Capítulo 30 (+18)

Advertencia: lenguaje sexual explícito. Pásatelo si no quieres leer, ya que no afecta el final.


Dos días.

Eso era lo que había tardado Yami en recuperarse por completo. Por supuesto, no debería haberme sorprendido, siendo quien era. No me despegué ni un momento de su lado en la enfermería. El Reino del Trébol estaba sumido en el luto por tantas muertes y destrucción. Además, el Rey Mago había muerto, y todos lo habíamos sentido, como si una parte de nuestra propia magia se hubiera apagado, porque la suya, la de Julius Novachrono, era la más poderosa.

Sin embargo, tiempo después, apareció un niño de cabello rubio y ojos profundamente violetas. Lo vi por primera vez mientras cuidaba a Yami, y fue entonces cuando lo comprendí: ese niño era Julius. Gracias a un extraño tipo de experimento, había logrado regresar con vida, aunque ahora tenía la apariencia de un niño de trece años. Solo las personas de su mayor confianza lo sabían, porque anunciarlo a todo el reino traería consecuencias inimaginables. Los civiles ya estaban demasiado heridos emocionalmente para enfrentar algo así. A mí me costaba asimilarlo, pero Yami, como siempre, se adaptó con facilidad.

Por el momento, Ojo de la Noche Blanca había sido derrotado, y los que quedaban libres no parecían representar una amenaza inmediata. El Reino del Trébol estaba en paz, al menos por un tiempo, y eso me daba algo de tranquilidad. Pero aún no podía evitar pensar que, si Yami volvía a resultar herido de esa forma, no lo soportaría. Lo seguiría a donde fuera, sin dudarlo.

Así que, cuando estuvo completamente sanado, nos fuimos a casa.

A nuestros caballeros mágicos les dimos el día libre para que se distrajeran, para que volvieran a sentirse humanos. Incluso les dimos un poco de dinero para que lo usaran en lo que quisieran. Habían sido fuertes y resilientes, dejándolo todo en el campo de batalla. No podía estar más orgullosa de ellos. Afortunadamente, tiempo después, el espíritu de los elfos había abandonado el cuerpo de Luck y Gauche.

Yami, por su parte, estaba acostado boca abajo en la cama, con su espalda desnuda y cubierta de cicatrices, vestía solo un pantalón ligero. El alivio de verlo sano, aunque marcado por las heridas de la batalla, me llenó el corazón.

Tomé el gel de la mesita de noche, lo esparcí sobre mis manos y dejé caer una pequeña cantidad en su espalda. Yami mantenía los ojos cerrados, claramente esperando ansioso el masaje que estaba a punto de darle. Había leído algo sobre cómo hacer masajes eficaces, y sabía que después de todo lo que había pasado, él se lo merecía. Estaba más que dispuesta a dárselo.

Comencé a trazar círculos con mis manos, esparciendo el gel por su espalda ancha y tensa. Sentí cómo sus músculos se relajaban lentamente bajo mis dedos, respondiendo a cada movimiento. Yami gimió bajito, satisfecho con la sensación. Podía notar los nudos en sus hombros y espalda, y uno a uno, los fui deshaciendo con paciencia. Mis dedos recorrieron algunas pequitas dispersas en sus hombros, detalles que me encantaba descubrir. Estaba a horcajadas sobre él, completamente concentrada en mi tarea.

De repente, sin previo aviso, me encontré acostada de espaldas con Yami encima de mí.

—¿Qué haces? Aún no termino —protesté suavemente, aunque mi cuerpo ya había empezado a reaccionar a su cercanía.

Su mirada estaba cargada de deseo, y un brillo hambriento se reflejaba en sus ojos.

—Me prometiste que retomaríamos lo que dejamos bajo el árbol —susurró, con esa voz baja que siempre lograba hacerme estremecer.

Tragué saliva, intentando mantener la calma.

—Debes descansar —dije, aunque en el fondo, una parte de mí deseaba tanto como él que me tocara.

—Estoy curado —replicó sin dudarlo.

—Pero...

Antes de que pudiera terminar la frase, unió sus labios con los míos. Su lengua invadió mi boca, haciendo que me rindiera por completo a ese beso profundo y cálido. Su cuerpo se pegó al mío, y un rubor intenso se extendió por mis mejillas. Sentí un calor ansioso formándose en mi vientre bajo.

—Yami... —murmuré, echando la cabeza hacia atrás cuando comenzó a besarme el cuello, sus labios suaves pero firmes descendieron hasta mi oreja. Mordió el lóbulo con delicadeza, provocándome un suspiro entrecortado.

—Ah...

—Tócame, amor —me pidió con necesidad.

Lo hice, deslizando mis manos por su espalda hasta que un gemido escapó de mis labios al sentir cómo me rozaba el ombligo con su erección, imposible de ocultar debajo de ese pantalón ligero.

—Acuéstate boca arriba —le pedí con voz entrecortada—. Seguiré con el masaje, confía en mí.

Me costó mucha fuerza de voluntad dejarlo, y a él también. Estábamos ansiosos, casi desesperados.

Yami hizo lo que le pedí. El bulto debajo de su pantalón apuntaba directamente hacia arriba, imposible de ignorar. Sus ojos reflejaban el deseo, el dolor de querer estar dentro de mí. Había pasado más de una semana sin tocarnos de esa manera, agotados por todo lo que había ocurrido, pero ahora las cosas eran diferentes. El deseo latía entre nosotros, incontrolable.

Tomé el gel que había dejado en la mesita, y Yami siguió cada uno de mis movimientos con los ojos, desde que eché el gel en mis manos hasta que lo vertí sobre su pecho. Mis manos comenzaron a deslizarse en líneas suaves, recorriendo su torso, sus pectorales firmes. Sus pezones se tensaron cuando los acaricié. Mis manos resbalaban fácilmente sobre su piel, y me di cuenta de cuánto había echado de menos tocarlo, de lo mucho que lo había necesitado, tanto como él a mí.

Con mis dedos, tracé el contorno de sus abdominales, firmes y definidos, bajando lentamente hasta el vello que comenzaba debajo de su ombligo. Seguí esa línea de vellos finos hasta detenerme en el elástico de su pantalón. Yami exhaló un suspiro tembloroso, sus músculos tensos bajo mi toque. Lentamente, comencé a deslizar mi mano de nuevo por esa línea de vellos, sintiendo cómo el gel hacía que mi piel se deslizara sin esfuerzo. Con la mirada fija en sus ojos, tomé su miembro erecto con una mano, mientras con la otra bajaba su pantalón para evitar que nos estorbara. Yami lo lanzó lejos de una patada, y aunque estuve a punto de reírme por la escena, me contuve. No quería romper la tensión del momento.

El contraste entre el blanco de su miembro y su piel morena me dejó hipnotizada. Comencé a mover mi mano, apretando lo justo, subiendo y bajando lentamente. Yami cerró los ojos, apretando los labios mientras las venas de sus brazos se marcaban al aferrar el edredón con fuerza, tratando de contenerse. El sonido de sus gemidos me excitó tanto que sentí cómo la humedad se acumulaba entre mis piernas. Cerré un poco los muslos, buscando contrarrestar el pulso de deseo que crecía dentro de mí.

Me incliné hacia él, agachando la cabeza, y pasé mi lengua por la corona de su miembro.

Ah... —gimió, con voz baja y entrecortada.

Eché mi pelo hacia atrás, buscando mayor comodidad, y comencé a meterme la punta en la boca. Lo deslicé lentamente, bajando hasta que lo sentí chocar contra mi garganta, antes de subir de nuevo. Al principio, mis movimientos eran lentos, calculados, pero a medida que escuchaba sus jadeos, aumenté el ritmo, dejándome llevar por la lujuria que nos consumía.

—Ah, sí —jadeó—. Beatrice, Beatrice, Beatrice —repitió, como si mi nombre fuera lo único que lo mantenía anclado en ese momento.

Deslicé mi lengua sobre él, lo tomé con ambas manos y seguí masturbándolo con mis labios. Yami, entre jadeos profundos, me advirtió que estaba cerca del orgasmo. Mi boca recorrió todo su miembro, dejando una línea húmeda de saliva mientras lo devoraba, disfrutando del sabor a lavanda del jabón mezclado con un leve toque salado. Cuando Yami gritó, su cuerpo se tensó, y su miembro vibró dentro de mi boca antes de cubrirme con su semen. Tragué, sintiendo cómo el líquido semi viscoso bajaba por mi garganta, mientras me pasaba la lengua por los labios, limpiando los restos. Lo miré y vi cómo sus pupilas estaban dilatadas, su rostro enrojecido, y su pecho subía y bajaba con fuerza, intentando recuperar el aliento.

Sonreí satisfecha, sabía que lo había hecho bien.

Antes de que pudiera decir algo, Yami tomó mi boca con brusquedad, besándome con una mezcla de pasión y urgencia. Su lengua probó los restos de su propio líquido, intensificando la conexión entre nosotros. Me sentía pequeña a su lado, vulnerable, en medio de la cama. Pero esa sensación de ser tan pequeña bajo su sombra solo aumentaba mi deseo. De un tirón, Yami arrancó mi ropa, desgarrando el vestido que llevaba puesto. Su sorpresa fue evidente cuando descubrió que mis senos estaban descubiertos.

—Me encanta saborearte —murmuró con una sonrisa maliciosa.

—¿Sí? —suspiré temblorosa, incapaz de contener mi excitación.

Se lanzó a mi pecho, tomando uno de mis senos con su boca y acariciando el otro con su mano.

—Están más pesados —dijo, con voz ronca por el deseo.

—Eso es porque estoy ardiendo por ti —respondí, abrumada por el placer que me recorría.

Sentí sus dientes rozar suavemente contra mis pezones, dedicándole tiempo a ambos, provocándome pequeños espasmos de placer. Me aferré a sus brazos, mis dedos clavándose en su piel. Después de saborear lo suficiente, sus manos bajaron por mi cuerpo hasta mis caderas, donde rompió mi calzón con tanta fuerza que lo dejé por perdido. Sus dedos recorrieron el interior de mis muslos, separándolos lentamente y acercándome hacia él. Su miembro caliente se presionó contra mi vientre bajo, ya firme y preparado para entrar en mí, sorprendiéndome con su vigor renovado.

Yami se sentó sobre sus piernas y, con un movimiento decidido, me tomó entre sus brazos, guiándome hasta sentarme sobre él. Ambos estábamos de rodillas sobre la cama. Lentamente, me ayudó a bajar, empujando sus caderas contra mí, abriéndose paso dentro de mi cuerpo.

Gemí, incapaz de contener el placer que me atravesaba.

Estaba mojada, completamente caliente.

Yami sacó su miembro y comenzó a frotarlo contra mi clítoris, deslizándose lentamente por mis paredes vaginales, moviéndose de arriba abajo, de izquierda a derecha, provocando oleadas de placer con cada roce.

—Beatrice —gruñó, completamente animal.

—Sukehiro —mi respiración se aceleraba, entrecortada.

Su boca se acercó a mi oído, susurrándome con ese tono bajo que me desarmaba.

—Esta tarde, cariño, tendrás que aferrarte al cabezal de la cama... porque no quiero ser suave.

—Haz... —carraspeé, luchando por encontrar el aire—... haz lo que quieras.

Estaba completamente lista para recibirlo dentro de mí.

En cuestión de segundos, Yami me giró y me puso en cuatro. Me obligó a afirmarme del cabezal de la cama, su mano firme en mi espalda, dominándome. Sentí una cachetada sobre mis glúteos que me hizo temblar de anticipación.

—Sí, por favor... —murmuré, deseando más.

Su miembro se deslizó entre mis nalgas, rozando mi piel, buscando el lugar exacto. Arqueé mis caderas hacia él, desesperada por sentirlo. Yami comenzó a hundirse lentamente dentro de mí, la presión inicial era casi insoportable. Quería más, lo necesitaba.

—Por favor... —supliqué.

Un ronroneo bajo y profundo salió de su pecho, y mi respiración se disparó, anticipando lo inevitable. Quería rogarle que lo hiciera, que me tomara por completo, hasta que, de repente, su grueso miembro se enterró bruscamente dentro de mí.

—¡Sí! —grité, el placer se desbordó por todo mi cuerpo.

Se quedó quieto por unos segundos, dándome tiempo para amoldarme a su tamaño, a la presión deliciosa que me estiraba. Luego salió lentamente, solo para volver a penetrarme de nuevo, esta vez con más fuerza. Mis manos se aferraron al cabezal de la cama, temiendo romperlo, pero en ese momento no me importaba. Solo quería más.

Se sentía bien, muy bien.

Cada embestida me hacía sentir mejor, más cerca del borde. Yami me tomó del cabello, tirando de él con fuerza mientras seguía moviéndose dentro de mí, marcando el ritmo. Eché la cabeza hacia atrás, dejándole claro con mi cuerpo lo que no podía expresar con palabras. Él lo entendió. Besó mi cuello, su lengua pasando por la piel salada de mi transpiración, succionando con fuerza mientras me empujaba más hacia él, desesperada por más contacto.

Cada vez que su cuerpo chocaba contra el mío, mis senos se movían hacia adelante, y el placer se intensificaba con cada movimiento. Yami me tomó por debajo, empujándose más y más rápido dentro de mí.

Joder, Beatrice —gimió—. Te sientes tan exquisita, amor.

Jadeé, aferrándome al cabezal y disfrutando de la sensación, de sus palabras.

De repente, sentí su pulgar deslizarse hasta mi clítoris, presionándolo justo en el momento perfecto. Mi cuerpo respondió al instante, perdiéndose en el placer que solo él podía darme.

—¡Ah! —grité cuando me penetró más fuerte.

El sudor brillaba en mi frente, mi cuerpo temblaba bajo su control.

—Grita mi nombre, cariño, grítalo para que todo el mundo sepa que te estoy haciendo mía, que estoy tomando tu sexo con mi masculinidad. Grita.

—¡Sukehiro! —grité su nombre con todo el aire que me quedaba.

Yami se hundió en mí con fuerza, profundo, llegando a lugares que me hacían perder el control.

No podía... no podía soportarlo más.

El placer me recorrió el cuerpo.

Clavé mis dedos sobre la cama. Grité el nombre de Yami cuando el clímax me golpeó con tanta intensidad que casi me desplomé sobre la cama. Mis paredes interiores apretaron el miembro de Yami con tanta fuerza, que comenzó a vibrar en mi interior, caliente y ancho. Yami echó la cabeza hacia atrás rugiendo, el semen llenándome sin parar, con un poco de él deslizándose por el interior de mis muslos. Nuestras respiraciones estaban agitadas.

—Eso fue... eso fue... —no encontraba las palabras adecuadas que describieran el intenso momento.

—Y aún no hemos terminado —sonrió.

Cielos...

Me di la vuelta, quedando boca arriba, sintiendo cómo mi cuerpo aún vibraba con el placer residual. Yami tomó el bote de gel y lo vertió en sus manos. Sus dedos comenzaron a descender por mis hombros, masajeando cada músculo. Bajó por mis senos, acariciándolos, y luego recorrió mi abdomen con sus manos grandes y firmes, hasta detenerse en mi ombligo. Un momento después, sentí su cálido aliento sobre mi hendidura, y mi cuerpo se tensó en anticipación.

Yami comenzó a mover su lengua sobre mi clítoris, suave pero firme. Cerré los ojos, dejando que el placer me envolviera, y llevé mis manos hacia su cabeza, enredando mis dedos en su cabello. Su lengua penetraba y retrocedía, jugando con mi punto de placer. Cada vez que succionaba mi clítoris, un gemido escapaba de mis labios.

—Deliciosa —murmuró, complacido.

Mi estómago se estremeció, y mis piernas se abrieron aún más, buscando más contacto. Sentía cómo mis pechos pesaban, mis pezones tensándose con cada movimiento de su boca. Era... se sentía... como el paraíso.

Yami siguió succionando. En un breve instante, nuestras miradas se encontraron, y arqueé mis caderas, buscando más contacto, más fricción. Me sujetó con firmeza, sus manos impidiendo que me moviera demasiado, manteniéndome justo donde quería.

—No puedo soportarlo más... —gemí.

Él entendió y aumentó el ritmo, masturbándome con más fuerza. Sus dientes rozaron ligeramente mi clítoris, enviando un relámpago de placer por todo mi cuerpo. Sentí que los ojos se me ponían en blanco, nunca pensé que pudiera experimentar tanto placer. De pronto, Yami se retiró abruptamente y guió su virilidad hacia mi sexo.

Una penetración.

Dos.

Tres.

, fóllame todo lo que quieras —jadeé, cediendo a la lujuria.

La cama se movía bajo nosotros, y juré haber escuchado el sonido de una tabla romperse, pero no me importaba. La habitación olía a sexo y sudor, nuestro Ki se entrelazaba, convirtiéndose en uno solo, desenfrenado.

—Te amo —me dijo entre jadeos—. Te amo tanto que es insoportable todo lo que estoy sintiendo.

Grité, grité como nunca antes. Un doble orgasmo apareció momento después. Sentí que me mojaba y que algo más salía de mi cuerpo.

—Beatrice —su voz estaba llena de sorpresa, pero no se detuvo, sus embestidas continuaron.

—Córrete en mi vientre —le supliqué, necesitaba ver ese momento, tenerlo grabado en mi memoria.

Yami sacó su miembro de mi interior con su mano, y comenzó a masturbarse con agresividad. Y cuando el clímax lo golpeó, echó la cabeza hacia atrás gimiendo. Las gotas de su semen cayeron sobre mi vientre, sobre mi ombligo, sobre mis senos. Lo deslicé con mis dedos, disfrutando de su olor, de su calor. Poco después, Yami cayó a mi lado, abrazándome con fuerza.

El latido de nuestros corazones estaba sincronizado. Bum bum, bum bum, sonando al mismo tiempo

—Amor, estás brillando —murmuró, con una sonrisa en los labios.

Me miré el cuerpo, y el susto fue inmediato. Una energía de color azul intenso me rodeaba, brillante y vibrante. Mariposas revoloteaban también sobre el cuerpo desnudo de Yami. Cuando se lo señalé, su expresión reflejó la misma sorpresa.

De repente, Yami empezó a olfatear el aire, su rostro se concentró como si estuviera tratando de identificar algo.

—¿Qué sucede? —pregunté, aún sonriendo, sin poder creer lo que había ocurrido entre nosotros.

—Tu Ki... huele diferente.

—Ah, debe ser por ti —murmuré, cerrando los ojos y acurrucándome más cerca de él.

—No, es como si hubiese otro poder mágico además del tuyo —se incorporó un poco, su nariz pegada a mi piel, siguiendo un rastro invisible. Me reí por las cosquillas que me provocaba su barba ligera mientras bajaba por mi cuerpo.

—El tuyo, por ejemplo —bromeé, aunque él estaba demasiado concentrado como para seguirme el juego.

Entonces, su nariz se detuvo sobre mi vientre. Era como un cachorrito, demasiado tierno mientras investigaba, pero cuando levantó la cabeza y me miró, había una chispa de nerviosismo en sus ojos. Se recostó nuevamente a mi lado.

—¿Y qué era? —pregunté, tratando de entender.

—No estoy seguro —susurró. Pero algo me decía que estaba omitiendo información.

—¿Me abrazas? —susurré, buscando consuelo en su calor.

—Claro —respondió, rodeándome con sus brazos.

Nos quedamos en silencio por unos momentos, disfrutando de la quietud después de todo lo ocurrido.

—Mañana podríamos darnos un baño caliente, tú y yo —le propuse.

—Me encantaría.

—A mí también.


El día después de nuestra noche juntos, me desperté con una sensación de tranquilidad, algo que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Yami estaba a mi lado, más cercano y protector de lo habitual. No me dejaba sola ni un instante, lo cual me hacía sonreír, aunque comenzaba a parecer un poco exagerado.

Decidí ir al jardín a regar las flores que había plantado. Ya estaban comenzando a florecer, pequeñas y delicadas, y me alegraba verlas crecer. Con la regadera en mano, me puse a tararear una melodía que me daba paz, una canción que parecía salir de lo más profundo de mi memoria.

A lo lejos, sentí la mirada de Yami antes de verlo. Estaba observándome con una intensidad inusual, como si estuviera tratando de descubrir algo en mí. No dejé de tararear mientras seguía regando las flores, disfrutando del momento, pero su mirada no se desvanecía. Finalmente, lo vi acercarse, con ese paso lento y seguro que siempre tenía.

—Te ves... más radiante —dijo,  con un matiz de curiosidad en su voz y algo más.

Lo miré divertida, dejando la regadera a un lado.

—¿Ah, sí? —respondí, girándome hacia él—. Debe ser porque me siento feliz.

Yami frunció ligeramente el ceño, como si estuviera tratando de descifrar algo más allá de mis palabras. Se acercó y me miró con una intensidad renovada. Su mano rozó mi rostro, luego descendió lentamente hasta mi vientre, deteniéndose allí.

—Tu Ki... está diferente —murmuró, serio, casi preocupado.

Fruncí el ceño, sin entender del todo. Pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, vi la duda en su mirada, una duda que rápidamente comenzó a formar palabras.

—Beatrice... Creo que... podrías estar embarazada.

El mundo pareció detenerse por un segundo. La regadera se me escapó de las manos y cayó al suelo, el agua se derramó entre las flores. Mis manos volaron a cubrir mi boca, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Lo miré, sin palabras, sintiendo que el aire a mi alrededor cambiaba.

Empecé a atar cabos... los mareos que había tenido, las náuseas que me habían asaltado esos últimos días, el cansancio inexplicable que me invadía... e incluso el peso que sentía en mis pechos a veces, algo que había ignorado, atribuyéndolo al estrés o al esfuerzo.

—No... no puede ser —susurré, con mis manos aún en mi boca, y mis pensamientos corriendo tan rápido que apenas podía procesarlos.

Yami no dijo nada, pero su mano seguía en mi vientre, y en sus ojos vi una mezcla de certeza y preocupación. Todo comenzaba a encajar.

Embarazada.

Embarazada.

«No dejaremos que nada malo les suceda.»

«Los cuidaremos, a ti y al bebé.»

Mis piernas temblaron levemente, y tuve que apoyarme en Yami para no perder el equilibrio. Estaba embarazada. Las palabras flotaban en mi mente, difíciles de asimilar, pero poco a poco, la realidad comenzó a tomar forma.

Nos quedamos en silencio por un momento, hasta que finalmente dejé caer mis manos de mi boca, tocando con suavidad mi propio vientre, como si estuviera buscando confirmar lo que él ya sospechaba.

Yami me observaba con una mezcla de asombro y ternura, y supe que, aunque estaba en shock, ambos íbamos a afrontar esto juntos.

—Voy a ser... madre —dije en un susurro, como si solo al decirlo en voz alta pudiera comenzar a creérmelo.

Yami asintió, abrazándome con fuerza, como si quisiera asegurarme de que, pase lo que pase, estaríamos bien. Mi mano aún descansaba sobre mi vientre, y, poco a poco, una sonrisa comenzó a formarse en mis labios, primero tímida, luego más amplia, hasta que no pude contenerla más.

—Voy a ser madre... —repetí, pero esta vez, mi voz estaba llena de emoción. La sorpresa inicial dio paso a una oleada de felicidad que me invadió por completo. No podía creerlo, pero el mero hecho de imaginarlo hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Miré a Yami, quien seguía observándome, su rostro estaba lleno de algo que rara vez mostraba: vulnerabilidad. Su mano permanecía sobre mi vientre, como si necesitara sentir esa conexión para que la realidad se asentara en su mente. Sus ojos, normalmente duros y llenos de determinación, se veían brillantes, como si contuvieran algo que luchaba por salir.

—Vamos a tener un hijo... —dijo en voz baja, y su tono, aunque grave, estaba cargado de una emoción que pocas veces había escuchado en él.

Me acerqué más a él, tomando su rostro entre mis manos, notando cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Nunca había visto a Yami así, tan humano, tan cercano. Su dureza habitual se desmoronaba frente a la idea de convertirse en padre.

—Yami... —susurré, sintiendo mis propios ojos llenarse de lágrimas de alegría—. Vamos a ser padres.

Y en ese momento, sus lágrimas finalmente cayeron, silenciosas, mientras él me abrazaba con fuerza, con su rostro oculto en mi cuello. Sentí su respiración temblar contra mi piel, y por un instante, ninguno de los dos dijo nada más. No hacían falta palabras.

Lo sostuve tan fuerte como él me sostenía a mí, y en ese abrazo, sentí cómo nuestras vidas cambiaban para siempre. Las mariposas que aún revoloteaban a nuestro alrededor parecían reflejar lo que ambos sentíamos: un nuevo comienzo, una vida que ahora llevábamos juntos.

—Gracias —murmuró contra mi piel, con la voz rota de emoción—. Gracias por regalarme esto.

Me aparté un poco para mirarlo a los ojos, con lágrimas cayendo por mis mejillas, y sonreí.

—Nuestra familia se agranda.

Nos quedamos así, abrazados bajo el cielo azul, rodeados de las flores que había plantado y las mariposas que nos envolvían en una atmósfera de magia. No sabía qué nos deparaba el futuro, pero por primera vez, no tenía miedo. Sabía que, juntos, podíamos con todo.

El día estaba lleno de vida y, ahora, también lo estábamos nosotros.

No me miren, que estoy llorando. *Se limpia los mocos*

Fue un final muy cursi, estoy vomitando arcoíris.

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