Capítulo 18

Después de varios días aquella noche por fin la venció el sueño. La instalaron en una pequeña cabaña cercana al lugar de reunión junto al fuego. Aquella estancia no era nada a lo que estuviera acostumbrada, pero no le importó. Lo único que quería era ayudar. Había tenido suerte y no tenía que compartir habitación con nadie, ese fue el privilegio que le dieron por ser la princesa de Naenia. Aunque echó de menos algo tan sencillo como darse un baño, detalles que en su situación le parecían todo un lujo.

Aquella noche había agradecido la soledad. Se sentía culpable por haber acusado a su nodriza ante su padre. Ella había tratado de salvarla. La quería alejar de los Efímeros porque sabía que si esa información llegaba a oídos de su abuelo no hubieran tenido ninguna opción. Ella siempre había tratado de protegerla. Pero, aun así, no le cabía ninguna duda de que era alguna clase de bruja.

Sin embargo, aquella noche la nostalgia inundó su pecho casi ahogándola. Recordó su mundo y todo lo que estaban perdiendo. Las ciudades que había visitado y de las que se había enamorado irremediablemente. Cada parte de Carena se había arraigado en ella. Le hubiera gustado recorrer cada lugar, empaparse de sus tradiciones, relacionarse con sus gentes hasta el último día de su vida. Pero todo le había sido arrebatado.

Sucumbió a la oscuridad de donde surgen los sueños con el susurro del recuerdo de su primer viaje a la ciudad de Lith. Una ciudad completamente entregada a la música, con unos colores marrones que se camuflaban con el paisaje de fondo. Esos edificios circulares de techos abovedados, que se unían entre sí con arcos que eran en realidad puentes. Conformaban así una ciudad laberíntica, en la que resonaba por cualquier callejón o gran avenida, la música que todos sus habitantes creaban y disfrutaban.

Aquella noche, volvió a estar allí, y la música retumbaba en su mente sin cesar.

Por la mañana, con la historia de la noche anterior aún rondando por la cabeza salió de su cabaña. Se topó casi por sorpresa con aquel chico que no dejaba de mirarla el día anterior. Se chocaron levemente provocando que ambos se giraran para observarse. El chico se puso muy nervioso. Siena soltó una risita, mientras él intentaba encontrar las palabras adecuadas para disculparse por su torpeza.

—No te preocupes. Ha sido sin querer —le tendió la mano sonriendo—. Soy Siena, ¿y tú, eres?

Maximus cogió la mano de la princesa y se la estrechó sin mucho entusiasmo. Inmediatamente la soltó, se restregó las manos sudorosas por las piernas, pero se dio cuenta de que quizás podía dar la impresión de que le había dado asco tocarla. El rubor se extendía por sus mejillas hasta que su cara fue por completo rojiza.

—P-pe-perdone, señora. Digo señorita. Digo alteza. S-soy Maximus Brook. Encantado de conocerla, alteza.

El chico trató de hacerle una reverencia que resultó muy torpe. Con todo aquel comportamiento logró hacer que Siena soltara una gran carcajada. Le pareció adorable.

—Encantada Maximus. No hace falta que me trates así. Podemos ser amigos, si así te lo parece.

Maximus respiró hondo, trató de encontrar la calma para tranquilizarse y no parecer idiota.

—Claro. Nunca he tenido una...—se arrepintió mientras decía las palabras, pero decidió terminarlas en un susurro— amiga.

Siena le puso una mano en el hombro con cariño al tiempo que le sonreía con dulzura.

—Jamás he tenido amigos, Maximus. La única persona con la que me he relacionado durante años ha sido con mi nodriza de no-sé-cuántos-años.

Ambos se rieron de alivio. Parecía que tenían muchas cosas en común. Siena pensó en aquel mito de que en la Tierra había una persona idéntica a las personas que existían en Carena. Pero quizás ese mito se refiriera a un alma gemela de corazón, no de aspecto.

—Me han dicho que ayudaste a salvar a mucha gente en la ciudad. Debes ser muy valiente —dijo ella.

Maximus bajó la mirada avergonzado. No creía que hubiera sido valiente. Ni siquiera se había parado a pensar si lo que había hecho había servido para algo.

—S-sí, supongo —respondió.

Siena le puso una mano en el hombro, así que el joven miró su hombro, y la mano de la princesa depositada allí, para luego volver sus ojos hacia los de ella.

—No seas modesto, Maximus. Ya has hecho mucho más que yo por mi pueblo en todos estos años.

Ella dejó caer el brazo, rompiendo el contacto con el chico. Él detectó un tono de amargura en su voz que lo apenó. Por un momento creyó entenderla. Parecía que ninguno de los dos estaba a la altura de lo que se esperaba de ellos.

—Nunca es tarde, Siena. Estoy seguro de que lograremos salvar Carena —dijo Maximus tratando de infundir ánimos a la joven.

La princesa le sonrió apreciando lo que Maximus trataba de hacer por ella. De pronto, vio claro lo que debían hacer. Y si había algo que no tenían era tiempo para derrocharlo.

—He tenido una idea, Maximus. ¿Te gustaría ayudarme en un plan descabellado?

La princesa le dedicó una mirada pícara con una sonrisa en los labios. El chico se encogió de hombros mientras tragaba saliva. Él no era muy aventurero, pero desde que había salido al mundo real las aventuras no dejaban de acecharle por los rincones.

—Quiero volver a Carena para ir a la morada de las diosas. Creo que si hablo con ellas las convenceré para que nos ayuden. ¿Podrías ayudarme? No sé cómo hacer ese viaje.

Maximus palideció ante la idea de la princesa. Pensaba que quizás querría escaparse a explorar aquellos montes secos o que quería robar algunas raciones de postre más de las que les correspondían. Pero aquello que le proponía iba mucho más allá de lo que él podía hacer por ella. Al ver su expresión Siena dejó de sonreír.

—¿Qué pasa?

El chico se pasó una mano por el cuello intentando encontrar de nuevo las palabras para rechazar aquel viaje con la que se había convertido en su única amiga desde hacía unos instantes.

—Lo siento, Siena. Pero es que yo no soy un Efímero. Tampoco sé cómo hacerlo. Si pudiera te ayudaría, pero yo no...

Siena se encogió de hombros, pero no dejó que la decepción la embargase. Le apretó el brazo a Maximus para que no se sintiera mal.

—No te preocupes Maximus, lo entiendo. Y sé que es pedirte demasiado, puedes meterte en un lío. Pero quizás si me acompañas hasta la sala del espejo, podamos descubrir cómo hacerlo juntos.

Sus miradas se cruzaron de una forma intensa. Casi podían ver y rozar el corazón del otro. Pero en ese momento la magia fue interrumpida.

—¡Maximus! ¿Qué hacéis?

A su lado apareció una joven con el pelo rojo como el fuego trenzado que se apoyó en el hombro de Maximus mientras se reía. Dejó a los dos muchachos sin habla, puesto que estaban ante una conversación un tanto comprometida.

—Hola, soy Phoebe —le dijo a Siena extendiendo su mano.

Siena la estrechó con una sonrisa y formaron un círculo en la puerta de la cabaña.

—Siena, pero supongo que ya lo sabrás.

Phoebe asintió enérgicamente sin parar de reír.

—¡Claro! ¡Estaba deseando conocerte! ¡Nunca he conocido a una princesa! —detuvo su entusiasmo al recordar que había interrumpido la conversación—. Pero bueno, ¿de qué hablabais?

Maximus y Siena intercambiaron una mirada de culpabilidad. Pero la princesa decidió que debían confiar en ella. Parecía una buena chica, y quizás ella pudiera ayudarles.

—Quiero volver a Carena, hacer el viaje hasta la morada de las diosas para hablar con ellas. Pero necesito vuestra ayuda para ir a la sala del espejo.

Phoebe soltó una carcajada porque pensaba que era broma. Pero cuando ninguno de los dos se echó a reír con ella se detuvo en seco. Los miró a los dos varias veces. Maximus jamás la había visto tan seria.

—No podéis estar hablando en serio. Es una locura. Y menos sin contar con la ayuda de los Efímeros.

Siena miró hacia otro lado apenada por las palabras de Phoebe. Pero no era propio de ella darse por vencida sin intentarlo.

—Es la única oportunidad que tenemos. Sé que saldrá bien. Venid conmigo.

La princesa no esperó a que respondieran se giró y echó a andar hacia la casa donde se encontraba el espejo por el que había llegado a la Tierra. Phoebe y Maximus intercambiaron una mirada desconcertados. Decidieron seguir a la princesa por mera curiosidad. Cuando llegaron a la puerta, allí estaba Tavey que al ver a Siena tan decidida se interpuso en su camino.

—¿Adónde crees que vas, princesa? —le dijo.

Siena no se detuvo en su avance hasta que sus narices casi se rozaron. Tavey se cruzó de brazos, observando a la princesa más serio de lo que nunca había estado. Ella fue la primera que dio un paso atrás, dándose por vencida en aquel duelo de miradas. Detrás de ella Phoebe y Maximus observaban la escena sin intervenir, como si ellos no tuvieran nada que ver.

—No sé adónde crees que vas, pero aquí no puedes actuar por tu cuenta, Siena —le dijo con sequedad el chico.

Siena bajó la cabeza avergonzada. No era lo que había pretendido. Pero estaba acostumbrada a vivir en un mundo en el que su voz no era escuchada, lo que le hacía tener comportamientos impulsivos.

—Lo siento de verdad, Tavey. No pretendía hacer nada a escondidas. No sé muy bien aún cómo funcionan las cosas por aquí. Creo que debería volver a Carena y visitar la morada de las diosas para pedirles ayuda. Te lo dije anoche y creo que de verdad debemos hacerlo.

Tavey movió los pies cambiando el peso de su cuerpo mientras se pasaba una mano por la barbilla pensativo.

—No podemos llevarte a Carena de vuelta por ahora, Siena. ¡Te trajimos anoche! De verdad que lo siento, pero...

—Por favor, Tavey. No tenemos otra opción, las diosas nos ayudarán.

El chico no estaba muy seguro de si debía hacerle caso o no. En realidad, esa no era una decisión que él debiera tomar. Debía hablar con McKinley y con Deena. Ellos debían decidir. Pero Maximus se adelantó un paso.

—Perdona que me entrometa, Tavey. Pero creo que deberíamos hacerle caso. Nadie tiene por qué enterarse. Podemos ir nosotros cuatro y volver antes de que se den cuenta.

Tavey observó de arriba abajo a Maximus, luego miró a Phoebe y por último evaluó a Siena. Suspiró. Los matarían por ello. Les hizo un gesto para que entraran rápidamente en la sala. Cogió a Siena del brazo y avanzó con ella hasta quedar frente a su reflejo en el espejo. Desde allí no se veía Carena, pero Siena sentía que estaba ahí detrás del espejo. Tavey interrumpió sus pensamientos apretando su brazo, mirándola fijamente a los ojos.

—Debemos hacerlo juntos. Tienes que ayudarme a parar el tiempo en la Tierra para que podamos irnos sin que se den cuenta.

Siena tragó saliva. Nunca había hecho algo así. La única vez que había parado el tiempo había sido sin querer. Cogió aire, lo expulsó con sus miedos y asintió con energía.

—Está bien, ¿qué debemos hacer?

Tavey entrelazó sus manos cálidas con las delicadas manos de la princesa. Cerró los ojos mientras respiraba profundamente. Siena lo imitó intentando acariciar cada segundo que rozaba su piel. Poco a poco fue consciente de cómo el tiempo la movía y la desplazaba levemente con su respiración. Los segundos pasaban alrededor de ella, alrededor de todos. Dejó de ser consciente de cuanto la rodeaba, solo sentía las manos de Tavey. Los segundos cada vez eran más y más lejanos, ya casi no escuchaba su rumor al andar. Fue entonces cuando dejó de escucharlos. Habían detenido el tiempo. Abrieron los ojos cuando aún estaban envueltos en el aura roja que había creado su hechizo. En ese momento nació entre ellos una conexión más allá del tiempo. Tavey rozó las manos de la princesa en lo que pretendió ser una caricia antes de soltarlas.

Se separaron, acercándose al espejo que volvía a su estado líquido. Tavey miró a Siena, le hizo un gesto con la cabeza indicándole que fuera primero.

—Las damas primero —murmuró.

La princesa se posicionó frente al espejo. Ya no veía su reflejo, solo una masa líquida espesa y flotante. Tragó saliva y sin mirar atrás se sumergió de nuevo en las sombras del tiempo. 

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