Capítulo 29 - El parásito
A la mañana siguiente el médico dio de alta a Florencia y volvió a su hogar. Pero quien volvía en su lugar estaba lejos de ser la inocente chica que todos conocían. Había algo en ella que se perdió, y no era solo su ojo. Ella por completo se había perdido, y en su lugar había regresado alguien más, con una sed de venganza insaciable, un parásito que se apoderó de su cuerpo y ahora arrebataba su lugar sin que nadie lo notara.
—Flor, hija, te preparé tu cuarto para que puedas dormir más cómoda hoy. Después de todo lo que pasaste me imagino cómo debés estar —le dijo su madre. Florencia o mejor dicho, Clara solo miraba de arriba a abajo su habitación, como si no la reconociera y sintiera asco del lugar al que tenía que adaptarse—. No puedo entender que haya gente tan mala capaz de hacerle eso a una niña. ¿Qué es lo que querían con vos?
—No sé... mamá —le respondió con frialdad.
—¿Te duele mucho el... ojo? ¿Querés algo para sentirte mejor?
—No, gracias. Los médicos me cuidaron muy bien. Ya me siento mejor —su madre se asombraba con la frialdad con la que respondía. Incluso su voz había cambiado.
—¿Segura que no querés nada? Pasaste por algo muy traumático, Flor.
—Necesito hablar con Guillermo.
—Pobrecito, él debe estar muy conmocionado también.
—Tráigalo, por favor.
Su madre accedió. Pero aquel pedido más que uno parecía una orden. Su hija estaba muy rara, aunque no tenía idea de lo que estaba pasando. Solo Guillermo, quien pronto llegó a la habitación encerrándose con ella.
—¿Y? ¿Cómo te sentís? ¿Te estás adaptando a tu nuevo hogar? —preguntó con un tono burlón.
—¿A esta pocilga llaman hogar? ¿Mirá lo que es esto? ¡Mirá la cama! Hace tremendo ruido, ¿cómo piensan que voy a dormir en estas condiciones? —Clara estaba asqueada de tener que pasar la noche en aquel sitio.
—Entiendo que esto es nuevo para vos, pero hay que mantener las apariencias así como lo hicimos frente a los policías —le sugirió Guillermo—. Se creyeron toda nuestra historia.
—¿Cómo pueden vivir así?
—Uno se adapta. Y la verdad no está tan mal. Somos como una familia todos acá.
—¿Cuánto tiempo me voy a tener que quedar?
—Capaz hasta que logres convencerlos de que seguís siendo Florencia, y no Clara.
—¿Cómo era ella? Su mamá ya me empezó a mirar raro, ¿cómo es que se llama?
—Cristina. Y... es normal. Para empezar, Florencia no hablaba así. Su voz era más suave, más dulce. No tenía maldad y hasta era algo ingenua.
—Todas lo fuimos alguna vez.
—¿Y qué pasó contigo? Porque ahora parecés alguien más... frívolo.
—La injusticia. La hipocresía de todos los que me rodeaban. La traición. Me dejaron morir como a un perro salvaje sin que nadie supiera dónde estaba —a Clara se le llenaba de odio los ojos al recordar lo que sufrió en su otra vida.
—¡Que horror! Algo sabíamos de tu historia. Pero, ¿quiénes te hicieron eso?
—El maldito de mi esposo, en aquella época. Pero fue influenciado por una demonia que lo utilizó para sacarme del medio. La hija de puta de Ferreira.
—¿Ferreira?
—Sí. Nora Ferreira. Era una bruja. Cuando se enteró que yo tenía un amorío con su esposo utilizó al mío, un hombre violento para encerrarme y dejarme morir de hambre y sed. Ellos dos se encargaron de que nadie me encontrara jamás. Pero la ramera esa no sabía que su esposo me enseñó un secreto para ser inmortal. Ella creía que lo tenía dominado, pero no fue así. Él me enseñó todo lo que ahora sé. Capaz porque creía que algo malo podía pasarme.
—¿Y así fue que dibujaste esa famosa pintura?
—No la dibujé. Me habían retratado de niña, y estaba entre varias baratijas encerrada ahí conmigo. Fue la señal perfecta. Traspasé mi alma a ese retrato usando mi sangre y un ritual semejante al que viste. Así permanecí viva en el cuadro, esperando por el momento en que alguien me encontrara y pudiera traerme de vuelta a la vida. Esperé tantos años y ahora lo conseguí. Ahora estoy de vuelta, y sé que esa infelíz anda cerca. Ella no pudo haber muerto, y yo la voy a encontrar para ajustar cuentas. Eso te lo juro.
***
En el conventillo se respiraba un aire denso después de todo lo que había sucedido. Cristina, la madre de Florencia no estaba tranquila en absoluto al ver a su hija así. Daba vueltas tratando de hallarle una explicación lógica a lo que estaba ocurriendo.
—Cristina, per favore. Calma —le dijo Alicia—. Ven a mangiare un poco, eh.
—No tengo hambre, Alicia. ¡Es que no lo entiendo! ¡¿Qué quiere esa gente con mi hija?!
—Non lo sé. Ma ora saremo più protetti por la polizia.
—La policía no va a poder protegernos. No me deja tranquila eso. ¡Ni siquiera pudieron encontrar a esos bandidos!
Guillermo oyó la conversación y decidió interrumpirlas.
—Disculpen... ya hablé con Flor, está un poco más tranquila.
—¿Qué te dijo? ¿Pudiste hablar algo más con ella? —le preguntó Cristina.
—Todavía está muy conmocionada. Los dos lo estamos.
—No sé. La noto muy extraña, hasta su voz parece otra.
—Tiene que entender que pasó por una situación muy traumática. Pasó por mucho dolor; mucho miedo. Es normal que esté rara un tiempo —le explicó Guillermo lleno de cinismo.
—El bambino tiene razón, Cristina —añadió Alicia—. Devi dargli tempo.
—Sí, le voy a dar el tiempo y el espacio que necesite. Pero no voy a descansar hasta dar con el culpable de todo esto —les advirtió Cristina, sin siquiera imaginar que el verdadero culpable estaba frente a sus ojos, fingiendo una pose de inocente que hasta el mismo Dios se estaba creyendo.
***
Ya entrada la tarde Manuel regresó con Lucía a su hogar, encontrando todo aparentemente normal. Lo único extraño fue la reacción de Lorenzo al verlos llegar.
—Signor! ¿Cómo está?
—Mejor, Moretti. un poco adolorida por la caída pero afortunadamente el médico no le encontró nada —respondió su jefe. Lucía estaba apoyada en sus hombros.
—¿Lo ayudo?
—Está bien. Pero Moretti, ¿usted no debería estar en su casa? Trabaja por la noche.
—É que i bambini estaban mal. Non quería dejarlos solos.
—Quiero verlos —interrumpió Lucía.
—Usted no se siente muy bien, tiene que descansar.
—Insisto Manuel. Solo unos minutos.
Ambos la llevaron por las mismas escaleras donde se cayó la noche anterior, y al entrar vió a los niños quienes la miraron sorprendidos. Nunca la habían visto de aquella manera. Parecían incluso felices de verla otra vez.
—Bueno, quédese con ellos un momento mientras yo me voy a hablar con Moretti —le dijo Manuel—. Lorenzo, acompáñeme a mi oficina.
Cuando salieron Lucía se arrodilló con dificultad frente a los niños.
—¿Cómo están?
—Bien. ¿Vos? ¿Te duele mucho? —preguntó Mateo con una voz más dulce de lo habitual.
—Un poco, pero voy a estar mejor.
Martina permanecía en silencio, analizándola más de la cuenta. Algo no le cerraba, y de inmediato se acercó para tocarla con sus manos. Lo que vió la asustó.
—Su alma se está apagando —advirtió.
—¿Qué? —preguntó Mateo.
—¿A qué te referís, Martina?
—Ya empezó, ella es la próxima víctima —aseguró la niña.
—¿La víctima de quién? No entiendo nada.
—Del demonio —le dijo Mateo.
—Ustedes también lo han visto, ¿no? —ambos asintieron—. ¿Qué es lo que quiere?
—Almas. Tu alma y la de todos nosotros —le aseguró Martina.
Lucía sintió un profundo escalofrío.
—Les dijimos que tenían que irse —respondió Mateo—. Ahora ya es tarde.
—¿De qué hablás? ¿Tarde para qué? —ninguno de los dos se atrevía a responder—. Escúchenme, tienen que confiar en mí, y en Lorenzo. Los dos estamos de su lado, estamos acá para protegerlos y tenemos que permanecer unidos, sin que su padre lo sepa. Yo sé que él está detrás de todo esto.
—Él tiene al demonio de su parte —dijo Martina.
—Y nosotros tenemos a Dios. Con él nada nos va a faltar. Ahora díganme, ¿qué hay que hacer para detenerlos?
***
En la oficina se respiraba un aire denso. El único sonido entre Lorenzo y su jefe era el del whisky que Manuel servía para tomarse un trago. Sabía que algo importante tenía que decirle. Ningún negocio importante se cierra sin un buen whisky.
—Moretti, sé que necesito a alguien de confianza para que nos proteja, pero no hacía falta que te quedes acá tanto tiempo. Mis hijos estarían bien cuidados por los sirvientes.
—Mi scusi, signore. È che tenían miedo por la noche, e non quería dejarlos solos.
—¿Y por qué tenían miedo?
—Pesadillas, y a la oscuridad. Non pudieron dormire dopo quello che era successo a Lucia.
—Se asustan por nada —se quejó mientras tomaba su whisky mirando por la ventana—. Eso es mi culpa por ser un padre no tan presente, los tuve que hacer más firmes.
—Sono ancora piccoli.
—Sí, son chiquitos aún. Pero Lucía no —Manuel dirigió su mirada de nuevo hacia Lorenzo—. Algo me dice que te preocupaste más de la cuenta por ella. ¿Será que te quedaste todo este tiempo para saber de su estado?
—También, signore. È mia responsabilità garantire la vostra seguranza. E mi sento in colpa per quello che gli è successo. Debí estar más attento.
—Está bien, hombre. No te presiones tanto. Son accidentes que a cualquiera le pudo haber pasado —un silencio incómodo se volvió a cernir entre ambos—. Es linda, ¿no cree?
—¿Qué?
—Lucía. Es bonita. Es una mujer preciosa.
—Certamente, signore.
—No te culpo si te gusta, pero no te fijes en ella. No es para vos —le advirtió, prácticamente dándole una orden.
—Non capisco, signore.
—Ella nunca podría fijarse en alguien como vos, Moretti. Sin ofender. No quiero que te confundas. Limítate a hacer tu trabajo, y solo preocuparte de lo necesario. ¿Estamos?
Lorenzo se llenó de rabia por dentro, pero debía contenerse para no levantar más sospechas.
—Sí, signore Ferreira. No se preocupe.
—Te podés retirar. Andá a descansar, hombre.
Lorenzo tenía miedo de dejarlos solos hasta la noche con aquel hombre. Algo le afirmaba que Manuel no tenía buenas intenciones después de lo que le dijo, y de la humillación que le hizo sentir. Pero debía acatar las reglas para poder acercarse y protegerlos del mal que ya no le quedaba duda que allí vivía.
Esa noche le costaría dormir después de lo que vió, de lo que vivió a manos de ese demonio de ojos dorados. Se había enfrentado a tantos horrores en la vida pero ninguno le había estremecido las entrañas como el sentirse presa de una fuerza sobrenatural que no conocía, o apenas lo hacía por las historias de su madre. Estaba tan sumergido en sus recuerdos recientes que no se percató que su madre lo estaba llamando y que estaba rodeado por la gente del conventillo que lo miraba extraño en la mesa donde se encontraban cenando.
—Lorenzo! Figlio! Devi mangiare un poco. La comida se enfría —le dijo observándolo con preocupación.
—Mi scusi, mamma. Non mi sento molto bene.
—Cosa sta succedendo?
—Sono solo così stanco —Lorenzo tenía ganas de irse a dormir las horas que le quedaban—. Vado a dormire un poco. Permiso.
Alicia se quedó preocupada al ver a su hijo así, tan ido en sus pensamientos. Presentía que algo malo había pasado, y no era para menos juzgando por el lugar donde estaba trabajando. Tenía que hablar con él, era su oportunidad para hacerlo desistir de la locura de relacionarse con esa familia que tanto daño le había hecho en el pasado.
—Figlio. Ora che siamo soli, dimmi cos'è successo.
—Nada, mamma. Non preoccuparti per me.
—Ti conosco, Lorenzo Moretti. Cosa è successo la? Qualcosa con Lucia?
—No, ela sta bene —Lorenzo dudaba si contarle lo que había visto, y que sus historias siempre tuvieron razón. No quería preocuparla ni tampoco que le insista en volver.
—¿Entonces?
—Mamma. Tu avevi ragione, il diavolo vive lì in quella casa.
—Oh, signore! Devi salir da lì, figlio mio.
—Lo haré, ma devo andare con Lucía e i bambini. Sono in pericolo.
—Ma tu también, Lorenzo. E se Ferreira venisse a sapere delle tue intenzioni?
—So difendermi, mamma.
—In guerra sí, figlio. Tu sei un buon soldato, ma questa guerra è molto più grande. Stai affrontando il male incarnato! Capisci per favore —Alicia quería hacerlo entrar en razón antes de tener que enfrentarse a un mal mucho más grande del que jamás había contemplado—. Vai ora che hai tempo.
—E vivere il resto della mia vita sentendomi in colpa per quello che succede alle persone innocenti? —Lorenzo no estaba dispuesto a retroceder, no ahora—. No, mamma. Farò il possibile per salvarli. Permiso —Lorenzo le cerró la puerta en la cara a su madre, dejándola con la palabra en la boca.
—Figlio! Figlio! Io voglio salvare te! —le dijo llorando. Y aunque Lorenzo lo entendía, también tenía una decisión tomada. Estaban los dos contra la espada y la pared.|
La trampa que había puesto en marcha Manuel estaba atrapando cada vez a más personas en una telaraña de la que sería difícil escapar.
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