Capítulo 23 - Un grave error
Lucía intentaba enseñarle las palabras correctas a Mateo, pero siquiera ella sabía cuáles eran las necesarias para llegar a él y ganarse su confianza. El niño apenas la miraba. Ninguno de los dos parecían querer saber nada de ella. Sin embargo, aquella actitud tan distante no la alejaba de querer cuidarlos a toda costa.
—Mateo, quiero que me respondas con la verdad. ¿Vos me odiás? —preguntó ella sin filtro.
El niño se quedó en silencio mirando a un punto fijo, y luego negó con la cabeza.
—No sé qué les habrá pasado, pero yo no soy su enemiga ni quiero hacerles daño. Simplemente quiero ayudarlos —insistió Lucía—. Y estoy segura de que ustedes han visto las mismas cosas que yo. Acá no están seguros, y quiero poder hacer algo pero para eso tienen que confiar en mí.
Mateo se quedó en silencio mirando a su hoja mientras jugaba con una de sus puntas. Estaba pensativo, tal vez decidiendo qué responder.
—No puede ayudarnos. Él no lo va a dejar.
—¿Él quién? ¿Tu papá?
—Usted puede ser tan víctima como nosotros, o estar de su lado —afirmó él.
—Yo no estoy con tu padre. Si estoy acá es por ustedes. Porque sé que hay algo que no está bien, porque percibo el miedo en sus ojos —Mateo ya no quería responder más—. ¿Dónde está su madre? ¿Era la mujer de los dibujos de Martina?
Cuando Lucía estaba a punto de ganarse la confianza de Mateo sintió un ruido medio cerca. Era Manuel saliendo a las risas de su oficina junto a su socio. Tenían que actuar como si nada pasara.
—¡Buenas tardes! —los saludó a lo lejos Simón—. ¿Cómo anda el campeón de la casa, eh?
—Ahí anda, haciendo los deberes —respondió Manuel con una sonrisa amable.
—Ah, muy bien. Y veo que está muy bien acompañado... Señorita, que bueno volver a verla —le dijo Simón sacándose el sombrero frente a ella.
—¿Cómo le va, don Simón? —Lucía permanecía seria aunque intentara disimularlo.
—Ya me estaba despidiendo. Pero me encantaría volver a visitarlos pronto y que no sea cuestión de negocios.
—¡Pero por supuesto, Simón! Estás más que invitado —le aseguró Manuel con una sonrisa de oreja a oreja—. Es más, podríamos hacer una cena y todo.
—Me encantaría. Bueno, quedamos así entonces. ¡Que tengan un buen día, eh!
Llegar a la verdad se le haría más difícil de lo que temía. Lucía y con seguridad los niños también se sentían vigilados constantemente. Si no era su padre, eran aquellos sirvientes extraños que actuaban como personas lobotomizadas muchas veces al punto de quedar como unos autómatas sin alma. Pero el tiempo era su mejor aliado, pues disponía del suficiente para averiguar con mayor detalle lo que estaba pasando, o al menos eso creía.
***
Sin embargo, en la pensión el tiempo apremiaba. Lorenzo y su madre se mostraban inconformes con la decisión de Lucía. Sabían que en casa de los Ferreira ocurrían cosas extrañas y temían que fuera víctima de su maldición.
—Ho già deciso, mamma. Devo andare in quella casa —dijo Lorenzo después de dar vueltas de un lado al otro de la cocina.
—Sei loco?! Per cosa stai andando lì? —Alicia alzó el grito en el cielo, no quería por nada del mundo que su hijo fuera a esa casa.
—Lucía puede essere in pericolo, mamma. Mi hai detto cosa hai vissuto con quella famiglia —Lorenzo recordaba lo que su madre había vivido con esa familia, en particular con la despiadada madre de Manuel hacía años ya.
—Non voglio che succeda anche a ti! —Alicia comenzó a lagrimear al ver la locura que su hijo pretendía hacer—. Non mi perdonerei se ti succedesse qualcosa.
Lorenzo se acercó a su madre para contenerla. Entendía el sufrimiento que le causaba que su hijo nuevamente se fuera a una guerra en la que no sabía a qué enemigo se podía enfrentar esta vez. Pero a pesar de saberlo todo, de saber cuánto su madre había sufrido a manos de las injusticias de aquella familia, él tenía la obligación moral de ir e intentar protegerlos del mal que se cernía sobre esos muros.
—Non lamentarti, mamma. Tornerò ogni giorno —Lorenzo le prometía a su madre que regresaría todos los días, por lo que no debía preocuparse—. Devo fare questo. Non preoccuparti, mamma, che io sei difendermi.
—Non hai idea di cosa hai a che fare —le advirtió su madre, convencida de que Lorenzo no tenía noción de a quién se iba a enfrentar—. È il diavolo in persona che regna in quella casa.
—Ho affrontato demoni peggiori, mamma. Non temo il diávolo.
Lorenzo era terco como una mula y no estaba dispuesto a cambiar de parecer. Pero aún así era consciente de lo que su madre había sufrido a manos de esa familia y la injusticia que había vivido años atrás, por lo que también era una venganza personal que quería tomar en sus propias manos. Mismas manos que intentaban contener a su madre profundamente angustiada y muerta de miedo con la decisión que acababa de tomar, pero así como Lucía debía hacerlo por los niños, él debía hacerlo por ella y por su madre, o ya no volvería a dormir tranquilo jamás si algo les pasara.
El fuerte abrazo entre madre e hijo fue interrumpido por unos gritos que se escuchaban desde arriba, lo cual les llamó la atención. Era la madre de Florencia.
—¡¿Cómo vas a tener esta porquería escondida bajo tus sábanas?! ¡¿Desde cuándo te enseñamos a jugar con estas cosas a vos?! —se sentía a lo lejos el rezongo.
—Cosa sta succedendo? —preguntó Alicia erizada por los gritos que se sentían claros como el agua.
—Non lo so, mamma. Andiamo.
Lorenzo y su madre subieron rápido las escaleras, y cuando entraron vieron a Florencia llorando y a sus padres reprendiéndola con severidad.
—Cosa sta succedendo qui?! —preguntó Alicia.
—Que mi hija anda jugando con cosas prohibidas, mire esta porquería, se la encontré bajo las sábanas —dijo la madre mostrándole la tabla ouija.
Alicia se espantó, su piel se erizó al instante.
—Mio Dio! Questa cosa é del diavolo! Che cosa stai facendo a casa mia?!
—Anda queriendo contactar demonios con esta basura. ¡Desde cuándo la criamos con esos valores! ¡Esto va contra nuestras creencias cristianas!
—No quería contactar a ningún demonio, fue a Lucas, yo lo sentí —exclamó Florencia arrodillada en el suelo, llorando sin cesar.
—¡Lucas está muerto, Florencia! ¡Muerto! Entendelo de una vez. El diablo sabe de eso y te endulza el oído —le dijo su padre también furioso por lo que había encontrado—. Hay que quemar esto y santiguar la pensión. No podemos permitirle la entrada al demonio.
—Penso lo mismo —agregó Alicia.
—¡No! ¡No se lo lleven, por favor! Les voy a probar que es Lucas —Florencia estaba desesperada.
—¡No más, Florencia! Razón tenía Guillermo de advertirme. Te vas a quedar castigada un buen tiempo hasta que recapacites —sentenció su padre antes de irse con los demás y dejarla encerrada.
A lo lejos Guillermo contemplaba la escena muriéndose de la risa. Su plan había funcionado, y estaba a punto de matar a dos pájaros de un tiro. Al fin se iba a deshacer de Lucas para siempre, y Florencia iba a ser suya aprovechándose de su dolor. La maldad de aquel chico una vez más había triunfado.
***
A la noche llegó un cura a la pensión para exorcizarla de cualquier ente que estuviera rondando sus muros. Todos estaban pendientes y asustados de que su presencia no fuera suficiente para acabar con lo que sea que estuviera merodeando por la pensión. Querían que el mal se fuera, excepto Florencia, quien estaba convencida de que esa sombra que vagaba por las noches se trataba del espíritu de Lucas. No se resignaba a pensar lo que los demás le decían. Tal vez por miedo de perderlo una vez más, y de forma definitiva.
Pero por más que gritara y se cayera de rodillas al piso pidiendo que la escucharan, nadie lo hacía. El ritual para deshacerse de Lucas se estaba llevando a cabo aún contra su voluntad. Guillermo, escondido entre la multitud se regocijaba al verla sufrir. Por fin le había ganado a su mayor enemigo, a aquel que tanta envidia le tenía. Por fin se estaba librando de él antes que alguien siquiera pudiera saber la verdad de su muerte.
Por todo el lugar se sentía un aroma a flores que se propagaba por una humareda suave proveniente del incienso que se había prendido en la habitación de Flor. El cura sentía un clima frío, más de lo normal al entrar a ese rincón. Sabía que allí había una presencia. Por lo que acompañado de su mejor arma, comenzó a recitar unos pasajes de la Biblia. De inmediato el espíritu se manifestó con furia, tirando todo a su paso. La paredes se habían convertido en la morada de las sombras, la única vía de contacto hacia el mundo espiritual en el que ese ente hallaba refugio. La sombra de Lucas se escabullía como una ráfaga dando vueltas de un punto a otro del cuarto y tirando todo a su paso. Su furia era implacable, pues se lograba sentir el eco de lo que parecía ser un alma lamentándose ante lo que estaba ocurriendo.
El cura rápidamente procedió a echar agua bendita por toda la habitación, aunque le fuera difícil seguirle el paso a aquella sombra escurridiza que percibía enfurecida, arrasando con todo a su paso, incluso con el propio cura a quien arrastró fuera de la habitación en cuanto el agua bendita finalmente cayó sobre ella. El cura fue arrastrado unos metros fuera de la habitación, siendo ésta cerrada de golpe por un portazo en el que solo se alcanzaba a ver a aquella sombra negra yendo y viniendo de un lado a otro, gritando y generando un caos en el cuarto de Florencia, hasta que al final el silencio fue absoluto. Fue allí que el cura entró otra vez y solo se encontró con un desorden inmenso, pero con un ambiente que ya no era frío, sino cálido, con una brisa tranquila que entraba desde la ventana. El lugar ya no era pesado, ya no sentía la presencia de aquel espíritu, y se respiraba paz en medio del caos.
—El espíritu finalmente se fue. Dejó nuestro plano y ahora descansa en paz, muy lejos de acá —les avisó el cura al bajar las escaleras.
Una sensación de alivio se dibujó en el rostro de todos los presentes, menos en el de Florencia, quien se lamentaba de lo que había ocurrido.
—¡No saben lo que hicieron! ¡Él era Lucas! Y si se quedó fue porque tenía algo muy importante que decirme —argumentó ella con lágrimas en los ojos—. ¡Ustedes están ciegos!
—¡Ya basta, Florencia! Esa presencia te atormentaba, ni siquiera podías dormir en tu cuarto por las noches —dijo su madre. Estaba cansada de su terquedad—. Es mejor así.
—Todos ustedes viven engañados, y se cagan en el sufrimiento de otros. Algún día se van a dar cuenta que el verdadero demonio vive entre nosotros —advirtió ella mirando con odio a Guillermo. Ya no tenía más fuerzas para discutir, por lo que subió corriendo las escaleras hacia la terraza.
Guillermo la siguió. Temía lo peor. Sentía que Flor había tocado fondo, y allí estaba, mirando al cielo mientras lloraba sentada con los pies suspendidos al vacío.
—Flor...
—Dejame tranquila —dijo ella secándose las lágrimas.
—Nosotros no somos tus enemigos, ojalá algún día puedas entender eso —Guillermo seguía acercándose sigiloso hacia ella.
—Estás contento, ¿no? Al fin Lucas se fue.
—No estoy contento viéndote así —Guillermo mentía. Amaba ver que su plan había funcionado; que al fin se había librado de Lucas y tenía a Flor tan vulnerable como la quería—. Nunca sabremos si ese era Lucas o no, pero lo que sí sabemos es que te hizo mucho mal, y no ayudó en nada en tu proceso de duelo.
—Vos lo mataste —sentenció ella con rabia en su voz.
—¿Qué?
—¡Vos lo mataste! ¡Y dos veces! —Florencia se levantó de donde estaba y fue corriendo hacia él para pegarle con todas sus fuerzas—. No querías que supiera más de la verdad que escondés, ¿no es así?
—Estás mal, Flor. ¡¿Qué más pruebas querés de que lo que te digo yo, lo que te decimos todos es verdad?! —Guillermo estaba perdiendo la paciencia con ella—. Entiendo que estés mal, pero todos la estamos pasando mal. ¡No sos la única, eh! Y ya no voy a permitir que me sigas acusando de algo tan grave. ¡No es justo!
Florencia quedó pensativa. Otra vez no sabía qué creer; qué decir, o qué pensar.
—Entonces, ¿por qué te acusó? ¿Quién fue el que le hizo eso?
—Ya te expliqué yo, te explicó Alicia y todo el mundo. El demonio intenta confundirte, se aprovecha de tu vulnerabilidad para desestabilizarte —y eso es justamente lo que Guillermo estaba haciendo: mintiéndole en la cara sin el menor remordimiento—. Fuimos varios que arriesgamos la vida por vos. El cura saltó por los aires intentando sacarlo de tu cuarto, y de pedo no cayó mal, porque pudo haber muerto. ¡Date cuenta de una vez, Flor! Acá todos estamos para vos, pero necesitamos que hagas el esfuerzo de salir de ese pozo donde estás. ¡Por favor!
Las palabras de Guillermo eran convincentes. Una vez más la había enredado en sus mentiras y ya nadie podía detener la maldad que en aquel chico habitaba.
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