Capítulo 19
Dejaron de girar. Aterrizaron en una tierra que no se parecía en nada a la que Siena había dejado atrás tan solo unos días antes. Naenia se había dividido en cinco partes dejando de ser una unidad. Todo parecía haber cambiado, se veían grandes columnas de humo a lo lejos, y quizás fue porque aparecieron en un desierto árido, pero Carena les pareció un lugar tan inhóspito como la Tierra.
—¿Sabes dónde estamos Siena? —preguntó Tavey—. ¿Sabes cómo llegar a la morada de las diosas?
Siena giró sobre sí misma sorprendida del paisaje que se extendía a su alrededor. Pero en su corazón experimentó una sensación que la hizo sentir a salvo, en casa. Y que la impulsaba a seguir adelante. Ese sentimiento la guiaba, le enseñaba el camino hacia su salvación.
—Tenemos que seguir andando unos kilómetros hacia el norte. Cuando estemos cerca lo sabremos.
El resto asintieron y se pusieron en marcha. Como había dicho la princesa anduvieron varios kilómetros a través del desierto. No encontraron nada ni a nadie. Era imposible hacerlo en medio de la nada. Por aquel camino sólo se iba a la morada de las diosas, y parecía que todos habían perdido la fe.
—¿Estás segura de que son solo unos pocos kilómetros? Aquí hace mucho calor. Tengo sed —empezó a protestar Phoebe.
La chica, desacostumbrada a la calidez que abrazaba a Carena, empezaba a andar más despacio quedándose atrás. Siena iba acompañada por Tavey y Maximus los seguía muy de cerca. Ninguno de los tres se giró para hacer caso de sus quejas, pero ella seguía.
—Debéis saber que solo yo podré entrar en la morada de las diosas. Vosotros debéis aguardar fuera —les comunicó la princesa.
Tavey y Maximus intercambiaron una mirada de preocupación, pero asintieron y continuaron caminando a su lado. Pasaron varias horas antes de que comenzaran a vislumbrar a lo lejos el océano Kiriffa extendiéndose ante ellos. Más allá se podían percibir unas altas columnas que se perdían entre las esponjosas nubes. Conforme se acercaban apreciaba mejor la belleza del lugar. Se trataba de una preciosa isla llena de vegetación, salpicada de esculturas de mármol que brillaban bajo la luz del sol. En el centro de todo, una gran mansión donde residían las dueñas de todo el universo.
—¡Es impresionante! ¡Ha merecido la pena toda la caminata! Espero que nos reciban con un gran banquete...—empezó Phoebe.
Siena, Tavey y Maximus, que aún iban adelantados se giraron inmediatamente cuando Phoebe llegó corriendo. Casi la fulminaron con la mirada. Phoebe se tragó su entusiasmo, ya no se le ocurrió decir ni una palabra más. Por fin llegaron a la playa donde había una pequeña barquita. La princesa se acercó ahí dispuesta a marcharse. Tavey la siguió para despedirse.
—Te esperaremos aquí. Ten cuidado. Espero que encuentres las respuestas que necesitas.
Tavey alzó su mano para depositarla en su hombro y apretarlo levemente con la intención de insuflarle el ánimo que creía que necesitaba. Siena sintió como el calor se extendía por sus mejillas con aquel simple gesto. Sonrió tímidamente mientras hacía una inclinación de cabeza. Ningún humano, que no fuera su nodriza Onelee se había atrevido nunca a tanto con ella. Pero la princesa no se dejó confundir.
Sin esperar ni un segundo más, con la ayuda de Tavey y Maximus arrastraron la barca hasta el agua. Siena se subió y comenzó a remar dejándolos atrás en un mundo desconocido para ellos. Mientras tanto ella acudía a la cita con su destino. Se adentraba cada vez más en el océano, el mismo que había representado en el techo de su habitación, con todas las diosas. El mismo que la había velado todas las noches. Kiriffa la empujó suavemente, permitiéndole llegar por fin hacia el lugar más divino de todo su mundo, quizás del universo.
De cerca todo era aún más hermoso. Estaba en el paraíso. Las mariposas la rodearon dándole la bienvenida, las aguas tranquilas la ayudaron a amarrar la barca. Cuando pisó la tierra la invadió una sensación de paz, calma. Estaba inexplicablemente feliz. Tanto que sin darse cuenta las lágrimas habían anegado sus ojos. Miró hacia el cielo, pero no encontró el fin de las columnas que había visto desde tan lejos. Fue entonces cuando escuchó la voz. Era la voz más bonita que había escuchado nunca. Aunque ni siquiera era una voz. Era un susurro melodioso, que provenía de otro mundo. Susurraba su nombre.
—Siena de Blodewaud... Siena de Blodewaud...
La princesa se giró intentando encontrar a la dueña de aquella voz. Pero no la encontró. Se adentró un poco más en aquella isla, acercándose a la gran mansión, la voz entonces le habló fuerte y claro.
—Siena de Blodewaud, no deberías haber venido aquí. Nosotras no podemos ayudarte.
La princesa miró hacia un lado y otro sin encontrar un cuerpo al que perteneciera la voz. Pero no había ido hasta allí para darse por vencida tan rápido.
—Necesito que me ayudéis a salvar Carena. Sé que vosotras no queréis esto. Por favor ayudadme —suplicó.
—Nosotras no debemos interceder en lo que ocurra entre vosotros. Y menos ahora. Si luchamos contra estas fuerzas oscuras es posible que todo cuanto conocemos se destruya.
Siena se dio cuenta de que la voz provenía de las nubes que se iluminaban con cada nuevo susurro. Así que fijó su vista en ellas. Pensaba que las diosas la recibirían en su casa, pero estaba claro que no era bien recibida allí. Se arrodilló en el suelo como señal de sumisión. Cerró los ojos y se concentró en desear que las diosas escucharan sus plegarias.
—Por favor, al menos decidme qué debo hacer. Guiadme.
El silencio se hizo en la isla. Ya ni siquiera se escuchaban los pájaros, ni los aleteos de las alas de las mariposas. Solo el mar, y entonces un trueno rugió y un rayo cruzó el cielo.
—Ni una palabra hemos de decir —dijo otra voz más grave.
—Por favor —volvió a suplicar Siena.
La princesa se inclinó sobre el suelo, apoyando su nariz en la hierba. Pero las diosas no querían escucharla. O tal vez no podían ayudarla.
—Será el fin de todo —fue lo último que dijeron.
Ya no se escucharon más voces. Entonces la sensación de paz desapareció. Por el contrario, la invadió un gran desasosiego y la enorme necesidad de abandonar aquella isla cuanto antes. Así que se levantó y volvió a la barca. Mientras deshacía el amarre con un nudo en la garganta, observó de nuevo la morada de las diosas. Se subió en la barca y comenzó a remar, cuando con el viento empujó consigo un leve zumbido que llegó a sus oídos. Pero lo entendió.
—Dos mil dos.
Con el recuerdo de aquel susurro rondándole la cabeza, llegó a la orilla donde había dejado a sus compañeros. La decepción le pesaba cuando se reunió con ellos. Aún un peso aprisionaba su garganta, impidiéndole decir ni una palabra. No encontraba los términos con los que describir qué había ocurrido.
—¿Qué ha pasado? —se preocupó Maximus al ver así a la princesa.
Se adelantó para encontrarse con ella. Torpemente le puso una mano en el hombro para reconfortarla, como había hecho Tavey antes. La princesa se apartó negando con la cabeza. Tavey también llegó hasta ella, fue entonces cuando se rompió. Todos los sentimientos que habían ido surgiendo en su pecho se vertieron en aquella arena en forma de lágrimas.
—No deberíamos haber venido. Lo siento. Ha sido una estupidez. De verdad que lo siento. Perdón por haber arriesgado tanto. Soy una idiota. ¿Qué creía que conseguiría?
Siena comenzó a llorar desconsoladamente. Sus tres compañeros de viaje se miraron entre ellos confundidos. Tavey miró a Phoebe y Maximus para que se retiraran, dejándoles a solas. Se apartaron un poco y Tavey se acercó más a Siena. La cogió de las muñecas, tratando que se tranquilizara.
—Siena, tranquila. Escúchame —le decía él.
Poco a poco todas las sensaciones que la habían invadido en la isla, y que la habían persuadido para irse fueron desapareciendo como habían llegado, súbitamente. Se sintió ridícula. Todo aquello tenía que haber sido algo parecido a un hechizo. Recobró la compostura, se colocó bien la ropa, el pelo y se secó las lágrimas.
—Cuéntame qué ha pasado —le pidió muy serio.
Siena tragó saliva y respiró hondo. Tenía miedo de la reacción de Tavey. Temía que hiciera con ella lo mismo que su padre, que la tratara igual. Pero no podía hacer lo mismo, porque no tenía ninguna autoridad sobre ella. Tenía que pensar en Tavey como en un compañero, en un amigo.
—No me han querido ayudar. Han dicho que si ellas intervienen será el fin de todo. Lo siento. Ha sido un viaje en vano. Y os he expuesto a todos a...
—¿No han dicho nada más? Llevamos aquí horas.
La princesa se quedó pensativa. Se fijó en que el sol estaba a punto de caer. Para ella el tiempo que había pasado en la morada de las diosas había sido muy corto, quizás unos quince minutos. Sin embargo, se dio cuenta entonces de que había pasado allí mucho más tiempo. Habían dicho algo más, pero no le había encontrado ningún sentido, por eso no lo había comentado. Pero todo pasa por algo.
—Bueno..., ha sido muy raro. Cuando he llegado me he sentido en paz, era un sentimiento genial. Estaba feliz. Pero después cuando he molestado a las diosas, me he sentido muy triste. Solo sentía emociones malas. Malestar, no quería pasar ahí ni un momento más. Entonces me he metido en la barca para volver y he escuchado como un susurro.
—¿Qué has escuchado? —preguntó impaciente.
Siena se acercó más a él. No quería decirlo en voz alta, porque ya no se encontraba segura en Carena. Quizás los estuvieran observando. Tampoco estaba segura de lo que aquello significaba.
—Dos mil dos —susurró.
Tavey frunció el ceño extrañado. Enseguida comenzó a asentir, parecía entender qué podía significar aquello. Entonces entusiasmado zarandeó a Siena, cogiéndola por los hombros.
—¡Es una pista! ¡Es una pista! —exclamó.
A la princesa se le escapó una risita al ver la reacción de Tavey. Se sintió aliviada al saber que su visita había servido para algo.
—¡Chicos venid! ¡Tenemos una pista! ¡Debemos regresar! —les gritó a los demás.
—¿Qué? ¿Regresar? ¿Ya? —comenzó a decir Siena—. Pensaba que podríamos ir a visitar a mi padre y Onelee. Quiero ver si están bien.
Tavey sacudió la cabeza enérgicamente y la miró seriamente a los ojos.
—No, Siena. Eso sí que no lo voy a permitir. Venir hasta aquí, ya ha sido suficiente riesgo. Lo siento, pero debemos irnos de aquí enseguida.
—Pero...
—No hay más que hablar. Encontraremos la forma de que hables con ellos.
Siena iba a protestar mientras Tavey sacaba de su bolsillo un pequeño espejo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que a lo lejos empezaban a aparecer unas criaturas tan gigantescas como siniestras. Inmediatamente recordó aquellas sombras que se habían abalanzado sobre su palacio. Y ahora se abalanzaba directamente sobre ella.
—Tavey... —comenzó a decir con un hilo de voz.
El joven se giró para mirar qué era lo que había asustado a Siena. Phoebe y Maximus corrieron hacia sus compañeros.
—¡Corred! ¡Tenemos que salir de aquí! ¡Han venido a por nosotros!
—¡Daros prisa! ¡Saben que estamos aquí!
Tavey tocó el espejo provocando que se volviera una sustancia líquida, lo depositó en el suelo, el espejo se hizo más grande, para permitir que pasasen a través de él, y entonces invitó a sus compañeros a que lo hicieran.
Pero no hubo tiempo para nada. Las sombras se movían veloces, impulsadas por el viento, y rápidas los alcanzaron sin darles tiempo a reaccionar. Ya estaban casi sobre ellos. No podían explicarse cómo podían haber llegado tan rápido. No les habían dado ninguna opción.
—¡Corred! —gritó Tavey.
Phoebe echó a correr la primera, en paralelo al océano. Agarró del brazo a Maximus que tropezó ante el estirón brusco que le dio su amiga. Tavey y Siena se agacharon para coger el espejo.
—¿Qué hacemos? —chilló ella.
—¡Corre! —repitió el joven empujándola.
Siena se incorporó y echó a correr tras Maximus y Phoebe, sin dejar de mirar hacia atrás. Así pudo ver como Tavey consiguió que el espejo volviera a su tamaño original con un movimiento y que la superficie se había vuelto sólida, reflejando el cielo que cubría sus cabezas.
Una de las criaturas ya extendía su brazo para alcanzarlo cuando echó a correr por fin detrás de sus compañeros. Las sombras los seguían muy de cerca. Eran mucho más rápidas que ellos. Era cuestión de segundos que los alcanzaran. A Maximus ya le dolían las piernas, después de estar forzando su cuerpo más de lo que estaba acostumbrado. Lo mismo le sucedía a Siena. Los músculos les gritaban pidiéndoles auxilio. Igual que ellos se lo pedían a las diosas para que mantuvieran a esas criaturas infernales lejos.
—¡Hacia las montañas! —gritó Tavey— ¡Corred, hacia las montañas!
Los jóvenes giraron hacia la cadena montañosa que se extendía a su derecha. Aún se veía bastante lejos, pero si lograban llegar a un lugar donde guarecerse, podrían tener aún una oportunidad.
Pero entonces, una de las sombras rozó con su mano huesuda el cuerpo de Tavey. Con un solo roce, que bien podría haber sido el viento, sus pies trastabillaron y rodó por la arena mientras sus compañeros seguían hacia delante.
—¡Ah! —chilló mientras la muerte se abalanzaba sobre él para darle caza.
Siena se giró para observar la escena. El muchacho estaba tumbado bocarriba en el suelo, tapándose la cara en un intento por protegerse al tiempo que la sombra caía sobre él como un buitre sobre su presa.
—¡Tavey! —gritó la princesa deteniéndose en seco.
La princesa no dudó, saltó sobre Tavey para interponerse entre él y una muerte segura. Sintió cómo una corriente de energía recorría su cuerpo arrojándose como un torrente de agua hacia fuera. Entonces, los segundos dejaron de correr dándoles todo el tiempo del mundo. Pero solo por unos instantes.
—¡Vamos, Tavey! ¡No sé por cuánto tiempo podré hacer esto! —le gritó asustada mientras le tendía la mano.
Tavey cogió la mano de la princesa, observó a la criatura atrapada en los límites del tiempo, que había estado a punto de matarlo sin piedad. Siena estiró de él y echaron a correr alcanzando a Maximus y Phoebe. No se detuvieron hasta llegar a las montañas. Para entonces el tiempo ya volvía a correr en su contra, y las sombras seguían de caza.
—¡No has debido hacer eso, Siena! —le espetó Tavey cuando dejaron de correr.
Maximus estaba distraído, empeñado en buscar un camino para ascender la montaña y encontrar un sitio donde guarecerse hasta que aquellas criaturas salidas del infierno se dieran por vencidas. Él ya sabía qué eran esas criaturas. Ya las había visto. En Magna. Eran las aliadas del demonio que estaba tomando Carena. Los Invisibles. Ahora le repugnaban. A Siena también le resultaban familiares. Las había visto en sueños. En pesadillas más bien.
Phoebe siguió a Maximus sin intención de entrar en la discusión inminente entre Siena y Tavey. La princesa observó al joven perpleja.
—¿El qué? ¿Salvarte la vida? De nada, por cierto —le contestó.
Tavey se acercó a ella malhumorado. Había muchas cosas que la princesa aún no entendía. No sabía cómo funcionaban.
—¡No! No puedes parar el tiempo cuándo te dé la gana. Es peligroso jugar con el tiempo. ¿No lo entiendes?
Siena frunció el ceño. Recordó las palabras de Onelee advirtiéndole eso mismo. No debía cambiar el transcurso de la historia según se le antojara. Pero no era eso lo que había hecho. ¿O sí? Pero, entonces ¿cuándo podría usar su poder? También le vino a la mente la única conversación que había tenido sobre su madre en toda su vida, con su padre. Le había contado que la reina se había vuelto loca intentando cambiar eventos de la historia. La princesa negó con la cabeza finalmente. A ella no le pasaría eso.
—Tan solo nos he dado tiempo. Solo quería ayudarte. Y no puedo controlarlo. Ha sido como un acto reflejo. ¿Vale?
Siena se dio la vuelta para alcanzar a Maximus y Phoebe. Pero Tavey la siguió, la cogió del brazo para que se girara.
—Está bien, lo siento, Siena. Me he asustado. Sé que no eres consciente aún de lo que supone. Vamos, tenemos que salir de aquí cuanto antes.
La joven le sonrió tímidamente antes de volverse para encontrar a sus compañeros de viaje.
—¿Has encontrado algo, Maximus? —preguntó la voz de Tavey detrás de Siena.
Maximus señaló hacia delante donde se abría un pequeño sendero entre los arbustos.
—He encontrado ese camino. Parece que está transitado —contestó Maximus.
—¡Estaba escondido! —apuntó Phoebe—. Supongo, que quien lo haya hecho no querrá muchas visitas —añadió con una risita.
Dicho esto, fue la primera que se adentró en el sendero, sin un ápice del miedo que se había apoderado de ella horas atrás, que había impulsado a sus piernas para correr más que ninguno de sus acompañantes.
El resto la siguieron, cubriéndose las espaldas por si de nuevo aparecía un invitado inesperado.
—Yo iré el último —se ofreció Tavey.
Siena asintió concediéndole este puesto al chico, así que fue ella quien siguió a Phoebe, seguida de Maximus. Así, se internaron en las montañas más escarpadas de Naenia, sin saber lo que les esperaba tras ellas.
—Me pregunto adónde vamos —comenzó a decir Phoebe después de un rato—. ¿Por qué no usamos ya el espejo?
—Porque nos pisan los talones, Phoebe —le contestó Tavey desde atrás—. No quiero arriesgarme de nuevo. Si nos siguen pondremos en peligro a todos y no es eso lo que queremos.
Phoebe ya no volvió a quejarse al ver el tono seco en el que le contestó el muchacho. Los demás no se pronunciaron hasta que vieron una pequeña casita en un lado, en un prado que se había abierto ante ellos de pronto.
—¡Eh! —exclamó Phoebe—. ¿Queréis que entremos a pedir ayuda?
Tavey la fulminó con la mirada. Phoebe era una joven rebosante de energía. Debías estar muy predispuesto a tratar con ella para que no resultara irritante. Pero para Tavey era exasperante, ya que no estaba acostumbrado a lidiar con ese tipo de personas tan ignorantes durante los viajes que hacía.
—Phoebe, creo que será peligroso —le contestó Maximus con calma.
—Así es —dijo Tavey visiblemente irritado—. Podemos acercarnos para examinar la zona y cerciorarnos de que no haya nadie.
—Parece que está deshabitada —añadió Siena—. Pero en esta zona es raro que haya viviendas. La gente suele rehuir las montañas porque el clima es más frío, y aquí estamos acostumbrados a un clima más árido. Quizás sea de alguien no afín a nuestro gobierno, por eso se ha instalado aquí. Debemos tener cuidado.
De súbito todos se detuvieron a consecuencia de las palabras de la princesa, quien era la más experta en aquel terreno. Siena no había salido jamás de su palacio, salvo para asistir a eventos en otras ciudades o para visitar pueblos. Pero por supuesto no había hecho una incursión en las montañas. Sin embargo, conocía todo de Carena. Todas las costumbres de sus habitantes, sus modos de vida. Esa era una buena razón para seguir su juicio.
—Voy a echar un vistazo —concluyó Tavey.
Los adelantó para avanzar sigilosamente agazapado hacia la destartalada y gris casa en medio de un prado verde, como la esperanza que estaban al borde de perder. Se apoyó en las paredes de madera raída por la humedad del entorno, esperó un segundo antes de asomarse por la ventana que tenía justo al lado. No vio nada. Les hizo una señal a sus acompañantes para que se acercaban, mientras daba la vuelta a la casa.
Con una patada abrió la puerta envejecida por el tiempo que llevaba sin usarse, y se adentró por fin en la vivienda en busca de algún rastro de vida. Cuando hubo explorado la primera estancia salió. Estaba seguro de que allí no había nadie.
—¡Vamos, pasad! —les dijo haciéndoles gestos para que corrieran.
Depositó el espejo en el suelo al tiempo que lo hacía grande mientras el resto llegaba a la casa. Phoebe fue la última en entrar, aún temerosa cerró la puerta tras de sí.
—¡Vaya! ¡Parece que hace un siglo que no ha entrado nadie en esta casa! —comentó Phoebe con su voz chillona.
—Siena, por favor, ayúdame —le pidió Tavey ignorando el comentario de la chica.
Maximus se aproximó a la ventana más cercana para vigilar que no apareciera ninguna criatura indeseada. Desde que las había visto, sus pesadillas no dejaban de atormentarle rondándole la cabeza. En cada pestañeo que daba las sombras aparecían abalanzándose hacia él.
Entonces escucharon unos pasos que provenían del pasillo, provocando que se les subiera el corazón a la garganta. Todos volvieron la mirada hacia el pasillo donde la figura de dos hombres apareció.
—¿Alteza? —dijo la voz de uno de ellos.
Siena ladeó la cabeza frunciendo el ceño, tratando de reconocer la figura de ese hombre que parecía saber quién era ella. Claro, que era la mismísima princesa de Naenia. Pero la sangre volvió a fluir por sus venas cuando distinguió a la luz el rostro de un conocido amigo. Le costó reconocerlo por sus ropas andrajosas y su aspecto demacrado. Quizás hubiera estado días sin comer. Una intensa pena se apoderó de ella.
—¿Duque de Lith? ¿Qué hacéis aquí? —pudo articular.
Todos suspiraron de alivio, aunque la princesa se encontraba nerviosa de encontrar al duque allí. Se preguntaba si su padre también habría tenido que acudir a las montañas en busca de refugio. Siena corrió a abrazar a su amigo, que le correspondió torpemente. No estaba acostumbrado a esas muestras de cariño por parte de la princesa.
—Me alegro de veros, alteza. Debería preguntaros yo qué hacéis aquí. La última noticia que tengo vuestra es que os pusieron a salvo fuera de Carena.
Siena palideció, si él sabía eso, cualquiera podía saberlo.
—He venido a hablar con las diosas, para encontrar una solución. Nos han atacado y hemos venido aquí en busca de un sitio seguro para volver a abrir el portal. Podéis venir con nosotros —concedió la princesa.
Tavey se levantó, interponiéndose entre la princesa y el duque.
—Lo siento, princesa. Pero no sabemos si son de fiar. Quizás ahora son unos traidores y por eso están aquí.
Tavey y el duque se observaron brevemente antes de que el segundo se echara a reír.
—Jamás traicionaríamos al rey. Mi casa es una de las más leales al rey Nacan. Precisamente estamos aquí tratando de combatir esas sombras que se han instalado entre las montañas. Desde luego que este no es un lugar seguro, alteza.
El segundo hombre dio un paso al frente para mostrar su rostro. Siena no lo recordaba, pero si estaba con el duque sería también fiel a la corona.
—Muchos nobles vinimos aquí para refugiarnos —añadió el hombre—. Pero solo encontramos un destino aún peor. Muchos han muerto, y los que quedamos solo podemos luchar contra esas criaturas salidas de los infiernos.
—¿Sabéis algo de mi padre? —inquirió la princesa.
El duque avanzó un paso más, lo que hizo que Tavey se pusiera en guardia. El duque subió las manos, mostrándolas para hacerle saber que no haría nada. Depositó una de ellas en el hombro de Siena, tratando tal vez de infundirle algo de ánimo.
—Resiste en Eileen junto con sus soldados. Pero no sabemos por cuánto tiempo.
—Tenéis que venir con nosotros —repuso la princesa inmediatamente—. No hay otra manera de que sobreviváis, entonces.
La princesa tomó entre sus manos las del duque de Lith, como rogándole que salieran de Carena con ellos. Pero el duque se negó rotundamente.
—Jamás abandonaré a mi rey. Prefiero morir antes. Y haré todo por salvaros, alteza. Así que no hay tiempo que perder.
Como si las palabras que acababa de decir hubieran activado un localizador, las sombras se cernieron otra vez sobre ellos.
—¡Siena! ¡Tavey! ¡Ya vienen! —gritó Maximus aproximándose a ellos.
—¡Agacharos! —ordenaron Tavey y el duque al unísono.
—¡Tenemos que irnos! —chilló Phoebe desesperada.
—No podréis escapar de aquí —comenzó a explicar el duque—. Nosotros los entretendremos durante un rato. Bajad por las rocas. No por el camino, sino por el acantilado. Hay muchos escondrijos y les será más difícil encontraros.
Siena le suplicó con la mirada a su amigo que no se quedara atrás. Tavey, después de guardar el espejo, la cogió del brazo para arrastrarla hacia la ventana opuesta a la que se acercaban las criaturas.
—Por favor, acompáñanos —susurró Siena una vez más.
El duque de Lith negó con la cabeza.
—Marcharos. Nosotros os cubriremos las espaldas.
Maximus abrió la ventana y salió rodando fuera para reconocer el terreno. Las sombras no los habían visto. Después saltó Siena, seguida de Phoebe y Tavey, que empujó a Siena hacia el final del prado, donde comenzaba el escarpado descenso. Un traspiés y su vida acabaría.
La princesa aún tenía la cabeza puesta en el duque de Lith. Había sido un encuentro inesperado. Jamás pensó que un amigo suyo pudiera acabar ahí. En esas condiciones. Nunca se lo hubiera imaginado, ni tampoco para ella. Cada uno tenía lo suyo, al fin y al cabo.
Comenzaron a bajar cuando las sombras rompían las ventanas de la casa con sus bolas de fuego, prendiéndolo todo a su paso. El duque y el hombre que lo acompañaba lucharon con saña para enfrentar a esas criaturas diabólicas mientras la princesa descendía con cuidado, pero sin descanso la ladera la montaña.
Para cuando llegaron abajo la casa era una maraña de llamas inextinguibles que extendería el fuego por todo el prado durante horas, quizás días. Al final todo quedó reducido al fuego. El infierno había llegado a Carena.
Fueron horas también lo que tardaron en llegar abajo, con la presión de no caer a riesgo de partirse todos los huesos del cuerpo. Con la tensión de que la próxima lengua de fuego no fuera directa a sus cabezas.
Pero por fin vencieron los obstáculos que Carena les había interpuesto para salir. Llegaron al pie de la montaña, donde Tavey no tardó ni un segundo en depositar el espejo en el suelo. La superficie se tornó líquida, viscosa, lista para permitirles volver a un lugar seguro. Así que se apresuraron para que nada volviera a impedírselo. Primero pasó Phoebe, luego Maximus. Cuando iba a pasar Siena la cogió del brazo.
—Debemos cruzar juntos y romperlo para que no puedan seguirnos —le dijo.
—¿Cómo haremos eso?
—Confía en mí —contestó él.
La abrazó y juntos se arrojaron hacia el vacío. A su alrededor todo había desaparecido a través de la velocidad. Tavey estableció una fuerte conexión con Siena, lo notaba por todo el cuerpo. Mantenían los ojos cerrados mientras cruzaban hacia el mundo a través del espejo, cuando algo se rompió. El crujido se escuchó en todo el mundo. Fue como un trueno. Tavey miró hacia arriba y vio el espejo resquebrajado. El portal se estaba cerrando, tenían que volar más rápido o se quedarían atrapados entre mundos para siempre.
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