Yami

Yami Sukehiro había tenido una tarde intensa y agotadora. Después de la feroz batalla en el Templo Submarino y del largo viaje por el Reino del Joker, su cuerpo clamaba por descanso. Pero para él, el agotamiento físico era lo de menos; lo que realmente le importaba, aunque nunca lo expresara abiertamente, era que sus caballeros mágicos tuvieran un momento de distracción tras tanto esfuerzo. Le sorprendía cómo esos mocosos habían superado sus límites de formas inimaginables, en parte gracias a la presión que él mismo les había impuesto. Sabía bien que gran parte de ese cambio se debía a Asta, cuya energía contagiosa y, a veces, irritante, había impulsado a todos a mejorar.

El Festival había sido el pretexto perfecto para regalarles un merecido descanso. Mientras tanto, él había quedado con el molesto Jack para competir en cualquier cosa, porque la competencia con él era inevitable. Como era de esperarse, el irritante capitán de las Mantis Verdes llevó la competencia al límite, obligándolos a trasladarse a una montaña para evitar causar destrozos en la ciudad. Ninguno había logrado imponerse, y eso lo frustraba profundamente.

Sin embargo, toda esa frustración quedó atrás cuando finalmente llegaron a la base, más tarde de lo que habría querido. Moría de ganas por verla, imaginándola esperándolo en su habitación. Mientras subía, su mente se llenaba de imágenes de su piel desnuda y suave, evocando lo que habían compartido la noche anterior. Aquello había sido solo un adelanto de lo que deseaba hacerle; quería explorar cada centímetro de su cuerpo, hacerla suplicar por más. Su voz, como el canto de una sirena, lo envolvía y lo seducía de una manera que nunca habría imaginado.

Nunca pensó que caería tan fuerte por una mujer. Jamás se había preocupado por la seguridad de nadie, ni siquiera por la suya propia, pero con Beatrice era diferente. Quería mantenerla a salvo, aunque también deseaba que aprendiera a defenderse, por si él no estaba para protegerla. Sabía que habría tiempo para eso, pero por ahora, lo único en su mente era ella.

Intentó no parecer tan impaciente, aunque maldita sea, Beatrice era como un perfume embriagador, y él estaba dispuesto a dejarse llevar por ella una y otra vez.

Pero cuando abrió la puerta de su habitación, no la encontró. Fue a la suya, tocó varias veces, pero solo obtuvo silencio como respuesta. Era pasada la medianoche, y ella había dicho que solo iría de compras. Algo en su interior se inquietó.

Bajó de nuevo a la estancia y se topó con Henry en el camino.

—¿Has visto a la profe? —preguntó Yami.

Henry negó con la cabeza.

Yami rara vez se ponía nervioso o preocupado por alguien, pero eso no aplicaba para ella.

—¡Capitán, pelee contra mí! —gritó Luck, siempre buscando una pelea.

Algunos de sus compañeros estaban en la sala, en sus habituales travesuras.

—Capitán, hay una carta para usted —dijo Noelle.

Se detuvo. ¿Una carta? ¿Acaso Julius tenía otra misión para ellos?

Tomó la carta y la abrió de inmediato, algo inusual en él, ya que generalmente esperaba hasta estar en su despacho. Pero ahora tenía prisa por encontrar a Beatrice.

Las palabras en el papel lo dejaron helado. Leyó y releyó cada línea, sintiendo como la frialdad de las palabras lo atravesaba. ¿Podría ser esta carta un engaño? Encendió un cigarrillo, un hábito que estaba intentando dejar, pero que ahora necesitaba más que nunca.

—¿Qué ocurre, capitán? —preguntó Finral, acercándose con cautela.

Todos sintieron la pesada aura que emanaba de Yami, una mezcla de traición y desesperanza. Pero él se negó a creerlo hasta confirmarlo.

—Finral, ve a la ciudad y verifica si esta carta es real —le dijo, empujándole la carta con fuerza—. Lo que leas, no debes contárselo a nadie, o te cortaré el cuello.

Sabía que estaba siendo violento, Finral no se lo merecía, pero no quería que la casa se enterara de que Beatrice solo lo había utilizado. ¿Qué estaba feliz con su familia? ¿Qué todo había sido solo una diversión para ella?

Esperó en su despacho, aislado de todos. Fumó tres cigarrillos, y estaba encendiendo el cuarto cuando Finral regresó.

—¿Y bien? —preguntó Yami, con su voz llena de tensión.

—Busqué a la señorita que mencionaste, Kaori —comenzó Finral—. La señorita Beatrice no acordó encontrarse con ella. Pensó que nos habíamos equivocado.

Yami sintió una punzada de dolor.

—¿Y es su letra?

—Sí, el sello es auténtico. Kaori me dijo que solo ellos tienen acceso a ese sello, y solo funciona con la mano de su dueño.

—Pero podrían haberla obligado... —intentó mantener la esperanza.

—Hay algo más, capitán.

—Dilo.

—La señorita Beatrice... bueno, su apellido es Lumis —pausó unos segundos, hasta que dijo—: Es de la realeza.

¿Qué?, pensó Yami.

—Puedes marcharte —dijo, cortante.

—Pero capitán...

—¡Vete!

Beatrice lo había engañado. Seguramente vio la Orden de los Toros Negros como un entretenimiento. Se decía a sí mismo que todo era mentira, que ella lo miraba con amor y que su cuerpo reaccionaba porque lo quería.

«Te quiero», le había dicho antes de quedarse dormida. La había llevado a su cama con cuidado, como si cuidara de un cristal frágil.

Beatrice... lo había engañado. Le mintió sobre ir de compras y sobre su origen. No le importaba si era rica o pobre, pero que le mintiera tan descaradamente, eso no lo podía perdonar.

Tiró las cosas que estaban encima de su escritorio con rabia. El suelo se llenó de tinta negra.

—Beatrice —susurró, con el dolor reflejado en su voz—. Seré yo quien se divierta contigo.


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