Capítulo 29

Y ese día había llegado.

El día empezó como cualquier otro, pero había algo en el aire que no me permitía estar tranquila. Me encontraba en la casa, rodeada de Finral, Magna, Luck, Gauche, Gordon, Grey y Henry. Yami, Asta, Noelle y Charmy se habían marchado hacia la guarida de Ojo de la Noche Blanca, dejando claro que nuestra tarea era esperar y estar listos para actuar. Pero había algo extraño... el cielo, normalmente claro y azul, estaba más opaco de lo habitual, casi como si una sombra lo cubriera.

Me acerqué a una de las ventanas de la casa, observando el horizonte. No era una nube, no era el clima. Algo oscuro se cernía sobre nosotros, y lo sentía en mis huesos.

—¿Chicos? —dije, sin apartar la vista del cielo—. ¿No notan algo raro?

Los demás se acercaron, con Magna y Luck a la cabeza, listos para cualquier problema. Todos estábamos tensos, esperando alguna señal de que las cosas iban a complicarse.

De repente, sentí algo. Mi cuerpo se estremeció como si hubiera percibido una descarga eléctrica. Miré a mis compañeros, y mi corazón se detuvo. Luck y Gauche estaban allí, pero algo en ellos había cambiado. Había unas marcas extrañas en sus rostros, líneas casi rojas que serpenteaban sobre su piel como tatuajes. Sus ojos se veían vacíos, como si no fueran los mismos de siempre.

—¡Luck! ¡Gauche! —grité, alarmada—. ¿Qué les pasa?

Antes de que alguien pudiera reaccionar, sus cuerpos comenzaron a elevarse lentamente en el aire, como si una fuerza invisible los estuviera controlando. Finral, Magna y yo tratamos de acercarnos, pero justo cuando estábamos a punto de alcanzarlos, desaparecieron en un destello de luz.

El pánico se extendió rápidamente. Grey estaba temblando, Gordon murmuraba algo en voz baja, mientras Magna intentaba mantener la calma. Finral parecía al borde de un colapso nervioso.

—¡¿Qué hacemos?! —exclamó Finral, con desesperación—. ¡Esto es una locura, chicos! ¡Estamos perdiendo a todos!

El caos estaba a punto de apoderarse de todos nosotros, pero entonces di un paso adelante.

—¡Deténganse! —grité, mi voz fue firme—. Este no es el momento de perder la cabeza. ¡Tenemos que apegarnos al plan!

Las palabras salieron de mi boca antes de que tuviera tiempo de pensarlas. Sabía que Yami nos había dejado con una misión clara: cuidarnos entre nosotros. Y en ese momento, aunque el miedo me invadía, sabía que lo único que podía hacer era mantener a todos concentrados.

—Henry —dije, girándome hacia él—. Es hora.

Henry asintió sin dudar, con su rostro serio y el cabello celeste cayéndole sobre los ojos. Con un leve movimiento de manos, la base de los Toros Negros comenzó a temblar. Los ladrillos y las paredes de piedra se movieron como si estuvieran vivos, transformándose lentamente en la forma de un gigantesco Toro Negro de ladrillos. La estructura de la casa cobró vida, como un titán imponente y protector.

«Mantente a salvo», las últimas palabras de Yami regresaron a mi mente.

No te fallaré.

—Vamos a la ciudad real —ordené—. Tenemos que salvar a nuestros amigos y proteger a los civiles.

El Toro Negro, con nosotros en su interior, comenzó a moverse hacia la ciudad. Mi corazón latía con fuerza. No podía dejar de pensar en Yami. ¿Estaría bien? ¿Cómo estaban Asta, Noelle y Charmy? Pero no podía distraerme con eso ahora. Tenía que proteger a los que estaban conmigo, como Yami lo haría en su lugar.

Al llegar a la ciudad, el caos era absoluto.

Las calles estaban llenas de personas que huían, gritos de pánico resonaban en el aire. Y entonces lo vi... entre la multitud, más personas con las mismas extrañas marcas en el rostro que Luck y Gauche. Se movían como guerreros poseídos, sus cuerpos cubiertos de energía mágica, y sus orejas... eran orejas de elfo.

—¡Magna! —grité—. ¡Necesitamos despejar esta zona!

—¡Voy! —Magna respondió, levantando su puño y convocando su magia de fuego—. ¡Explosión de Fuego!

Un estallido de llamas envolvió a uno de los atacantes, pero pronto me di cuenta de que esto no iba a ser tan sencillo como había imaginado. Los poseídos por los elfos tenían una fuerza descomunal, y sus poderes mágicos parecían haber aumentado.

—¡No se rindan! —grité mientras desplegaba mi magia—. Magia de Ilusión de las Alas.

Un par de alas brillantes apareció en mi espalda, proyectando ilusiones a mi alrededor. Mariposas azules volaron por el campo de batalla, envolviendo a los enemigos en ilusiones que confundían su vista y sus sentidos. Con cada aleteo, creaba ilusiones para proteger a los civiles y desorientar a nuestros enemigos.

«Somos fuertes», susurraban mis mariposas, «Nadie podrá contra nosotras.»

Finral, mientras tanto, usaba su magia espacial para teletransportar a los civiles lejos del peligro, mientras Henry, en su forma de Toro Negro, avanzaba por la ciudad, aplastando a los enemigos que se cruzaban en su camino.

—¡Se... señorita Beatrice! —gritó Grey, con voz temblorosa, pero después sonó muy segura de sí misma—. ¡Voy a cambiar la estructura del suelo!

Usando su magia de transformación, Grey alteró el terreno bajo los pies de los atacantes, haciendo que tropezaran y perdieran el equilibrio. Por otro lado, Gordon susurraba hechizos usando su magia de veneno para crear una barrera que ralentizaba a los poseídos.

Pero los ataques no cesaban.

Cada vez más y más personas poseídas por los elfos aparecían en la ciudad, y entre ellas, reconocí a Luck y Gauche. Mi corazón se encogió al verlos. Sabía que no estaban actuando por voluntad propia, pero la fuerza con la que atacaban era aterradora.

—¡Luck! ¡Gauche! —grité, intentando que me escucharan, pero parecía inútil. Las marcas en sus rostros brillaban con una energía extraña, y sus ataques no cesaban.

Se sentía como... como un maná natural incontrolable.

Fue entonces cuando mis ojos se desviaron hacia los demás caballeros mágicos que intentaban defender la ciudad. No todos habían sido poseídos. Algunos luchaban con valentía, pero estaba claro que no podían igualar la fuerza descomunal de aquellos que ahora estaban bajo el control de los elfos.

Vi cómo varios caballeros mágicos caían al suelo, derrotados por el poder abrumador de los poseídos. Algunos yacían inmóviles, heridos de gravedad, mientras otros apenas se mantenían en pie, haciendo lo posible por defender a los civiles. Los gritos de dolor y desesperación resonaban en el aire.

El caos era absoluto.

Las calles estaban llenas de personas corriendo en todas direcciones, buscando un lugar donde refugiarse, pero no había escape. Las figuras poseídas avanzaban con una fuerza devastadora, destruyendo todo a su paso. Podía escuchar los gritos de los civiles pidiendo ayuda, sus rostros llenos de terror mientras huían.

—¡Ayúdennos! ¡Por favor, ayúdennos!

Los niños lloraban, aferrándose a sus padres, y algunos quedaron atrapados entre los escombros de los edificios derrumbados. Mi corazón se aceleró aún más al ver la desesperación de todos. Las manos me temblaban.

No hay tiempo para dudas, tienes que actuar ya.

Respiré profundamente, concentrándome en mi magia.

Espejismos Monarca —susurré, levantando las manos hacia el cielo.

Inmediatamente, una ráfaga de energía brillante envolvió el área, y una ilusión majestuosa comenzó a formarse alrededor de los civiles. Mariposas monarca, de un color vibrante y radiante, aparecieron en el aire, revoloteando a su alrededor, mientras los paisajes cambiaban. Un reino de mariposas monarca se desplegó ante todos, con colinas suaves y verdes, flores exóticas y árboles altos que protegían a quienes estaban atrapados en medio del caos.

—¡Aprovechen esto para evacuar a los civiles! —grité a Finral y Magna, que asintieron de inmediato.

Finral usó su magia espacial para teletransportar a los heridos fuera del área, mientras Magna y los demás se encargaban de proteger a aquellos que aún estaban atrapados. El Espejismo Monarca les daba el tiempo necesario para organizarse.

Mantener el hechizo de Espejismos Monarca requería más concentración de la que había anticipado. A medida que las mariposas revoloteaban, protegiendo a los civiles, sentí una presión creciente en mi cabeza. Cada segundo que pasaba, el esfuerzo mental se intensificaba, como si una fuerza invisible estuviera presionando mi cráneo.

Supera tus límites, tal como lo dijo Yami.

El sudor comenzó a gotear por mi frente, resbalando por mis sienes y mezclándose con la tensión que ya sentía en mi cuerpo. Mi respiración se hizo más rápida, y un palpitar constante empezó a golpear detrás de mis ojos. Sabía que no podía ceder; había demasiadas vidas en juego, pero el dolor se hacía cada vez más fuerte. Parecía que el hechizo estaba absorbiendo cada fragmento de mi energía, y me sentía al borde del agotamiento.

Las mariposas seguían volando a mi alrededor, pero cada vez que intentaba mantener mi enfoque, la presión en mi cabeza aumentaba, amenazando con romper mi concentración.

No puedo detenerme, me repetía, esforzándome por mantener el hechizo mientras Finral se apresuraba a evacuar a todos. Finalmente, cuando el último civil estuvo a salvo, deshice el Espejismos Monarca, dejando que las mariposas y el majestuoso reino ilusorio se desvanecieran.

Pero en el preciso momento en que lo estaba haciendo, sentí una presencia oscura y hostil acercándose rápidamente.

Un ataque. Un elfo, un caballero mágico de los Leones Carmesí, entró en la casa y lanzó varias bolas de tierra con su magia.

Nos hicimos a un lado justo a tiempo, esquivando los proyectiles. Debido al movimiento del Toro Negro de Henry, perdí el equilibrio y caí de lado, golpeando mi brazo contra el suelo. Un dolor agudo recorrió mi cuerpo, pero lo ignoré. Levanté la cabeza, mirando hacia el frente. El elfo no había terminado; estaba preparando otro ataque.

El pánico se apoderó de mí por un instante, pero rápidamente lo ahogué. No podía permitirme flaquear. Si querían atacarnos, también podían ser engañados.

Espejo de Sombras —murmuré, concentrando mi energía en mi siguiente hechizo.

Frente a mí, se formaron varias copias ilusorias de mí misma, todas hechas de una oscura sombra vibrante que se entrelazaba con el aire. Las ilusiones comenzaron a moverse en diferentes direcciones, avanzando hacia el elfo. Cada vez que una de las sombras lo alcanzaba, explotaba en una nube de oscuridad, confundiéndolo y debilitando su visión. Las copias eran rápidas, evasivas, y el elfo no sabía cuál de todas era la verdadera.

Los proyectiles de tierra que lanzó empezaron a golpear en falso, fallando cada vez que intentaba atacarme. Aproveché la confusión para preparar mi siguiente movimiento.

Sin embargo, nuestro contrincante no tardó en descubrir mi verdadero yo. Antes de que pudiera reaccionar, apareció delante de mí con una rapidez inesperada y me tomó del cuello, apretando con fuerza. El aire se escapó de mis pulmones, y antes de que pudiera soltar un grito, jaló bruscamente de mi cabello, tirándome hacia atrás.

Mi cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo, y sentí cómo la presión en mi cuello aumentaba. El elfo estaba a punto de estrellar mi cráneo contra el suelo cuando, de repente, Grey y Gordon aparecieron a mi lado. Grey, con su magia de transformación, cambió el suelo bajo nosotros, haciendo que el elfo perdiera momentáneamente el equilibrio, mientras Gordon lanzaba una ráfaga de su magia de veneno, forzando a nuestro atacante a retroceder.

Aproveché el momento. Con una última bocanada de aire, me zafé de su agarre con todas mis fuerzas y, antes de que pudiera reaccionar, le propiné una patada en todas las costillas. El sonido del impacto resonó, y el elfo se tambaleó hacia atrás, llevándose las manos al costado.

Me levanté, jadeando.

—¿Están bien? —pregunté, con mi respiración aún agitada por el esfuerzo. Grey y Gordon asintieron rápidamente. Les agradecí en silencio por haber intercedido en el momento justo.

Antes de que pudiera recuperar el aliento por completo, Finral y Magna regresaron a la base, habiendo completado la evacuación de los civiles.

Nos pusimos en marcha inmediatamente, avanzando por las calles destruidas de la ciudad, buscando señales de nuestros compañeros. No pasó mucho tiempo antes de que divisáramos a Luck en la distancia. Estaba solo, pero la energía que emanaba de él era desbordante, incontrolable. Magna apretó los puños. Su mejor amigo estaba frente a él, dañando a personas inocentes en contra de su voluntad. Sentí una furia controlada por parte de él, hasta que vi la determinación en su mirada.

—Yo me encargaré de Luck —dijo, con una seguridad que pocas veces había mostrado—. Ustedes vayan por Gauche.

Todos dudamos por un momento. Luck era una fuerza imparable, y sabíamos que enfrentarse a él sería extremadamente peligroso, incluso para Magna. Pero al ver la determinación en su rostro, supe que no iba a aceptar un "no" por respuesta. Después de todo, Magna y Luck compartían un vínculo único, uno que tal vez solo él podría usar para llegar a su mejor amigo.

—¿Estás seguro? —le pregunté, con una mezcla de preocupación y confianza en mi voz.

Si algo le pasaba a Magna... o a Luck... No, tenía que ser optimista.

—Confíen en mí —respondió Magna, con una pequeña sonrisa que intentaba tranquilizarnos—. Voy a traerlo de vuelta.

Asentimos, aunque con el corazón pesado. Dejamos que Magna enfrentara a Luck mientras nos dirigíamos hacia donde habíamos visto a Gauche por última vez.

El paisaje a nuestro alrededor estaba destrozado, los escombros de la ciudad parecían reflejar el caos que había caído sobre todo el Reino del Trébol. Cuando finalmente lo encontramos, algo en mí se rompió. Gauche no era el mismo.

Su cuerpo estaba tenso, rodeado por esa extraña energía que ahora reconocía como la influencia de los elfos. Las marcas brillaban en su rostro, y sus ojos, normalmente calculadores y protectores hacia su hermanita Marie, estaban vacíos, llenos de una furia incontrolable. Apenas me reconoció cuando me acerqué.

—Gauche, ¡somos nosotros! —le grité con toda la fuerza de mi voz, esperando llegar a él—. ¡Recuerda quiénes somos!

Pero Gauche no mostró ninguna señal de reconocimiento. Al contrario, su magia de espejo comenzó a activarse. Frente a nosotros, una serie de espejos se materializó en el aire, reflejando su magia de ataque. Los rayos de luz se dispararon hacia nosotros con una fuerza abrumadora, obligándonos a esquivar y contraatacar.

—¡Gauche! —seguí insistiendo—. ¡Recuerda a los Toros Negros! ¡Recuerda a Marie!

Nada. Gauche no nos escuchaba, como si estuviera completamente poseído por el poder de los elfos. Cada vez que intentábamos acercarnos, él nos repelía con ataques. Parecía una batalla interminable, y cada minuto que pasaba sentía el cansancio acumularse en mi cuerpo. Gordon y Grey hacían lo posible por detener sus ataques, pero no era suficiente. Parecía que no había forma de hacerle entrar en razón.

Justo cuando la desesperación comenzaba a asomarse en mis pensamientos, un destello en el cielo nos distrajo. Levanté la vista y vi que Asta, Noelle y Charmy llegaban volando hacia nosotros. Mi corazón se llenó de alivio. Con ellos aquí, sentí que la batalla daría un giro. Sin embargo, en cuanto se acercaron, busqué ansiosamente entre ellos a Yami. El alivio se desvaneció rápidamente cuando no lo encontré.

—¿Y Yami? —le pregunté a Noelle, mi voz temblaba un poco.

—Está cerca del castillo —respondió rápidamente.

Mi corazón dio un vuelco. No podía quedarme allí sabiendo que Yami estaba en medio de una batalla, sin alguien que le cubriera la espalda.

—Voy por él —decidí sin dudarlo, girando sobre mis talones.

—¡No! —gritó Noelle, llena de urgencia—. Nos pidió que la protegiéramos.

Mi cuerpo se paralizó por un momento, dudando. Sabía lo que Yami habría querido, que me quedara con ellos y los ayudara a traer de vuelta a Gauche. Pero el instinto en mi interior era demasiado fuerte. Necesitaba encontrarlo. Había confiado en Asta, Noelle, Charmy, y en los demás antes, y sabía que lograrían hacer volver a Gauche.

Respiré hondo y tomé una decisión.

—Confío en ustedes —les dije con determinación, sabiendo que estaban más que capacitados para salvar a Gauche.

Tomé una escoba mágica que había quedado en el suelo, y sin pensarlo dos veces, me elevé en el aire, dirigiéndome hacia el castillo. El viento golpeaba mi rostro mientras volaba, pero no me detuve. Buscaba su Ki. Sabía que podía sentirlo si me concentraba lo suficiente. El corazón me guiaba hacia él, cada latido me acercaba al suyo.

Tenía que encontrar a Yami.

De repente, sentí un tirón en el pecho, como si una cuerda invisible me estuviera llamando.

—Yami —susurré en voz alta, incapaz de ignorar esa sensación.

Sin pensarlo dos veces, volé lo más rápido que pude, siguiendo ese hilo invisible que me conectaba con él. El viento se arremolinaba a mi alrededor mientras me acercaba al castillo, pero lo que vi al llegar me dejó sin aliento. El lugar estaba completamente irreconocible, destrozado por la batalla. Los muros se habían derrumbado, y las marcas de los ataques mágicos cubrían cada rincón.

A lo lejos, finalmente lo vi. Yami estaba en medio de una feroz batalla, y frente a él estaba Licht, el líder de Ojo de la Noche Blanca. La energía mágica que irradiaba de ambos era descomunal, tanto que hacía que el aire alrededor de ellos vibrara.

Yami parecía afectado, como si algo importante hubiera ocurrido antes de mi llegada. Había una dureza en sus movimientos que me preocupaba, y aunque su magia de oscuridad estaba más fuerte que nunca, algo en su postura me decía que no estaba en su mejor forma. ¿Qué le había pasado?

El poder que emanaba de Licht era abrumador. La magia del elfo era gigantesca, un poder ancestral que hacía que el suelo temblara bajo mis pies. Los ataques de Yami eran rápidos, pero los contraataques de Licht eran devastadores. Cada golpe parecía detener el tiempo, como si la batalla se estuviera desarrollando en otra dimensión, ajena a todo lo demás.

Mi corazón se aceleraba. Estaba lejos de él, demasiado lejos. Solo quería llegar junto a Yami, salvarlo. Aunque probablemente sería mucho más débil que el líder de Ojo de la Noche Blanca y que Yami juntos, pero si me lo creía, tal vez y lo lograba.

Me impresionó la intensidad de su magia de oscuridad. Se sentía más peligrosa que nunca, pero al mismo tiempo, esa fuerza parecía desgastarlo poco a poco. Sabía que Yami era increíblemente fuerte, pero Licht era un oponente distinto a cualquiera que hubiéramos enfrentado antes.

El combate continuaba, y parecía que el tiempo se había detenido. Cada vez que Yami lanzaba un ataque, Licht lo contrarrestaba con una precisión milimétrica. La presión era insoportable.

De repente, vi cómo Licht reunía una cantidad inmensa de poder, preparando un golpe final. Yami, visiblemente agotado, trató de defenderse, pero el poder del ataque lo alcanzó de lleno.

Mi corazón se detuvo.

—¡Yami! —grité con todas mis fuerzas, el miedo inundando cada fibra de mi ser.

El impacto lo lanzó por los aires, y su cuerpo cayó con fuerza al suelo, el sonido del golpe resonó por todo el lugar. El dolor en mi pecho era insoportable, como si una parte de mí hubiera sido herida también. No podía permitir que esto siguiera así. No podía perderlo.

Me lancé hacia él lo más rápido que pude, aún volando sobre mi escoba, mientras mi mente intentaba procesar lo que acababa de suceder. Yami estaba herido, y con cada segundo que pasaba, mi desesperación crecía. Llegar a él se sentía como un camino interminable, pero tenía que llegar. Tenía que salvarlo.

Yami intentó levantarse. A pesar del golpe devastador, su espíritu seguía indomable. Con esfuerzo, se puso de pie, sus manos se aferraron a su katana mientras la oscuridad seguía rodeando su cuerpo. Pero su mirada mostraba señales de agotamiento.

—No te rindas..., Yami... —susurré para mí misma, mis manos temblaban sobre la escoba.

Antes de que pudiera hacer algo, Licht volvió a atacar, lanzando una ráfaga de energía mágica que se estrelló contra Yami con una fuerza brutal. El impacto fue tan fuerte que Yami fue lanzado de nuevo al suelo, esta vez mucho más violentamente. Pude ver cómo la sangre se deslizaba por su brazo y su pecho, empapando su ropa. El suelo bajo él se manchó de rojo.

—¡Yami! —grité con todas mis fuerzas, mi voz desgarrada por el miedo y la desesperación. El sonido resonó en todo el castillo, pero no me importaba. No podía perderlo. No ahora.

Mi corazón latía descontrolado mientras trataba de acelerar mi vuelo, pero todavía estaba demasiado lejos. Las lágrimas empezaban a llenar mis ojos; el terror de perderlo me estaba destrozando por dentro. Mi cuerpo entero se estremecía, pero justo cuando creía que todo estaba perdido, dos figuras aparecieron de repente en el campo de batalla.

Jack, el capitán de las Mantis Verdes, y Nozel Silva, de las Águilas Plateadas, surgieron entre las ruinas del castillo, con su magia lista para combatir.

Jack se lanzó al ataque con frenesí, riendo de forma perturbadora con sus cuchillas cortando el aire. Sus cortes parecían incluso capaces de atravesar el poder de Licht. La magia de Nozel, por otro lado, brillaba con una luz plateada mientras usaba su Magia de Mercurio para proteger a Yami y lanzar ataques desde la distancia.

—No te atrevas a morir, extranjero —gruñó Nozel, con expresión seria mientras preparaba una barrera protectora de mercurio alrededor de Yami, cubriéndolo temporalmente de más ataques.

El alivio llenó mi pecho al ver que no estábamos solos. Yami todavía estaba en peligro, pero ahora, con la llegada de Jack y Nozel, las cosas empezaban a cambiar.

Esperanza.

Yami se encontraba en el suelo, respirando con dificultad, ensangrentado, pero aún con vida. Aun así, el dolor en mi pecho no desaparecía. No me calmaría hasta poder estar a su lado, hasta asegurarme de que estuviera bien.

Llegué hasta Yami y me arrodillé junto a él, mi corazón latía desbocado, completamente dominada por el miedo. Lo tomé entre mis brazos con la mayor suavidad posible, como si al sostenerlo pudiera protegerlo de cualquier daño que ya hubiese sufrido. Pero el horror se apoderó de mí cuando vi la sangre brotando de su espalda y su costado, empapando su ropa y manchando el suelo bajo su cuerpo.

El aire se volvía denso, mi respiración se hacía más rápida y desesperada. Levanté la vista por un momento, solo para ver algo extraño en el cielo: una forma redonda, gigante, flotante, como una piedra oscura. Licht se dirigía hacia ella, y no estaba solo. Todos los elfos, aquellos que habían estado luchando, empezaban a elevarse también, ascendiendo hacia esa extraña formación.

Entre la confusión y el caos que se desataba a mi alrededor, los vi... Asta y Yuno, del escuadrón de Amanecer Dorado. Ambos corrían hacia esa piedra, hacia Licht, dispuestos a enfrentarlo. Sabía que Asta era nuestra única esperanza con su antimagia, y confiaba en su poder. Sabía que podía hacerlo. Pero en ese momento, no podía concentrarme en nada más que no fuera Yami.

El dolor en mi pecho era insoportable, y las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera detenerlas. Yami no se movía, sus ojos estaban cerrados, y su respiración... apenas la sentía.

—Yami, abre los ojos —susurré, mi voz temblaba de desesperación—. Vamos, amor, respóndeme.

Pero nada. No se movió.

—Por favor, Yami —repetí, esta vez más fuerte, mi garganta apretada por el llanto.

Pero su cuerpo seguía inmóvil, y las lágrimas fluían con más fuerza. No podía ser verdad, no podía ser que Yami se hubiera ido. Él era el más fuerte, siempre superaba sus límites, su magia era descomunal, incomparable. Para mí, no existía nadie mejor, nadie más poderoso, nadie más... vivo.

—Amor... —murmuré, mi voz quebrándose mientras las lágrimas seguían cayendo sobre su piel.

Mi mundo se estaba desmoronando, y lo único que podía hacer era sostenerlo con todas mis fuerzas, esperando, rogando que abriera los ojos.

No podía perderlo.

De repente, sentí un leve movimiento bajo mis manos. Yami se removió, su cuerpo finalmente reaccionando, y entonces abrió los ojos, tosiendo. El alivio fue tan intenso que me dejó sin aliento.

—¿Beatrice...? —murmuró con la voz rasposa, sus ojos buscaron los míos.

—¡Yami! —solté un sollozo mientras las lágrimas seguían cayendo—. Eres un tonto, nunca más me hagas esto —dije, con mi voz quebrada entre el alivio y la desesperación.

Yami sonrió, a pesar del dolor evidente en su rostro. Esa sonrisa... esa maldita sonrisa que, incluso en un momento como este, parecía querer tranquilizarme.

—No fui lo suficientemente fuerte —susurró, cansado por la fatiga.

—¡Claro que lo fuiste! —respondí con firmeza, aunque mi corazón seguía acelerado por el miedo de casi perderlo—. Eres el más fuerte que conozco. Siempre lo serás.

Yami intentó incorporarse, pero su rostro se torció en una mueca de dolor.

—Necesito seguir peleando —dijo, con determinación en sus ojos.

—No, te vas a lastimar más. No puedes seguir así. Además, los elfos... se dirigieron todos hacia esa torre de tierra —le expliqué, rogándole para que se quedara quieto, que no intentara algo tan peligroso en su estado.

Aun así, vi la obstinación en su mirada. Yami siempre era así, nunca sabía cuándo detenerse, cuándo dejar que los demás tomaran el relevo.

—Voy a ayudar —insistió, pero apenas pudo intentar moverse, y otra vez una mueca de dolor deformó sus labios. Apretó los dientes, pero era evidente que su cuerpo ya no podía más.

—Por favor... —le pedí con el corazón en la garganta, mis manos temblando mientras lo sostenía—. Déjame cuidar de ti esta vez.

Yami seguía intentando moverse, testarudo como siempre. Podía ver en sus ojos esa inquebrantable determinación de pelear, de no rendirse jamás, incluso cuando su cuerpo estaba al límite.

—Por favor, Yami, no lo hagas —supliqué, con las lágrimas aún deslizándose por mis mejillas.

Él me miró, sus ojos oscuros se suavizaron solo un poco mientras se recostaba de nuevo, respiraba pesadamente. A pesar de su dolor, se las arregló para sonreír, una sonrisa débil, pero allí estaba, como si intentara hacerme sentir mejor.

—No puedo quedarme quieto mientras los demás siguen peleando —murmuró, cerrando los ojos un segundo para contener el dolor.

—Esta vez, tienes que hacerlo —dije, más firme—. Ya has hecho más de lo que cualquiera podría imaginar. Además, los elfos ya se están retirando... —miré hacia el cielo, donde la extraña formación de piedra se elevaba, llevándose a los elfos hacia ese punto en el horizonte.

Yami apretó los dientes, luchando contra el dolor y la frustración.

—Asta y Yuno ya están en camino. Confío en ellos —agregué, intentando que entendiera que ya no estaba solo en esta pelea.

Finalmente, lo vi relajarse un poco bajo mi toque. Yami respiró profundamente, su pecho subiendo y bajando mientras me miraba con una mezcla de agotamiento y resignación.

—Maldita sea... me estoy haciendo viejo —murmuró con un toque de humor en su voz, intentando, como siempre, quitarle peso a la situación.

Me incliné hacia él, acariciando su rostro suavemente.

—Nunca me hagas esto de nuevo, ¿me oyes? —susurré, con el miedo aún atado a mis palabras—. No sé qué haría sin ti.

Yami me miró con esos ojos que siempre me hacían sentir que todo estaría bien, incluso en medio del caos.

—No planeo irme a ningún lado —dijo, con esa sonrisa que tanto amaba.

Lo sostuve más fuerte, sin querer soltarlo. No importaba lo que ocurriera a nuestro alrededor en ese momento. Lo único que importaba era que Yami seguía aquí, conmigo.

El sonido de la batalla en la distancia comenzaba a desvanecerse. Asta y Yuno estaban luchando, y aunque no podía ver el desenlace, confiaba en ellos. Ahora, lo único que podía hacer era cuidar a Yami, estar a su lado y no dejar que se sacrificara una vez más.

—Gracias por no dejarme, Beatrice —susurró Yami, cerrando los ojos, dejando que el agotamiento finalmente lo alcanzara.

Y allí, en medio de las ruinas y el cielo en llamas, sostuve a Yami, sabiendo que mientras estuviera con él, todo estaría bien.

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