Capítulo 3
Cuatro días.
Hoy se cumplen cuatro días desde la última vez que el capitán de los Toros Negros y yo acordamos nuestro trato. ¿Y qué ha pasado desde entonces? Nada. No se ha contactado conmigo ni ha aparecido de sorpresa para impresionar a mis alumnos, quienes, por cierto, no han dejado de preguntarme por aquel escuadrón de manto negro. "Pronto", les digo, "vendrán pronto". Y lo cierto es que mis nervios están a flor de piel, esperando mi orden para salir de su escondite y poner todo mi mundo patas arriba. Él me había dicho claramente que se contactaría conmigo y no puedo evitar preguntarme cómo.
No he dejado de pensar en su falsa promesa mientras camino hacia la sala de profesores. He rememorado todo el cruce de palabras que tuvimos en el Festival de las Estrellas. He recordado cada segundo en el que las palabras se negaban a salir de mis labios, en el que una sensación similar al miedo recorría las palmas de mis manos. ¡Ese hombre!
Los Toros Negros fueron la segunda orden mejor premiada en el festival pasado, después de Amanecer Dorado, y las personas del reino no dejaban de hablar de ello. Ahora, con su creciente fama, todos estaban dispuestos a pagar por sus servicios y a querer conocerlos un poco mejor. En lo que a mí respecta, creo que su capitán sigue siendo alguien interesado en su propio bienestar, despreocupado del qué dirán y con un egoísmo característico de alguien tan peligroso como él. Me consta y podría afirmarlo, y reafirmarlo con su incumplimiento del trato.
De repente, me detuve en medio del pasillo, antes de llegar a la puerta de la sala de profesores, y giré sobre mi eje para alejarme a pasos apresurados en dirección contraria. Seguí caminando hasta subir los escalones que me llevarían al tercer piso, al pasillo de la sección de defensa personal. Mis pasos firmes resonaban por aquellas paredes de piedra. Abrí (demasiado desesperada para mi gusto) la puerta de la profesora Kaori.
Unos ojos sorprendidos me recibieron desde el otro lado, preocupados, curiosos y tranquilos al mismo tiempo.
—Beatrice, ¿ocurre algo?
Me aclaré la garganta y enderecé mi espalda antes de dar un paso hacia adelante.
—Profesora Kaori, hola.
Kaori, cuya paciencia infinita y exigencia admiraba, me observaba con un atisbo de preocupación. Su mirada azul brillaba al verme, esperando atenta lo que le diría. Las campanitas de su cabello sonaron cuando se acomodó contra el respaldo de su silla.
—Hola, Beatrice. Siempre es un gusto verte por aquí. Deberías venir más a menudo —sonrió.
Asentí levemente, sabiendo que no cumpliría con aquello porque no me daba el tiempo para hacerlo. Kaori, quien es cinco años mayor que yo, me señaló la silla que estaba frente a su escritorio para que pudiera sentarme. Junté las manos sobre mi regazo.
—¿Conoce a la orden de los Toros Negros? —pregunté sin rodeos.
Un brillo de entusiasmo cruzó por su rostro.
—¡Claro! El escuadrón más reciente de todos, conocidos como la peor orden, que Julius Novachrono mantuvo a pesar de las habladurías de la gente. Superaron las cien estrellas en la última premiación de desempeño, ¿lo sabías?
Asentí. Era un detalle del que nadie se olvidaba.
—¿Qué sabe de su capitán?
Una media sonrisa apareció en el rostro de Kaori. Sabía que sería la persona correcta para informarme acerca de estos detalles que escapaban de mis conocimientos. Alguien tan admiradora de nuestro reino como Kaori tenía que saber todas estas cosas.
—Yami Sukehiro, un hombre bastante peculiar, si se me permite decirlo.
Yami Sukehiro. Repetí el nombre varias veces en mi mente. ¿Cómo me sentiría pronunciándolo en voz alta?
—¿Ah, sí? —pregunté interesada.
—Lo he visto un par de veces, de lejos, claro. Intimidante y bastante silencioso —me decía, cavilando en sus pensamientos—. El capitán Yami Sukehiro no suele presentarse mucho a los eventos que realiza el Rey Mago; me atrevería a decir que no le interesan en absoluto.
Y no lo dudo.
—¿Tiene alguna idea de dónde está su base? Hace unos días me topé con un conocido que me dijo que vivía a no más de quince minutos de allí; sin embargo, no me quedaron muy claras las indicaciones que me dio.
Mentirosa, eres una mentirosa.
Esperaba que Kaori no leyera entre líneas. Y me siento mal por omitir la razón por la que necesito saber acerca de la dirección de los Toros Negros. Kaori es una excelente persona y, en cuanto a los escuadrones mágicos, es como una enciclopedia. Pero prefiero mantener en secreto mis asuntos personales con cierto capitán.
De pronto, apareció un mapa sobre el escritorio y Kaori lo abrió para enseñármelo.
—Nadie sabe exactamente dónde viven; sin embargo, querida, yo sí lo sé. Su base se ubica cerca de Nairn, en medio de un bosque robusto y oculto. Debes dirigirte hacia este punto —me indicó—, desde allí sigue derecho y encontrarás un castillo abandonado. Ahí es donde viven.
Miré asombrada el movimiento del mapa.
—Muchas gracias, Kaori. Te lo agradezco de verdad.
Kaori guardó el mapa en su cajón y tomó mis manos sin previo aviso. Me tensé.
—¿Está todo bien, querida? ¿Cómo van las clases? Sabes que puedes contar conmigo. ¡Eres la que mejor me cae de todos los profesores!
Quise ocultar mi repentino sonrojo.
—Todo bien —respondí—. Gracias. Tengo que marcharme lo antes posible; anochecerá pronto.
Kaori no siguió haciendo preguntas; en cambio, movió la cabeza dándome la razón, como si a ella también se le hiciera tarde.
—¿Quieres llevarte el mapa? —me ofreció.
Moví la cabeza negativamente; lo había memorizado.
—Nos vemos.
—Almorcemos juntas mañana, ¿te parece?
No suelo almorzar con nadie; me la paso diseñando las clases y estudiando. Un sándwich podría considerarse mi almuerzo de cada día. Sin embargo, Kaori es tan amable... siempre intentando encontrar la forma de acercarse a mí, de ser mi amiga... y yo... pongo constantes excusas para rehuir de eso, porque en el fondo me da miedo confiarle parte de mi vida, de mis secretos, a alguien más. Tampoco me escondo siempre que un profesor o profesora quiera entablar alguna conversación conmigo, porque lo que menos quiero es perder el respeto de los demás. Educadamente me uno a las conversaciones y opino. Hay una línea que tracé desde que tengo uso de razón y esa línea se mantiene intacta; nadie ha logrado cruzarla.
—Está bien —sonreí.
Saqué el reloj que llevaba en mi bolsillo y apresuré mis pasos.
Había terminado todas las clases que tenía el día de hoy, y por eso esta idea no me pareció descabellada cuando cruzó por mi mente. Iré a la base del capitán de los Toros Negros. Me enfrentaré a él y le exigiré que cumpla con su promesa o que al menos me dé una fecha concreta de su visita, para poder preparar todo y darle aquella sorpresa a mis pequeños alumnos.
En cuanto salí de la academia, tomé una escoba y me subí sobre ella. Debía ir desde Kikka hasta Nairn, es decir, seguir hacia el norte y buscar un bosque frondoso. ¡Y vaya! Había muchos bosques frondosos, pero el mapa que me mostró Kaori estaba nítidamente plasmado en mi cabeza. En el transcurso del viaje, tomé varias veces mi reloj de bolsillo y lo miré, solo para poder ocupar la mente en algo.
Las falsas promesas... algo que odio y que odiaré siempre. Promesas vacías en las que, en el fondo, queremos creer. Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que una promesa no se cumpliría. Fue como si una niebla se disipara, revelando la fría y dura realidad. Una. Dos. Tres. Diez. "Te prometo que cambiará de opinión", "sólo está cansada", "hablaré con ella, te lo prometo". Me aferré a esas palabras como un náufrago a un trozo de madera, necesitando creer en algo, en alguien. Pero, con el paso del tiempo, las palabras se desvanecieron en el viento, dejando solo un eco vacío. No hubo disculpas, ni explicaciones. Solo el silencio, pesado y abrumador.
A diferencia de esas promesas, yo sí cumplo las mías, y les prometí a mis alumnos que, como premio, les daría este regalo.
El viaje en escoba fue más largo de lo que esperaba. Los árboles se alzaban como criaturas gigantes que estaban allí con el propósito de desorientar al viajero. Ramas densas proyectaban su sombra al mismo tiempo en que el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados. El viento fresco golpeaba mi rostro y, cada tanto, apretaba la madera para mantenerme concentrada. Finalmente, cuando llegué al punto del mapa, giré hacia la derecha y bajé hasta la altura del suelo, sin bajarme aún de la escoba. Un castillo abandonado apareció en la distancia.
Tétrico. Majestuoso. Del puro estilo del capitán de los Toros Negros.
Descendí con cuidado, asegurándome de que mi aterrizaje fuera lo más silencioso posible. Una atmósfera de misterio rodeaba el castillo. Me acerqué a la puerta principal, temiendo que nadie se encontrara dentro a juzgar por el total silencio que había. Toqué tres veces con mis nudillos.
—Capitán Yami —llamé.
Nada.
Era extraño, como si nadie viviera aquí. Algunas ventanas estaban rotas y, con el sol escondiéndose tan rápido, era raro que nada iluminara el lugar.
¡Voces!
Unos murmullos sonaron a mi espalda y lo primero que hice fue esconderme detrás de un árbol cercano. No estoy haciendo nada malo, ¿por qué entonces me escondo?
—Y entonces le di una patada y le lancé mi rayo hasta destruirlo...
—Sí, lo que tú digas, Luck.
—Estoy cansada, necesito dormir, no, necesito beber.
—Esas bestias no fueron impedimento para nosotros.
—Si vuelves a cruzarte en mi camino, Gauche, te patearé el trasero.
—Silencio, mocosos...
Los caballeros mágicos de los Toros Negros aparecieron a través de un portal cerca de la entrada de su castillo. Miré asombrada cómo este cambiaba mágicamente su estructura y parecía convertirse en un espacio familiar, lleno de vida.
Mis pies parecieron estancarse en la tierra, sin querer esforzarse por moverse. Se trataban de forma tan familiar, tan llevadera, que era increíble de ver. Generalmente, no veía ese tipo de cercanía en otras órdenes. Sacudí la cabeza y salí de mi escondite. Antes de que su capitán entrara al castillo, grité su nombre.
Todas las cabezas se giraron hacia mí, poniéndose en alerta por si fuera una amenaza. Mis ojos se fijaron como imanes en los del capitán Yami; no podía y no quería apartar la vista.
—¿Quién es ella? —oí que preguntaba alguien.
—Se parece a una profesora que irritó a Yami aquel día del festival.
—¿Profesora?
—Sí.
Ignoré aquella conversación y me paré frente al capitán Yami.
No había cambiado nada. Su figura corpulenta y su porte intimidante seguían dominando el espacio, como si todo a su alrededor se inclinara ante él. Había algo en su presencia que hacía que el aire pareciera más denso, como si cada partícula se sintiera obligada a prestarle atención. Y había algo más... me pareció ver que intentaba proteger a sus pupilos y compañeros al dar un paso hacia adelante, como si yo fuera una amenaza para sus vidas.
—Tu rostro se me hace conocido, ¿nos hemos visto antes? —me preguntó.
Sonreí como si no me importara que se hubiera olvidado. Sonreí como si no me importara que hubiera olvidado aquel trato. Y aquí estaban de nuevo, estas emociones salvajes que sentí la primera vez que lo conocí.
—Soy Beatrice, hicimos un trato para que ustedes —les di una mirada rápida a todos—, puedan ir a la academia en la que enseño.
—¡Genial! —dijo un jovencito de estatura baja.
Yami frunció el ceño, tratando de recordar, mientras algunos miembros del escuadrón intercambiaban miradas curiosas y divertidas.
—Ah, ya recuerdo —dijo Yami finalmente, cruzando los brazos sobre su pecho—. Eres la que intentaba seducirme aquel día.
Los ojos se me salieron de órbita por aquello tan desmesurado.
—¡Yo no intenté seducirlo!
Me sentí avergonzada y observada por todos. El comentario de Yami provocó algunas risas entre los presentes, y sentí que el color subía a mis mejillas. Me obligué a mantener la calma y enderezar mi espalda.
—Acordamos que vendrías a la academia para sorprender a mis alumnos. Te pagaré por eso.
El capitán Yami soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello desordenado. Obligué a mis ojos a quedarse en su rostro y no desviarse hacia sus musculosos brazos.
—He tenido días ocupados —despreocupado, sacó un cigarrillo de su bolsillo y, después de encenderlo, comenzó a fumar.
Quise echarme para atrás cuando vi que el humo daría con mi rostro, pero no lo hice y contuve la respiración.
—Solo necesito que me dé una fecha, capitán.
—Mañana estaremos desocupados, capitán Yami —le dijo aquel muchachito de baja estatura—. Podríamos ir. ¡Tengo muchas ganas de enseñarles a niños! En mi aldea...
—Vayan adentro —les ordenó Yami.
Todos desaparecieron tan rápido como llegaron. Intenté que no se notara la sorpresa en mi rostro por aquella obediencia tan repentina.
La temperatura había bajado y casi no había luz de día. Pero más frío me daba la sensación de sentir aquella mirada oscura y profunda sobre mí.
—Mi katana se rompió y necesito comprar una nueva —comenzó a decirme—. Quiero el precio por ella.
Ah. No me esperaba aquello.
—Está bien, dime cuánto necesitas.
El capitán Yami alzó una ceja, interesado de repente por mi propuesta.
—Quinientos mil yuls.
—¿Quinientos mil yuls? Eso es bastante dinero.
—Quinientos mil yuls —repitió, como si necesitara asegurarse de que había oído bien.
Me quedé mirándolo, analizando su comportamiento, algo que me dijera que estaba bromeando. Esa cantidad de dinero era demasiado grande, muy alta. Y si estaba preocupado porque rechazara su petición, no lo demostraba.
—¿Asustada?
En un instante, su respiración estaba muy cerca de la mía, muy, muy cerca. Mantuve mis manos firmes detrás de mi espalda. Seria, tranquila.
Control, control, control.
—¿Por qué lo estaría? —me atreví a preguntar.
—¿No te intimido?
—No.
—¿No? Es curioso...
No preguntes el qué. No preguntes.
—¿Qué cosa?
—Puedo sentir lo aterrada y lo nerviosa que estás en estos momentos.
Su voz profunda envió escalofríos por mis brazos cubiertos.
—Tengo frío.
—¿Ah, sí?
No sé qué clase de juego está utilizando conmigo. No me fiaba ni un poquito de este capitán y esperaba que, cuando cumpliera con su visita a la academia, pudiera alejarme lo más posible de él.
—Si te pago lo que me pides, irás mañana a la academia y no llegarás tarde.
Un silencio incómodo se instaló en la atmósfera. Deseaba que me diera espacio, que dejara de estar tan cerca.
El capitán soltó una carcajada profunda que resonó en el aire frío; su proximidad me hacía sentir vulnerable.
—Quinientos mil yuls y no llegaré tarde —aceptó finalmente, dando un paso atrás.
Solté un suspiro interno de alivio, aunque sabía que este trato me costaría más de lo que pensaba. Aquella cantidad de dinero... debía pensar en cómo conseguirla.
El capitán se giró y comenzó a caminar hacia el castillo.
—Ven mañana a la misma hora con el dinero —ordenó sin volverse. Y cuando quise gritarle algo, ya había desaparecido.
Respiré hondo y me dispuse a regresar a Kikka. El viaje de vuelta fue solitario y silencioso, con mis pensamientos revoloteando como pájaros inquietos. Tenía que conseguir ese dinero y cumplir mi promesa a los alumnos. Solo... solo me preguntaba qué sacrificios tendría que hacer para lograrlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top