Capítulo 24

No me importó el vestido de colores chillones que había sobre la cama, aunque normalmente habría torcido el gesto solo de verlo. Esta vez, tenía algo más importante en mente, un plan que rondaba mi cabeza desde que me enteré de la verdad. El odio y la rabia hervían en mi interior, y esta noche iba a confrontar al culpable de mi pérdida de recuerdos. Ese hombre... el extranjero al que todos temían. No me importaba el riesgo, tenía que enfrentarlo.

Sin embargo, cuando estaba a punto de salir de mi habitación, cambié de idea. Me habían dicho que no era necesario que me presentara, que podía quedarme en casa y dormir hasta el otro día. Si la verdad no hubiese caído sobre mí ayer de la forma en que lo hizo, tal vez habría obedecido y me habría quedado a dormir como quería mi familia. Pero esta noche no era el caso. Afortunadamente, Maribel decidió ser leal a mí antes que a mi madre, así que nadie se daba por enterado de esta pequeña verdad que sabía.

—Maribel, cambio de planes, usaré otro vestido.

Volví rápidamente, no quería retrasarme. Recordé que en el fondo de mi armario había un vestido sencillo, discreto, pero que me había encantado. ¿Quién lo había dejado allí? No lo sabía, pero hoy lo usaría para no destacar tanto y que mi familia no me reconociera.

No tuve tiempo de desordenar mi cabello a causa del gel, pero tampoco importaba.

Al llegar al salón, la opulencia y el resplandor de las joyas y sedas apenas capturaron mi atención. Mi objetivo era claro. Observé la habitación, buscando ese rostro familiar, esa capa negra con el símbolo de un toro. No tardé en encontrarlo. Se encontraba riendo, disfrutando como si no cargara con la culpa de nada.

Fue una buena idea de Maribel envolver mi cabeza con un pañuelo de seda para no llamar la atención. Se estaba jugando su puesto de trabajo al ayudarme, así que tenía que hacer esto bien. Ya había identificado dónde estaban mis padres, así que me mantenía lo más alejada posible de ellos.

Tomé una copa para fingir que pasaba solo una agradable velada. Deseaba acercarme más a ese hombre, pero eso levantaría sospechas, y si lo de ayer fue real, sabría que estaba cerca. Fingí hablar de temas triviales con Maribel, mientras vigilaba los movimientos de ese capitán por el rabillo del ojo. Solo esperaba el momento oportuno para encararlo.

Pasaron los minutos, y luego la hora, y mis pies ya me dolían por estar tanto tiempo de pie. Maribel me dedicaba sonrisas de aliento y entendimiento. ¿Y si esto no funcionaba? Comenzaba a rendirme poco a poco, pero justo en ese momento, el hombre se levantó de su asiento. Seguí sus movimientos y me impresionó lo alto que era y lo ancho de sus músculos. Me atrevería a jurar que mi cabeza apenas le llegaba al pecho...

Sin pensarlo dos veces, me acerqué, sorteando a los invitados que reían y bebían, ajenos a la tormenta que se desataba en mi interior. Le pedí a Maribel que no me siguiera; para esto, necesitaba estar sola.

El hombre se dirigió al baño, un poco borracho a juzgar por sus pasos ligeramente erráticos. Antes de que llegara, me escabullí en un pasillo angosto y oscuro, el lugar perfecto para esperar. Cuando salió, no regresó por donde había venido, sino que continuó recto, adentrándose entre unas cortinas y abriendo los ventanales, asegurándose de que nadie lo seguía.

Pero estaba muy equivocado. Yo lo estaba vigilando.

Salí de mi escondite.

Lo vi de espaldas; su porte era imponente, y su aura emanaba un peligro palpable. Recordé lo que me habían dicho: que él me había robado, que fue su culpa que me golpeara la cabeza y perdiera mis recuerdos. Ese hombre era la razón de todas mis pesadillas. Con cada paso que daba, la rabia en mi interior crecía, alimentada por el dolor y la confusión.

Él estaba fumando, apoyado en el barandal, sumergido en la oscura extensión de la noche. Me planté frente a él, y las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerme.

—¿No fue suficiente con el dinero que me robaste? —le solté. Todo este tiempo me había sentido vacía, pero ahora, parecía que mis palabras estaban cargadas de veneno.

El hombre se giró lentamente hacia mí, con una expresión impasible, como si no comprendiera de qué estaba hablando. No parecía sorprendido por mi presencia, y la manera en que sus ojos recorrieron lentamente mi cuerpo, como si estuviera desnuda frente a él, me hizo sentir vulnerable.

—¿De qué estás hablando? —respondió después de unos segundos. Su tono fue frío y desconcertado. Exhaló una bocanada de humo que se disipó en la oscuridad.

Su indiferencia avivó aún más mi enfado. Di un paso adelante, sintiendo el aroma a cedro y algo más en su perfume, una mezcla que me resultó perturbadora.

—Escuché que tu orden de caballeros mágicos está llena de marginados. No me extrañaría que estuvieran tan necesitados de dinero.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí sus manos rodear mi cuello, apretando con una fuerza que me dejó sin aire. El pañuelo que llevaba en mi cabeza cayó al suelo. El pánico me invadió de inmediato. Intenté rasguñarlo, clavarle las uñas en los brazos, pero era inútil. Su agarre era implacable. Me había metido en la guarida del lobo, cegada por la ira y la necesidad de enfrentarlo. Pero ahora, lo único que sentía era miedo. Un miedo que me paralizaba.

—Ma..ta..me —logré decir entre jadeos, las lágrimas brotaban de mis ojos. Si moría ahora, al menos esta pesadilla terminaría, y finalmente podría descansar...

No era así como esperaba enfrentarlo. Me invadió una sensación de cansancio, un peso que había arrastrado durante cuatro semanas. Y había algo más... algo que dolía en mi pecho al ver cómo me estaba haciendo daño. La falta de aire me hizo imaginar cosas.

Y en sus ojos... en sus ojos vi un reflejo de mis propios sentimientos: rencor, ira, confusión, agotamiento...

De repente, su agarre comenzó a aflojarse. Sentí cómo el aire regresaba a mis pulmones, pero mi cuerpo temblaba incontrolablemente. Lo miré, esperando que me soltara completamente, pero su expresión había cambiado. Estaba tenso, casi... confundido. ¿Se había arrepentido?

Se inclinó hacia mí, sus labios se encontraban peligrosamente cerca de mi mejilla.

—No me gustaría dañar esa cara tan bonita —susurró fríamente, con una amenaza latente en sus palabras.

Y entonces, sin más, me soltó y comenzó a alejarse. Pero mi cabeza, en lugar de obedecer la lógica y dejarlo ir, decidió seguirlo. Algo dentro de mí no quería que se fuera. Esta sensación de pérdida era extraña, nueva.

Abrumadora.

—¿Quieres más dinero? —le grité, desesperada por respuestas, por algo que calmara el caos en mi interior.

Él se giró levemente, con un desdén que me golpeó como una bofetada.

—Piérdete —espetó, sin ni siquiera dignarse a mirarme completamente.

—¿Cuál es tu nombre? —Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera detenerlas.

El hombre se detuvo abruptamente y se giró hacia mí. Su mirada era penetrante, cargada de algo que no pude descifrar. Entonces, comenzó a reírse, una risa amarga que resonó en mis oídos. Una risa carente de emoción.

—Si vas a fingir no conocerme solo para quedar bien frente a los nobles, entonces resultaste ser igual que todos ellos. Lástima, y yo que pensaba divertirme contigo, pero no vales la pena.

Sus palabras me atravesaron como cuchillos. ¿Fingir no conocerlo? No, esto no tenía sentido. No lo conocía... o mejor dicho, no lo recordaba. Y sin embargo, su desprecio me dolió más de lo que quería admitir.

—Pero... —Intenté decir algo, cualquier cosa, pero fui interrumpida.

—¡Bomba! —gritó alguien.

Antes de que pudiera reaccionar, un fuerte estruendo resonó por todo el salón. La explosión me lanzó violentamente contra el suelo, incapaz de protegerme de los vidrios que volaban por los aires. El aire abandonó mis pulmones por el impacto.

Por el choque de nuestros cuerpos contra el suelo.

El capitán de los Toros Negros estaba sobre mí, respirando entrecortadamente como yo. Me había protegido. Había cubierto mi cuerpo con el suyo.

¿Por qué?

Mis manos se aferraron a su camiseta blanca, arrugándola por el miedo de caer y morir. Sentí el calor que emanaba de su cuerpo, como si todo lo demás hubiese dejado de existir a nuestro alrededor. El latido acelerado de su corazón se mezclaba con su respiración cerca de la mía. Lo solté a medias y entonces, sin uso de la razón, contra todo pensamiento lógico que me decía que me alejara y lo odiara con toda la razón de mi ser, pasé mis dedos temblorosos por el lugar donde se ubicaba su corazón. Dejé la palma de mi mano ahí un momento, sintiendo algo familiar, pero que no tenía sentido. Observé sus ojos, llenos de motas de color verde musgo sobre el profundo gris. Sus labios entreabiertos parecían tan dulces como se veían. Quise borrar la preocupación de su frente, ver desaparecer el ceño fruncido y las arrugas que se le formaban.

Entonces, una gota de sangre tocó mi mejilla. No provenía del techo, no era mía, salía de él. Se había lastimado al intentar protegerme. ¿Por qué? ¿Por qué me había protegido? ¿Acaso había algo que no me estaban contando? Pero él dijo que se iba a divertir conmigo, entonces no entendía nada.

—Estás herido —intenté sonar indiferente, pero la preocupación asomaba en mi voz.

No dijo nada. Tampoco hacía el intento de quitarse de encima y tampoco había retirado mi mano de su pecho.

Cuando fui consciente del entorno, de los gritos, me alejé rápidamente.

Se levantó de un salto y se dio la vuelta, buscando el origen de lo que acababa de pasar. Entonces vi que se había lastimado el hombro, cortado con un vidrio. 

Me acerqué por detrás y lo detuve al poner mi mano en su brazo.

—Tienes que curar eso, sangra mucho.

Él se miró por encima del hombro, luego me miró a mí. Me puse incómoda.

—No finjas que te preocupa —sacó un cigarrillo y comenzó a fumarlo. Para cuando caí en la realidad nuevamente, ya había desaparecido.

¿Que había pasado? ¿Por qué mi corazón latía tan rápido? ¿Por qué me dolía el pecho verlo irse, verlo herido?

—Señorita, aquí estaba —la voz preocupada de Maribel me sobresaltó—. ¿Está bien? ¿Se lastimó? Déjeme revisarla.

—Maribel, ¿de verdad ese hombre fue el causante de mi pérdida de memoria?

—¿Qué hombre?

La tomé de los brazos, mi voz ahora temblaba.

—Dime la verdad.

Maribel se asustó por mi repentino cambio de tono y por lo cerca que estaba de ella, arrinconándola con mi presencia.

—Se...señorita, me está haciendo daño.

—¡Respóndeme!

—Sí, él lo hizo.

La solté bruscamente.

Pero, inexplicablemente, sentí que me estaba mintiendo.

Afortunadamente, los capitanes habían protegido a todos los civiles y lo único dañado resultó ser el salón del castillo del rey. «Un ataque terrorista», decían. «Fue Ojo de la Noche Blanca», murmuraron.

Pero yo seguía asimilando el hecho de que él me había protegido.

Había algo que no me estaban contando.

Holaaa, aquí otro cap. 

Un adelanto del próximo:

—¿Visitando a tu amante? —su voz estaba cargada de burla.

Intenté ignorarlo y seguir caminando, pero la vergüenza de lo que había pasado en el baño aún me pesaba.

—¿Acaso estás enojada por lo que te hice sentir? —me provocó.

—Piérdete —dije, repitiendo las palabras que él mismo me había dicho el día anterior.

—¿Estás sacando tus garritas? —se burló de nuevo, obligándome a detenerme y girarme hacia él.


-Cote

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top