Capítulo 28 - Presas del mal

La noche se estaba haciendo larga en el hospital. Lorenzo intentaba ocultar su impaciencia ante su jefe, pero le era difícil. Allá dentro estaba Lucía sin saber de su estado desde hacía rato.

—¡Cálmese, hombre! Todo va a estar bien —le dijo Manuel algo molesto con él—. Solo fue una caída.

—¿Una caída? Mi scusi, signore, ma ela cayó de varios escalones hacia abajo —Lorenzo se mordió la lengua para no perder el respeto que debía tenerle a ese tipo.

—Sí, yo sé, pero se va a recuperar —aseguró Manuel restándole cierta importancia a la situación—. Estaba muy oscuro y supongo que se resbaló. Esas escaleras no son tan peligrosas como parecen.

Dovremmo aspettare cosa dice il dottore —propuso Lorenzo. Manuel miraba de reojo su reacción.

—Veo que estás muy preocupado por ella.

É que... Devo garantire la sicurezza di tutti nella casa. Estaría así con cualquiera de ustedes —aseguró Lorenzo inventándose una excusa convincente para que su jefe no sospeche que él conocía a Lucía—. Me sinto em culpa.

—¡No, hombre! ¡Cómo dice! Fue algo que ocurrió demasiado rápido. No te sientas culpable, por favor. A cualquiera le podría haber pasado.

Mi scuso igualmente, signore.

—Tranquilo, Moretti. Poniéndote así no vas a solucionar nada. Más bien deberías ir a cuidar a mis hijos que se quedaron solos allá.

Lorenzo no estaba seguro de dejar a Lucía en manos de aquel hombre.

—¿Está seguro, signore?

—Sí, sí. Yo me quedo cuidando a Lucía. Vos no dejes solos a mis hijos, ellos son un poco... miedosos.

Lorenzo no tenía más remedio que acatar las órdenes para no levantar sospechas. Pero todo aquella noche parecía querer poner a prueba su grado de temple para mantener la mentira frente a Manuel. A lo lejos vió llegar a su madre bastante preocupada con Guillermo, Flor y su madre bastante malheridos. Juzgando por la escena y sus caras de preocupación, algo grave había sucedido.

—Moretti, ¿se siente bien?

—Eh... sí, sí, signor. Voy a cuidar de sus hijos. Mi scusi.

Lorenzo huyó rápidamente de la vista de su jefe, encontrando en el camino a su madre quien se veía sorprendida de verlo allí.

Figlio mio! Ero preoccupato per te! Ma cosa ci fai qui?

Mamma. Io sto bene. Lucia ha avuto un incidente.

Un incidente? Ma ela sta bene?

—Sí. Fue una caída. Ela vai estar bene. Ma cosa ci fai aquí?

Flor e Guillermo furono attaccati —confesó Alicia.

Cosa è successo?

—Nos sigue persiguiendo esa gente extraña, Lorenzo. No sé qué quieren de nosotros. A Flor le arrancaron un ojo —aseguró Guillermo con lágrimas de cocodrilo saliendo por sus ojos.

—¿Cómo? Quelli dell'istituto abbandonato?

—¡Sí! Eran ellos. Pude reconocer sus máscaras, eran ellos.

Mio Dio! Hay que detener a estas personas —dijo Lorenzo. Notando rápidamente que su jefe estaba cerca, aunque aún no lo había detectado con su familia. Lorenzo se escondió detrás de su madre bastante asustado.

Figlio, qué cosa successo?

—Mamma, devo andare. Ferreira non deve sapere que estuve con ustedes —le dijo Lorenzo alistándose para irse—. Spiegherò più tardi —Lorenzo se fue como lleva el viento prometiendo a su madre que después le explicaría todo, pero dejándola aún con más dudas así como a los demás que estaban con ella.

Ma, figlio! Figlio! Signore mio! Non capisco niente.

Sin embargo, pronto lo entendió todo cuando vió a lo lejos a Manuel y se quedó sin reacción. Aquel hombre no le daba buena espina, y tampoco le traía buenos recuerdos. Veía a través de sus ojos la malicia de su madre como si aún siguiera viva atormentando sus recuerdos.

Manuel apenas había notado su presencia. Estaba más preocupado por el estado de Lucía y del médico que finalmente tenía noticias para él.

—¡Doctor! ¿Cómo sigue Lucía?

—Tiene algunas fisuras producto de la caída. Pero nada grave. Aún así sus ojos no parecen responder a los estímulos, a pesar de estar en perfectas condiciones.

—Que raro. Ella es una mujer muy saludable por lo que he visto.

—Ninguno de sus análisis arroja alguna patología. De todos modos vamos a tener que examinarla un poco más —aseguró el médico.

—Por supuesto. Haga todos los análisis que requiera. Por cierto, ¿puedo verla?

—Sí. Le haría bien estar acompañada.

Manuel entró y pudo ver a Lucía. Se veía confundida y muy débil, tal y como la quería. Aquella situación era un dejavú para él.

—Lucía, ¿cómo se siente? —le preguntó tomándole la mano.

—Rara... no sé qué me pasa, Manuel. No veo bien, me siento débil, y nadie me da una respuesta —le confesó con lágrimas en los ojos.

—Tranquila. Los médicos la van a examinar mejor hasta dar con un resultado. Tenga en cuenta que esto lleva su tiempo también.

—¿Cómo están los niños?

—Deben estar durmiendo. Mandé a Lorenzo para que se quede cuidándolos por las dudas. Ahora no se preocupe por eso, nosotros nos estamos encargando de todo.

Lucía lejos de sentir seguridad con aquellas palabras, temía tanto por Lorenzo como por los niños. Tenía un extraño presentimiento, y solo rogaba porque estuvieran bien.



***

Lorenzo llegó corriendo a la casa como alma que lleva al diablo. Todo estaba tan silencioso de un modo que le resultaba peligroso, pues el enemigo se podía esconder entre el silencio y la oscuridad a la perfección sin siquiera ser detectado.

Sus sospechas de que algo podría estar mal pronto se confirmaron al oír el llanto de los niños arriba. Corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a su habitación, pero la puerta estaba trancada. Detrás de él había un pasillo en una oscuridad absoluta que oprimía hasta al más valiente. Lorenzo se sentía observado. Un escalofrío horrendo recorría su piel cada vez que miraba hacia atrás y no veía nada. Su instinto de supervivencia le estaba diciendo que algo andaba mal, y efectivamente lo estaba. No tardó en darse cuenta que entre las sombras estaba ese demonio de ojos dorados observándolo al final del corredor.

¡Psss! ¡Psss! —sintió una vez más—. Tu zorra va a ser mía en el infierno. Ya puedo saborearla. Y esos niños también son míos, son mis hijos y no podrás hacer nada para impedir que los reclame.

Lorenzo golpeó con fuerza la puerta intentando abrirla pero era inútil. El demonio comenzaba a correr hacia él.

Bambini! ¡Déjenme entrar!

Del otro lado de la puerta Mateo resistía cualquier intento de que Lorenzo pudiera entrar. Pero a pesar del miedo Martina le gritó que lo dejara pasar.

—¡Él puede ser uno de ellos! —afirmó Mateo convencido de que Lorenzo no era de fiar.

—¡El demonio viene por él! Dejalo entrar —insistió Martina asustada.

Mateo accedió al pedido de su hermana y con su mente fue capaz de mover la silla que mantenía trancada la puerta. Lorenzo entró a toda velocidad y se encerró junto a ellos. El demonio no pudo entrar ni hacerles daño aunque sabían que seguía allí, rondando los pasillos oscuros para devorarlos en el miedo a la primera oportunidad.

—¿Están bene? —preguntó Lorenzo arrodillándose frente a ellos—. voi ragazzi l'avete visto, verdad?

—¿Qué dice? —preguntó Mateo. No entendía lo que hablaba.

—Yo le entiendo —afirmó Martina—. Sí lo vimos, era el demonio.

Diavolo? —Martina asintió con la cabeza—. E cosa vuole? ... ¿Qué quiere?

—A todos nosotros.

—Martina, basta. No digas más —interrumpió Mateo.

—Él es bueno. El diablo solo quiere a personas buenas, y en alguien tenemos que confiar, ya es hora, Mateo.

—Acá no podemos confiar en nadie, ni en nuestra propia sombra, hermana.

—En mí sí. Y en la signorina Lucía —afirmó Lorenzo—. Siamo aqui per proteggerti, a ti y a tu hermana.

—No pueden hacer nada por nosotros. Ustedes también son víctimas —afirmó Mateo.

—¿Víctimas de qué?

—El demonio también los quiere a ustedes. Si están contra él, nada lo va a detener.

—Juntos podemos —dijo Lorenzo—. Dobbiamo affrontarlo juntos.



***

El hospital pronto se llenó de policías que buscaban respuestas ante lo sucedido, y el primero en declarar debía ser Guillermo, a quien se llevaron a una sala preparada para que estén solo él y el oficial a solas. El lugar estaba apartado en la primera planta, era oscuro y húmedo, y a ambos solo los separaba una mesa en la que pondrían todas las cartas a jugar.

—Guillermo Sandoval... necesito que me cuente qué ocurrió esta vez —le pidió el oficial.

—Todo pasó muy rápido. Me atacaron por detrás y cuando desperté, Florencia ya no estaba conmigo —comenzó diciendo el muchacho—. Estábamos en el orfanato abandonado.

—¿El Estrella del Norte?

—Sí, ese mismo. Estaba todo muy oscuro.

—¿Y qué hacían de nuevo ahí?

—Queríamos encontrar respuestas, oficial. Sabemos que Santiago está vivo y queríamos encontrar alguna pista en el lugar donde desapareció.

—¿Cómo saben que no está muerto?

—Nunca apareció el cuerpo, y por las leyendas que hemos sentido, sabemos que en ese sitio hay actividad extraña. Capaz podíamos encontrarlo.

—Pero, ¿por qué fueron ustedes dos solos? ¿Por qué no vinieron con nosotros?

—Me va a disculpar, oficial. Pero cuando buscamos su ayuda no hicieron nada. Para ustedes nosotros no existimos, ¿o me equivoco? —Guillermo estaba logrando enredar una vez más a otra víctima con sus mentiras. El oficial no supo qué responder—. Si no lo buscábamos nosotros, nadie más lo iba a hacer.

—¿Y qué pasó después? ¿Cómo encontraste a tu amiga?

—Como le decía, estaba todo muy oscuro. Pero después de buscar y buscar, pude oír unos gritos. Los seguí y presencié algo horrible. La estaban torturando una manga de psicópatas con unos disfraces raros.

—¿Qué disfraces?

—Tenían máscaras y una capa roja, estaban todos en círculos. Parecía un ritual satánico o algo así. Eran las mismas personas que nos habían atacado la primera vez. Las mismas que mataron a nuestro amigo Lucas.

—¿Y cómo tu amiga se libró de ellos?

—Yo no podía contra todos, les pude distraer disparándoles a algunos, y eso le dio tiempo a Florencia de escapar. Después corrimos tan rápido como pudimos, estábamos desorientados, a Flor le habían arrancado un ojo, fue terrible —Guillermo hacía un esfuerzo por llorar para sonar más convincente. Pero aquel muchacho prácticamente no tenía alma.

—¿Qué hacía un menor de edad portando un arma? ¡¿Estás loco?! ¡Podrías haberte puesto en peligro, o a tu amiga!

—Sé que fui imprudente, pero le repito que la gente como yo estamos solos en esta vida, y tenemos que saber cómo defendernos. No me juzgue, que por eso fue que logramos escapar una vez más.

—¿Sabés qué creo? Que son muchas casualidades —le dijo el oficial acercándose a él. Había algo que no le cerraba de su versión—. Parece que les pasó exactamente lo mismo que la otra vez, y siempre salís bien librado de todo.

—¿Qué está insinuando, oficial?

—Eso, que son muchas casualidades. Tenés mucha suerte.

—No me importa lo que usted piense. Total de ustedes no espero nada. Vaya y pregúntele a Flor que fue la más afectada en todo esto, a ver qué le dice.

—Lo voy a hacer, no te preocupes. Con permiso.

A pesar de las sospechas del oficial, Guillermo se sentía muy seguro de salir bien librado una vez más de sus constantes trampas. Y no era para menos. Tenía a una nueva aliada que lo ayudaría a evadir cualquier sospecha que se pudiera posar en su contra. Clara testificó a su favor, coincidiendo su versión de los hechos con la mentira que él se había montado para las autoridades, y tanto él como Simón estaban fuera de peligro

—¿Y? ¿Cómo le fue con Florencia? —preguntó Guillermo al verlo salir de la habitación donde estaba internada.

—Hay un enemigo aparentemente invisible detrás de ustedes. Ella no lo pudo reconocer —aseguró el oficial de mal modo. Odiaba admitir que Guillermo tenía razón—. Voy a seguir de cerca el caso.

—Necesitamos custodia, oficial —propuso la madre de Florencia bastante angustiada—. No sabemos cuándo esa gente vuelva a atacar.

—Voy a enviar a algunos de mis hombres. Y ustedes no se metan en más problemas —le advirtió a Guillermo—. Con permiso.

El muchacho una vez más se había salido con las suyas, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro al ver que su plan de engañar incluso a las autoridades había funcionado. Estaba fuera del radar y con el camino libre para seguir impune.

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