Capítulo 7

—¿Aquí es donde me enseñarás?

Yami torció la comisura de su boca, dándome una sonrisa traviesa.

—¿No te gusta?

Después de llegar a la base de los Toros Negros, me había conducido escaleras arriba (que pensé que no se acabarían nunca) para finalmente aparecer en una gran terraza encima de todo. Desde acá podía ver todo el bosque que rodeaba el castillo y ningún tipo de civilización se encontraba cerca. La terraza era bastante simple, con muros cortos alrededor de esta para evitar caídas accidentales. Este castillo es enorme, si desde fuera parecía un castillo normal, las infinitas escaleras que subí me dejaron claro que además de verse grande por fuera, también lo era por dentro.

Mi mirada volvió a la del capitán de los Toros Negros cuando habló.

—Aquí los mocosos no podrán molestarnos, pensé que te gustaría más privacidad.

Bueno... Estar sin distracciones me gustaba, pero la parte de estar sola con este capitán no. Apenas pude pegar el ojo anoche recordando todo lo que había pasado durante el combate contra Ojo de la Noche Blanca. El enfrentamiento entre capitanes, la fuerza sobrenatural de Yami y lo que sentí cuando estuvimos tan cerca. Todo eso daba vueltas en mi cabeza y no me gustaba nada. Era como si alguna fuerza de la naturaleza nos impulsara hacia adelante hasta juntarnos nuevamente. Aunque ciertamente fui yo la que lo buscó la primera vez, si no fuera por eso, es probable que nuestros caminos nunca se hubiesen cruzado.

—Claro —respondí, alejándome un poco de él para tomar aire, para establecer un claro límite que no quería que traspasara.

Notó lo que intentaba hacer y dio un paso adelante, burlón.

—¿No te peleaste con ese mueble otra vez? —comenzó a analizar mi rostro, en busca de cualquier hematoma producido por la bofetada, pero esta mañana solo tenía un tenue color azul que desapareció cuando el maquillaje hizo contacto con mi piel. Además de eso... me dolía el cuerpo y la parte de atrás de la cabeza. El hielo sirvió para deshincharlo. Claro, podría darle todas esas explicaciones a Yami, sin embargo, no lo hice.

—Solo lo cambié de lugar.

Yami asintió, sospechaba que mentía.

—¿Y te encuentras mejor? Te diste un gran golpe anoche —expresó burlón.

—Por tu culpa, debo aclarar. Eres tan enorme que el peso de tu cuerpo fue suficiente para derribarme contra el suelo. Una roca me habría hecho menos daño —me quejé.

Lo único que tenía que decir es un "gracias, Yami", no es difícil.

—¿Quieres saber qué otra cosa tengo enorme?

El corazón se me salió del pecho y la vergüenza inundó mis mejillas.

—¡Eres un cerdo!

Tomé mucha más distancia hasta quedar a quince pasos lejos de él.

—Solo te mostraría mi katana. Te veías más inocente, profe —una sonrisa enorme eclipsó todo su rostro.

Sentí como el calor subía desde mi pecho hasta mis orejas.

Yami acortó la distancia que nos separaba. Me rodeó como si fuera su presa y tiró de un mechón de mi cabello, desordenándolo. Posteriormente, tiró de la perfecta forma de bollo que me hacía diariamente hasta que casi arruina todo el trabajo que hago por las mañanas.

—¿Qué haces? ¡No me toques!

Únicamente se escuchó una risa provenir de su pecho.

—Caray, profe, pensé que ayer te gustó que lo hiciera. Estoy casi seguro que disfrutaste que estuviera encima de ti.

Escalofríos ascendieron por mi espalda. Me acomodé de nuevo mis cabellos sueltos.

—Me estoy arrepintiendo de aceptar este otro trato.

—Pero si no sigues adelante, tus alumnos no podrán defenderse ante enemigos poderosos como Ojo de la Noche Blanca.

Tenía razón. Yami dejó atrás el juego que se traía entre manos y adquirió una mirada más seria. Así que pregunté:

—¿Qué es el Ki?

Me hizo una señal para que nos sentáramos en unos bancos de ladrillo oscuro con un poco de musgo. Lo seguí a paso firme y me senté un poco alejada de él. Esperé a que encendiera el dichoso cigarrillo para escuchar su explicación. Analicé todo mi entorno. Detrás de él había una puerta que imagino conduce a las escaleras por las que subimos. Me preguntaba si sus pupilos se darían cuenta de que estábamos aquí arriba.

Surrealista.

Nunca imaginé (jamás) que formaría una extraña relación con los Toros Negros, una relación de conveniencia, claro, a cambio de mi dinero. Con ese dinero, Yami perfectamente podría realizar pequeños arreglos al castillo, algo que lo hiciera lucir menos... tétrico. Aunque supongo, que a ojos del enemigo, servía para ahuyentarlos. ¿Cuánto le tomaría enseñarme a usar el famoso Ki? ¿Tres días? ¿Una semana? Me aseguré de que nadie me siguiera, pensar en lo que madre podría hacer... mejor sacarla de mi cabeza cuanto antes.

¿Lo bueno? Dado mi complejo horario y el de Yami, únicamente podríamos vernos por las tardes, por lo que regresaría por la noche al hotel y sería mucho más fácil camuflarme por las calles de la ciudad. Las noches podían ser peligrosas, no obstante, el ciclo nocturno ocultaba mucho mejor a los que no querían ser descubiertos.

—El Ki es la energía que podemos sentir usando nuestros cinco sentidos.

—¿Como el maná?

Negó con la cabeza.

Las miradas, la respiración, el olor, el movimiento de los músculos y cualquier otro indicio... llamamos Ki a la combinación de esa energía que desprenden los humanos.

Intenté imaginarlo, algo parecido a sentir el poder mágico de los magos.

—¿Usaste el Ki anoche?

Asintió.

—En el enfrentamiento contra Licht, me movía percibiendo el Ki y reaccionando. En mi caso peleo sumando mi magia y mis músculos. Soy una especie de espadachín mágico.

—Entiendo —no lo hago.

—Eso es todo.

Lo miré alarmada.

—¿No hay más?

—Es tan sencillo como eso. Si lo comprendes bien, si no, también.

—Pero necesito un poco más de teoría —le pedí.

—Esa es toda la teoría que podrás encontrar —se levantó y caminó hacia el lugar donde estábamos antes—. Ahora, vamos a practicar.

Me levanté torpemente y cuando se giró para quedar frente a mí, cambié mi expresión insegura. Me puse aquella máscara de indiferencia, vaya.

—Entiendo que no sabes mucho sobre defensa personal o ataques.

—Me ofende, capitán —me llevé una mano al pecho simulando estar dolida—. Digamos que sé lo básico. Sé cómo defenderme y cómo atacar con mi magia, es un requisito básico para convertirme en profesora.

—No esperaba menos de ti.

—¿Qué significa eso?

Sonrió.

—Entonces, si logras percibir mi Ki te daré un premio.

—No me interesa el premio, intuyo que no es nada bueno viniendo de ti.

Ouch. Cierra los ojos y siéntelo.

Lo único que puedo sentir es su voz ronca, su mirada penetrante sobre mí y lo tosco que es.

Vamos Beatrice, concéntrate.

—Hueles a nicotina.

Bufó.

—Yo pensé que se te daría mejor que a mí la primera vez. Si aprendes a sentir tu propio Ki, podrás hacer lo mismo con el mío.

Apreté los puños conteniéndome. Quería golpearlo. Me sorprendí por desear hacer algo como eso. Esa máscara de indiferencia no servía estando con Yami.

Bien, tengo que concentrarme... Yami dijo que cierre los ojos y trate de sentir mi Ki. ¿Cómo se supone que haga eso? De acuerdo, respira profundamente... Inhala... Exhala... Tranquilízate. Piensa en el Ki como una energía dentro de mí... ¿Dónde lo siento? ¿En mi pecho? ¿En mi abdomen? Trataré de enfocarme en mi cuerpo, en cada pequeña sensación. Siento un leve cosquilleo en mis dedos y una calidez en mi pecho. ¿Eso es Ki?

Ahora, debo intentar expandir esa sensación. Imaginarlo fluyendo, como un río de energía. Vamos, concéntrate... No te distraigas...

—Qué concentrada... —susurró su varonil voz por detrás de mi oreja derecha.

Pegué un grito del susto. Casi lo lograba, sentí que ya lo tenía.

—¿Podrías, por favor, dejar de tirar de mi cabello?

—Es que hasta a mí me duele vértelo tan estirado, y eso que no lo tengo tan largo. El cabello, claro.

—Como sigas haciendo esos comentarios, yo...

—Anda, concéntrate. No tenemos toda la noche y además, necesito ir al baño.

Volví a calmar mi respiración y a expandir mi pecho en busca de aire. Es difícil, pero siento algo, una especie de vibración... Es leve, pero está ahí. Es como una chispa que se enciende y se apaga. Quizás esto es lo que Yami quería que sintiera.

De acuerdo, ahora necesito estabilizarlo, mantener esa sensación constante. Vamos, no pierdas el enfoque. Creo que lo estoy logrando, siento que estoy empezando a entenderlo. El Ki es parte de mí, siempre ha estado ahí, solo necesitaba aprender a escucharlo y...

—¡Bravo! —aplaudió—. Puedo sentir que tu maná aumentó. Ahora intenta sentir el mío.

Ahora este hombre quiere que sienta su Ki... De acuerdo, relájate y concéntrate otra vez. Primero, necesito estar en sintonía con mi propio Ki. Respirar profundamente... Enfocar... Siento esa chispa en mi interior, más fuerte esta vez. Ahora, debo extender mi percepción más allá de mi propio cuerpo. Voy a imaginar que mi energía se expande, como si fuera una extensión de mis sentidos. Puedo sentir el espacio alrededor de mí, y ahí está Yami... Pero ¿cómo se siente su Ki? Su maná es inmenso, sin duda, pero no es lo que busco sentir.

De pronto, como si se tratara de un cuerpo hecho de solo energía parado frente a mí, lo sentí.

Es... abrumador. Es como una corriente poderosa y constante, diferente de mi chispa inestable. Su Ki es intenso, denso, y casi palpable en el aire. Hay una sensación de fuerza contenida, como una tormenta a punto de desatarse. Me envuelve una sensación de peso, de presencia imponente. Es oscuro, pero no en un sentido negativo, más bien en uno profundo y misterioso. Es como si estuviera frente a un abismo insondable, una fuerza que puede aplastarme o protegerme dependiendo de su voluntad.

Puedo sentir una especie de calma feroz en su Ki, una determinación que no titubea. Es casi intimidante, pero también fascinante. Hay una seguridad y control absoluto en esa energía.

—Lo... puedo sentirlo... tu Ki —murmuré aún con los ojos cerrados.

—¿Y, cómo es? —preguntó curioso.

—Abrumador.

—¿Ah, sí? —susurró más cerca.

Tragué saliva y abrí los ojos de golpe. Su mirada intensa fue lo primero que me recibió. Me dio frío. Hace frío. No, él me provoca estos escalofríos.

—No pensé que fueras a lograrlo —confesó dándole una calada a su cigarrillo.

—¿Qué?

—A algunos les toma mucho tiempo, pero supongo que como estás acostumbrada a enseñar y a aprender, eres más rápida. Sin embargo, no cantes victoria todavía, puesto que se te hizo más fácil sentir mi Ki al no estar en movimiento. Pero, en un enfrentamiento como el que tuve ayer, debes estar alerta y tenerlo completamente dominado, si no, de nada servirá todo esto que te estoy enseñando.

—Si es difícil para mí, para mis alumnos lo será aún más.

—Están entrenando para poder ser caballeros mágicos algún día, ¿no es así? Claro que podrán lograrlo, es cosa de práctica.

Yami sacó su katana y la puso delante de mí. El cigarrillo, que tenía hace unos segundos, había desaparecido.

—Atácame con tu magia.

Por eso se puso en aquella posición de defensa. Bien, le daré lo que quiere.

—Magia de ilusión, niebla engañosa.

Una niebla apareció a nuestro alrededor. Me acerqué por el lado izquierdo de Yami para poder poner una mano sobre su hombro, dado que no tenía algún arma con la que apuntarle, pero cuando estuve a punto de tocarlo, chocó mi mano con la suya y me detuvo.

—Buen intento —dijo, tomando mis muñecas—, pero de eso se trata el Ki, fue como ver con ojos abiertos lo que intentabas hacer.

Ya, estoy comprendiendo, podrías soltarme por favor.

—Espera, faltaba este —tiró de otro mechón de mi cabello hasta que por las orillas de mi frente cayeron desordenados.

—¡Que no me toques!

Salté hacia adelante y lo golpeé en el pecho con mis puños. Tanto él como yo estábamos sorprendidos.

—Lo... lo siento. Lo siento mucho —me disculpé sinceramente. ¿Qué había hecho? Yo no soy así.

—No necesitas disculparte por dejarte llevar por tus emociones, es normal, sabes.

—Yo no...

—No las reprimas, si las reprimes siempre, entonces ya no podrás contenerlas y será un final lamentable. Continúa.

Suspiré y asentí.

—Magia de ilusión, espejismo onírico —murmuré.

Me sentía mal por haber reaccionado así. Pasó un tiempo hasta que Yami finalmente habló.

—¿Qué es esto?

—Una disculpa.

—Quítalo —dijo pausadamente, pero sentí un leve cambio en su actitud y en su energía.

—Pensé que... cuando escuché esa historia sobre tu llegada al Reino del Trébol, imaginé que así se vería tu país natal.

—Casi, pero no, ahora quítalo —dijo de forma brusca.

Lo quité de inmediato. Mi grimorio estaba abierto cerca de mí y tanto su luz azul como el violeta del grimorio de Yami, resaltaban en la semi oscuridad de la noche. Ya era tarde, debía regresar.

—No pretendía ofenderte.

El rio secamente.

—No me ofendo por cosas que no valen la pena.

Fruncí el ceño.

—Eres un tonto, ¿cuál es tu problema?

Yami se acercó más hacia mí.

—No tengo ninguno.

—Hace un rato, estabas bien y ahora algo cambió. ¿Extrañas tu hogar? No tiene nada de malo... ¿La ilusión que hice para ti se acercó a la realidad?

De repente, me vi acorralada entre la pared y Yami. Me miraba furioso, su Ki no estaba calmado, al contrario. El capitán de los Toros Negros, el vago que no hacía nada por mantener con buena imagen su orden, ese del que todos hablaban mal, aquel que se la pasaba en apuestas, ese capitán me estaba mirando ahora y yo fui lo suficientemente inteligente como para temerle. ¿Hace cuánto no había sentido un miedo similar? Ni siquiera con madre cuando vino a visitarme después de tanto tiempo. Fácilmente Yami podría cortarme en pedacitos con su katana, que no había alejado de mí.

—Como sabrás, soy un espadachín experimentado y puedo sentir cada una de tus emociones, y ¿te haces una idea de la emoción que entra por cada uno de mis poros en este momento? Miedo. Tienes miedo de mí y haces bien en tenerlo. Ahora, si vuelves a usar precisamente esa misma ilusión conmigo, entonces sabrás por qué soy el capitán de los Toros Negros.

Me sentía atrapada. La pared estaba fría, sus palabras fueron frías. Su energía amenazante empujaba la mía. Mis manos sudaban y mis piernas se sentían como plomo. Era enorme, pero ahora mucho más.

—No pretendía ofenderte —mi voz estaba al borde de las lágrimas.

Tenía mucho miedo en estos momentos, tanto así que...

Abrí los ojos de par en par cuando una mariposa negra, con alas delicadamente tintadas de azul y destellos iridiscentes, se posó sobre la hoja afilada de la katana de Yami. Era calmada y hermosa. Mi corazón comenzó a latir descontroladamente. Mis ojos se fijaron en las alas de la mariposa, y todo a mi alrededor pareció distorsionarse con puntos negros y colores que danzaban frente a mis ojos. Fruncí el ceño, luchando por mantener la concentración en las palabras de Yami, pero el miedo me envolvía y ensordecía mis sentidos.

Intenté respirar profundamente, pero el aire parecía negarse a llenar mis pulmones. Sentí un nudo en mi garganta, como si el cuello de mi vestido se cerrara, ahogándome lentamente. No fui consciente de que Yami había tomado mi rostro entre sus manos hasta que sentí su firmeza obligándome a mirarlo.

—Respira —susurró Yami con voz calmada pero urgente—. Inhala y exhala. Calma tu respiración. Tu maná está empezando a descontrolarse.

—No puedo —murmuré con miedo, sintiendo el pánico apoderarse de mí—. No puedo respirar.

—Sí puedes —insistió Yami con determinación—. Mírame, Beatrice.

Sus palabras me alcanzaron como un faro en la tormenta. Cerré los ojos por un instante, concentrándome en la voz de Yami, en su presencia tranquilizadora a pesar de la situación tensa que nos rodeaba.

—Por qué... por qué...

—Calma, tranquila.

Pero estaba lejos de calmarme, porque aquellos recuerdos que había enterrado profundamente en mi interior reaparecieron con toda su fuerza.

Hola, mañana les subo el capítulo siguiente <3

Algo así es la mariposa que me imaginé:

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