SOMBRAS DE PASION Y DOLOR

Las Cadenas de la Oscuridad

Seiya de Pegaso nunca había imaginado que la oscuridad podría sentirse así. Había luchado contra muchas amenazas, enfrentado a poderosos enemigos, pero esto era diferente. Estaba atrapado en el inframundo, bajo el yugo del dios del infierno, Hades. Cada día se sentía como una eternidad, y cada segundo que pasaba en ese lugar erosionaba más su espíritu.

Hades lo había reclamado después de su última batalla, no solo físicamente, sino también en un nivel mucho más profundo. Desde el principio, Hades no había mostrado ningún interés en destruirlo, sino en doblegarlo, poseerlo, hacerle suyo en cuerpo y alma.

Seiya estaba encadenado en una oscura celda, su cuerpo cubierto de marcas que atestiguaban el abuso que había sufrido a manos del dios del inframundo. Cada respiración era un esfuerzo, cada pensamiento un recordatorio de la desesperación en la que estaba sumido. Sin embargo, lo peor no era el dolor físico, sino la presión constante, la manipulación mental que Hades ejercía sobre él.

El sonido de pasos resonó en el pasillo. Seiya levantó la cabeza, con los ojos llenos de odio y cansancio. Hades apareció en la puerta, su figura envuelta en sombras, pero con esa misma sonrisa fría y calculadora que Seiya había llegado a odiar.

—Pegaso… ¿todavía sigues resistiendo? —dijo Hades, acercándose lentamente—. ¿Cuántas veces más tendrás que soportar el dolor antes de darte cuenta de que tu resistencia es inútil?

Seiya apretó los puños, pero no dijo nada. Sabía que cualquier palabra que dijera solo sería un combustible más para la crueldad de Hades.

—Tu silencio es admirable, Seiya —continuó Hades, arrodillándose frente a él y tomando su rostro con una mano—. Pero no puedes esconderte para siempre. Eventualmente, cederás.

Con un movimiento rápido, Hades tiró de Seiya, levantándolo del suelo y empujándolo contra la pared de la celda. Seiya intentó resistirse, pero su cuerpo estaba débil, y Hades lo sabía. El dios del inframundo presionó su cuerpo contra el de Seiya, sus labios rozando su oído mientras susurraba:

—No tienes por qué sufrir, Seiya. Si tan solo aceptaras tu lugar a mi lado… si tan solo me reconocieras como tu dios… todo sería más fácil.

Seiya cerró los ojos, luchando contra la sensación de asfixia que sentía. La voz de Hades era como veneno, insidiosa, filtrándose en su mente.

—Nunca… —murmuró Seiya, con la voz rota por el esfuerzo—. Nunca seré tuyo.

Hades rió suavemente, disfrutando de la lucha interna de Seiya.

—Eso es lo que me gusta de ti, Pegaso. Tu terquedad. Pero todos tienen un límite. Y yo sé cómo encontrar el tuyo.

De repente, el dolor atravesó el cuerpo de Seiya como un rayo. Hades había usado su poder para infligirle una tortura indescriptible, una mezcla de dolor físico y mental que hacía que su mente se fragmentara. Seiya gritó, incapaz de contener el sufrimiento que lo consumía.

Hades observó con satisfacción, disfrutando de cada momento.

—Así es… grita, Pegaso. Deja que todo tu orgullo se desmorone.

El dolor finalmente cesó, y Seiya cayó al suelo, jadeando y temblando. Su cuerpo estaba cubierto de sudor frío, y su mente estaba nublada por el sufrimiento. Pero a pesar de todo, todavía se negaba a ceder. Hades no podía controlarlo, no completamente.

—Eres fuerte, lo admito —dijo Hades, poniéndose de pie y mirando a Seiya desde arriba—. Pero esta es solo una pequeña muestra de lo que puedo hacer. Hay muchas maneras de romper a un hombre, Seiya. Y pienso usar todas ellas contigo.

Con esas palabras, Hades se dio la vuelta y salió de la celda, dejando a Seiya solo en la oscuridad, dolorido y exhausto. Pero en su mente, Seiya sabía que no estaba solo. Sentía las presencias de sus amigos, aunque lejanas, y eso le daba una chispa de esperanza, una pequeña llama que Hades aún no había logrado apagar.

Promesas en la Oscuridad

Los días en el inframundo no tenían sentido del tiempo. Seiya había perdido la cuenta de cuántas veces Hades había venido a él, repitiendo ese ciclo interminable de dolor y manipulación. Pero algo había cambiado. Hades ya no lo torturaba solo para verlo sufrir. Había empezado a hablarle, a susurrarle promesas de poder, de liberación, de un mundo en el que Seiya ya no tendría que luchar.

—Podrías ser mi igual, Seiya —decía Hades en una de esas noches, mientras acariciaba el cabello de Seiya—. Podrías gobernar a mi lado. Todo el sufrimiento que has soportado se desvanecería, y tendrías la paz que tanto anhelas.

Seiya lo miraba con incredulidad. ¿Cómo podía Hades pensar que caería en esa trampa? Pero, a veces, la voz de Hades era tan convincente, tan seductora, que Seiya se sorprendía a sí mismo considerando esas promesas, aunque fuera solo por un segundo.

—No quiero tu poder, Hades —dijo Seiya, su voz débil pero decidida—. Todo lo que quiero es libertad.

Hades sonrió, como si esa respuesta solo reforzara su convicción.

—La libertad es una ilusión, Pegaso. Todos estamos encadenados a algo. Yo te ofrezco una vida sin dolor, sin sufrimiento. Pero para eso, tienes que dejar de resistirte.

Seiya desvió la mirada. Sabía que Hades estaba jugando con su mente, intentando manipularlo para que cediera. Pero la lucha constante estaba agotando sus fuerzas, y a veces, solo a veces, pensaba en lo fácil que sería rendirse.

Hades parecía leer sus pensamientos, porque en ese momento se inclinó hacia Seiya, sus labios rozando los de él en un beso suave pero forzado.

—Todo lo que tienes que hacer es decirlo, Seiya —susurró Hades—. Solo una palabra, y todo esto terminará.

Seiya se apartó bruscamente, con los ojos llenos de rabia y dolor.

—¡No! —gritó, con la poca fuerza que le quedaba—. ¡Nunca aceptaré tus condiciones, Hades!

Hades lo miró por un momento, su expresión oscureciéndose. Entonces, de repente, lo soltó y se levantó.

—Muy bien, Pegaso. Pero recuerda… siempre tienes la opción de elegir.

Con esas palabras, Hades salió de la celda, dejando a Seiya con la mente revuelta por sus propias emociones. Sabía que no podía ceder, pero cada día se sentía más débil, más agotado. ¿Cuánto tiempo podría seguir resistiendo?

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En la Tierra, Saori Kido y los Caballeros de Bronce habían sentido el debilitamiento del cosmos de Seiya. Sabían que su amigo estaba en peligro, atrapado en las garras de Hades, y no podían quedarse de brazos cruzados.

—Debemos rescatar a Seiya —dijo Saori, con una expresión decidida—. No permitiré que Hades lo destruya.

Shun, Ikki, Hyoga y Shiryu asintieron, compartiendo la misma determinación. Aunque sabían que el inframundo era un lugar peligroso, no podían dejar a su amigo allí.

Guiados por el cosmos de Atena, los Caballeros se adentraron en el inframundo, enfrentando innumerables desafíos en su camino. Los espectros de Hades intentaron detenerlos, pero su determinación era inquebrantable.

Finalmente, llegaron a la sala del trono de Hades, donde encontraron a su amigo encadenado y débil, pero todavía vivo.

—¡Seiya! —gritó Shun, corriendo hacia él.

Pero antes de que pudiera alcanzarlo, Hades apareció, bloqueando su camino.

—¿De verdad creían que podrían arrebatarme lo que es mío? —dijo Hades, su voz llena de desprecio—. Seiya me pertenece. Su espíritu ya está roto. No hay nada que puedan hacer para salvarlo.

Ikki se adelantó, con los ojos llenos de furia.

—¡Hades, suéltalo! —exigió—. ¡O pagarás por lo que le has hecho!

Hades rió suavemente, levantando una mano para detener el avance de los Caballeros.

—Seiya está aquí por su propia voluntad —dijo Hades, con una sonrisa maliciosa

Los Caballeros de Bronce quedaron desconcertados por las palabras de Hades. ¿Cómo podía afirmar que Seiya estaba allí por su propia voluntad? Shun, que siempre había sido el más sensible de todos, sintió que algo oscuro y retorcido estaba ocurriendo en la mente de su amigo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Hyoga, con una mezcla de incredulidad y enojo—. ¡Seiya nunca aceptaría estar contigo!

Hades sonrió de manera inquietante y, con un movimiento de su mano, proyectó imágenes en la mente de los Caballeros. En ellas, Seiya aparecía de rodillas frente al dios, con los ojos llenos de confusión y desesperación mientras Hades le susurraba al oído.

—Pegaso es más fuerte de lo que crees, pero incluso él tiene sus límites —dijo Hades—. Ha sido testigo de tantas muertes, ha llevado la carga de proteger a Atena y al mundo… Ahora, le he ofrecido algo diferente. Un mundo sin dolor, sin guerra… ¿Qué hombre no lo consideraría?

Ikki apretó los puños, su rabia burbujeando justo debajo de la superficie.

—Estás jugando con su mente, Hades. Manipulas su cansancio y desesperación. Pero Seiya es más fuerte de lo que crees.

Hades dejó de proyectar las imágenes y miró a Ikki con una mezcla de admiración y burla.

—Oh, Fénix, siempre tan desafiante… Pero dime, ¿cuánto dolor más podrá soportar tu querido amigo antes de que caiga? ¿Cuánto tiempo más resistirá antes de que su mente ceda al descanso que le ofrezco?

Hades extendió una mano hacia Seiya, y el cuerpo debilitado del Pegaso comenzó a temblar mientras una energía oscura lo envolvía. Seiya, con el rostro desfigurado por el dolor, abrió los ojos con esfuerzo y miró a sus amigos.

—Chicos… —susurró, su voz apenas un eco—. No puedo más…

Shun corrió hacia él, desesperado por llegar a su lado, pero fue detenido por una barrera invisible. Hades, complacido, disfrutaba de cada segundo del sufrimiento de los Caballeros.

—Seiya, no te rindas —rogó Shun—. ¡Estamos aquí para salvarte! ¡No dejes que Hades te controle!

Seiya, con lágrimas en los ojos, intentaba resistir, pero el cansancio era demasiado. Las palabras de Hades resonaban en su mente, tentándolo con promesas de paz y liberación. A pesar de todo, el deseo de ceder crecía en su interior. Después de tantas batallas, ¿no merecía finalmente descansar?

—Solo quiero… paz… —murmuró Seiya, sintiendo cómo su voluntad se desmoronaba lentamente.

Saori, que había permanecido en silencio hasta ahora, dio un paso adelante, irradiando una luz dorada que envolvió a Seiya y sus amigos. La barrera de Hades se desvaneció bajo la fuerza del cosmos de Atena.

—Seiya, escucha mi voz —dijo Saori, su tono suave pero firme—. No caigas en las mentiras de Hades. Tú eres más fuerte que cualquier manipulación. Tú eres un Caballero de Atena, un protector de la luz y la esperanza.

La luz de Saori parecía disipar la oscuridad que rodeaba a Seiya, y por un momento, pudo ver con claridad. Sus amigos estaban allí, luchando por él, dispuestos a arriesgarlo todo para salvarlo. La fuerza de su vínculo con ellos comenzó a iluminar su corazón, dándole el coraje que necesitaba para resistir.

—Tienes razón… —susurró Seiya, con los ojos llenándose de determinación—. No puedo rendirme ahora. No… mientras ustedes estén conmigo.

El cosmos de Seiya comenzó a brillar, y las cadenas que lo ataban a Hades se rompieron. Hades dio un paso atrás, sorprendido por la fuerza renovada del Pegaso.

—No… esto no puede ser… —murmuró el dios del inframundo, viendo cómo el brillo de Seiya crecía más y más.

Los Caballeros de Bronce se unieron a Seiya, levantando sus cosmos en un esfuerzo conjunto para derrotar a Hades. La luz de su amistad era tan poderosa que incluso el dios del inframundo no pudo evitar sentir su impacto.

—¡Hades, tu tiempo ha terminado! —gritó Seiya, cargando hacia él con una explosión de cosmos.

Hades intentó defenderse, pero la fuerza combinada de los Caballeros y el poder de Atena fue demasiado para él. En un destello cegador, el dios fue expulsado de la sala del trono, su forma desvaneciéndose en la oscuridad del inframundo.

La batalla había terminado, pero Seiya sabía que la guerra contra Hades no había terminado por completo. Sin embargo, por ahora, estaban a salvo. Seiya cayó de rodillas, agotado, pero esta vez con una sensación de alivio.

Shun, Shiryu, Hyoga e Ikki corrieron hacia él, rodeándolo con preocupación y alegría.

—Seiya, lo logramos —dijo Shun, sonriendo a través de las lágrimas—. ¡Estás a salvo!

Seiya asintió débilmente, dejando que sus amigos lo sostuvieran. Miró a Saori, quien se acercó y lo tomó de la mano.

—Gracias, Saori… gracias a todos —dijo Seiya con gratitud—. Nunca podría haberlo logrado sin ustedes.

El Amanecer de una Nueva Esperanza

De regreso en la Tierra, Seiya estaba descansando en una cama en la mansión Kido, rodeado de sus amigos. Aunque su cuerpo estaba cubierto de cicatrices y su mente seguía recuperándose del tormento sufrido a manos de Hades, sentía una paz que no había experimentado en mucho tiempo.

Saori lo observaba desde una silla cercana, preocupada pero agradecida por su regreso. Sabía que el impacto de lo ocurrido en el inframundo no desaparecería de inmediato, pero también sabía que Seiya era fuerte. Con el tiempo, se curaría, y la luz en su interior volvería a brillar tan intensamente como antes.

—Seiya, lo peor ya ha pasado —dijo Saori con una sonrisa—. Estás entre amigos ahora. Aquí, la oscuridad de Hades no puede alcanzarte.

Seiya asintió lentamente, permitiendo que la calidez de las palabras de Saori lo envolviera. Sus amigos, sentados a su alrededor, lo miraban con la misma preocupación y cariño.

—No sé cómo podré agradecerles por todo lo que han hecho por mí —dijo Seiya, con la voz ronca por el cansancio—. Han arriesgado sus vidas para salvarme… y no sé si algún día podré devolverles lo que me han dado.

Ikki puso una mano firme en su hombro, sonriendo con ese aire de seguridad que siempre lo había caracterizado.

—No tienes que agradecer nada, Seiya. Somos un equipo. Siempre lo hemos sido, y siempre lo seremos. Estaremos a tu lado, pase lo que pase.

Shiryu asintió, cruzando los brazos con una sonrisa tranquila.

—Lo que importa es que estás aquí, con nosotros. Y eso es todo lo que necesitamos.

Shun, que siempre había sido el más sensible y emotivo del grupo, no pudo contener las lágrimas. Hyoga, con una sonrisa afectuosa, lo abrazó suavemente, compartiendo el alivio de haber recuperado a su amigo.

Seiya, mirando a todos ellos, sintió que una nueva esperanza florecía en su corazón. La oscuridad de Hades había intentado destruirlo, pero la luz de su amistad y su amor por sus seres queridos lo había salvado. Sabía que el camino hacia la recuperación no sería fácil, pero mientras tuviera a sus amigos a su lado, estaba seguro de que podría enfrentarlo.

Y así, mientras el sol comenzaba a alzarse en el horizonte, Seiya cerró los ojos, permitiendo que la luz del amanecer lo bañara. Porque incluso en la noche más oscura, siempre hay un nuevo día por delante, lleno de promesas de un futuro mejor.

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Fin

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