Capítulo 22
—¿Qué hiciste? —preguntó mi madre mientras entraba al castillo Lumis, cargando una bolsa sobre mi hombro que contenía libros y cuadernos de clase.
—Nada —murmuré, bajando la mirada hacia mis pies.
Hice una mueca de dolor al sentir sus dedos pesados apretando mi brazo. Me arrastró hacia mi habitación, guiándome con fuerza. Cuando cerró la puerta tras de sí, me quedé de pie, esperando que me gritara y se fuera para poder descansar un poco; estaba agotada.
—¿Nada? ¡Golpeaste a una de tus compañeras! ¡No dejarán de hablar de nosotros durante semanas!
—Estás exagerando, además, ella me atacó primero —gruñí, aún sin mirarla.
—¿Te gusta hacer cosas que nos avergüencen? Ahora tendré que fingir que nada ha pasado en frente de mis amigas, tragándome la humillación de tener una hija tan salvaje.
—¿Terminaste? Quiero descansar.
Supe por su silencio que estaba empeorando aún más las cosas. Ni siquiera me dio tiempo para explicarle. No creía en mí, no confiaba en mí. Liora me había molestado, había dicho que era la marginada de la nobleza, un bicho raro al que nadie quería. Y tenía razón, por eso no me controlé cuando la agarré del cabello, jalándola. Le había mentido a mi madre, yo había atacado primero, y luego me suspendieron toda la tarde. Mis hermanos ni siquiera me defendieron, ni siquiera me miraron.
Pero no esperaba que mi madre me diera la vuelta, me empujara contra la marquesa de la cama y comenzara a golpearme con una vara de madera que usaba para alcanzar las cortinas. Comencé a sollozar por los fuertes golpes, por la sangre que comenzaba a correr por mi espalda. La ropa se me pegaba a la piel y dolía aún más. Madre... cuando la miré, había tanto odio en su rostro. ¿Acaso me quería aunque fuera un poco?
Golpe.
Golpe.
Golpe.
Le grité que se detuviera, pero me estaba desgarrando la espalda, no había fuerza que detuviera sus movimientos. Estaba furiosa, estaba demente. Clamé por ayuda, me di la vuelta, me puse de pie y, cuando el golpe iba a llegar a mi cabeza, abrí los ojos.
Desperté de golpe, con el sudor frío pegado a mi piel. Me senté en la cama, jadeando.
Por las noches, a medida que las pesadillas se volvían más intensas, solía despertarme con un sobresalto, con el corazón queriéndose escapar de mi pecho. Pero cuando intentaba recordar los detalles, estos se desvanecían como humo, dejándome solo con la certeza de que alguien quería hacerme daño... hasta ahora. La pesadilla había parecido tan real y... lo recordaba, no se había desvanecido como las otras. ¿Habré recordado o solo fue una mala jugada de mi imaginación? Las noches eran lo peor. En la oscuridad de mi habitación, los recuerdos se volvían más esquivos y las pesadillas más vivas.
Me levanté con la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Caminé hasta el gran espejo de mi habitación y me miré. Apenas reconocí a la joven que me devolvió la mirada. Las ojeras oscuras se extendían bajo mis ojos, marcando mi piel pálida con sombras profundas. Parecía como si no hubiera dormido en días, y, de hecho, así era. No descansaba, cada noche me hundía más en esa espiral de insomnio y miedo.
Sentí una punzada de desesperación. ¿Cuánto más podría soportar? Estaba al borde de la locura, encerrada en este castillo, sin recuerdos, sin respuestas, con el constante miedo de que los horrores de mis sueños se convirtieran en realidad. Y, por si fuera poco, las mariposas de mi magia, las mismas que alguna vez temí tanto, también habían desaparecido. Aunque siempre las había considerado una maldición, su ausencia me dejaba más vacía y sola que nunca. Al menos, sin ellas, no tenía que enfrentar los rituales del padre Gabriel, ni el miedo a que pudiera causar daño a alguien más. Pero sin ellas, también sentía que había perdido una parte de mí, algo que, aunque oscuro, me pertenecía.
Suspiré, alejándome del espejo. No podía seguir así. Si no encontraba una forma de salir de este lugar, si no recuperaba mis recuerdos y mi vida, sabía que me perdería a mí misma para siempre.
Tres horas después, en las que me mantuve despierta, Maribel entró a la habitación para acompañarme otro día más.
—¿Ha recordado algo? —preguntó Maribel, mientras abría las cortinas de la habitación para que entrara la luz del amanecer.
Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra.
—¿Madre ha respondido a mi solicitud? —le pregunté, siguiéndola hacia el baño, casi arrastrando los pies.
—No, señorita. Quizá el mes que viene la dejen salir al jardín —intentó darme esperanzas.
—Insístele, dile que saldré con cuatro guardias si lo estima conveniente.
Maribel asintió, dando por zanjado el tema. Comenzó a preparar la bañera mientras yo esperaba. No tenía energía para nada, así que, después de que hubo llenado la bañera, le pedí que esperara afuera para estar sola. Cuando Maribel salió, suspiré de cansancio. Tenía que encontrar la manera de salir del castillo o terminaría volviéndome loca.
Una parte muy profunda de mí me decía que debía actuar con cuidado, que debía hacerle caso en todo a madre para mantenerme a salvo. Otra parte quería salir, correr y sentirse viva. De cualquier forma, sentía que debía luchar contra algo, pero no recordaba qué, y eso me desesperaba. Cuando Maribel se iba por las noches, a veces lloraba por lo injusta que era mi situación. Mi mente se había transformado en un lienzo blanco con algunas manchas negras, pero le faltaba color. ¿Qué había olvidado? ¿Por qué tenía pesadillas tan horribles? Las ojeras bajo mis ojos eran un claro signo de mis pocas horas de sueño. Me sumergí en el agua caliente, sintiendo cómo el vapor aliviaba un poco la tensión en mis músculos.
Al salir del baño, me encontré con mi madre. No esperaba verla, de hecho, no esperaba verla en mi habitación.
—Madre —saludé, sintiendo un ligero escalofrío al estar cerca de ella. Si podía, la evitaba—. ¿A qué se debe tu visita?
Su rostro era una mezcla de seriedad y solemnidad.
—Se celebrará un baile en el castillo principal —comenzó a decirme. ¿En el castillo del Rey? Eso capturó toda mi atención—. Aunque sigue siendo peligroso para ti allá afuera, es importante que te presentes o los demás comenzarán a inventar chismes. Tu padre, como primo del Rey, debe dar el ejemplo.
Claro, a mi madre era lo único que le importaba. No obstante, un alivio me recorrió al saber que iba a salir del castillo, aunque sólo fuera por un corto tiempo.
—¿Tengo que ir? No me gustan mucho los bailes —mentí a medias, porque aunque no era fan de esas celebraciones, la idea de estar en un ambiente diferente era un respiro necesario.
—Debes —respondió firmemente—. Serán tres días en los que debemos asistir. Es algo parecido a una reunión social; no necesariamente hay que bailar, pero debemos estar presentes en la mesa que nos toque compartir la cena. El Rey dará algunos anuncios importantes y, además, quiere celebrar el cumpleaños de su sobrina y buscarle un pretendiente. Aprovechará esta ocasión para ello.
—Está bien.
—Maribel te traerá los vestidos para cada noche —se acercó hacia mí y acarició mi rostro. Fingí no estremecerme ante su tacto, ante su fría mirada. Me dije a mí misma que no era la mujer con la que había soñado, que ella no sería capaz de hacerme tanto daño—. Cubre bien esas manchas y que tu cabello quede impecable.
—Sí, madre.
Cuando abandonó la habitación, me senté en la cama, expulsando el aire que no sabía que estaba conteniendo. Quizá esas noches servirán para idear un plan y salir de este lugar. Eso esperaba.
—¿Tienes más información acerca de esta reunión social? —le pregunté a Maribel mientras me ponía un vestido cómodo y ligero.
—Serán reuniones nocturnas —comenzó a decirme—, e inician esta misma noche.
Le dirigí una mirada de decepción.
—Y no me lo habías dicho antes.
Maribel pareció avergonzarse; lo supe por el leve tono rosado que apareció en sus mejillas y por cómo bajó la mirada, esperando que la regañara.
—Perdóneme, señorita. Su madre me dijo que...
—Está bien —la interrumpí—. Nadie puede desobedecerla.
—¿Le traigo un té? La noto más cansada de lo habitual.
Comencé a masajearme las sienes. Sí, estaba cansada, y ahora, encima, tendría que asistir a la reunión social convocada por el rey, mientras lidiaba con mi propia lucha interna.
—Te lo agradecería. ¿Podrías pedirle al doctor otra de sus pastillas para el dolor de cabeza?
—Sí, señorita.
Cuando Maribel salió de la habitación, me acerqué a la ventana. Me había parecido ver algo raro cuando me dirigí al baño, pero no le había dado importancia. Temí que Maribel o mi madre se dieran cuenta, así que me coloqué frente a la ventana para no desviar la atención hacia un extraño papel amarillo que casi flotaba con la suave brisa que entraba en la habitación. ¿Habrá llegado arrastrado por el viento? Tal vez, pero tenía que averiguarlo.
Tomé con cuidado la punta del papel y lo saqué. Estaba doblado, como si fuera una nota. Sin dudarlo, lo abrí.
¿ᴄʀᴇᴇꜱ ꜰɪʀᴍᴇᴍᴇɴᴛᴇ Qᴜᴇ ᴛᴜꜱ ᴍᴀʀɪᴘᴏꜱᴀꜱ ꜱᴏɴ ʟᴇᴛᴀʟᴇꜱ?
Leí en un susurro. ¿Qué era esto? Claro que eran letales; Dulce era la prueba de ello. ¿Acaso alguien estaba jugando conmigo? Alguien que sabía sobre mis mariposas, sin duda. Me dispuse a desechar el papel, pero cambié de opinión y lo escondí en un pequeño cajón oculto en mi armario. Justo cuando estaba cerrando las puertas, Maribel entró.
Mientras tomaba el té y esperaba que la pastilla hiciera su efecto milagroso en mi dolor de cabeza, observé el vestido que yacía sobre mi cama con una mezcla de resignación y desagrado. No pude evitar fruncir el ceño ante la prenda que mi madre había escogido para mí.
Era un vestido azul oscuro, con bordados dorados que recorrían todo el corpiño y se extendían hasta el dobladillo de la falda. Elegante, imponente... y completamente alejado de mis gustos. Siempre he preferido algo más sencillo, menos llamativo, pero sé que eso no le importa en lo más mínimo a mi madre.
Con un suspiro, dejé que mis dedos rozaran la suave tela.
Me pregunté cómo se sentiría estar rodeada de gente después de tanto tiempo encerrada aquí. La idea de salir del castillo, de ver algo más allá de estas paredes, me aliviaba... pero también me asustaba. Sin embargo, había algo que me intrigaba, un sentimiento en mi interior que no podía identificar del todo. Quizás era la esperanza de que, entre toda esa gente, pudiera encontrar alguna respuesta a las preguntas que no me dejaban en paz. ¿Quizás algún amigo o amiga que pudiera revelarme detalles que mi madre no compartía? Pero, si tuviera amigos, me habrían visitado, aunque sea una vez; en cambio, la sala de recibimiento de mi ala del castillo permanecía siempre vacía.
Algo me inquietaba, algo que no me estaban diciendo y... el dolor de cabeza volvía mientras intentaba descifrar la verdad con tan pocos recursos.
Pasadas las horas, en las que estuve vagando por el castillo como solía hacer todos los días, regresé a mi habitación.
—Señorita, es hora de prepararse —la voz de Maribel me sacó de mis pensamientos. Me volví hacia ella, que ya había dispuesto todo lo necesario para que me vistiera.
Asentí en silencio, permitiendo que Maribel me ayudara a ponerme el vestido. Mientras lo hacía, me observé en el espejo. Mis ojos captaron las oscuras ojeras que se habían formado bajo ellos, pero que el maquillaje no tardaría en disimular.
—¿Ha recordado algo nuevo, señorita? —preguntó Maribel en un tono casual, aunque sabía que la pregunta era de vital importancia para ella, y para todos los que me rodeaban.
—No... nada nuevo —respondí, y era la verdad. Apenas recordaba algo de lo que había pasado antes de este último mes. Solo fragmentos inconexos, como imágenes borrosas que no tenían sentido. Lo único claro es que, según me habían dicho, perdí la memoria durante un festival, por culpa de un hombre que quería robarme.
Un hombre... pero ¿quién? ¿Y qué me hizo?
Ese pensamiento me perseguía mientras Maribel terminaba de ajustarme el vestido y me ayudaba con los últimos detalles. Me sentía atrapada en una red de incertidumbre, pero al menos esta noche podría salir de este lugar. Tal vez, entre las risas y el bullicio de la celebración, encontrara algo que me devolviera un poco de paz, aunque fuera por un momento.
—Está lista, señorita —dijo Maribel, dándome un último vistazo para asegurarse de que todo estuviera en su lugar.
Me miré una vez más en el espejo. La imagen que me devolvía no era la de una joven noble lista para un baile, sino la de alguien que luchaba por encontrar su propia identidad en medio de una oscuridad que no comprendía.
—Vamos —dije finalmente, con la esperanza de que esta noche, de alguna manera, me acercara a las respuestas que tanto necesitaba.
El salón del castillo era imponente, cada rincón brillaba con la opulencia de la realeza. Candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando el lugar con una luz cálida que resaltaba los detalles dorados de las paredes y el suelo de mármol pulido. Al entrar con mi familia, sentí el peso de las miradas de la nobleza que ya estaba presente. Todos nos observaban, evaluándonos, midiendo cada uno de nuestros movimientos, como si en cualquier momento pudiéramos cometer un error que mancharía el honor de nuestra familia.
Nos acercamos al rey, que estaba de pie al final del salón, rodeado por su séquito. Mi padre se adelantó primero, con un ayudante que empujaba su silla de ruedas, inclinándose ligeramente en señal de respeto. Yo seguí su ejemplo, bajando la cabeza con una gracia estudiada que había practicado durante años. Mi madre me había enseñado que, como miembros de la realeza, debíamos mostrar siempre un perfecto control de nuestras emociones, una máscara que no dejara entrever nuestras verdaderas intenciones o pensamientos.
—Majestad, es un honor estar aquí esta noche —dijo mi padre con voz firme. Yo me limité a inclinarme de nuevo, con una sonrisa cortés que no llegaba a mis ojos.
El rey nos saludó con su típica arrogancia de siempre, tan diferente al comportamiento de mi padre. A pesar de ser simplemente primos, compartían un rasgo familiar que los caracterizaba. El rey Augustus siempre había visto a mi padre como una decepción para el linaje real, solo por estar en silla de ruedas y no ser tan poderoso como él decía ser. No obstante, por más poder mágico que tuviera, el respeto que los ciudadanos del reino le conferían era únicamente gracias al Rey Mago. Eso me constaba incluso habiendo perdido la mitad de mis recuerdos (o una selección de ellos).
Después de unos breves intercambios, nos retiramos hacia nuestra mesa, que se encontraba en una posición privilegiada cerca del centro del salón. Nos sentamos con la elegancia propia de nuestra posición, cada movimiento calculado para ser impecable.
Mi madre me había enseñado desde pequeña cómo comportarme en eventos como este. Sabía exactamente qué cubiertos tomar y en qué orden, cómo usar el tenedor para los entrantes, el cuchillo adecuado para el plato principal, y la cuchara correcta para los postres. Todo tenía un propósito, una razón, y no había margen para el error. El peso de las expectativas se sentía más fuerte que nunca mientras mantenía una postura recta, con mi espalda rígida contra la silla y mis manos moviéndose con la precisión que se esperaba de mí.
Pero por dentro... por dentro, solo quería escapar. La sonrisa que mantenía en mi rostro era una farsa, un acto que me resultaba cada vez más difícil sostener. Mientras los sirvientes colocaban los platos frente a nosotros, mi mente se distanciaba, deseando estar en cualquier otro lugar. La conversación que se desarrollaba entre mi padre y los otros nobles de la mesa era solo un murmullo lejano para mí.
—Veo que tu hija está mejor —le dijo un señor con gran bigote a mi padre, cuyo nombre no retuve—. ¿Está cuerda?
Mi padre sonrió, pero en realidad se tensó. Y yo... sentí una presión en el pecho, unas ganas inmensas de golpear al hombre, lo que me extrañaba. Sabía que la violencia y yo no éramos buenas amigas.
—Beatrice solo ha perdido parte de sus recuerdos, sigue perfectamente, Elias.
—Bueno, Reginald, ya sabes lo que cuentan de ella en las reuniones sociales de los domingos.
—Y me extraña que te dejes llevar por las habladurías de la gente.
Elias tomó un sorbo de vino y prosiguió, como si yo no estuviera presente escuchando cómo hablaba de mí.
—Bueno, no se le ha visto en mucho tiempo, daba para pensar en otras cosas.
—Beatrice tuvo un accidente, Elias, aún está recuperándose de ese gran trauma —le respondió mi padre.
Como si recién Elias reparara en mi presencia, me observó.
—Entonces, ¿califica para el matrimonio? ¿Cuántos años tiene?
—Veintiocho —respondió mi madre, quien no se metía en conversaciones de los hombres. Sonrió, fingiendo ser la madre ejemplar—. Y claro que califica para el matrimonio.
Elias suspiró.
—Es bastante adulta. Seguro que algún viudo pueda contraer matrimonio con ella.
Apreté los puños. Quería vomitar. Afortunadamente, la atención se desvió hacia el rey, quien daba la bienvenida a todos mediante un megáfono mágico y les pedía que disfrutaran de la velada. La música elegante comenzó a sonar y pocas parejas se atrevieron a ir a la pista de baile. La mayoría cuchicheaba entre ellos, poniéndose al día de cosas que para los nobles eran tan comunes y para mí tan aburridas: dinero y matrimonio. A ellos no les importaba la magia; para eso estaba el Rey Mago, para cumplir con ese deber para el reino.
A mí me importaba, y por culpa de ese accidente, mi magia se había debilitado. Estaba trabajando en secreto para recuperar su fuerza poco a poco, practicando en las noches cuando no podía dormir. Esa era otra de las razones por las que estaba tan cansada. Una voz en mi interior me advertía que debía estar alerta y prepararme. Podía crear ilusiones, pero no duraban demasiado tiempo.
De repente, me veo arrastrada hacia un grupo de chicas de mi edad. Todas vestían con trajes exuberantes, adornados con joyas que destellaban a la luz de las velas. Después de contarles (obligada por la presión social) acerca de mi extraño accidente, comenzaron a reír y hablar en tonos altos sobre asuntos que me parecían irrelevantes: el último diseño de un famoso modista, el color del vestido de la hija del duque, las atenciones que recibieron de ciertos jóvenes durante la última cacería de criaturas mágicas. Yo me unía a sus risas, pero parecía más como un eco vacío.
—¿No crees que el joven Sebastian es el mejor partido para contraer matrimonio? —dijo una de ellas, con una sonrisa coqueta que hace que las otras rían.
—Definitivamente —respondió otra, aunque apenas puedo recordar quién es el joven Sebastian. Solo sé que debo decir lo correcto, y mantener el ritmo de esta superficialidad que me asfixia.
Mientras la conversación continúa, no puedo evitar sentirme cada vez más desconectada. Todo esto, esta fachada de perfección y control, me resulta intolerable. No puedo evitar pensar en lo inútil que es todo esto, cómo la vida de la nobleza parece girar en torno a lo banal, a lo superficial. Y sin embargo, sé que no tengo opción. Debo seguir sonriendo, riendo cuando las otras ríen, fingiendo interés en cosas que no me importan en lo más mínimo.
La noche avanza lentamente.
Cada minuto se siente eterno.
Me esfuerzo por no mostrar mi incomodidad, por no permitir que la máscara resquebraje. Cuan equivocada estaba acerca de esta distracción, ahora sólo quería escapar de este lugar y quedaban dos días más en los que tendría que fingir que estaba de acuerdo con todo, que nada me incomodaba. Y además, una triste verdad cayó pesada sobre mi pecho: no tenía amigas ni amigos, nadie se había interesado en saber cómo me sentía, sólo querían conocer la verdadera historia de mi accidente, pero ni siquiera yo lo recordaba.
Holi Holi, aquí otro cap, gracias por sus votos jiji
Ha pasado 1 mes, no lo olviden.
No vean como que Yami apareció al día siguiente, recuerden, 1 mes.
-Cote
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