Capítulo 27

Si dormía la mayor parte del día, entonces no sentiría nada. No hay dolor en los sueños, solo ilusiones. A veces, en esos momentos en que lograba escapar de la realidad, soñaba que mi abuela estaba junto a mí. Sentía la suavidad de sus dedos peinando mi cabello, deslizando con delicadeza cada hebra, como solía hacerlo cuando yo era una niña.

«Todo va a estar bien», me decía en el sueño, con una ternura que apenas recordaba.

Y yo le creía, porque había tanta paz en esos instantes... hasta que el frío de la vigilia me arrancaba de su abrazo, y el dolor regresaba. Mi abuela no estaba. Mi padre no estaba. La Beatrice que alguna vez fui, esa niña que creía en los finales felices, tampoco estaba. ¿Quién era yo ahora? Una sombra de lo que fui, atrapada en una realidad que no entendía. No tenía a nadie, no tenía familia.

«¡Claro que la tienes!»

¿La tenía?

Yami solo salía de la habitación para cumplir con sus deberes como capitán de orden, para traerme algo para comer o asegurarse de que yo estaba bien. Era extraño. Él se sentía como un extraño a veces, porque no lo recordaba. Cuando sus ojos se posaban en mí, en esos breves momentos en los que no estaba dormida, podía ver la tristeza reflejada en ellos, como si compartiera mi sufrimiento. Y, en más de una ocasión, me sentí tentada a abrir los brazos y dejar que él me reconfortara, pero la culpa y la confusión me lo impedían.

—Tienes que comer —me había dicho, su voz grave y suave, cargada de una preocupación que parecía pesarle.

—No tengo hambre.

Un suspiro de resignación escapó de sus labios.

—Por favor, Beatrice, no me gusta verte así.

—Entonces no me veas.

Me giré hacia el lado contrario, enterrando mi rostro en la almohada para que no viera las lágrimas que empezaban a formarse en mis ojos. Sentí cómo el ambiente en la habitación se volvía más denso, hasta que el sonido de la puerta al abrirse rompió el silencio. Y, una vez más, me encontré sola. Volví a dormir, intentando encontrar en los sueños el alivio que la realidad me negaba.


—Perdón —me susurró un día, mientras dejaba otro plato con comida en la mesita a mi lado. Apenas lo miré, sabiendo que probablemente solo lo tocaría para apartarlo después.

—¿Por qué? —pregunté, sintiendo cómo el peso del cansancio hacía que mis párpados comenzaran a cerrarse.

Yami se quedó en silencio por un momento.

—Por no haberte salvado —dijo al fin, su voz rota por la sinceridad—. Por no haber luchado por ti cuando sabía que algo no estaba bien. Perdón por haberte hecho daño aquella vez... No hay un maldito día en el que no me arrepienta de lo que hice.

Sentí un nudo en la garganta, pero estaba demasiado agotada para responder con más que un murmullo.

—Te perdono —dije, o al menos creí haberlo dicho. No importaba de todas formas, no lo suficiente.

—Beatrice...

Su voz se quebró un poco, como si no supiera si debía decir algo más o quedarse en silencio.

—Estoy cansada, quiero dormir —susurré.

Esta vez, no protestó como lo había hecho el primer día. Se alejó en silencio, respetando la distancia que yo había impuesto entre nosotros. Ya había cerrado los ojos, dejando que la oscuridad me envolviera, cuando escuché la puerta cerrarse con un suave clic. Y entonces, en la soledad de la habitación, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas.


La habitación de cortinas azules estaba impregnada de mi olor. No salía, a menos que necesitara ir al baño; ese era el único tramo que me permitía recorrer. No tenía idea de si había otras personas viviendo en esta casa, suponía que sí, porque era la casa de Yami y él era el capitán de los Toros Negros.

Sabía que era de día por la luz que se filtraba débilmente a través de las cortinas, y el sonido lejano de risas en el patio de afuera me atrajo hacia la ventana. Me atreví a mirar, escondida entre las sombras. Cuatro jóvenes luchaban entre sí, pero no era una pelea, sino un entrenamiento lleno de risas y bromas. Un chico de cabello rubio lanzó una travesura que hizo reír a todos. Sentí un nudo en el estómago cuando, de repente, todos se giraron al mismo tiempo y el más bajito de ellos levantó la mano para saludarme. Me escondí rápidamente detrás de la cortina, con el corazón martilleando en mi pecho, y no me asomé de nuevo.

Esa misma noche, Yami entró en la habitación. Su expresión se ensombreció al ver que apenas había tocado el plato con comida que me había dejado. Sin decir nada, se sentó en el borde de la cama. Cerré los ojos, fingiendo estar dormida.

—Tienes que salir, Beatrice —murmuró, con voz baja y cargada de preocupación—. No puedes dejar que ella gane.

"Ella", mi madre. La mención de su nombre hizo que una ola de amargura se extendiera por mi pecho. No respondí.

—No me gusta verte así, se me rompe el corazón... —su voz se quebró levemente. No pensé que me quisiera tanto, se veía duro, implacable. No creí que guardara ese tipo de sentimientos por mí, que se preocupara de esa forma por mí.

—Mañana —respondí con voz apagada.

Pero había dicho lo mismo el día anterior, y aquí estaba de nuevo, atrapada en un ciclo del que no podía escapar.

Sentí cómo el colchón se hundía cuando Yami se acercó más. De repente, me dio la vuelta, obligándome a mirarlo, y apoyó su frente contra la mía, presionando suavemente.

—Tienes que recordar... recuérdame, por favor —suplicó. El dolor que sentí en su voz me atravesó el alma.

Hice un esfuerzo desesperado por traer algún recuerdo a la superficie, cualquier fragmento que pudiera darme una pista sobre lo que él significaba para mí. Pero fue en vano; los recuerdos seguían siendo un vacío inalcanzable. Mis mariposas se agitaban con tristeza en mi interior, conscientes de su sufrimiento al verme así, casi sin vida y sin fuerzas para enfrentar el mundo exterior.

Me mordí los labios con fuerza, un gesto de frustración que no pasó desapercibido para él. Con ternura, Yami deslizó un dedo sobre mis labios, impidiéndome seguir haciéndome daño. Trazó suavemente su contorno, como si intentara memorizar cada detalle. Creí que me besaría, y por un momento, mi corazón dio un vuelco de anticipación. Abrí los labios, esperando ese contacto que parecía tan cercano. Pero en lugar de eso, Yami depositó un beso suave sobre mi frente y me atrajo hacia él, envolviéndome en sus brazos.

Cerré los ojos, dejando que su olor, familiar y reconfortante, me calmara. Se sentía como hogar.



Una semana después de la muerte de mi padre, todo seguía igual. Yami ya no me presionaba para salir ni se enojaba cuando dejaba la mitad de la comida en el plato. Se iba durante gran parte del día y regresaba por la tarde. Por las noches, se acostaba a mi lado, besaba mi frente y me abrazaba. Así nos dormíamos hasta el día siguiente.

Se había vuelto una rutina.

Mis mariposas seguían ahí, esperando la orden para salir, pero no lo hacía. No me sentía con la fuerza necesaria para lidiar con ellas en ese momento.

Hasta que una tarde, decidí cruzar la habitación y abrir la puerta de enfrente, la que tenía una figura de luna con estrellas grabada en la madera. Cuando la abrí, un escalofrío recorrió mi cuerpo. El lugar se me hacía muy familiar, como si ya hubiera estado allí. Aunque había pasado un tiempo, sentía una esencia, una energía conocida. Había una cama, un ropero, un espejo y una mesita de noche. Lo primero que abrí fue el armario. Al menos diez vestidos de colores opacos colgaban. Eran míos, lo sabía. Yo había dormido en esa cama, estas eran mis cosas.

Seguí hurgando, palpando todo, como si con cada objeto pudiera recuperar aquellos recuerdos del pasado. Como si se me fueran a escapar si no los encontraba. Inhalé el aroma de los vestidos, de mi ropa. Encontré dinero escondido... y una libreta dentro de la mesita de noche.

La saqué y la recorrí con mis dedos. Tenía una figura extraña en la portada. Saqué el elástico que la cerraba y contuve la respiración, porque sentía que estaba a punto de hacer algo que cambiaría mis pensamientos.

Mi letra. Una caligrafía delicada, firme, limpia.

«Lee, lee, lee.»

Comencé por la primera página.

Hoy los niños me pidieron, no, me rogaron que los Toros Negros pudieran darles una demostración de magia. Habían escuchado muchas historias heroicas (lo que me sorprende, a decir verdad) sobre alguien llamado Asta. Hasta donde yo sé, es la peor orden de todas, en todo sentido: mal puntaje, malos caballeros mágicos, un malvado capitán... pero si hubiesen visto los ojitos que me hacían en clase de tristeza... ¡no puedo! Significan todo para mí, estos niños algún día crecerán, sé que no seguirán yendo a mis clases cuando eso suceda, pero aun así los estimo mucho. Así que, ¿por qué no ceder ante este pequeño capricho? No creo que me cueste nada.

Di vuelta la página.

¡Todo ha salido mal! Es que, ¿quién se cree que es ese capitán de los Toros Negros? Cuando le pedí amablemente que hablara en privado conmigo, se negó e insinuó que yo era una... una... ¡ni siquiera puedo escribirlo sobre estas páginas! Es arrogante, bruto, un malhechor. Me miró desde arriba como si fuera la cosa más insignificante del mundo. Era grande, musculoso... atractivo. No, no, no quise escribir lo último. La sola idea de estar en ese festival me ponía los pelos de punta, pero seguí insistiéndole por mis alumnos.

Mi corazón se detuvo y mi mente se enfocó en esas palabras. Contuve el aire mientras pasaba a la siguiente página.

¡Lo conseguí! Tuve que ofrecerle dinero, lo cual no es problema, o no lo habría sido, pero me pidió una cantidad exorbitante. ¡¿Quién se cree que es?! Quinientos mil yuls, eso... eso no lo tenía. Y acepté, acepté por mis alumnos. Ahora tenía que encontrar una forma de conseguir ese dinero, sabía cómo hacerlo y lo que me costaría, pero ya no había marcha atrás.

En otra hoja solo estaba escrita una frase:

Ella ha venido.

Seguí pasando las páginas.

Yami Sukehiro es la bestia más bruta que he conocido. No dejo de sentir que puede leerme más allá de estas capas que me pongo por supervivencia. Pero no puedo odiarlo, aunque quiera sacarme de mis casillas muchas veces, no puedo. Siento algo... algo que no logro comprender cuando me mira. Será que... no, eso no puede ser posible.

Había varias páginas en blanco después de eso, como si me hubiera olvidado de escribir. Hasta que paré en una página con algo escrito de nuevo.

Tengo miedo de que mis mariposas aparezcan y le hagan daño. Salió una aquella vez en la que me enseñaba a usar el Ki. Creí que podría morir por mi culpa y nunca había sentido tanto miedo. Ahora lo entiendo.

Pasé a la siguiente página.

Se me hace difícil escribir esto. Es difícil pensarlo, fue difícil darme cuenta y aceptarlo, pero tengo que ser honesta con mis propios sentimientos por una vez en la vida. Mi familia nunca me dejó elegir, siempre seguía lo que me ordenaban. Incluso cuando me fui de la casa para ser profesora de magia, seguía sintiendo que tenía que hacer lo correcto. Pero ya no. Ahora acepto esto que me está pasando. El amor que siento por Yami Sukehiro.

Las lágrimas comenzaron a brotar. Yo escribí esto, era mi diario personal. Con mucho cuidado, pasé a la siguiente página.

Si alguna vez pensé que era un bruto insensible y egoísta, no podía estar más equivocada. Yami es el hombre más sensible que he conocido. No lo demuestra, claro, preferiría morir antes que decirle a su orden lo mucho que los aprecia. No se ha dado cuenta de que ellos lo ven como a un padre, pero yo sí. Tantos días viviendo en esta casa me abrieron los ojos a la verdad. Él los ama, ellos lo aman a él. Y la forma en que se preocupa por mí me calienta el corazón. Me mira como si fuera algo muy importante para él. Lo de nosotros... lo que está pasando y esta relación sin nombre... no puedo explicar bien con la pluma lo que quiero decir, pero me siento feliz. Quiero cuidarlo, cuidarlos. Quiero serles de ayuda, y por eso comencé a hacer algunos arreglos en la casa.

Pasé a la siguiente página.

Tengo una amiga, Kaori. Me siento muy feliz y muy sonrojada porque ¡le hablé sobre Yami! Bueno, no exactamente, pero contárselo a alguien más fue un alivio.

Leí la siguiente página con más prisa.

Él dijo que podía elegir mi primera vez con quien quisiera, que era mi elección. Significó mucho para mí que me dijera eso, porque nunca me habían dejado elegir. ¿Y qué creen que hice? Lo elegí a él. Lo elijo a él. Ya nos habíamos visto desnudos, pero esa noche se sintió mágica. No puedo dejar de pensar en poner mis manos sobre su cuerpo, en rodear sus anchos músculos con mis manos, en desear que me haga suya en todo momento...

Mi pecho comenzó a doler, tenía las mejillas mojadas, pero no importaba, quería seguir leyendo.

Lo amo, encontraré la manera de decírselo sin que me avergüence tanto sentir la posibilidad de ser rechazada.

Lo veo en sus ojos, sé que siente lo mismo que yo. Lo siento en su Ki, en eso que me tironea hacia él. Pero seré paciente, no quiero presionarlo.

Las páginas llegaron a su fin.


Ese día algo cambió en mí, y Yami lo percibió. Dormíamos juntos, aunque no nos besáramos, porque me abrazaba cada noche para protegerme de las pesadillas y yo dejaba que lo hiciera. Había un lazo entre nosotros más fuerte que cualquier cosa, algo quieto, irrompible. No me preguntó qué había encontrado, ni por qué de repente había cambiado mi actitud hacia él. Simplemente aceptó cuando besé su mejilla y lo atraje contra mi pecho, buscando sentirlo, confirmando que todo esto era real.

Y lo era, claro que lo era.

Las mariposas me habían susurrado todo este tiempo que Yami era mi familia, que no lo perdiera, y yo no les había prestado atención. Ahora me arrepentía, porque él había intentado atravesar las defensas que había levantado a mi alrededor. Nunca me presionó, esperaba pacientemente a que yo diera el primer paso. Me estaba dejando elegir... y yo lo había estado alejando. Lo había estado alejando, pero ya no más. Si rechazaba lo que sentía, lo que sentíamos, ella habría ganado. Nunca tuve elección en esa vida, pero aquí la tenía, y elegía quedarme con él, con el hombre que me observaba con cariño, con deseo, con amor.

Así que uní mis labios con los suyos, porque ya había tomado mi decisión. Lo elegía a él por sobre todas las cosas, porque no pensaba apartarme de su lado y tampoco él dejaría que lo hiciera, estaba segura de eso. No intercambiamos palabras; era suficiente con el latir de nuestros corazones, con el fuego fundido de nuestras almas.


Comencé a salir poco a poco, sin presión. Aún me costaba asimilar todo lo que había pasado, pero decidí enfocarme en el presente.

Al principio, fue bastante incómodo cuando los miembros de la orden de Yami se presentaron. Ellos ya me conocían, pero yo no los recordaba. Asta, Noelle, Gauche, Gordon, Charmy, Luck, Grey, Magna, Vanessa, Finral y Henry. Once caballeros mágicos que no dudaron en abrazarme cuando me presenté ante ellos. Once jóvenes que me regalaron la más sincera de sus sonrisas, llevando un poco de calor a mi pecho.

Yami se mantuvo siempre detrás, relajado, con los brazos cruzados. Cuando empecé a compartir la comida con ellos en la mesa, por ese instante olvidé todo lo que había pasado; era solo yo en medio de un grupo alegre y particular. Y cuando mi mirada conectó con la de Yami, supe que estaba haciendo lo correcto.

Esa misma noche, ya acostados, levanté mis manos hacia el rostro de Yami, trazando sus cejas oscuras, su barba incipiente, sus pómulos pronunciados.

—Perdóname —le dije entre sollozos—, aún no te recuerdo.

—Beatrice, no hay nada que tenga que perdonarte.

—Mi corazón sabe que tú eres familia, que eres hogar, pero mi mente no lo recuerda.

—Podríamos comenzar de cero, tú y yo —me dijo—. Yo conquistándote y tú dejándote conquistar.

—¿Éramos novios antes?

—Nuestra relación no tenía nombre.

—Oh.

—Pero en el fondo, ambos lo aceptamos. Para mí fue más difícil darme cuenta de lo que sentía. Creo que tú lo sabías y no querías presionarme. Aunque si lo hubieras hecho, te habría aceptado. Cuando te fuiste... estaba enojado, me creí un idiota por haberme dejado engañar por una mujer, y porque esa mujer se había convertido en lo más importante para mí. Ahí me di cuenta de que estaba enamorado de ti. Por eso dolió más, y solo pensé en venganza...

—¿Pero...?

—Pero no quise saber nada de ti nunca más hasta que recibí aquella nota. Pensé que lo había superado, pero solo había cerrado con llave esos sentimientos, porque seguían allí, tan vivos y sinceros.

—Y fuiste a esa fiesta, por mí.

Asintió.

—Por ti.

—Y te odié también.

—Lo hiciste.

—Y tú me odiabas.

—No lo hacía, ya no. Solo... me sentía cansado, quería verte, lo necesitaba, pero no sabía si lo nuestro podría recuperarse o funcionar de nuevo.

—Hasta que nos encontramos en aquel bar.

—Tenías ojeras, estabas pálida y sentí que algo estaba pasando. Cuando me miraste... no se sentía como antes, como si no me conocieras. Me asusté. Me preocupé.

—Porque no te recordaba.

—Me costó mucho no ir detrás de ti en esa tormenta. En realidad, te seguí. Me enteré de que tu padre había muerto y quise darte espacio, pero volvería por ti, Beatrice. No pensaba dejarte sola. Comprendí esa nota; estabas en peligro dentro de ese mismo castillo, tenía que salvarte de tu propia familia. Estaba dispuesto a que corriera sangre para traerte a mi lado. No soy una buena persona, Beatrice, quiero que lo sepas. Generalmente no expreso mis emociones, me gusta apostar, me gusta portarme mal... quizá no soy lo suficientemente bueno para ti, porque incluso tú tuviste misericordia de los que te hicieron daño.

—Los iba a matar.

—No, no lo harías. Te detendrías, porque tu corazón es el más bondadoso que existe. No sé... no sé por todo lo que has pasado, pero me consta que eso nunca te ha impedido avanzar. Por eso me dolía verte los primeros días tan apagada, porque personas tan crueles fueron capaces de hacerle daño a alguien que solo buscaba su aceptación.

Tragué saliva, tratando de contener las lágrimas.

—¿Por qué, Yami? ¿Por qué ellos me hicieron esto?

—No lo sé, cariño, no lo sé. Pero ahora estás a salvo. Estás conmigo, con los Toros Negros, y no dejaremos que nada malo te pase. Y si alguien intenta hacerte daño, lo mataré. No te separarás de mí nunca más. No lo voy a permitir.

—Lo siento...

—Deja de disculparte. Yo debería estar pidiéndote perdón de rodillas por haber sido un idiota.

Tomé aire y le dije:

—Encontré un diario entre mis cosas, mi diario. Ahí decía que me había... enamorado... de ti —me ruboricé. Sentí caliente las puntas de las orejas.

—¿Ah sí? —sonrió. Fue la sonrisa más bonita que haya visto.

—No podría decirte en este momento que te amo, porque se siente un poco extraño, pero te prometo que intentaré que esto funcione, por lo que fuimos y por lo que seremos en un futuro.

—No esperaba menos de ti —pausó—. Beatrice...

—¿Sí? —susurré, expectante.

—Te amo, quiero que lo sepas.

—¿Ah sí?

—Sí.

—Yo...

—No tienes que decirlo si no lo sientes todavía. Puedo ser paciente, aunque no lo parezca.

—Lo...

—Si vuelves a disculparte, te daré la vuelta y haré cosas que te pueden comprometer.

—¿Cómo que cosas?

—Como, por ejemplo, podría sacarte la ropa, prenda por prenda.

—¿Y si deseo que lo hagas?

—Cumpliría tu deseo.

—¿Y qué más?

—Probaría cada rincón de tu cuerpo. Comenzaría por tu dulce boca y luego seguiría un poco más abajo.

—¿Qué tan abajo?

Su mano comenzó a recorrerme.

—Tal vez por aquí —acarició mi vientre— o por aquí estaría bien.

Me presioné contra su mano. Él rió.

—No sentí muy bien dónde dijiste eso último —dije.

—Aquí —repitió, moviendo su mano—. Y entonces, haría estos movimientos circulares.

—¿Y luego? —pregunté con la voz entrecortada.

—Metería dos dedos dentro.

—Mmm... —me deleité.

—Lo haría si te portaras mal, claro —se alejó.

Lo miré con frustración mientras él iba a apagar la vela de la mesita de noche.

—Buenas noches, cariño —besó mi mejilla.

Mi corazón se estremeció.

—Buenas noches.

—Tienes que separar más las piernas —me indicó Yami, abriendo sus brazos—, así nadie te derribaría.

—Eso intento —gruñí, mientras trataba de mantener el equilibrio.

—Pues inténtalo más.

—¿Sabías que te comportas como un idiota cuando enseñas?

Se cruzó de brazos, sonriendo. ¡Qué maldito!

—Si lo haces bien, puedo recompensarte después.

—¡Vamos señorita Beatrice, no se deje vencer por el capitán Yami! —gritó Asta desde la ventana, ya que estábamos en el patio.

—¡Mocoso, ¿alimentaste a las bestias?

—¡Ya voy!

Casi había huido la primera vez que Yami me mostró a las dichosas bestias, pero resultaron ser muy adorables. Me llenaron de besos (de baba, claro).

—¡Ay! —me lamenté, cuando caí al suelo por décima vez en estos veinte minutos.

Yami me veía como a uno de sus caballeros mágicos más. Comenzamos a entrenar hace tres días, para mantenerme fuerte y poder defenderme ante amenazas. «Para que nadie más te lastime si no estoy», quiso decir Yami en voz alta.

—Te distraes fácilmente, Beatrice. Tienes que anclarte al suelo, sentir mi Ki.

Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de conectar con la energía que emanaba de él. Sentí cómo mi cuerpo se estabilizaba al aferrarme a esa sensación de fortaleza.

—Hazlo de nuevo —le exigí, ahora con más determinación.

Me concentré, visualizando cómo mi cuerpo se volvía una extensión de la energía que me rodeaba. Sentí cómo la fuerza de Yami fluía a través de mí, dándome la estabilidad que necesitaba.

Sonreí. Yami podría vencerme fácilmente todavía, pero al menos había logrado cumplir con una de sus exigencias.

—Sigamos —dije con motivación renovada.

Yami asintió, su mirada fue intensa y aprobatoria. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero también sabía que no estaba sola. Con cada entrenamiento, con cada caída y con cada pequeña victoria, me acercaba más a ser la persona fuerte y capaz que Yami veía en mí.

El entrenamiento continuó, y aunque terminé exhausta y cubierta de sudor, no pude evitar sentirme orgullosa de lo que había logrado. Yami me ofreció su mano para levantarme del suelo una vez más, y cuando nuestras miradas se cruzaron, vi algo más que aprobación en sus ojos. Había un brillo de admiración, y eso me dio la energía que necesitaba para seguir adelante.

—Buen trabajo, cariño —dijo finalmente, con una media sonrisa que hizo que mi corazón diera un vuelco—. Tal vez hasta merezcas esa recompensa después de todo.

No pude evitar sonreír ampliamente, a pesar del cansancio.

—¿Y qué tipo de recompensa sería? —pregunté, tratando de sonar casual.

—Eso lo verás más tarde —respondió, guiñándome un ojo antes de volver a cruzarse de brazos—. Ahora ve a descansar, te lo ganaste.

Mientras me dirigía de vuelta a la casa, con las piernas temblando y el cuerpo dolorido, no pude evitar sentirme más fuerte, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Sabía que, con Yami a mi lado, podía enfrentar cualquier cosa.

Y con esa certeza, me preparé para lo que el futuro tenía reservado para mí.


Los días avanzaron y ya me sentía con mucha más energía. Por las mañanas entrenaba con toda la orden, escuchando atentamente lo que Yami tenía que decirnos. Ojo de la Noche Blanca podría atacar el reino en cualquier momento, así que teníamos que estar preparados. Cuando me encontraba sola, me preocupaba por todos. Si el grupo terrorista aparecía, debían cumplir con su deber de caballeros mágicos e irse a la batalla. ¿Y si los lastimaban? ¿Y si no volvían? ¿Y si Yami no regresaba?

A veces, Yami notaba que algo me preocupaba, pero no le decía el qué. Podía leerme fácilmente; ya no había secretos entre nosotros.

—Un día me marché y nunca más regresé —comenzó a decirme un día.

—Tengo una hermana. Yo era tan joven... —continuó.

—No lo recuerdas, pero una vez, cuando te enseñaba a usar el Ki, me mostraste una ilusión; me enojé por eso, porque era exactamente igual a mi hogar. Por un breve instante, sentí que me encontraba en esa playa, ayudando a pescar, aprendiendo a dominar mi katana... No fui consciente de lo mucho que echaba de menos mi hogar, pero pasaron los años y tampoco envié ningún mensaje... —me confesó.

—Podemos viajar algún día —le dije—. Seguro que te recibirían con los brazos abiertos.

—Tal vez —me respondió.

Desde aquella vez, no tocamos más el tema. No quería presionarlo; cualquiera fuera su decisión, la aceptaría.


Me había entregado por completo a Yami Sukehiro. A media mañana, busqué su pecho y metí la mano por debajo de su camiseta de dormir, ansiosa por tocarlo. Quería sentir su calor, una emoción que superaba cualquier otra. Permití que me desnudara, que sus dedos callosos recorrieran mi piel desnuda. Le di tiempo para eso, porque lo necesitaba tanto como él me necesitaba a mí. De alguna forma, la separación ya no era tolerable; la necesidad ardiente de unirnos en uno solo era apremiante. Me froté contra su cuello, sus manos. Dejé que su boca succionara mis senos y sus manos ahuecaran mis nalgas. «Te amo», me había confesado. Al principio, no pude decir nada, aturdida por el peso de esas palabras. Me amaba, me amaba. «Nos ama», susurraron mis mariposas.

Lo besé desesperadamente, lo abracé y lo dejé sumergirse en mí. Grité, susurré, jadeé y gemí, porque lo había extrañado, incluso sin recordar del todo. Me había enamorado de él en el pasado y lo había vuelto a hacer en el presente.

—Te amo —le dije, correspondiendo a sus sentimientos.

Hicimos el amor tres veces más.

Era millonaria.

Un día, el abogado de mi abuela Agatha se presentó frente a la casa, buscándome con urgencia. Había salido de la ciudad por asuntos relacionados con otro cliente, por lo que no supo de la muerte de mi padre hasta su regreso. Dijo que me había buscado durante todo un día sin éxito hasta que finalmente encontró mi dirección. «No esperaba entregar esto hasta el momento adecuado», dijo, refiriéndose a mi abuela, quien me había dejado su herencia por si las cosas en la casa Lumis llegaban a ponerse difíciles para mí. Me había cuidado en vida y seguía haciéndolo desde el cielo. Aunque en un principio habría rechazado el dinero, pues ya no me importaba ser rica, mi vida había tomado un nuevo rumbo. De alguna manera, los Toros Negros me veían como una madre, a quien acudían cuando Yami no les prestaba demasiada atención. Así que acepté el dinero y se lo transferí a Yami para que decidiera cómo usarlo. Aunque podían pasar años y aún quedaría mucho, lo destinamos a las necesidades de la orden y también asignamos un porcentaje a cada uno de ellos. Porque eso es lo que hace una familia: compartir todo.

Por supuesto, algunos se volvieron locos por la idea de gastar todo de una vez, pero usé mi tono de reprimenda para darles una pequeña charla. Si decidían hacerme caso o no era su elección, pero al menos entendieron el mensaje.

Después de eso, los abracé y besé en la frente a cada uno, a pesar de las protestas de varios. Ya me había ganado sus corazones.


En la tercera semana, todo se mantenía tranquilo en el Reino del Trébol. Ojo de la Noche Blanca aún no había atacado, pero se sentía una cierta tensión en la ciudad.

Me reía con Magna y Luck por las tonterías que hacían mientras celebrábamos el cumpleaños de Noelle en el patio exterior. Yami y Finral habían salido a comprar carne, bebidas y un pastel de cumpleaños a la ciudad. Al regresar, preparamos todo y adornamos algunos árboles con globos para la celebración.

Fingí que no me emocionaba cuando Noelle sopló las velas, pero, de alguna extraña manera, ya los trataba como a mis hijos y ellos me dejaban hacerlo, complacidos. Después de reír, aplaudir y cantar, comenzamos a comer. Luck y Magna habían montado una pequeña obra de teatro, o eso decían ellos, aunque parecía más una escena de comedia sin sentido. Luego, llegó el turno de partir el pastel, y algo que me encantaba de los Toros Negros era la impredecibilidad de los días con ellos. Grité cuando un poco de crema aterrizó en mi frente y abrí los labios sorprendida.

—¡Yami Sukehiro! —grité, mientras Yami me lanzaba un poco de pastel.

Comencé a reír y respondí con lo mismo. La tranquilidad no duró mucho; estábamos en una guerra de pastel de cumpleaños, divirtiéndonos a lo grande.

Aunque aún no los recordaba, ni siquiera a Yami, nada de eso me importaba. A diferencia de la primera vez, ahora lo sentía de verdad, porque nada más importaba que el presente y el futuro, y en cada uno de esos momentos estaban ellos.

Mi familia.


—¿Qué ocurre? —preguntó Yami preocupado, despertando en medio de la noche.

—Nada —respondí, pero ya me había alejado de la cama corriendo hacia el baño para expulsar todo lo que había comido en el cumpleaños de Noelle.

Yami no tardó en llegar. Mientras yo vomitaba, masajeó mi espalda y sostuvo mi cabello. Su voz era una suavidad que relajaba mis músculos.

Cuando terminé, me lavé los dientes, y Yami me cargó hacia la cama, dándome besitos en las mejillas para tranquilizarme. No había sido nada grave, solo que la comida me había sentado mal.

Al cuarto día, las náuseas regresaron.

—Tienes que ver a un médico —me dijo, visiblemente preocupado.

—No es nada, ya se me pasará —intenté tranquilizarlo.

—Amor... —Su preocupación era palpable, y no me gustaba verlo así.

—Está bien, si mañana las náuseas regresan, iré a ver un doctor.

Mi respuesta lo calmó.

Al día siguiente, las náuseas no volvieron.


Estábamos entrenando en el patio como solíamos hacer. Aunque mi magia de ilusión seguía sintiéndose débil, tenía más control sobre ella y lograba crear ilusiones de todos por el patio. Mis mariposas también salían cuando las dejaba, pero no atacaban a menos que se lo indicara.

El sudor se pegaba en la frente de todos. Yami era nuestro entrenador, y uno bastante exigente. Se veía tan atractivo; la camiseta mojada se le pegaba al pecho, sin dejar nada a la imaginación. Las venas de sus brazos se marcaban cuando tomaba la katana y lanzaba energía mágica. Me pilló mirándolo (comiéndomelo con la mirada), así que desvié la vista, sonrojada, aún me ponía nerviosa. Estaba a punto de venir hacia mí, pero entonces, nos tensamos.

Alguien apareció frente a la casa, alguien a quien conocía demasiado bien.

Damian.

Hola familia,

La próxima semana se termina el fanfic, tristemente.

No me duele, me quema, me lastima.

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