Capítulo 7

Todos recogen sus escasas pertenencias antes de bajar las escaleras en orden, hasta llegar a la puerta del edificio. Recuerdos confusos, de aquel sueño de antes de la Reunión Ceremonial, vuelven a Maximus en cuanto sus ojos se clavan en la puerta de cristal enmarcada con madera, con detalles arbóreos. El señor Fletcher se coloca delante de la puerta, sacándolo de sus ensoñaciones. Abre la puerta permitiendo que el frío aire de Magna penetre en el edificio. El viento con olor a mar azota fuertemente su uniforme y el de sus compañeros.

—Ahí os esperan vuestros mentores. Que el dios Kilyan os guíe en vuestra efímera vida. Hasta siempre.

Dicho esto, se hace a un lado y deja partir a los muchachos hacia su nuevo destino. Maximus avanza unos pasos hasta llegar al exterior. Respira el aire salado de la ciudad, es extraño, es como si ya hubiera experimentado esa sensación antes. El mundo de ahí afuera no se diferencia demasiado al de dentro: sigue siendo gris y vacío; sin vida. Las vías están mal pavimentadas, hay grietas grandes, profundos agujeros y baches. No hay otros edificios cerca, incluso se vislumbra el mar a unos metros.

El exterior decepciona al joven, pero no lo siente como si fuera la primera vez. Es como si ya lo hubiese vivido. Se esperaba algo más de esa parte desconocida de su mundo. Con esos pensamientos rondándole la cabeza, continúa avanzando hasta que ve a un hombre alto, de cabellos de fuego y rostro encendido, que sostiene un cartel que reza: Maximus Brook. Así que supone que él es su mentor, por lo que se aproxima a él.

—Hola, Bola de Sebo ¿Tú eres Maximus? —le suelta.

El joven lo mira fijamente a sus ojos gélidos, mientras nota como comienza a ruborizarse.

—H-ho-hola, s-sí, soy yo —tartamudea.

No sabe si le agrada demasiado que ese hombre que le acaba de faltar al respeto nada más conocerse, tenga que ser su mentor.

—¿Qué le pasa a tu lengua, Bolita? —se ríe dándole un golpe en la espalda—. Lo de Maximus será por tus dimensiones, ¿no?

Su fétido aliento penetra en su nariz, provocándole ganas de vomitar.

¿Tendré que convivir con este hombre durante cuatro años? Piensa Maximus.

—Espero que no comas como indican tus dimensiones porque si no nos quedaremos sin cultivo.

Maximus lo observa ofendido durante un segundo, mientras el hombre vuelve a reírse como si hubiera hecho el chiste más gracioso del mundo. Finalmente se calma y echa a andar sin ninguna palabra más, así que Maximus lo sigue sin réplica alguna.

—Bolita, soy Nequiel Waëll y por si no te has dado cuenta seré tú mentor.

Atraviesan la calle sin ninguna palabra más, se alejan de los demás antes de que el pelirrojo se detenga en seco para esconderse detrás de las ruinas de un viejo edificio que queda fuera de la vista de cualquier curioso.

—Bien, Sebito, ahora te voy a enseñar una cosa que, si la cuentas, nos traerá muchísimos problemas pero que si mantienes esa boca por la que solo ha de entrar comida, cerrada, nos traerá muchos beneficios. Así que mantén el pico cerrado.

Ese hombre no hace más que sorprender al joven, incluso le da un poco de miedo, le parece un loco. Pero, traga saliva y asiente vacilante. Nequiel pasa su mano por su rostro, luego por el de Maximus, emitiendo brillantes destellos plateados. Nunca ha visto nada semejante. De pronto, su entorno se desvanece y es sustituido por un nuevo emplazamiento.

Maximus lo observa con curiosidad. Es como uno de los mini-campos de cultivos que poseían en el Edificio de Educación, pero en una gran extensión. Hay todo tipo de árboles y vegetales. A lo lejos, se puede vislumbrar una arquería que precede al claustro de una casa de una única planta en forma de ele. La fachada es blanca, con unas tejas rojizas que llaman la atención, combinado con el color de los marcos de las puertas y ventanas.

—¿Cómo ha hecho eso, señor Waëll? ¿Dónde estamos?

Él le dedica una sonrisa algo desdentada. Maximus puede percibir un cierto brillo especial en sus ojos gélidos cuando contesta:

—Se llama magia y debe ser un secreto —se gira y comienza a andar hacia la casa—. Vamos, este será tu nuevo hogar.

Maximus lo sigue con el ceño fruncido intentando averiguar todo lo que esconde ese concepto, sin saber que ahí comienza su gran historia, su eterna aventura.

Cuando entran en la casa el polvo acumulado en las superficies vuela hasta hacerle cosquillas en la nariz, provocándole inmediatamente varios estornudos. Todo está muy descuidado. No se parece en nada al olor a desinfectante al que está acostumbrado. Su mentor avanza hasta una pequeña chimenea para encender el fuego que pronto hace que toda la casa se caldee.

—Siéntate —le indica autoritario.

El joven mira a su alrededor. Encuentra una silla de madera algo coja, así que acata las órdenes y se sienta. El asiento emite un quejido y se tambalea, pero pronto recupera la estabilidad. Nequiel se apoya en la chimenea mientras observa al muchacho cuidadosamente, ingiriendo un líquido de color amarillento que andaba buscando con ahínco entre los armarios de la cocina.

—¿Sabes qué viene ahora? —pregunta después de dar otro trago.

Ahora su voz suena como más áspera y carrasposa, como si esa sustancia arrasara sus cuerdas vocales. Maximus asiente. No deja de observar ese brebaje.

¿Será lo que le da esa magia tan poderosa como peligrosa?

—Entonces te informo de que empiezas equivocándote. Conmigo no funciona así.

Al escuchar esto su cuerpo reacciona y se tensa. La silla cruje fundiéndose el sonido con el crepitar del fuego. Se yergue en su asiento, alzando un poco la mano. Trata de pedir explicaciones, de razonar algo que ha aprendido por sí mismo y que cree que es peligroso en el mundo en el que viven.

—Pero, señor Waëll, yo...

Su mentor lo fulmina con la mirada antes de que pueda terminar la frase. Bebe con más ansia que antes. Parece que nunca se acaba el contenido de ese vaso. Pero lo hace, y cuando lo termina respira hondo, sin dejar de mirar a su pupilo.

—Déjate de formalidades, Sebito. Aquí las cosas se hacen a mi manera y me importa una mierda lo que tú creas saber.

Se gira, tirando el vaso vacío dentro de la chimenea. El fuego lo acoge en su seno. El cristal salta por los aires. Los vidrios arden, las llamas lo devoran. Jamás había visto tanta destrucción junta. Nequiel se aleja y desaparece por una puerta, dejándolo solo en la oscuridad de su morada. Un lugar tan desconocido para él como el resto del mundo.

Nunca ha sentido el miedo como una sensación propia y cercana. Nunca ha sentido el miedo. Ellos no sienten, son fríos, incorpóreos e inmateriales. Solo aprenden, solo trabajan. Y ahora lo siente. Ahí en la oscuridad. Tiene miedo, está asustado. Sin embargo, es como si ya hubiera percibido antes ese sentimiento. Imágenes difusas alcanzan su mente. Frío. Lluvia. Calor. Puente. Oscuridad. Desconocidos.

—Sebo, tu habitación ya está dispuesta. Ven. Debes descansar, mañana será un día duro. Y no sabes cuánto.

Se ríe, consiguiendo que su risa atraviese los pensamientos del joven. Como sus palabras, que se clavan en lo más profundo de su cerebro. Lo sigue a través de las distintas estancias de la casa carente de pasillo hasta llegar a una pequeña sala llena de trastos, con una diminuta cama de paja cubierta con algunas mantas de cuadros en un lateral, junto a una ventana de sucios cristales.

—Venga, a dormir, que tengo muchas cosas que contarte mañana.

Lo empuja hacia dentro, cierra la puerta. Maximus escucha sus pasos cada vez más lejanos. Se acerca a la cama, mira por la ventana por la que penetra la plateada luz de la luna. Desde ahí se ve todo el campo de cultivo.

¿Qué será de mí?

Este sitio está empezando a levantar muchas nuevas emociones en Maximus. Todas desconocidas y sin nombre. Lo único que sabe es que necesita saber más.

Ese sueño lo ha alcanzado otra vez. Lo ha asaltado con una fuerza feroz. Pero hay algo que no cuadra. Grita cuando siente frío y sus ropas mojadas. Tose porque se ahoga cuando algo líquido y frío penetra en su nariz, viajando sin ningún impedimento hasta sus pulmones. Entonces se despierta sobresaltado, mirando a todos lados sin ver nada. Una risa atroz le martillea la cabeza. Por el rabillo del ojo ve un cabello encendido. Su mentor.

—¿Por qué has hecho eso?

Lo coge del brazo y estira de él hasta que se levanta.

—Te hacía falta una duchita y así estarás más espabilado. Venga, no te quejes y andando.

Desaparece tras la puerta. Maximus opta por seguirlo. Y así llega hasta la cocina. Se sienta en la misma silla que anoche y su mentor se sienta enfrente. En la mesa hay comida que ignoraba que existía, lo único que conoce es la leche. Es lo que desayunaban en el Edificio de Educación. Hay unos cuadrados con aceite encima, fruta, círculos de color marrón y círculos de colores.

—¿Puedo comer de todo? —pregunta.

Nequiel lo mira riéndose. Da un trago a su vaso de líquido amarillento que parece acompañarle a todas partes. Apura el contenido, después lo deja en la mesa con un fuerte golpe y suspira.

—No deberías —contesta—, pero adelante.

El muchacho asiente. Decide ponerse un vaso de leche, coge uno de esos cuadrados y esos círculos. Quiere probarlo todo.

—¿Cómo se llama esto? —inquiere.

El mentor señala los alimentos mientras va poniéndoles nombre.

—Esto se llama tostada. Esto galletas. Y ya no hay más.

Dicho esto, empiezan a comer. Nequiel come galletas y bebe lo que sea que esté bebiendo.

—¿Qué es eso?

El pelirrojo observa a su pupilo antes de mirar su vaso, y volver a clavar la vista en los ojos de Maximus.

—Alcohol. No te lo recomiendo.

El muchacho alza las cejas y asiente sin darle más importancia. A partir de ahora, para él todo es nuevo. Todo está por descubrir. Sigue masticando, acordándose de las dudas que le asaltaron por la noche en la cabeza.

—¿Y qué es eso de magia?

Nequiel resopla exasperado pasándose una mano por la cara.

—Oye, a ti no te han dicho todo eso de que no se debe pensar por uno solo y todo eso, ¿verdad?

Maximus frunce el ceño. Con cada palabra que dice se siente más confuso.

—¿Perdona?

—Estás perdonado, Sebito. Ya veo que eres un total ignorante de nuestra historia y eso va a ser muy malo para ti. Algún día, te lo contaré todo, pero ahora no.

El joven termina de masticar la tostada, mientras solo se escucha sus dientes mascar pan. Quiere saber, pero no le dejan saber. Supone que siempre ha sido así y que algún día sabrá tanto que también podrá ser importante como ellos. Tanto que será peligroso.

—Sacaste buena nota en estrategia militar, ¿verdad?

Asiente orgulloso como respuesta. Aunque en preparación militar sacase un cinco muy raspado, en estrategia logró obtener un diez y eso es muy difícil. Si hubiera aumentado su calificación en preparación hubiera podido ser Invisible.

—Genial. Este año he escogido bien.

—¿Has tenido otros aprendices?

Suelta una sonora carcajada mientras asiente con pesadumbre.

—Sí. Toda una panda de inútiles que no servían para nada más que labrar la tierra y recoger lo que sembraban. Espero que este año eso cambie.

Su mirada se posa en la de Maximus con un brillo de interés que consigue perturbarle más. Como respuesta, el muchacho frunce el ceño de nuevo, aún más confundido.

—¿No se trata de eso ser Agricultor? —pregunta.

—Sí, claro... —contesta.

Sus gélidos ojos que le ocultan algo. Le atraviesan el alma, como si le despojasen de los secretos más profundos que no sabe ni que posee.

—Uno, dos, tres. ¡Y otra vez! Uno, dos, tres. ¡Y vamos otra! —Nequiel le grita mientras corre.

En medio del maizal hace correr a Maximus de un lado a otro a distintas velocidades combinando el trote con la pata coja en distintos intervalos. No sabía que la preparación de un Agricultor fuera tan difícil ni tan dura. Llevan toda la mañana así y en Maximus ya empieza a hacer mella el cansancio. Necesita descansar. Se detiene a medio camino, exhausto. Apoya las manos en sus rodillas mientras intenta recuperar el aliento, resollando sin cesar.

—¡Vamos, Sebito! ¡Diez más! —exclama su mentor.

Alza la mirada alarmado, para ver cómo el pelirrojo se echa a reír.

—Venga no te quejes, no estoy siendo demasiado duro por ser el primer día.

Cuando se recupera un poco más y tiene fuerzas para incorporarse, se acerca hasta él aún jadeante.

¿De verdad que voy a tener que hacer esto todos los días? ¿De verdad que puede ser más duro?

—¿Para qué tengo que hacer todo esto? Pensaba que los Invisibles eran los únicos que se preparaban físicamente.

Nequiel lo evalúa con la mirada y se gira para echar a andar hacia la casa. Maximus permanece observando cómo se aleja. No sabe si seguirlo o no.

—Sebo, Sebo, Sebo..., se avecinan tiempos difíciles y hay que estar preparado. Además, tendrás que correr para espantar pájaros ¿no? —dice riéndose otra vez.

Frunce el ceño. Finalmente se decanta por seguirlo. Está seguro de que todo esto tiene algo que ver con lo de anoche y con lo de esta mañana; con la magia.

—¿Cómo?

No se detiene, ni siquiera se gira para mirarlo. Sigue avanzando impasible hacia la casa.

—Hice bien en elegirte, sí. Eres demasiado curioso para encajar con otros.

El muchacho alza una vez más las cejas. No entiende nada de lo que ese hombre trata de decirle.

—¿Qué?

Deja escapar otra de sus carcajadas que consiguen martillearle la cabeza. Se le antoja insoportable.

Y pensar que debo estar cuatro años a su lado...

—No sabes nada, chico..., pues ya habrá tiempo —sentencia.

Maximus aparta algunas espigas más que le entorpecen el camino. Aunque continúa respirando entrecortadamente, intenta seguir el ritmo de su mentor.

—No, quiero saber. Quiero que me enseñes, quiero saber todo. Quiero... Desatar mis pensamientos.

Las palabras de su progenitor se despiertan en su memoria haciendo eco. Tal vez aún no tengan sentido para él, pero sí para Nequiel porque inmediatamente se detiene de manera brusca, girándose lento para mirarlo a los ojos.

—¿Qué has dicho? —dice confuso, como si estuviera ido.

Su pupilo se toma su tiempo para humedecerse los labios. Se ha quedado paralizado, pero aun así no se detiene. Hay algo en esas palabras. Algo poderoso.

—Q-que quiero desatar mis pensamientos —tartamudea.

Nequiel lo coge por los hombros, lo mira fijamente a los ojos como si fuera a atravesarme. Y nota como lo hace. Lo siente en el pecho, junto con esa sensación de..., miedo.

—No vuelvas a decirle eso a nadie si no quieres acabar..., vamos dentro. Creo que sí que tengo que explicarte muchas cosas.

Cuando están dentro de la casa añade:

—Rápido, cierra las ventanas y las puertas. Que no entre ni un resquicio de sol.

Nequiel le da órdenes mientras él mismo hace lo que le está ordenando a su pupilo. Maximus permanece observándolo sin saber qué es lo que está pasando.

—¡Vamos, Sebito! ¡Muévete!

—S-sí —tartamudea.

El chico se mueve hacia una ventana aún abierta para cerrarla y bajar la persiana hasta que no puede entrar ningún rayo de luz. Y luego con la siguiente y la siguiente, hasta que la casa queda totalmente sellada.

—¿Qué vamos a hacer?

Nequiel por fin se gira para intercambiar una mirada con el joven en la oscuridad. De su mano brota un pequeño haz de luz naranja que hace que sus ojos gélidos brillen con un aire peligroso. Maximus empieza a creer que no sabe con quién está jugando ni a qué. Él creía que su vida seguiría siendo tranquila y sin sobresaltos, como se supone que debe ser; tan solo trabajar y trabajar. De repente se encuentra con este hombre que parece que quiere romper todas sus perspectivas de futuro, quebrando sus esquemas.

—Calla y espera.

Cierra sus dedos en torno a la palma de su mano y el halo desaparece. El silencio se acrecenta al igual que la tensión. Solo se escuchan los latidos del corazón desbocado de Maximus, tan fuertes que amenazan con desgarrarle las entrañas. Se introducen en la profunda oscuridad y lo escucha susurrar algo que no entiende.

Inmediatamente el viento azota con fuerza el exterior, haciendo temblar los cimientos de la casa. Entonces, un susurro va cobrando vida, cada vez más fuerte, parece un zumbido, pero no. Maximus está seguro de que dice algo. Se hace más grande cuando un potente haz de luz atraviesa la estancia, cegándolo. Cierra los ojos y luego parpadea, acostumbrándose al resplandor. Cuando por fin lo consigue, desaparece. Ante él hay diversos cuerpos extraños. No parecen ni siquiera humanos. Traga saliva. No está asustado. No quiere estar asustado.

Nequiel enciende la luz. Entonces puede verlos. Puede contar doce deformados cuerpos que lo miran con sus grandes ojos de diferentes colores y formas. Algunos son altos y corpulentos, muy peludos, portan armas en las manos y un solo ojo. Otros no levantan ni un palmo del suelo, tienen orejas puntiagudas, son delgados y poseen unos grandes ojos saltones. Y los últimos son humanos, son pelirrojos, de piel encendida y ojos gélidos: como Nequiel. Nota una gota de sudor resbalarle lentamente por la espalda. Teme. No quiere tener miedo, pero lo cierto es que teme. Frunce el ceño, al tiempo que se gira para mirar a Nequiel.

—¿Quiénes son estos y qué tienen que ver conmigo?

Nequiel se adelanta un paso, situándose junto a Maximus. Le rodea los hombros con un brazo y sonríe.

—Sebito, estos son los Inteligibles. Ven, vamos a sentarnos a hablar de ello.

Con solo escuchar ese nombre en sus labios se pone a temblar. Está seguro de que han acudido a matarlo y no he hecho nada para merecer esta muerte tan temprana. Maximus toma asiento cautelosamente en la misma silla que por la mañana, sin dejar de vigilar a los nuevos invitados de Nequiel. Él se apoya en el respaldo de su pupilo, señalando a las criaturas peludas de armas en las manos. Maximus siente el corazón acelerado en los oídos, así como en las palmas de mis manos, que sudan perlándose como su frente.

—Esos son los Custodios —dice y ellos dan un paso hacia delante—. El primero es Charol, el segundo es Mart, la tercera Ruperte, y el cuarto Kan.

Mientras los presenta ellos inclinan la cabeza. No hay grandes diferencias entre ellos, tan sólo quizás el color de su pelaje, su ojo y su corpulencia. Charol es el más grande y oscuro, su color contrasta con el de su gélido ojo azul. Mart es de color cobre, también de complexión fuerte, pero menos que Charol, y su ojo es verde. Mientras que Ruperte y Kan son los más escuálidos, su pelo es castaño y su ojo es gris; parecen hermanos.

—Ellos protegen las lindes de la ciudad. Vigilan a La Élite desde la sombra y dejan pasar al Nivel Inferior cuando está preparado.

Maximus frunce el ceño girándose hacia él. Parece que todo eran temores infundados, que no van a hacerle daño. Pero cree que es absurdo: lo han educado en que estas criaturas, que creía mitológicas, son malas y que tratan de destruir los cimientos de su ciudad.

—¿Pasar adónde? ¿Preparado para qué?

—Calla y escucha —le espeta su mentor—. Por favor, Charol...

Charol asiente dando un paso al frente para dejar atrás a los demás.

—Os intentamos ayudar porque nada de lo que parece es real. Todo cuanto crees es falso.

Su voz suena grave y dura. Su afirmación toma fuerza en la mente del joven. Parece tener mucho peso, pero quizá solo sea sugestión, solo imaginaciones. Nequiel asiente y Charol vuelve a ocupar su lugar, los Custodios retroceden, entonces dan un paso al frente las criaturas pequeñas y flacuchas.

—Estos son los Tiranos. Se inmiscuyen en los asuntos de la ciudad sin que nadie se percate. Están ahí sin que nadie sepa que están y se rebelan a aquellos que son dignos de la libertad.

De nuevo el joven se vuelve para mirarlo confundido.

—¿Libertad? —dice—. ¿Qué es eso?

Todos se echan a reír, aunque él no encuentra la gracia a su ignorancia. Nunca ha escuchado esa palabra, no le parece importante. Si no se la han enseñado en todos estos años por algo será.

—Amigo, tienes mucho por aprender —dice la que se hace llamar Ruperte.

Nequiel le pone las manos sobre los hombros a su pupilo, siguiendo con su charla sin darle mayor importancia.

—En fin, sigamos. Estos son Lind, Meybis, Dronc y Perty.

Hacen lo mismo que los Custodios, así que Maximus aprovecha para fijarse en ellos con detenimiento. Parecen frágiles, capaces de volatilizarse en cualquier momento. Pero se supone que ese es su cometido. Todos tienen la piel clara y grandes ojos azules oscuros, algunos rasgos los diferencian, pero no son significativos.

—Y, por último, los Intrusos. Ellos se hacen pasar por personas normales que se adentran en la vida y en las costumbres de la gente y preparan a su entorno para el Éxodo.

Cada vez se siente más confuso. La cabeza le da vueltas de tanta información inverosímil. Cree que todo esto debe ser una broma.

—¿El Éxodo? ¿De qué va todo esto, Nequiel?

Se fija en los rasgos que comparte Nequiel con los Intrusos y una idea le asalta la mente, produciéndole una descarga que le recorre el cuerpo como un pinchazo.

—Esto va de que tú ciudad está aislada del mundo real —dice un hombre de ojos afinados que le dan un toque audaz—. Soy Deena y soy el que dirige todo esto desde ahí afuera, te aconsejo que nos creas y que sigas nuestras directrices si quieres sobrevivir cuando esto explote.

Maximus lo observa frunciendo tanto el ceño que su dolor de cabeza cada vez es más potente.

¿Los debo creer o no? No lo sé. Es que me niego a pensar que todo es mentira. Necesito aferrarme algo veraz e inmutable.

—¿Cuándo explote el qué? ¿Mundo real? ¡No entiendo nada!

Una chica rueda los ojos al tiempo que suspira fuertemente exasperada, como si la situación la sacase de quicio. Su pelo es rojo intenso y lleva una parte rapada. Sus ojos son azules, gélidos y cortantes. Es imponente.

—Nequiel, otra vez has elegido a un fracasado que no quiere ver más allá de su realidad.

Maximus la examina incrédulo. Su potente presencia lo hace sentir débil, como una minúscula piedra inútil en medio de ninguna parte. Siempre se ha sentido así. No es ninguna novedad, pero hoy ese pensamiento cobra consistencia.

—Cállate, Valentina, sé que es el correcto. No es como los demás, esta vez no me equivoco y lo sé.

Valentina escruta al joven como si quisiera rasgarlo con los ojos, así que Maximus desvía la mirada al suelo, mientras siguen su conversación.

—Entonces es que aún no está preparado —interviene de nuevo Charol con su potente voz.

—Ya, solo quería que os conociese y que vosotros lo conocieseis y que estéis preparados. Sabéis que esto está casi a punto de explotar y debemos ser audaces, pero cautos.

Maximus continúa sin entender nada de lo que está pasando, aunque necesita hacerlo. La curiosidad lo reconcome por dentro. Aun así tiene la certeza de que pronto lo sabrá.

—Entonces llámanos de nuevo cuando saques algo en claro —interviene otro que no se ha presentado—. Debemos irnos, ¿notáis el calor? Se acercan.

Todos comienzan a murmurar y se ponen en marcha.

—Está bien, me reuniré con vosotros próximamente. Hablaré con el chico esta noche.

Todos menos Charol se envuelven en un halo de luz en el que desaparecen, como si nunca hubieran estado entre estos muros. El calor penetra por las ventanas y puertas cerradas, comienza a hacerse insoportable. Nequiel se acerca al oído de Charol y susurra para que su pupilo no alcance a escucharlo:

—Dice que quiere desatar su pensamiento.

Charol abre su único ojo asombrado analizando al joven con cautela. Asiente levemente y vuelve a mirar a Nequiel.

—Cuídalo —dice solamente.

Desaparece justo cuando el calor irrumpe con más fuerza. Y se desvanece con un halo de luz justo en el momento que las ventanas saltan por los aires, envueltas en llamaradas de fuego.

Tal vez no todo sea como Maximus cree que es. Tal vez su mundo vaya más allá de lo que sabe y todo sea una red de mentiras que pide a gritos que alguien la destape. Ahora entiende esas palabras y la importancia que tienen.

Debo creer. Debo saber. Debo sentir. Debo pensar. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top