niños. Hasta ahora no tenía noticias de aquello, solo la presencia de aquella mujer que de cierto modo le traía un montón de interrogantes en las que no se animaba a indagar.
—Yo... yo me retiro, no quiero molestarlos.
—La acompaño —le dijo Josefina, ofreciéndose a llevarla a su habitación.
—No, gracias. No hace falta. Supongo que tienen mucho que hablar —Lucía miraba con cierta decepción a Manuel, quien tampoco se atrevía a sostener su mirada.
Después de aquel momento incómodo Lucía se encerró en su habitación. No entendía lo que estaba pasando. ¿Acaso Josefina había vuelto de la muerte para recuperar su vida? Estar en ese estado de debilidad no ayudaba a disipar sus dudas. Sentía que mucho estaba sucediendo sin ella darse cuenta. El único que podría aclarar sus dudas era Lorenzo, y aún faltaban horas para la noche.
***
En el conventillo Lorenzo trataba de hallarle respuestas a lo que había sucedido. Alguien había encontrado la muñeca y sacado de aquel lugar donde estaba escondida. Tenía miedo que fuera Ferreira y no pudiera hacer nada para detenerlo.
Alicia, su madre lo había notado todo el día ido, como si en verdad no estuviera ahí con ella.
—Figlio, cosa sta succedendo? Sei stato tranquillo tutto il giorno.
—Nada, mamma. Cosa di lavoro.
—È successo qualcosa con Lucia?
—No, no... vah,sì, sta diventando più debole —le comentó Lorenzo, confesando que Lucía estaba cada vez más débil. Tal vez ella tenía más idea de lo que estaba sucediendo con Lucía.
—Mio Dio! Ela non è debole perché sì —le explicó Alicia con miedo en sus ojos—. La sua anima è in gioco.
—Cosa significa, mamma?
—Le stanno rubando l'anima a Lucía, figlio. È così che inizia il processo. Estrema debolezza e poi morte.
Lorenzo se asustó. Si su madre tenía razón, el proceso ya había iniciado. A Lucía le estaban robando el alma, y por eso su debilidad extrema. Lo que venía después era la muerte si él no lo impedía.
—Mamma... Cosa posso fare per salvarla?
—I Ferreira lavorano con le bambole, trovano la loro bambola e la proteggono.
Lorenzo debía encontrar la muñeca en la que estaban atrapando el alma de Lucía antes que fuera demasiado tarde. Tal vez era lo mismo que le había sucedido a la madre de los niños, y ambas estaban en peligro. Esto ahora era cuestión de vida o muerte.
***
Al cuarto de Lucía pronto irrumpió Manuel, le debía varias explicaciones.
—Lucía... creo que tenemos que hablar —le dijo acercándose despacio a su cama.
—No hay nada de qué hablar, señor —respondió ella con indiferencia mientras escribía en su diario como podía.
—Yo creo que sí. Necesito explicarle lo que pasó hace un rato.
—Manuel, no hay nada que explicar. Yo entiendo. Su esposa volvió, tranquilo.
—Sí, pero volvió cuando no la esperaba —le confesó él sentándose en la cama.
—¿A qué se refiere?
—Estoy muy sorprendido, fue todo muy de golpe. Ella... a ella yo la creía muerta, Lucía. ¿Usted me entiende? Ahora que regresó, no entiendo nada. Mi cabeza está a punto de estallar.
—¿Qué fue lo que pasó con ella? Porque yo también creí que estaba muerta.
—Me dijo que tuvo que huir, por su hermana que está en España. Y de allá no pudo salir, por el régimen que hay allá. Permaneció detenida durante mucho tiempo hasta que pudo escapar y finalmente la dejaron volver.
—Bueno... me alegra que haya vuelto, y que esté viva —confesó Lucía—. Usted debe cuidarla, así como a toda su familia.
—Yo sé. Sé qué es lo que debo hacer. Pero, ¿qué pasa con lo que siento?
—¿Usted no siente amor por su esposa?
—Sí. Es decir... no sé cómo explicarme, Lucía. Yo la creía muerta. No supe nada de ella durante mucho tiempo. Yo ya no la esperaba, y... y yo estoy enamorado de usted, Lucía.
—Debería olvidarse de eso, Manuel. Debe responderle como su esposo y padre de familia que es.
—Pero, ¿y lo nuestro?
—¡No hay un lo nuestro, señor! Yo soy la niñera de sus hijos, o lo era. Supongo que no me necesitan, y ellos ahora me odian por lo que hicimos anoche.
—¿Por qué?
—Porque piensan que yo quiero ocupar el lugar de su madre cuando no es así. Su madre es ella, y ahora está acá, así que no tengo más nada que hacer acá.
—¡No! Usted no se puede ir. No me puede dejar así, Lucía. Y en ese estado... yo también debo cuidarla a usted.
—Usted debe cuidar de su familia, Manuel. De mí me ocupo yo.
—Josefina está algo perturbada con todo el horror que vivió, Lucía. No crea que usted no hace falta acá. A ella le vendría muy bien su ayuda.
—¿Para qué? Sus hijos me odian, y todo por su culpa, Manuel. Porque me obligó a ocupar un lugar que no me pertenecía, y que no quería ocupar.
—Yo sé que hice mal, pero de verdad quería que lo nuestro funcionara. Yo me ilusioné con usted, Lucía —Manuel comenzó a llorar, tal vez por primera vez en su vida.
—Nunca hubo nada entre nosotros, Manuel. Y perdón si lo confundí, pero yo no tengo espacio en mi vida para un hombre ahora mismo. Ya bastante me equivoqué en el pasado como para volver a hacerlo.
—Está bien, se lo respeto, Lucía. Pero por favor no nos abandone. Ahora más que nunca necesitamos su apoyo. Josefina lo necesita. No la deje sola.
Lucía no sabía qué pensar. Por un lado quería largarse de aquel sitio. Pero por otro no quería dejar a Josefina y sus hijos desamparados sin saber lo que estaba sucediendo en aquella casa. Necesitaba hablar con ella primero para saber qué debería hacer. Necesitaba aclarar los puntos.
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