Capítulo 4
El viento matutino ondeaba la falda de mi vestido mientras jugueteaba con mis dedos nerviosos. Sentía como si miles de patitas de hormigas atravesaran mi estómago. La única vez que había estado así de nerviosa fue cuando estaba a punto de graduarme como profesora. La suave luz del amanecer bañaba el patio en un resplandor dorado, algo mágico, sin duda. Pero mi mente estaba lejos de disfrutar la belleza del momento, pendiente de ver a Yami Sukehiro aparecer cerca de la entrada junto a los caballeros mágicos de los Toros Negros.
La calma que suelo mostrar en todas las situaciones se veía socavada por una sombra de preocupación en mi interior. Me preguntaba si él realmente aparecería, y si lo hacía, si cumpliría con su palabra. El sol seguía elevándose lentamente, y yo ajusté mi cinturón, tratando de mantener la compostura.
Finalmente, una figura apareció a lo lejos.
Yami Sukehiro caminaba lado a lado junto a tres caballeros mágicos más. Reían y conversaban animadamente. Era como si una burbuja los cubriera solo a ellos, protegiendo la charla tan íntima que estaban teniendo. Respiré lentamente y comencé a caminar a su encuentro, porque los nervios no dejaban que me quedara quieta. Alcé la mirada y la fijé en el capitán de los Toros Negros, quien al verme replicó la misma acción. Los evalué rápidamente, buscando armas peligrosas o algún artefacto que fuera de alto riesgo para mis alumnos. Afortunadamente, no cargaban con nada parecido. Sentía como si la mirada de aquel hombre me desnudara por completo. Para mi extraña sorpresa, Yami no estaba fumando. Su manto negro e imperfecto ondeaba por las corrientes de aire y sus pasos firmes levantaban minúsculas partículas de tierra.
—Bienvenidos —dije.
Todos se detuvieron frente a mí.
—Hola, señorita Beatrice —me saludó una voz jovial.
Casi me ruboricé por tan amable trato. El muchacho de cabello rubio ceniza debía tener uno o dos años más que mis alumnos. Me sorprendió notar lo muy en forma que se mantenía; era como una versión más pequeña del capitán Yami. No obstante, la chica que llevaba el distintivo de la Casa Silva y que se encontraba al lado de aquel jovencito me miraba con indiferencia. No pude evitar incomodarme internamente. Conocía esa mirada, había crecido rodeada de ellas...
—¡Qué chicas más hermosas!
Me sobresalté por su grito. Los ojos del muchacho de magia espacial brillaban, fijos en algo detrás de mí. No algo, alguien. Antes de darme la vuelta para ver, la voz profunda de su capitán me detuvo.
—Y bien, ¿dónde es la fiesta? —me preguntó Yami, de brazos cruzados.
Presioné mis labios en una fina línea.
—Recuerda que te pagaré una vez cumplas tu parte del trato. No lo arruines.
—Claro, claro.
Me irrité por su desinterés, pero no lo demostré.
—¿Me pueden dar sus nombres, por favor? —saqué la libretita que tenía guardada en el bolsillo y desaté un lápiz que estaba junto con ella.
—Él es Asta, ella es Noelle, y el que está a mi derecha es Finral —respondió Yami por ellos.
Asentí anotando.
—Bien, síganme.
Ignoré la emoción que tenían sus pupilos y me concentré en el camino que tenía por delante. De repente, una presencia imponente se puso a mi lado. No tenía que ser adivina para darme cuenta de quién se trataba, y me desconcertó el hecho de que pudiera detectar y diferenciar su presencia.
—¿Te habían dicho lo seria que eres?
Fruncí el entrecejo.
—¿Eso tiene que ver en algo con la demostración de magia que darás hoy?
Hubo un corto silencio hasta que una risa profunda escapó de sus labios.
—Yo creo que estás un poco tensa —se acercó más a mí. Su mano rozó mi brazo. Me alejé de inmediato, nerviosa.
—Señor Yami, por favor, evítese esos comentarios.
Hoy, precisamente hoy, andaba más animado que la primera y segunda vez que lo vi.
Varios alumnos caminaban por los pasillos, esperando el sonido de la siguiente campana para entrar a clases. Inmediatamente comenzamos a llamar la atención. Con la aprobación del director, no tenía nada que temer. Mantuve mi mirada implacable y seriedad absoluta. En este lugar, tengo el control y lo usaré a mi favor.
—¿No tienes calor usando ese vestido tan...?
Me giré hacia él, irritada.
—¿Tan qué?
Es tan alto que debía alzar la mirada hacia su rostro. Alto y grande; una descripción perfecta. Él también parecía notar aquella diferencia y disfrutaba de ello.
Sentí unas miradas curiosas sobre nosotros y tomé más distancia. Sonreí como si nada pasara. Los caballeros mágicos detrás de nosotros no estaban al tanto de nuestro pequeño intercambio de palabras.
Me arrepentí enseguida. Yami Sukehiro me observaba divertido. Sonrisa maliciosa. Ceja alzada. Todo su ser interponiéndose ante el mío. Tragué saliva. Antes de que el director de la Academia llegara frente a nosotros al vernos, Yami se me acercó discretamente y lo que me susurró al oído me puso los pelos de punta.
—Te dije que puedo sentir cuando te pones nerviosa.
Una voz animada llegó junto a nosotros.
—Profesora Aldridge —saludó alegremente el director Caelum Ventaris. Era imposible no reconocerlo de lejos con esa túnica tan brillante y llena de purpurina que traía puesta.
—Director Caelum, le presento al señor Yami Sukehiro, capitán del escuadrón de los Toros Negros.
El director, con una sonrisa que casi desbordaba entusiasmo, extendió la mano para estrecharla con la de Yami.
—He oído mucho acerca de ustedes; su creciente popularidad no le es indiferente a nadie del reino y me atrevería a decir que tampoco a los países extranjeros.
Si Yami se sintió incómodo por su cercanía, no lo demostró. Me atrevería a pensar que tampoco le importaba.
—¿Gracias?
El director continuó diciendo:
—Es un honor tenerlo aquí, Capitán Yami. Estoy seguro de que nuestros estudiantes estarán encantados de aprender de alguien de su calibre.
Yami, sin perder su aire de indiferencia, estrechó la mano del director con un leve asentimiento.
Después de que sonó la campana y los alumnos tuvieron que regresar a clases, el director nos condujo hacia el patio principal, donde ya se habían reunido varios de mis estudiantes. Mi pecho se infló y casi no pude estar más orgullosa de este momento al ver sus ojos brillando de emoción y curiosidad; nada más importaba ahora mismo que este hermoso momento. Al vernos llegar, el murmullo creció en intensidad.
—¡Profesora Beatrice! —gritó uno de mis alumnos, corriendo hacia mí. Le sonreí, agachándome para estar a su altura.
—Hola, Ethan. ¿Estás listo para ver algo impresionante hoy?
Asintió con tanto entusiasmo que pensé que su cabeza podía despegarse de su cuello. Me puse de pie y me dirigí a los demás estudiantes, asegurándome de que todos estaban prestando atención.
—Bien, clase, hoy tenemos el honor de contar con la visita de los Toros Negros —aunque no sé si "honor" sea la palabra correcta—. Ellos nos harán una demostración de magia y compartirán con nosotros algunas de sus experiencias como caballeros mágicos. Quiero que se comporten con respeto y presten mucha atención.
Hubo un coro de "sí, profesora" y todos los ojos se dirigieron a Yami y su equipo. Yami dio un paso adelante, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Asta —llamó.
—¡Sí, capitán! —gritó entusiasmado Asta.
Todos nos quedamos expectantes ante lo que Asta haría. A continuación, abrió su grimorio y me sorprendió ver que había un trébol de cinco hojas sobre la cubierta. Abrí los ojos asombrada y casi también la boca, porque aquel jovencito sacó una espada grande y de color negro desde su grimorio. Con movimientos fluidos, la movió y dio un paso hacia adelante. Una sensación de asombro y miedo cubría el espacio en el que se encontraban mis alumnos. Jamás había visto semejante magia. Una magia tan oscura y demoníaca que me dio terror solo de estar cerca de ella. Y algo más... no sentía ni una pizca de magia en Asta, y entonces lo recordé. Había oído parte de esa historia que pensé que sería un invento más de la gente. Un caballero mágico sin magia... ¿cómo puede defender a un reino que de por sí nace con magia? ¿Cómo puede ser diferente a los demás?
Su espada creó un vacío a su alrededor.
—Noelle —avisó Yami.
Noelle se hizo el cabello hacia atrás con un aire de despreocupada altivez, y entonces formó una corriente de agua con su varita. Asta gritó y se lanzó hacia adelante, anulando completamente el ataque ofensivo de Noelle.
—Anuló su magia... —susurré.
La mirada de mis alumnos, la del director y la mía era de absoluta fascinación; algunos incluso daban pequeños saltos de emoción. Pero, por muy genial que haya sido aquella demostración de poder, no lograba sacarme de la cabeza que se trataba de la magia de un demonio. ¿Cómo es que el Rey Mago aceptó esto? Porque él tuvo que haber estado de acuerdo.
Cuando terminó, Asta se giró hacia sus compañeros, volviendo a su lugar. Noelle levantó las manos y una esfera de agua comenzó a formarse entre ellas, girando y expandiéndose hasta convertirse en una peligrosa corriente de agua.
Aplausos.
Mis estudiantes no podían apartar los ojos de las demostraciones. Tanto yo como el director nos miramos; ambos habíamos sido conscientes de lo que acababa de ocurrir. ¿Acaso fue un error haberlos invitado? ¿Y si Asta era un peligro para todos? Pero... desde un principio fue amable conmigo. Una enorme sonrisa sincera estaba instalada en su rostro y escuchaba atentamente todo lo que le decían mis alumnos. El Rey Mago tuvo que haber visto lo mismo en aquel muchacho, y por ahora eso bastaba. Al parecer, el director había llegado a la misma conclusión.
Yami Sukehiro fue el siguiente en dar un paso adelante y las hormigas de mi estómago regresaron. Vería por primera vez el uso de su magia, o parte de ella.
—Profe, ¿me hace honor?
Todas las miradas se voltearon hacia mí. Ignoré cómo me había llamado. Me quedé estática hasta que comprendí que deseaba que me enfrentara a él. A él. Al mismísimo capitán de los Toros Negros. Valiente, hice lo que me pidió y me situé a cinco metros de su posición.
—Espero que puedas defenderte —me dijo; sin embargo, sabía la burla con la que me lo estaba diciendo. Me di cuenta de sus intenciones.
—Adelante.
—Magia de oscuridad, cuchilla negra.
Yami transfirió todo su poder a la katana que mágicamente apareció en sus manos, y ahora, una corriente veloz, negra y cortante se dirigía hacia mí.
—¡Profesora, cuidado! —gritaron mis alumnos.
Pero el golpe nunca llegó ni alcanzó a rozar mi cuerpo, siquiera. En cambio, atravesó la nada, dando directamente contra un muñeco que usaba para mis demostraciones de magia en clase.
Sonreí.
Sonreí mucho más ante el rostro confundido de Yami. Aparecí detrás de él y le di un suave golpecito en el hombro.
—Buen intento, capitán.
—¿Cómo?
—Verás —susurré—, uso magia de ilusión. Lo que viste hace un rato era una imagen reflejada de mí.
El capitán Yami tensó los músculos y frunció el entrecejo. No estaba contento con lo que acababa de hacer, pero tal como había pensado, en la Academia tengo el control y ellos no. No obstante, reconozco que su fuerza, su magia y la forma de moverse llegan a ser superiores a los míos. Ahora pude moverme a mi antojo debido a que se trata de una simple e inofensiva demostración de magia, pero en el campo de batalla... me daba miedo solo de imaginarlo...
Control. Respira.
Después de que contaron anécdotas, historias y les entregaron mensajes de aliento a mis alumnos, los acompañé hacia la salida. Los alumnos de la Academia aún se encontraban en clases, por lo que esta vez los pasillos estaban desiertos y el director había regresado a su oficina.
—No estuvo tan mal —dijo Yami en tono burlón.
—Gracias —respondí, tratando de no sonar sarcástica.
Finral, el usuario de magia espacial, abrió un portal en medio de la calle y, despidiéndose de mí, fueron entrando uno por uno. El último, claramente, fue Yami Sukehiro.
—Cumplí con mi parte del trato; te veré en la tarde —dijo y atravesó el portal.
Eso, supongo, que la parte más difícil viene ahora.
El sol comenzaba a descender en el horizonte cuando me dirigí al banco de la Ciudad Real. Cada paso que daba resonaba en mis oídos, acompasado por los latidos acelerados de mi corazón. El bullicio de la ciudad apenas lograba distraerme del nudo en mi estómago. No podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de hacer y en lo que ella diría si se enterara. Sacar quinientos mil yuls era una decisión arriesgada, pero no tenía otra opción.
La fachada imponente del banco se alzaba ante mí; sus puertas de madera maciza parecían una barrera insuperable. Me detuve un momento, tratando de calmar mis nervios, respirando profundamente. Tenía que parecer tranquila, segura de mí misma, aunque por dentro me sintiera como una hoja a merced del viento.
Entré al banco, y el sonido de mis botas resonaba sobre el mármol pulido del suelo. La sala principal estaba llena de gente. Me acerqué al mostrador, tratando de mantener la cabeza alta, aunque la ansiedad me carcomía por dentro.
—Buenas tardes —dije con una voz que intenté que sonara firme—. Necesito retirar dinero.
La cajera levantó la vista y me miró con curiosidad. Pude ver la pregunta no formulada en sus ojos, pero no dijo nada, limitándose a procesar mi solicitud.
—¿Nombre?
—Beatrice Aldr... Lumis —me corregí—, Beatrice Lumis.
Su expresión pasó de la calma a la sorpresa y luego al reconocimiento.
—Enseguida vuelvo.
Asentí.
¿Qué estaba haciendo? La idea de volver por donde entré era demasiado tentadora. A los pocos minutos, la cajera volvió acompañada de una persona que conocía muy bien.
—Beatrice, ¿qué te trae por acá?
—Marcus —saludé con elegancia.
—Sígueme.
Marcus abrió un portal y me adentré en él. Una vez llegamos a la bóveda de la familia Lumis, esperó pacientemente a que le explicara la razón de mi presencia en ese lugar, después de tantos años.
—Necesito quinientos mil yuls.
Si la cantidad le sorprendía, no lo demostró.
—Claro, ¿tienes algún problema allá afuera? ¿Necesitas de mi ayuda? —ofreció con sinceridad, un poco preocupado para la edad que ya tenía.
Me quedé observando la cantidad de cajones y de oro que brillaba en cada esquina. Nada de eso... nada de eso me gustaba y odiaba estar en este lugar. Pero, dado que necesitaba el dinero con urgencia, no tuve otra opción que acudir a Marcus.
—Tengo todo bajo control —le ofrecí una sonrisa, aunque más tensa que otra cosa.
—Señorita, es consciente de que ella se dará cuenta y que querrá saber el por qué.
—Lo sé, no te preocupes.
—Lo siento —se disculpó por adelantado—, es parte de mi trabajo notificarle.
—Lo entiendo, de verdad. Estaré bien.
No tienes miedo. No tienes miedo.
Marcus quiso decirme algo más, pero optó por el silencio.
—¿Necesitas algo más?
Negué con la cabeza y tomé el dinero, sintiendo el peso de cada moneda en mis manos. Era una suma considerable, una que podría cambiar muchas cosas. Agradecí a Marcus y me dirigí hacia la salida, atravesando el portal que había dispuesto para mí.
Una vez fuera del banco, me permití respirar nuevamente. El aire fresco de la tarde me golpeó y traté de calmarme. Con un último vistazo al banco, me giré y empecé a caminar hacia el bosque, directo a Nairn.
A medida que me adentraba en el espeso bosque, un cansancio se instalaba sobre mis hombros. La bolsa pesaba y me costaba mantenerme en el aire. Cuando finalmente vi el castillo de los Toros Negros a lo lejos, sentí una mezcla de alivio. Finalmente, me olvidaría de que este trato existió alguna vez. Al acercarme, tomando el bolso con ambas manos, noté que la puerta estaba semiabierta y gritos y golpes de objetos salían desde dentro. Mi corazón se aceleró nuevamente. El bullicio parecía una especie de juego, tal vez una pelea amistosa. Con el bolso lleno de monedas firmemente agarrado, empujé la puerta y...
¡BAM!
Un balón salió disparado hacia mí antes de que pudiera reaccionar. No tuve tiempo de soltar el bolso o protegerme. El impacto me golpeó directamente en la cabeza y sentí una explosión de dolor antes de que todo se volviera negro. El peso del bolso cayó al suelo junto conmigo, y las monedas se esparcieron por todas partes mientras la oscuridad me envolvía.
(...)
Cuando recobré la conciencia, el mundo giraba a mi alrededor. Parpadeé, tratando de enfocar mis ojos en la penumbra, pero solo lograba distinguir sombras difusas. El dolor en mi cabeza persistía, recordando el impacto que me había dejado inconsciente. Llevé una mano hacia mi cabeza, palpando por si encontraba sangre. Mientras mis ojos se ajustaban lentamente a la falta de luz, me di cuenta de que no estaba sola. Una presencia imponente llenaba la habitación y una sensación de nerviosismo recorría mi espina dorsal. Entonces lo vi. El capitán Yami estaba allí, apoyado contra la pared con un pie elevado y los brazos cruzados sobre su pecho, mirándome con una expresión indescifrable.
—Me asustaste —confesé.
Silencio.
Encendió un cigarrillo y le dio una calada, exhalando el humo. Tragué saliva. Su figura era intimidante, aún más en la penumbra.
—¿Qué hago acá? —el silencio me estaba matando por dentro.
—Te desmayaste —dijo finalmente; su voz profunda resonaba por la habitación—. Te diste un buen golpe en la cabeza.
—El dinero...
—Lo guardé, nadie lo tocó. No somos ladrones, ¿sabes?
—No quise decir eso.
Había arriesgado mucho al sacar esa cantidad de dinero.
—Es curioso, profe.
—No me llames así.
Continuó hablando, sin hacerme caso.
—Por fuera, pareces ser alguien carente de emociones, seria y solo preocupada por vivir. Pero cuando estoy cerca de ti, me ahogo en las muchas emociones que emanan de tu cuerpo. Son tan intensas que es imposible dejar de mirarte.
—Me voy.
Me levanté torpemente. Menos mal que seguía con las botas puestas. Intenté que no se notara el mareo que sentía y, cuando estaba por salir, Yami me detuvo, tomándome de la cintura.
—¿Qué... qué haces? —susurré.
—¿Quieres? —me ofreció el cigarrillo.
No respondí. Sentía cada dedo sobre mi cintura, el calor de su cuerpo, la dureza de su brazo. Yami tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó con su zapato, sin soltarme. Y yo no encontraba la fuerza para separarme de él, para no dejarme embriagar por el olor de su colonia: sándalo y cedro, un aroma sofisticado y muy masculino.
Su repentina voz me exaltó.
—Entonces me pregunto... ¿por qué las reprimes?
Sentí su aliento cerca de mi rostro, a tabaco y alcohol.
—Suéltame.
El corazón se me iba a salir del pecho; iba a cobrar vida propia y salir corriendo.
Me soltó.
—Tú podrías percibir mis emociones también. Yo podría enseñarte a cambio de dinero.
Me detuve. Imaginé como si un balde de agua fría y con cubos de hielo cayera sobre mí.
—¿Quinientos mil yuls te pareció poco?
—Soy un capitán; mi katana debe ser la mejor, pero aún tengo algunas deudas.
—Pues no cuentes conmigo.
—Si tus alumnos aprendieran esta técnica, podrían protegerse de cualquier eventual amenaza —sonrió.
Este hombre solo estaba interesado en el dinero, en nada más.
Después de esa tensa conversación y de buscar una y otra vez la salida de ese castillo, me dirigí al hotel. Afuera estaba oscuro; pasé mucho tiempo inconsciente. La cabeza me dolía, pero no tenía herida alguna. Los pupilos de Yami Sukehiro me habían interceptado en la entrada, preguntándome cómo estaba. Solo les respondí un "bien" y salí de ese lugar. La culpa se sentía mal; solo estaban preocupados por mí y, en cambio, yo, huí como una cobarde.
Al llegar al hotel, subí rápidamente las escaleras y me detuve frente a la puerta de mi habitación. Noté algo extraño: la puerta estaba entreabierta. Un escalofrío recorrió mi espalda y el miedo se instaló en mi pecho. Empujé la puerta con cautela y, al entrar, la vi. La persona que más temía en este mundo estaba allí, esperándome.
—Hola, querida.
Me esperaba su visita, pero no tan pronto.
—Madre.
Hola! Espero se encuentren muy bien y tengan un lindo día. Pueden comentar cuantas veces quieran sin miedo al éxito (jaja). Me encanta leer sus comentarios y responderlos.
Dejo por aquí algunos edits de Yami que vi en TikTok.
Las/os leo <3
-Cote
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