Capítulo 5

Hola! Este capítulo contiene parte de las escenas del anime. Capítulo 30 a 32, la escena donde se llevan a los niños de la ciudad a la montaña. Habrán cambios, como por ejemplo, no puse todo lo que ocurre entre el enfrentamiento entre Yami y Licht. Destaqué en negrita las frases textuales que utilicé del anime.




—Ha pasado mucho tiempo, querida.

Odié que mis manos estuvieran temblando, que mis pies avanzaran indecisos y que toda la seguridad que había reunido en estos tres años se esfumara como si nunca hubiese estado ahí.

—Tres años, madre.

Tres años, no me has visto en tres años y te apareces como si nada, como si no te importara.

No veo un brillo preocupado en sus ojos, no veo una sonrisa amable ni un cariño escondido detrás de esa mirada verde. Gélida, como un témpano de hielo.

—Ah, creí que eran más.

Las palabras de mi madre resonaron en el aire, cargadas de su habitual tono de superioridad y desdén. Sus ojos fríos me examinaron de pies a cabeza, buscando algún signo de debilidad que pudiera explotar.

—Madre, ¿qué estás haciendo aquí? —logré preguntar, tratando de mantener mi voz firme, aunque no lo logré.

Ella se levantó de la silla junto a la ventana (mi silla) y se acercó lentamente, cada paso suyo llenando la habitación de una tensión asfixiante. Qué calor sentía de repente. ¿Cómo me había encontrado? Me aseguré de no dejar mi dirección en la academia. Me inventé una, y ahora tenía delante a la persona que menos quería ver.

—¿Acaso no puedo visitar a mi propia hija? —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Aunque debo decir que estoy decepcionada. ¿Es así como me recibes después de tanto tiempo?

Decepcionada. ¿Cuántas veces escuché esa palabra salir de su boca? Miles. Mis manos temblaban ligeramente, así que las escondí detrás de mi espalda para que no lo notara.

—No esperaba verte tan pronto, eso es todo —respondí, intentando parecer indiferente.

Tengo miedo. Tengo ganas de llorar. Quiero exigirle, quiero preguntarle por qué no me visitó antes, por qué no me saludó en mis últimos tres cumpleaños...

De pronto, se acercó a mí. Cerca, muy cerca.

Me tomó de la barbilla y giró mi rostro, inspeccionándolo. Su tacto era frío.

—Al menos me alegra que escondas bien las manchas de tu piel, pero tu peinado no está perfecto.

Mis ojos brillaron de tristeza, pero no me rompí. Nunca frente a ella.

—Tuve un accidente —musité.

—Siempre fuiste una decepción —replicó con frialdad—. Pero aquí estoy, para recordarte cuál es tu lugar.

Sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba. Su presencia siempre había sido como una sombra oscura en mi vida, y enfrentarla ahora, en este momento de vulnerabilidad, era más de lo que podía soportar.

—¿Mi lugar?

De pronto, golpeó mi mejilla con fuerza.

—¿Cuándo dejarás de avergonzar el apellido Lumis? —gritó. La miré con completa confusión—. ¡Ah! ¿Creías que no estaba al tanto de lo que haces? Te vieron compartiendo espacio con esa orden plebeya, que no está a la altura de ninguna orden de nuestra clase. Personas como nosotras no deberían manchar su hoja de vida con una orden tan vil como esa. Ni siquiera pronunciaré su nombre; me da asco.

Temblé y apreté los puños. Mi mejilla ardía, me escocieron los ojos.

—Los necesitaba para la academia... —expliqué.

Ella soltó una risa seca, cargada de desprecio.

—¡La academia! Deberías estar enseñando en la Academia de Magia Clover, la más prestigiosa de todas. Ese es el lugar en el que debería estar una integrante de la casa Lumis, no en esa academia de quinta en la que enseñas.

Sus palabras eran como dagas que se clavaban en mi corazón, reabriendo viejas heridas que nunca habían sanado por completo. Meterse conmigo era una cosa, pero hablar mal de la academia que me abrió sus puertas cuando más lo necesité es otra.

Di un paso adelante, desafiante.

—Todo lo que he logrado hasta ahora, madre, es gracias a mi esfuerzo. No tienes por qué inmiscuirte en mis decisiones. No lo has hecho en tres años; ¿qué ha cambiado ahora?

—¡Y mira cómo has avanzado en estos tres años! —abrió los brazos como abarcando toda la habitación.

No debería avergonzarme por vivir en una habitación de hotel; es todo lo que necesito para vivir cómodamente, no me hace falta nada más. Sin embargo, ahora que madre lo decía de esa manera, como si estuviera decepcionada y solo le brindara dolores de cabeza, yo, su única hija... odié el camino por el que se estaban esparciendo mis pensamientos.

Al mantener la cabeza gacha y no mirarla, madre se me acercó más.

—Mi niña, esto lo hago por tu propio bien. No quiero que personas que no valen la pena te aparten de tu familia, que te distraigan de tener un futuro... decente.

Mis labios temblaron. ¿Cuántas veces no había escuchado la misma excusa después de sus incontables arrebatos? Ya no tengo quince ni veinte años; tengo que defenderme. Ella ya no controla mi vida, lo dejó de hacer hace tres años.

—Devolveré el dinero que saqué de la cuenta de la familia, porque a eso viniste, ¿no es así?

Levanté la mirada y esperé transmitir todo el rencor que sentía hacia ella, el que se había acumulado desde mis cinco años. Pero entonces, comenzó a reír.

—¿Y te alcanza con el sueldo de maestra?

No, no me alcanza, pero he estado ahorrando y...

—Te agradecería que abandonaras mi habitación, por favor.

—De verdad, no te reconozco. Mira en lo que te has convertido.

—Estuve bien durante estos tres años sin saber sobre la Casa Lumis. No necesito que aparezcas ahora.

Mentira. Siempre mantendré la esperanza de que madre cambie, que le enorgullezca tener a una hija como yo y que apoye todas mis decisiones, cualesquiera sean estas.

Antes de desaparecer por la puerta, madre se detuvo sin mirarme.

—Si manchas nuestro apellido, Beatrice, habrá consecuencias.

Una fría advertencia de lo que era capaz, tan preocupada por el qué dirán y por quedar bien ante todos los nobles.

Cuando estuve segura de su partida, caí de rodillas al suelo, incapaz de contener las lágrimas que brotaban sin control de mis ojos. La ansiedad comenzó a invadirme, y el temblor de mis manos se extendió por todo mi cuerpo, dejándome temblando y sin aliento.

Intenté respirar profundamente, tratando de calmarme, pero el aire se sentía denso y difícil de inhalar. Mis sollozos se mezclaban con la desesperación, y me llevé las manos a la cara, ocultando el dolor que sentía.

De repente, un ruido proveniente del exterior me sacó de mi tormenta interna. Gritos desgarradores rompieron el silencio, y levanté la cabeza, escuchando con atención. Sonaba como si alguien estuviera pidiendo ayuda.

Me levanté lentamente, aún tambaleante, y me acerqué a la ventana. Abrí las cortinas lo suficiente para ver lo que estaba sucediendo afuera. Personas corrían por la calle, algunas gritando y señalando en dirección al parque cercano. Escuché claramente a alguien decir que se habían llevado a unos niños. Y lo más extraño... caía nieve... en esta época del año.

El pánico se apoderó de mí de inmediato.

¿Quién haría algo tan horrible como llevarse a unos niños?

Sin pensarlo dos veces, corrí hacia la puerta. Tenía que hacer algo; no podía quedarme ahí sin hacer nada mientras alguien necesitaba ayuda.

Al salir al pasillo, los gritos se hicieron más fuertes, y la adrenalina comenzó a recorrer mis venas. Mi propia angustia quedó momentáneamente relegada a un segundo plano. Las personas del hotel estaban inquietas, tampoco comprendían lo que sucedía allá afuera.

La brisa nocturna y fría (muy fría) impactó contra mi rostro cuando llegué a la calle, y el miedo inundó mi sistema nervioso. Mis alumnos... no dejaba de pensar en ellos, quienes vivían a unas cinco cuadras de aquí.

—¡Se han llevado a nuestros hijos!

—¡Caballeros mágicos, traigan de vuelta a nuestros niños!

De lejos, vi a la familia de Elena, una de mis alumnas. Corrí sin pensármelo dos veces. Su expresión desesperada y las lágrimas en los ojos de Elena y su mamá me preocuparon.

—Hola, señora Darkrose, ¿qué ha ocurrido?

—¡Profesora Beatrice! —lloró Elena, lanzándose a mis brazos—. Se llevaron a mi hermanito Oliver.

—¿Qué? —tomé a Elena entre mis brazos y miré a la madre.

—Nos despertaron los gritos de la gente. Al parecer, se llevaron a nuestros hijos más pequeños —sollozó—, a... a la montaña y... y algunos caballeros mágicos fueron a buscarlos, pero no hemos sabido nada de ellos. Y si... y si...

—Tranquila, señora Darkrose, todo estará bien —la calmé.

—¿Podría, por favor... se lo suplico... tráigame a mi hijo, se lo suplico?

—Conseguiré información. No se preocupe. Debe mantener la calma y cuidar de Elena. Entren a su casa; el frío podría hacerles mal.

—Gracias, muchas gracias. Vaya a la parroquia de la hermana Theresa; he escuchado que se reunieron algunos caballeros mágicos allí.

Asentí, solté a Elena y corrí hacia el centro, buscando aquella parroquia.

Al llegar a la parroquia de la hermana Theresa, me encontré con un grupo de caballeros mágicos reunidos. Me sorprendió ver a Noelle de los Toros Negros y a una chica pelirroja cerca de ella.

—Noelle —grité, llamando su atención.

Noelle giró su rostro hacia el mío.

—Profesora Beatrice, ¿se llevaron a su hijo también?

Negué con la cabeza.

—A los hijos pequeños de mis apoderados de la academia, ¿qué está pasando?

—Alguien puso un hechizo sobre los niños a través de la nieve; los controla. Se los llevaron hacia la montaña —apuntó—. Avisé por mi transmisor a la central de órdenes para pedir ayuda.

Nieve con poder mágico; eso explicaba por qué caía en esta época del año.

—Gracias, Noelle.

—¿A dónde va?

—A buscar a los niños.

—Pero podrían matarla. Otros caballeros mágicos se están encargando de eso, y yo, mientras tanto, me mantengo vigilando la ciudad.

—No me pasará nada.

Salí disparada de allí, tomé una escoba mágica que estaba apoyada sobre un edificio y me dirigí hacia la montaña. El viento frío azotaba mi rostro mientras volaba velozmente sobre la blancura inmaculada de la nieve.

Confío en mis capacidades, en mi magia; sé que sería de ayuda y no un estorbo. Llevo enseñando hace tres años; daría la vida por los pequeños si ese fuese el caso. Reí amargamente.

Qué curioso que no le tema a la muerte y sí a mi madre.

El maná se me hacía más fuerte todavía. A lo lejos, vi a Finral, el caballero mágico de los Toros Negros, y a varios niños alrededor de él. Casi se me escapa el corazón del pecho del susto. Están bien, están con vida. Sus rostros asustados, pero sanos.

Descendí con habilidad y gracia, aterrizando justo fuera de la entrada de la cueva.

—Finral.

—¡Oh! Señorita Beatrice.

—¿Están todos bien?

El muchacho de cabellera castaña asintió. Parecía como si quisiera desaparecer pronto de allí.

—Todos los niños están bien; los demás se encuentran adentro, luchando contra Ojo de la Noche Blanca. Debería venir con nosotros; llevaré a los niños a la ciudad.

—¿Ojo de la Noche Blanca? ¿Quiénes son?

—Si quiere, le explico en el camino.

—No, explícamelo ahora.

Finral se puso nervioso ante mi tono de voz, murmuró algo por lo bajo, pero después suspiró con tono cansado.

—Bueno... verá, llegué junto al capitán Yami porque Sekke llegó a la base pidiendo ayuda. Aparecimos y ¡boom!, estaban a punto de matar a Asta. Licht, el líder del grupo, lanzaba rayos de luz a los nuestros. La hermana Theresa resultó herida y la envié junto con Gauche a la ciudad. De verdad, venga con nosotros.

¿Yami está allá adentro? Ese capitán desalmado... ¡Un idiota!

—Gracias, Finral.

—¿A dónde va? ¡Señorita Beatrice, es mejor dejar esto en manos de los capitanes!

—¡Pon en un lugar seguro a los niños Finral!

Dejé de escuchar sus intentos por persuadirme. Afortunadamente, los niños estaban a salvo, vivos. No sé qué exactamente me impulsaba a ayudar al capitán Yami.

Loca, estoy loca, sí, eso seguro.

Recorrí pasillos hechos de roca oscura, buscando y aferrándome a algún poder mágico, hasta que lo sentí. Era como un hilo llamándome, buscando mi ayuda. Oí voces, y entonces, un estruendo. Apuré el paso. Mi respiración estaba acelerada debido a los movimientos que hice para no chocar contra las paredes o el techo. De pronto, una luz brillante y potente se reflejaba en las paredes de la cueva y me acerqué de inmediato. Mi peinado estaba desordenado, aún sentía la bofetada que madre me había dado y me ardía producto del frío que me calaba los huesos, pero nada de eso importaba. Solo quería ayudar a ese capitán desalmado.

Antes de que pudiera aparecer por completo en el centro de la cueva, me detuve. Abrí los ojos de par en par. Un hombre de cabello blanco y con trencitas disparaba rayos de luz a nada menos que Yami.

Cuánto poder, hasta aquí puedo sentirlo.

Y Yami... esquivaba cada ataque una y otra vez con fuerza, con gracia y soltura. Y lo más impresionante, no dejaba de lado ese cigarrillo tan molesto. Sonreí. Por primera vez sonreí por él, porque estaba enfrentándose a un enemigo muy poderoso, quien seguro fue el responsable del secuestro de aquellos niños inocentes.

Yami se acercaba hacia Licht e intentaba atacarlo con su katana, pero el otro hombre era demasiado rápido y no alcanzaba a rozarlo. Otros caballeros mágicos se mantenían al margen de aquel enfrentamiento y pensé que debía hacer lo mismo, hasta que todo se saliera de control.

Licht comenzó a hablar, pero desde aquí no escuchaba lo que decía. Con mucho cuidado, me fui acercando a Yami, ocultándome detrás de las rocas.

Deja que te cuente una historia yo también. En cierto lugar había un niño muy puro, sus padres eran pescadores y lo enviaban a pescar desde niño. Un día naufragó.

Yami cortó con su katana un rayo de luz. Contuve la respiración, estaba muy cerca, a punto de hacerle daño a ese líder.

Y terminó en un país que no conocía. Lo acosaron por diferencias culturales y de clase, pero...

Uno, dos, tres, cuatro movimientos con su katana hasta acercarse, pero no llegaba.

Vamos Yami, puedes lograrlo.

... los apaleó a todos y acabó gobernándolos como jefe. ¡Fin!

Yami dio un enorme salto hacia atrás. Le dio una calada a su cigarrillo y botó todo ese humo, tranquilo. Su manto imperfecto estaba intacto, su rostro casi nada sudoroso. Me encontraba muy cerca de él, preparada para atacar. ¿Y qué historia había sido esa? ¿Acaso así es cómo llegó al Reino del Trébol? Todos en el reino sabían que el capitán de los Toros Negros es extranjero, es más, tenía un ligero acento apenas perceptible.

Por estar sumergida en mis pensamientos, perdí el hilo de la conversación, hasta que un hombre de cabello medianamente largo y extrañas marcas en la cara, habló.

¿Cómo te atreves a burlarte de...?

¡Cállate! Tu cara da miedo. ¿Por qué tiene líneas? —gritó Yami.

Todos se quedaron en silencio ante la risa que resonó por toda la cueva. Inmediatamente, llevé la mano hasta mi boca. Me había parecido un comentario tan gracioso que... Cielo santo.

—Quiero creer que no estás aquí, profe —susurró su voz sin mirarme.

—¿Cómo sabes...?

Sabe que yo me reí.

Inesperadamente, el líder de Ojo de la Noche Blanca lanzó decenas y decenas de rayos de luz dorada. Yami dio unos dos pasos hacia la izquierda, como tapando con su cuerpo el lugar exacto en el cual me encontraba.

Un rayo lo cortó en el brazo izquierdo, luego otro en el muslo derecho y también en el abdomen.

—¡Capitán Yami! —gritó Asta.

Presioné mis labios y respiré profundo, pero antes de que pudiera apoyarlo, Yami se preparó y brincó hacia adelante. ¡Está loco!

Corría en círculos, saltaba, era una pelea tan rápida que a todos nos costaba seguirlos. Hasta que...

—Magia de oscuridad, manto de oscuridad, ¡corte apagado!

Licht, el líder de Ojo de la Noche Blanca, se hizo hacia atrás torpemente. Yami lo había herido.


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