Capítulo 6

Las miradas de Onelee y Siena se cruzaron fugazmente. La nodriza corrió hasta la princesa custodiada por el duque y su fiel guardia. Ella se deshizo del brazo de Din-Lebdub para recorrer los pasos que la alejaban de la anciana.

—Ruego que disculpen a su alteza, no se encuentra muy bien. La acompañaré a sus aposentos. Din-Lebdub ¿puedes comunicárselo al rey y acudir a escoltarnos? —explicó la nodriza.

Siena la tomó del brazo antes de salir de allí apresuradamente sin ninguna explicación más, ante la confusión de la misma princesa y los dos hombres que la acompañaban. Mientras avanzaba hacia la salida sus ojos se cruzaron con los de Redandcrow que la observaron con malicia e inmediatamente desaparecieron de la sala.

—¿Qué acaba de pasar, Onelee? —preguntó.

La anciana la agarró más fuerte del brazo. El guardia las seguía mirando con recelo cómo cuchicheaban entre ellas mientras se dirigían todo lo deprisa que podían hacia los aposentos de la joven.

—Calla, niña. Debemos llegar a tu habitación.

Sin cruzar una palabra más llegaron ante las puertas de la habitación de la princesa. Din-Lebdub las observó una vez más con la curiosidad de alguien que sabe que algo se le está escapando. Pero las vio pasar, cerrándole la puerta en las narices sin darle opción a una explicación. Cuando estuvieron dentro, la nodriza cerró con llave y comenzó a desvestir a la princesa con tranquilidad, tomándose su tiempo para hacerlo con todo el cariño que le ponía siempre a todo.

—Tenía la esperanza de que esto no llegara a pasar nunca, mi niña. Es muy peligroso.

Siena miraba hacia un lado y otro sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, ni qué era lo que tenía tan preocupada a la nodriza. Cada minuto que pasaba, la sensación de vértigo que sentía se iba acrecentando, logrando paralizarla por completo. Pero entonces la parálisis cesó de repente tras recordar todos esos cristales cayendo sobre los asistentes a su fiesta. Se había paseado entre esa gente petrificada. Estaba segura de que no había sido ningún sueño, ni ningún producto de su imaginación.

—Onelee, detente. Cuéntame qué es lo que está pasando. ¡Han asaltado el castillo! Lo has visto, y nadie más se ha dado cuenta. Y luego todo estaba bien. ¡Debemos avisar a mi padre! Que cancelen la fiesta. Debemos ponernos a salvo —iba diciendo la princesa, poniéndose más nerviosa con cada palabra que decía.

Onelee se detuvo frente a ella. Le puso las manos en los hombros, intentando tranquilizarla. El tacto de la anciana era un calmante para la princesa. Siempre que se sentía perdida estaba Onelee que conseguía sosegar la marea de sentimientos que la azotaban.

—Niña, ya lo he arreglado. Pero Carena ya no es un lugar seguro para ti. No debes hablar de esto con nadie. No debes contarles lo que has visto o vendrán a por ti.

La princesa la miraba con el ceño fruncido intentando encontrar una explicación para todo aquello. Pero ninguna le encajaba bien en aquel puzle. Cada vez que intentaba despejar una incógnita aparecían diez más.

—¿Quiénes? —casi gritó la princesa.

Onelee le hizo un gesto para que se sentara en la cama, después de quitarle el vestido y tenderle su pijama de satén color rosa palo. Ambas se sentaron, entonces Onelee comenzó a deshacerle el peinado mientras le hablaba.

—Posees un don, niña. Es un poder, llamado magia. Pero no es una magia normal. Es muy poderosa. Los que la poseen se llaman Efímeros, porque pueden viajar en el tiempo. Y eso es lo que tú has hecho esta noche.

Siena la miró con los ojos bien abiertos sin dar crédito a lo que le estaba contando su nodriza. Magia... Eso era demasiado hasta para ella.

—¿Qué? ¿Cómo sabes todo esto, Onelee? Eres la única que se ha dado cuenta en toda la sala.

Onelee soltó una risita y le acarició la mejilla. Siena seguía mirándola con el ceño fruncido. Estaba convencida de que su nodriza se estaba volviendo loca y que la estaba arrastrando a ella a la locura. Pero era imposible que hubiera imaginado todo aquello.

—Mis ojos no están ciegos para la magia, mi niña.

Siena se apartó un poco. El tono de voz de Onelee la hizo estremecerse. Todo aquel asunto se estaba volviendo muy siniestro. Se empezó a preguntar quién era en realidad su nodriza y de dónde había venido. Lo único que sabía es que había estado con ella desde que nació, ocupando el lugar que su madre había dejado libre y del que su padre no había querido apoderarse.

—¿Tú también posees este poder? —contestó Siena con seriedad.

Onelee negó con la cabeza muy lentamente. Sin embargo, parecía que había algo más que a la princesa se le escapaba. Intentó tranquilizar a Siena poniéndole una mano en el hombro, con toda la dulzura que pudo.

—Yo no he dicho eso. Pero es muy importante que nadie más lo sepa. Si ellos se enteran querrán venir a por ti.

La princesa se deshizo de la mano de la nodriza. La miraba con seriedad, con dureza. Estaba harta de las intrigas del palacio y de su familia. Quería saber qué había pasado esa noche, no más cuentos para niños.

—¿Quiénes?

La dureza en la voz de Siena hizo que Onelee intentara acercarse más a ella. No pretendía enfadarla, ni asustarla. Solo quería lo mejor para ella. Pero si provocaba que se alejara de ella, acabaría perdida. Y eso era lo último que deseaba.

—Los Efímeros, niña. Temía que este día llegara... Esperaba que tú no tuvieras esta magia. Es una perdición.

La princesa estaba cada vez más impaciente, harta de las evasivas de la nodriza. Harta de las evasivas de todos cuantos conocía. Pero si alguien tenía que desvelarle los secretos que entrañaba su vida y su mundo, esa siempre sería su vieja nodriza.

—¿Por qué Onelee?

Onelee negó con la cabeza repetidamente. Estaba desesperada. A pesar de toda la confianza que tenía con la joven no quería exponerla a ciertos peligros. No quería hablar de aquello, desearía que nada de aquello hubiera pasado. Tenía que haber hecho que ella tampoco se había dado cuenta. Así hubiera sido más fácil. Ahora Siena, que conocía sus debilidades no se detendría hasta despejar cada incógnita que acechara su conciencia.

—Debes saber que jugar con el tiempo es peligroso. Y los Efímeros son especialistas en librar batallas perdidas —le advirtió.

Siena se puso en pie sacudiendo la cabeza. Tenía un nudo en la garganta y la presión le atenazaba el pecho. Sentía que se ahogaba. Finalmente tuvo el valor de mirar de nuevo a la nodriza.

—No entiendo, Onelee.

La anciana se encogió de hombros desde la cama. Lentamente se levantó y se dirigió hacia la princesa. Con un dedo en alto le volvió a advertir.

—No es necesario que lo entiendas. No hables con nadie de esto, y no vuelvas a cambiar el transcurso de la historia.

Siena se giró mientras hacía un gesto al aire con los brazos, cansada de las advertencias de su nodriza.

—Ni siquiera sé cómo lo he hecho.

Con un hilo de voz Onelee contestó:

—Lo sé, eso es lo que me asusta.

Ambas permanecieron en silencio. La nodriza observaba callada como Siena daba vueltas de un lado a otro de la habitación, como un león enjaulado. Intentaba encontrar respuestas, o más bien preguntas. Entonces un pensamiento cruzó su mente como un haz de luz en un día nublado. Se giró hacia la nodriza, que se había sentado en el sillón del tocador.

—Pero, Onelee. ¿Hay alguien más de mi familia que tenga este poder?

Onelee se giró para mirar su reflejo en el espejo, rehuyendo la mirada de Siena, e intentando que ninguna emoción acudiera a su voz cuando preguntó:

—¿Por qué lo preguntas?

Siena la miró sintiendo en ese momento que algo había cambiado en su relación. Quizás ahí comenzara a extenderse la primera sombra de la desconfianza. Onelee sabía más. Lo sabía absolutamente todo. Y precisamente no se lo escondía para protegerla. La princesa respondió sin rastro de emoción en su voz.

—Mi tío. Me ha mirado de una manera extraña, quizás se ha dado cuenta.

Onelee se giró, sus miradas llenas de sospecha, gélidas como el hielo se cruzaron. La nodriza sabía que Siena debía confiar ahora más que nunca en ella. Pero al darse cuenta de que sabía más cosas de las que le podía contar estaba causando justo el efecto contrario, algo que atoró el corazón de la vieja, que se sentía arrinconada. Tenía que encontrar una salida.

—Es imposible. Sería incapaz de darse cuenta de algo así aunque hubiera un cartel enorme que lo indicara. Él no.

Siena avanzó un paso hacia ella, sin dejar caer su mirada. Aquello era un duelo que no quería perder. No le había gustado nunca perder. Tampoco sería así aquella vez.

—¿Entonces soy la única con este poder?

La nodriza se levantó del sillón sintiendo como cada hueso de su cuerpo se quejaba, acto seguido avanzó hacia la cama. Mientras retiraba las sábanas contestó:

—Es hora de que descanses, niña.

Después de arroparla salió de la habitación. No sin antes emitir un leve susurro, que el viento se aseguró de que llegase a oídos de la princesa:

—No solo debes de guardarte de los Efímeros, mi niña. Si los enemigos de Carena se enteran de esto, no dudes que vendrán a por ti.

Entonces cerró la puerta tras de sí, dejando todas aquellas palabras suspendidas en el aire de la habitación de la joven, que intentaría conciliar el sueño velado por el retrato de sus diosas que la observaban desde el techo.

Allí se quedaron Siena y sus creencias de que Onelee era en realidad una malvada bruja que estaba instigando en la sombra todas aquellas guerras. 

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