Capítulo 8
—Señorita Beatrice, ¿dónde está?
Dulce me buscaba por la habitación. Me había escondido en cuanto sentí que venía. Sonreí de forma traviesa, divertida. Contuve mi respiración cuando escuché que abría la puerta de la habitación. Esta vez, me había escondido muy bien.
—Señorita Beatrice —canturreó.
Escuché que abría las puertas de los armarios y gritaba un «¡Te encontré!». Casi me delato al reírme, había hecho bien en esconderme detrás de las cortinas.
—Qué mal, y yo que traía su pastel favorito... tendré que devolvérselo a la cocinera. Qué lamentable situación...
Salté y salí de mi escondite.
—¡No te lo lleves!
Dulce me miró y corrió hacia mí. Me tiró sobre la cama y me hizo cosquillas. Las carcajadas me dificultaban respirar bien.
—Vamos, tengo que bañarla o estaremos en problemas con su madre, recuerde que hoy se celebra un baile en el castillo.
—No quiero ir, me aburro. Los demás niños no me hablan —expresé triste.
—Sé que puede ser difícil, pero a su regreso le tendré escondido otro pedazo de su pastel favorito, ¿qué le parece?
Pensar en el delicioso pastel de chocolate con mermelada de frambuesa me ponía feliz, pero...
—¡No quiero ir!
—¡Señorita Beatrice!
Comencé a saltar en la cama y a gritar de manera desobediente. La pobre de Dulce intentaba silenciar mis gritos para que los que pasaran por fuera de mi habitación no escucharan.
Esa fue la primera vez que vi una mariposa negra. Ese pequeño arrebato de niña provocó que, por error, la mariposa saliera desde mi interior como parte de la magia que estaba formando, fue como si la hubiese llamado para defenderme, para no ir a ese tonto baile.
—Señorita Beatrice... qué...
Giré de inmediato mi rostro al oír el tono lastimero de Dulce. Yacía sobre el suelo, lamentándose y sujetándose la barriga como si se le fuese a salir el estómago. Lo más horrible fue ver cinco mariposas negras sobre sus brazos. Bajé inmediatamente de la cama, llorando.
—¡Dulce! ¡Dulce! ¡No!
Grité de forma descontrolada. Los criados entraron a mi habitación de inmediato y detrás de ellos apareció madre. Yo temblaba del susto, no sabía qué hacer, la mariposa... era una parte de mí y había puesto a Dulce de un tono azul grisáceo.
—Está muerta —dijo un doctor, no supe en qué momento había entrado.
Mis llantos fueron fuertes. Madre les ordenó a todos que salieran de la habitación y se llevaran el cuerpo de mi niñera.
—¿Qué sucedió? —me exigió saber, tomando mi rostro muy fuerte.
—Me duele.
—¡Qué hiciste niña!
Lloré. Madre me daba mucho miedo, nunca estaba conmigo. Dulce era quien siempre me acompañaba, ella me cambiaba de ropa, me bañaba, me hacía dormir y me cuidaba cuando tenía pesadillas.
—La mariposa apareció...
—La mataste, mataste a tu niñera.
—No... —lloré.
—Eres un pequeño monstruo, siempre lo supe. No le cuentes esto a nadie, nunca. La familia Lumis debe tener su expediente intachable. Te buscaré a otra niñera y te enviaré con el Padre Gabriel para que puedas expiar tus pecados. Y nunca más Beatrice, nunca más usarás esa magia tan horrible. Prométemelo.
—Te lo prometo —juré asustada.
Ni siquiera sabía que podía hacer eso. La magia de ilusión, según lo que Dulce me había dicho, era mi magia verdadera. Y esa mariposa... Apareció de la nada como en este momento con Yami. Después de esa vez, apareció de nuevo cuando estaba dándome un baño y fue hasta muy grande cuando comprendí que dejaba un veneno letal, lo había comprobado contra otros insectos. Si aparecía la eliminaba con mis propias manos. Yo... Fui la responsable de la muerte de la única persona que me mostraba un poco de cariño en ese castillo tan solitario. Nunca me perdonaré por eso. Hice todo lo que madre me pedía, porque creí que de esa forma estaría pagando mi penitencia. Soporté todas las humillaciones y nunca me quejé. Nunca. Nunca me he comportado de la forma en la que no quiere, ni siquiera después de haber cumplido los dieciocho. Y ahora esa mariposa aparecía después de tantos años, sobre la hoja de la katana de Yami, recordándome el monstruo que en realidad soy.
Y ahora estaba posada sobre su manto y un terror de lo más horrible me inundó. La agarré con mi mano y la apreté hasta matarla. Me dolió internamente cuando lo hice.
Yami sostuvo mi mirada con intensidad, como si sus ojos pudieran atravesar todas mis defensas y llegar al núcleo mismo de mi ser. Su contacto era reconfortante y a la vez desafiante, como si me retara a enfrentar mis miedos más profundos. Mis ojos estaban húmedos, porque había comenzado a llorar hace un buen rato.
—Respira conmigo —dijo suavemente, guiándome con movimientos calmados de su mano sobre mi mejilla—. Inhala profundamente... y exhala lentamente.
Seguí sus instrucciones con dificultad al principio, pero su presencia cercana y su voz constante me ayudaron a recuperar el control sobre mi respiración. Poco a poco, los puntos negros y los colores que habían nublado mi visión empezaron a desvanecerse, reemplazados por la claridad y la calma que Yami parecía irradiar.
—Estás bien —continuó Yami con voz tranquilizadora—. No dejes que el miedo te controle.
No debo dejar que el miedo me controle, sin embargo, lo hizo en aquel momento y lo estaba haciendo ahora.
Asentí débilmente, sintiendo un alivio momentáneo al saber que Yami estaba allí para guiarme (la vida se transformaba en ironía a veces). Su mano aún sostenía la mía con firmeza, como un ancla en medio de la tormenta emocional que había desatado la aparición de la mariposa negra.
—Ahora, escucha —continuó Yami—. Controla tu respiración. No permitas que tu maná se descontrole de nuevo.
Las últimas lágrimas terminaron por derramarse.
—Lo siento mucho, Yami —dije con voz temblorosa.
Con uno de sus dedos, quitó las lágrimas que resbalaban por mis mejillas. Después, ahuecó mi rostro con su mano. Estaba tibio... Cerré los ojos y moví mi mejilla contra su palma, ansiando su contacto, buscando su protección.
—¿Estás más calmada?
—Sí.
—Esa mariposa...
—Nunca tuvo que haber estado allí —respondí.
—Pero no sentí que fuera a hacerme daño —habló lento, como si en cualquier momento fuera a darme una nueva crisis.
—No tienes ni idea —musité.
—¡Aquí están!
Los gritos inundaron el lugar e inmediatamente Yami y yo nos separamos, tomando una gran distancia entre nosotros. Me sequé rápidamente los ojos y me escondí pegada a la pared. Podían verme, evidentemente, pero así sentía que no.
Todos los caballeros mágicos de los Toros Negros estaban aquí arriba. Miré a Yami, no decía nada, ni siquiera reaccionó con su típica sonrisa arrogante, tal parece que mi pequeño arrebato lo dejó preocupado o quizá curioso. Observé la palma de mi mano, había un poquito de color negro sobre ella, temblé. Todavía sentía el peso suave de la mano de Yami sobre mi mejilla. ¿Qué había sucedido? No era consciente de lo que había pasado hace un momento entre Yami y yo... esa cercanía, cómo me miraba...
—¡Vamos a comer! Mis corderos prepararán un exquisito festín con carne —gritó una de sus pupilas, quien era la más bajita del grupo.
Todos estaban entusiasmados ante la idea. En unos segundos apareció una mesa muy larga con asientos para que todos estuviesen cómodos. Ni siquiera me sorprendí por aquel uso de magia, puesto que aún estaba un poco shockeada por todo lo que había sucedido minutos atrás.
—Venga capitán Yami —lo llamó Asta—, y usted también señorita Beatrice —sonrió.
Yami se volteó para verme, pero yo negué con la cabeza.
«Me iré», le quise decir con la mirada.
«Come con nosotros», parecía que me decía.
Miré las estrellas que parecían brillar mucho más esta noche y después mi mirada cayó sobre la de aquellos jovencitos llenos de alegría y emoción. Sus risas y charlas animadas resonaban en el aire fresco de la noche. Aunque quería alejarme y procesar lo que había sucedido con Yami, una parte de mí se sentía atraída por el calor humano y el compañerismo que llenaba el ambiente.
Los ojos de Yami seguían fijos en mí, expectantes. Me sentí atrapada entre la tentación de huir y el deseo de aceptar su invitación silenciosa. Asta me miraba con esa ingenua sinceridad que siempre lo caracterizaba, como si no pudiera entender la tormenta emocional que estaba viviendo en ese momento.
—¿Profe? —preguntó Yami con voz suave.
Solo por esta noche...
En este momento decidí que no volvería a la base de los Toros Negros, así que no me hacía daño disfrutar un poco con ellos, aunque fueran unos completos extraños para mí. Sin embargo, que una persona ajena a su círculo de amistad estuviera junto con ellos, parecía importarles lo más mínimo.
Me mordí el labio inferior, luchando internamente con mis propios sentimientos encontrados. Finalmente, respiré hondo y asentí levemente, aceptando a regañadientes la invitación de Asta y Yami.
—Está bien, me quedaré por un rato —respondí con voz apenas audible, más para mí misma que para ellos.
Un chico con el cabello largo y que cubría uno de sus ojos se hizo a un lado para darme espacio y así poder sentarme.
—¡Charmy, esto es increíble! ¡Adoro las nobobatatas! —sonrió Asta emocionado.
—Aprendí a hacerlas por mi príncipe de la comida —respondió Charmy perdiéndose en sus pensamientos de repente.
—Come más despacio Asta, o... o... ¡Podrías ahogarte! —Noelle escondió su rostro sonrojado.
—Ojalá pudiese comer junto a mi bello ángel Marie —murmuró el chico que estaba a mi lado, Gauche, por lo que escuché hace un momento.
Mientras todos comían, yo presioné con el tenedor un pedacito de carne que había cortado en mi plato, y cuando me lo metí a la boca, casi grité impresionada por el exquisito sabor. Tomé otro trocito y seguí comiendo. ¿Cómo podría explicar el sabor que sentía? Era algo así como una carne muy jugosa pero con un toque de algo mágico.
—Oye, Luck, ¿estás seguro de que puedes comer más rápido que yo?
—¡Por supuesto, Magna! ¡Carrera de comida! —le respondió Luck, terriblemente emocionado por el desafío planteado.
—¡Tú lo has dicho!
De pronto, una copa de vino llamó mi atención. La chica de cabello rosa (y muy hermosa debo decir) sostenía una copa de vino y me apuntaba.
—¿Bebes?
Negué con la cabeza.
—Lástima —me dijo, llevándose la copa a los labios. Comenzó a reírse.
La chica pelirosa estaba vestida únicamente con un conjunto de bikini y a nadie parecía importarle ese hecho. Su cuerpo era mucho más voluminoso en algunas partes que el mío y sentí algo extraño en mi pecho. Inmediatamente, miré a Yami (que estaba sentado cerca de mí, en la cabecera de la mesa), pero parecía luchar contra un gran trozo de carne. Imaginé que estaba acostumbrado a todo esto. Es más, recordé la primera vez que lo conocí, fue muy descortés y bruto. Me ignoró y tuve que perseguirlo por aquel festival. ¿Y ahora? Ahora compartía mesa con él y comía junto a sus compañeros de orden. Al parecer, sintió mi mirada, puesto que levantó la suya hacia mi dirección. Estaba extrañamente silencioso.
—Señorita Beatrice, ¿cómo están sus alumnos?
Todos enfocaron su atención en mí. Me enderecé un poco para responder.
—Hoy no hubo clase para ellos en la academia por lo ocurrido con Ojo de la Noche Blanca —respondí—, pero los visité esta mañana y están todos bien.
—¿Es profesora? —me preguntó la chica pelirosa.
Asentí.
—¿Cuántos años tienes? Te ves bastante joven.
—Veintiocho.
—La misma edad que Yami —agregó Magna. Me giré hacia Yami y alcé las cejas.
—Pensé que eras un poco mayor —le dije.
Todos se rieron por mi comentario.
—¿De qué te ríes? —Yami presionó la cabeza de Asta.
—¡Ca-capitán, me duele!
No pretendía ofenderlo, así que me disculpé por lo bajo. Miré de nuevo el cielo, creo que ya es hora de irme o se hará más tarde. Todos se distrajeron nuevamente y el murmullo de las conversaciones que mantenían entre ellos aumentó.
—Señorita Vanessa, puede pasarme la sal, por favor.
—Claro, Asta.
Vanessa, la chica pelirosa, se encontraba sentada frente a mí al otro lado de Yami. Su mirada me incomodaba.
—Capitán —le susurró, poniendo su mano por encima del brazo de Yami, gesto que no pasó inadvertido para mí—. ¿Podría darme el día libre mañana?
—Siempre tienes los días libres —respondió Yami, quien comenzaba a beber del vino también.
Vanessa trazaba líneas imaginarias sobre el brazo de Yami. Me tensé.
—Sí, pero necesito resolver unos asuntos en la ciudad.
—Ya qué —le respondió él, encogiéndose de hombros.
¿Estará acostumbrado a que ella se le acerque de esa forma? ¿Y por qué me importaba que lo hiciera?
—Tengo que regresar a la ciudad —le dije a Yami—. Gracias por la comida Charmy, estaba deliciosa.
—Puede venir a comer cuando quiera —me sonrió.
Le agradecí por aquella invitación. Yami se levantó de la mesa también.
—Te acompaño.
Me negué enseguida.
—No es necesario, iré por mi escoba.
—Finral, déjala en la ciudad.
—¡Sí!
—No es necesario, yo...
Pero Yami ya no me estaba escuchando. Finral abrió un portal y enseguida me invitó a pasar. Volví mi mirada hacia Yami.
—Gracias por la clase de hoy —que es la última.
Saqué del bolsillo de mi vestido un saquito con monedas de oro, mil yuls, y los dejé sobre la mesa.
—Te veré mañana a la misma hora.
Me tensé.
—Claro —respondí.
Me despedí de todos y aparecí en la ciudad.
—Gracias Finral, no tenías que molestarte.
—De nada, señorita Beatrice. Por cierto, ¿nos hemos visto antes? ¿Quiero decir, mucho antes de encontrarnos en la academia en la que enseña?
Fingí que no.
—No lo creo, Finral —mi sonrisa era más una mueca tensa.
—Quizá me confundí. Bueno, que descanse.
—Adiós.
Eso estuvo cerca.
Cerré la puerta de mi habitación con suavidad, dejando que el silencio reconfortante de la noche llenara el espacio a mi alrededor. Había sido un día largo y agotador, y ahora, finalmente, estaba en la intimidad de mi propio refugio.
Me dirigí al baño y lavé mi rostro con agua fresca, sintiendo cómo la tensión del día se disipaba lentamente. Después de secarme, me puse una camisola y regresé a la habitación, dejándome caer sobre la cama con un suspiro de alivio. Era extraño que mis particulares vecinos no hicieran ruido.
Mientras observaba el techo iluminado por la luz de la luna, los pensamientos sobre Yami me invadieron de manera inesperada. Recordé cómo nos habíamos separado apresuradamente cuando los otros llegaron a la terraza. El calor suave de su mano sobre mi mejilla seguía resonando en mi piel, y la manera en que me miraba... era como si hubiera visto algo en mí que ni yo misma había reconocido.
¿Qué está pasando?
Sentí una mezcla de confusión y nerviosismo. Había algo en Yami que me atraía, algo más allá de su misteriosa aura y su carácter desafiante. Pero también sabía que era peligroso involucrarse emocionalmente con alguien como él, especialmente siendo de mundos tan diferentes.
Me prometí a mí misma que era mejor mantener las distancias. Era una decisión sensata, ¿verdad?
Es mejor así.
Y, por otro lado, recordé aquella mariposa. Odiaba esa mariposa negra con toda mi alma y el dolor de haber perdido a Dulce seguía conmigo, oculto hasta ayer. Y... ¡Cielo santo! Por mi culpa casi muere Yami. No me lo hubiese perdonado, no...
Tengo que ver al padre Gabriel.
Una disculpa por la demora, es que yo suelo subir capítulos muy de noche porque me pongo a escribir en la tarde tipo 7pm, pero o he estado muy cansada o bien tengo otras cosas que hacer 😔 así que solo me dedico a responder comentarios
+¿Qué les haría feliz de leer que pasara entre Yami y Bea más adelante? Tengo la historia completamente calculada en mi cuaderno, pero si puedo regalarles un escenario pequeñito que les gustaría leer entre estos personajes, se los regalo
Las/os leo 🐥
-Cote
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