Capítulo 30

Está listo para cruzar la fortaleza impenetrable del Nivel Superior. Va a adentrarse en La Élite. Va a destruir La Élite. Durante estos días han estado ideando un magnífico plan de ataque sobre el Nivel Superior. Los Inteligibles van a tomar sus calles por fin. Otros, entre los que se encuentra Maximus, van a adentrarse en La Élite como sirvientes infiltrados. Van a hacerse pasar por otras personas, porque sólo los seleccionados por La Élite pueden estar allí, de modo que utilizarán su arma más potente; la magia.

Todo esto no hubiera sido posible sin la ayuda de Siena. Espero que a ella también le vaya bien.

—¿Estás listo, Sebito?

La mirada gélida de Nequiel advierte preocupación cuando se cruza con la suya.

Quizá este sea nuestro último encuentro. Espero que todo salga bien y podamos librar al pueblo de la opresión.

En los últimos días, su odio hacia La Élite y a la gente que reside en el Nivel Superior en general, no ha hecho más que aumentar. Están racionando aún más la comida para el Nivel Inferior, además los Invisibles lo están atacando, incluso ha crecido el número de desaparecidos: se los siguen llevando a los campos. Algunos Inteligibles han ido en su rescate.

Nos están masacrando, y eso está haciendo que el pueblo despierte. Eso sólo está avivando el fuego de la revolución.

El presidente, Moshé Gedhighinks, no hace más que aparecer en diversos comunicados y atemorizar a la población. Asegura que se está desatando la ira del Dios Kilyan que recae sobre ellos con la extensión del hambre, la miseria y las desapariciones. Pide a los ciudadanos que sean conscientes de lo que están haciendo y que se unan al bando vencedor.

Todo es palabrería.

—Más que nunca —responde.

Nequiel le pone una mano sobre el hombro a Maximus, apretando los labios como si estuviera tratando de contenerse para no decir algo. Suspira y le da un abrazo venciendo todas sus barreras.

Es agradable el roce de las personas. Es bonito tener sentimientos.

Nequiel inmediatamente se separa como si estuviera arrepentido de lo que ha hecho y carraspea.

—En fin, no te metas en más líos de los que ya hemos acordado nosotros. Y acuérdate de todo lo que te he tratado de enseñar.

Maximus asiente con un nudo en la garganta.

Esto parece una despedida, y tal vez lo sea. ¿Quién sabe qué pasará en La Élite? ¿Quién sabe qué pasará en la ciudad? ¿Quién sabe lo que pasará con el destino del mundo entero? Lo único que sé con certeza es que está a punto de desencadenarse una guerra. Nuestra ciudad ya arde, aunque sin incendios. Pero sinceramente, espero que, con la ayuda de Siena, esto sea el final.

Maximus está descubriendo que siente un gran apego por su mentor.

Le debo todo lo que sé. Le debo mis pensamientos, mis sentimientos, lo más valioso que cualquier persona puede tener.

Quiere decirle algo, pero no le salen las palabras, así que se gira para montarse en el camión que los acercará a la frontera con la ciudad.

—Estoy orgulloso de ti, Sebito.

Su voz es casi un susurro que se quiere perder entre los murmullos del viento, apenas se oye, pero lo ha dicho. El joven le sonríe al tiempo que asiente.

—Gracias por enseñarme tanto, te deseo mucha suerte.

—Igualmente.

Antes de despedirse de Phoebe, se sube al camión, se sienta y cierran las puertas. Se pone en marcha y ya no hay vuelta atrás.

Nuestra lucha va a culminar.

Está nervioso mientras en silencio atraviesan las calles de la ciudad. Son invisibles, se han encargado de ello antes. Maximus solo tiene una misión para hoy: apagar la ciudad y así iniciar la revolución. De hoy depende todo, si consiguen derrocar al presidente, ya será un triunfo. Luego deben organizarse para establecer un nuevo gobierno que asegure los intereses de todos los ciudadanos. Pero hoy no quiere pensar en lo que vendrá después.

El camión se detiene y todos los que se hallan en la parte trasera levantan la cabeza e intercambian unas miradas que dejan entrever el miedo en ellas. Inmediatamente el joven se refugia en una increíble estructura de valor y decisión. Se levanta para ser el primero en salir.

—Maximus —lo llama el conductor, un Intruso llamado Ferris—, ven aquí. Desde ahora serás Alexandre Rivera.

Le pasa la mano por la cara, sin rozarle le hace sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. Una energía extraña se propulsa por sus venas llegando a cada recoveco de su ser.

Ahora soy Alexandre Rivera.

—No puedes tardar más de cuarenta y ocho horas en apagar la ciudad, Maximus. ¿Entendido? —el joven asiente, mientras Ferris le da unas palmadas en el hombro—. Buena suerte, muchacho.

Maximus se gira hacia el otro extremo donde se encuentra la fortaleza impenetrable del Nivel Superior. En la ciudad no hay coches, ni ningún medio de transporte. Hace muchos años que desaparecieron. En las calles solo hay gente. Pero por debajo de todos los edificios hay una red subterránea de transporte. Hay diferentes líneas de tren, que tienen una parada en cada edificio, con acceso directo al mismo. Hay que tener una acreditación para entrar al edificio, para evitar cualquier altercado. Pero eso no será un problema.

Les hacen creer que el Nivel Superior es un lugar al que no se puede pasar porque el resto son inferiores y es un lugar reservado para la gente que está por encima de cualquiera en la ciudad. Les hacen creer que sus muros son inquebrantables. Y ahí está la cuestión: sólo son creencias.

Algunos Custodios se han reunido en la frontera de la ciudad, junto a esos paneles reflectores que guardan la ciudad de Magna. Sus imponentes figuras repletas de pelaje de diferentes colores hacen que cueste creer que desde la ciudad no puedan verlos. Hoy ellos también traspasaran los límites, ayudándose mutuamente a crear el caos junto a los Tiranos, que ya están dentro de la ciudad.

Sin ellos y sus informaciones lo que vamos a hacer hoy no sería posible. Espero que les vaya bien y que alcancemos la victoria.

Cuando todos están listos, Ferris crea una bola de luz azul con sus manos, sopla y la bola se convierte en una burbuja que los envuelve a todos. De repente comienzan a levitar con ella. Ahora Maximus puede ver la ciudad desde arriba. A un lado el esplendor de una ciudad construida en el lujo, al otro las ruinas del pasado provocan un presente agónico. Siente de nuevo ese cosquilleo tan extraño, pero le gusta.

Cuando se encuentran seguros en el otro lado la burbuja explota, los deja expuestos en un lugar que no es el suyo, ante un peligro inminente. Deben ir hacia el transporte subterráneo.

A través de las sombras de los inmaculados edificios se camuflan de las fiestas que se celebran por todas partes. En el Nivel Inferior nunca se ha celebrado una fiesta, y aquí en todos los edificios prácticamente se escucha la música escaparse por las ventanas. Unos metros más allá hay unas escaleras que dan acceso al tren. En la entrada. Hay un escáner ocular para acceder. Maximus se aproxima a él, acerca su ojo para que una luz lo examine. Una vez hecho puede pasar sin más, gracias a que ahora es Alexander Rivera.

Baja las escaleras hasta llegar al andén. No hay mucha gente, sólo dos o tres personas más esperan al tren. De repente llega un vehículo impoluto a toda velocidad, que se detiene frente al joven. Sus puertas se abren sin emitir ni un solo sonido. Se adentra en él y se sienta junto a la puerta, en la silla más cómoda en la que jamás se ha sentado.

Antes de que quiera darse cuenta ya ha llegado a su destino, La Cima, el edificio central, La Élite. Está rodeado de las dependencias donde residen los miembros de La Élite. La persona por la que se hace pasar Maximus sirve al presidente, Moshé Gedhighinks, así que ha de ir a su casa.

Quizá me entere de alguna novedad.

Se adentra en el edificio, pasando el control correspondiente y se encamina hacia la mansión presidencial. Como han planeado, busca la puerta del servicio y entra sin mucha dificultad enseñando una tarjeta falsa de identificación a un par de guardias Invisibles.

Ya estoy en la boca del lobo. Que empiece la revolución.

—¡Señor Rivera! ¿Dónde lleva usted metido todo el día? —grita una voz femenina a su espalda.

El joven se gira sobresaltado para encontrarse con una mujer grande de agresivas facciones manchadas de polvo y cabellos rubios recogidos en un moño. Se acerca a él con una mano en alto. Se encoge porque cree que va a pegarle, pero entonces se echa a reír pasándole el brazo por los hombros y dándole unas palmaditas.

—¿Qué te pensabas? —pregunta.

Maximus se humedece los labios.

No sé qué decir. Tengo que pensar. Rápido. Una respuesta. No puedo dejar que me descubran.

—Hmmm, ¿nada?

La mujer se echa a reír de nuevo, se separa de él negando con la cabeza y se aleja por el corredor. Le deja solo en el pasillo, así que esta es su oportunidad de buscar el despacho de Moshé Gedhighinks. Confía en que sus compañeros hayan llegado y estén tomando sus posiciones en el exterior.

Si no lo han hecho, estoy perdido.

Hay una gran puerta de cristal a su derecha, tras ella otro pasillo se extiende unos cuantos metros hasta una puerta de madera blanca. Mira hacia los lados. No hay nadie, así que se sitúa frente a la puerta que se abre automáticamente. Entra velozmente en el nuevo pasillo y avanza hasta la siguiente puerta. Posa su mano derecha en el pomo de la puerta e intenta abrirla.

No. Está cerrada. Debe haber algo importante tras esa puerta si se encuentra cerrada. Tal vez el acceso al interior de la casa, donde se encuentran las dependencias que frecuentan sus dueños. Tengo que encontrar la forma de entrar ahí. Y creo que sé cuál es.

Rebusca en los bolsillos secretos de sus pantalones hasta dar con el obsequio que le entregó su padre para que tuviera suerte. Es un pequeño cuchillo que se abre al accionar un botón, su empuñadura parece estar bañada en oro, pero sabe que son demasiado pobres para que sea así. Sus ojos jamás han visto ningún material tan preciado. El botón que abre el cuchillo lleva el símbolo de su causa, de la revolución: tres círculos unidos formando una pirámide y entre ellos se adivina una balanza equilibrada.

Introduce la punta del cuchillo en la cerradura y la gira hasta que se escucha un sonido. Mueve el pomo y finalmente se abre. Ante él se abre una enorme sala con una gran mesa de cristal en el centro. Más allá hay una alta cristalera que ocupa toda la pared frontal.

Se adentra en la habitación observando cada detalle minuciosamente. Jamás había visto tanto esplendor. Mientras la ciudad se hunde en la miseria en el Nivel Superior se derrocha a más no poder. Algo caliente recorre sus venas, quizá sea la furia.

¿En qué he estado pensando todo este tiempo? Puede que no pertenezca a los Inteligibles, pero sé muy bien que tampoco quiero pertenecer a este lugar. No quiero alimentar mi propia caída. Ahora estoy en esta causa. No estoy aquí por ellos. Estoy aquí por mí. Estoy aprendiendo a tomar mis propias decisiones, a hacerme a mí mismo, a pensar. Y creo que no hay una mejor manera de hacerlo, pues aquello por lo que luchamos define lo que somos. Hoy lucho por esto, esto es lo que soy.

Evalúa todas las posibles salidas del maravilloso comedor para elegir la que está justo enfrente de él porque es diferente. Todas las demás son marrones y esa es blanca. Se dirige a ella mirando a todas partes, cuidando que no venga nadie.

Está siendo demasiado fácil adentrarse aquí. Esta gente está demasiado confiada. Nos subestiman.

Llega a la puerta y observa que tampoco hay movimiento. Intenta abrirla. Está cerrada. Realiza la misma operación que con la otra. El sudor le perla la frente cayéndole por las sienes. Se limpia, respira con tranquilidad.

No debo ponerme nervioso.

Abre la puerta y otro pasillo aparece ante él. Ahora es diferente. Está oscuro y al final hay una luz. Es luz artificial, pero es muy potente. Mira hacia atrás antes de entrar en el pasillo. Cierra la puerta con cuidado de no hacer ruido. Desde el otro lado oye una voz. Es débil, pero la escucha. No es nueva para él. La lleva escuchando desde que tiene uso de razón. Pero hoy está aquí; más cerca que nunca.

Como si estuviera en un sueño avanza hacia la luz. Lento y con cuidado, cada vez está más cerca de su objetivo. La voz cada vez se escucha con mayor claridad. Cuando llega a un punto en el que puede escuchar la conversación sin problemas, se detiene.

—Señor, están habiendo revueltas en la sección dos y cuatro. En la sección nueve el colegio está en llamas —informa una voz casi robótica, desnuda de artificio.

Un pitido. Otra voz.

—Sección seis descontrolada, señor.

Otro pitido. Silencio.

—Envíen a los Invisibles. Por toda la ciudad. Capturen a todos los revolucionarios y encierrenlos. Llevenlos al Exterior. Matenlos. Que no quede ni uno —habla sin alterarse. Sin mostrar ninguna emoción. Es como si no tuviera vida. Alma. Hace una breve pausa—. Jasón, ponme con la ciudad. Tengo que enviarles un mensaje a todos nuestros ciudadanos.

Antes de escuchar el mensaje Maximus sale corriendo del pasillo. La emisión del mensaje es su oportunidad para apagar la ciudad y que se inicie la revolución de una vez. Lo que está ocurriendo ahora no es más que una distracción, un cebo. Aún no ha estallado. Les va a explotar en la cara.

Corre. Tiene que llegar de nuevo a La Cima. Ahí se encuentra el centro de control.

No sé muy bien cómo voy a hacerlo. No tengo armas. Espero que mis compañeros hayan podido entrar. Lo único que sé es cómo tengo que desactivarlo.

Mentiría si dijera que no tengo miedo mientras corro por los pasillos de la mansión presidencial. Estoy más que asustado. Pero por ahora sólo tengo una prioridad; dejar que la ciudad sea libre. Y me da igual morir en el intento. Lo único que sé es que hay que acabar con todo lo que nos ha llevado hasta aquí. Solo mentiras. Política. Religión. ¿Acaso hay diferencia? La política es aliento para el hombre ignorante. La religión, una conquistadora de territorios, que no es otra cosa que aliento de guerra. No de fe. No de consuelo. Ni tampoco de apoyo.

Sale por la misma puerta que ha entrado. Pero ya nada es igual. Ahora todo es caos. Los disparos empiezan a resonar por todo el edificio, por toda la ciudad. Empiezan a salir soldados con sus armas por todas partes, ni siquiera se fijan en él. En un momento el pasillo está de nuevo vacío, pero siguen sonando los estallidos de las balas. Ahora tiene que aprovechar la confusión para llegar al centro de control.

La Cima es un edificio estrecho y alargado que termina en forma de punta. Tiene que llegar hasta esa punta, que estará bien protegida, pero enseguida sus compañeros llegarán, para ayudarle. O al menos esa es su esperanza.

Avanza hacia el final del pasillo, donde hay un ascensor. A un lado hay unas escaleras, por donde no cesan de bajar hombres armados. Así que coge el ascensor. Como ya seimaginaba la única forma de entrar al centro de control es por el ascensor, y hay que tener una llave. Justo en este momento en el que la sangre abandona su cuerpo, porque todo el plan depende de él, ve como por el pasillo entran entre disparos algunos de sus compañeros. Valentina está ahí, así que se reúne con ellos.

—¡Necesitamos la llave! ¡Tenemos que quitársela a Moshé Gedhighinks!

—Oh, no dejaré que hagáis tal cosa. Ya habéis llegado muy lejos —responde una voz conocida detrás de Maximus.

Ahí está el mismo Moshé Gedhighinks mirándolos con seriedad, rodeado de sus guardaespaldas. Antes de que pueda darse cuenta el aire se llena de balas cruzadas entre un bando y el otro. Ahora la única solución es la muerte.

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