Capítulo 20

El chico de cabellera castaña y mirada sonriente apareció en medio del bosque, levantando el brazo mientras nos saludaba. Un detalle nuevo llamó mi atención: un mechón verde resaltaba entre las hebras castañas de su cabello.

—Qué hay, mocoso —lo saludó Yami cuando nos acercamos.

—Hola, capitán Yami. Hola, señorita Beatrice —sonrió—. Espero que no se hayan enfrentado a muchas dificultades allá donde hayan estado.

Yami exhaló un suspiro relajado.

—Claro que no.

Por un instante, me sentí como si lo que habíamos vivido en el Reino del Joker hubiera sido solo una ilusión, una fantasía que ahora se desvanecía, como si el capitán de los Toros Negros estuviera al lado de la profesora a la que le ofreció un hogar temporal. Me debatí internamente si tomarle la mano cuando caminábamos para llegar a este punto de encuentro, pero entre tanto pensarlo no conseguí hacerlo. Tampoco estaba segura de si quería que los demás caballeros mágicos lo supieran. En cualquier caso, lo importante era que Asta estaba curado, y que muy pronto tendría que regresar a la maestría.

—¿Cómo fue que sanaron a Asta? —le pregunté a Finral.

Mientras Finral relataba cómo Asta y Noelle fueron a buscar a Vanessa y se enfrentaron a una amenaza mayor en el Reino de las Brujas, noté que Yami apretaba ligeramente los puños y los labios, como un claro signo de frustración. Finral no se dio cuenta, claro, pero en el tiempo que llevaba junto a Yami, había aprendido a leer esas pequeñas reacciones como verdades absolutas. 

Me imaginé que habría preferido estar con ellos en lugar de perder el tiempo en el Reino del Joker conmigo, pero todo eso se esfumó de mi mente cuando Yami rozó mis dedos con los suyos, como una muestra de cariño. Me dije a mí misma que esas inseguridades eran solo una distracción para evitar enfocarme en lo realmente importante: nosotros. Antes de atravesar el portal, me acerqué a su lado y rocé con mis labios su mejilla. Él me atrajo hacia sí, besando mis labios con firmeza. Cuando llegamos a la base, nos separamos.

—¡Capitán Yami!

Los caballeros mágicos se lanzaron a los brazos de Yami, apretándolo hasta dejarlo sin aire. «Lo extrañamos», «no nos abandone», «temimos por nuestra vida», eran las frases que más se repetían. Me hice a un lado para no incomodar en este momento que les pertenecía a ellos, no obstante, Yami se las arregló para atraerme junto a ellos, y cuando sus pupilos se dieron cuenta de ese gesto, abrieron un hueco para integrarme y... me abrazaron igual que a él.

—Usted también, señorita Beatrice, ya es parte de los Toros Negros —dijo Magna riendo.

Luck se sumó.

—Debe luchar contra mí en algún momento, ¿eh?

No pude evitar que mis ojos se aguaran de la emoción. Esto... era lo más parecido a una energía familiar que había sentido jamás. Los Toros Negros, la peor orden según muchos, me habían recibido sin reservas. Pensar que allá afuera se decían cosas malas de ellos me puso la sangre caliente. Ahora estaba dispuesta a protegerlos si llegaba a escuchar algo similar. Mientras pensaba en todo eso, Yami me miraba fijamente y, cuando nuestras miradas se encontraron, ladeó la boca en una sonrisa traviesa. Él lo sabía, sabía en lo que había estado pensando y me apoyó en silencio, avalando esa decisión llena de determinación que incluso a mí me sorprendía.

Más tarde, después de compartir una cena de lo más divertida, subí a mi habitación para cambiarme de ropa. Saludé a Henry cuando lo vi recorriendo el segundo piso. Todo seguía igual en la casa, y me alegró comprobar que no había vidrios rotos.

Toc, toc, toc.

Sin girarme, respondí con un «adelante». Ya había sentido su Ki, así que sabía que era Yami. Además, nadie más que nosotros estaba en este piso. Evité saltar cuando sentí su torso apoyarse contra mi espalda mientras organizaba la ropa que tenía. Mañana iría de compras; necesitaba renovar este vestuario tan anticuado.

Yami cruzó sus brazos por encima de mi abdomen, descansando su cabeza en el hueco entre mi clavícula y cuello. Estaba siendo sorprendentemente cariñoso.

—¿Qué necesitas? —le pregunté con un tono cortante, fingiendo desinterés, pero por dentro me moría de la risa.

Yami comenzó a depositar besos calientes y húmedos en mi cuello, distrayéndome por completo. ¿Era así como se sentía estar en una relación? Él no podía despegar sus manos de mi cuerpo, y yo deseaba tanto poner las mías sobre el suyo. Si él quería tomarme aquí mismo, no me opondría; me abriría completamente para él.

¿Todas las parejas atravesaban por lo mismo?

Pareja.

—No puedo alejarme de ti —susurró.

Seguí doblando la ropa, haciendo un esfuerzo por ignorar el torrente de sensaciones que me estaba provocando.

—Qué pena —dije, esforzándome por no darme la vuelta y besarlo—. ¿Qué se podría hacer para curar eso?

—Mmm, se me ocurren algunas ideas para calmar el fuego interno que hay en mí.

Calmar, no apagar. Vaya.

Decidí seguir su juego.

—¿Y cuáles son esas ideas?

—Vamos a los baños termales.

Era cierto, había quedado pendiente sumergirme en esas aguas reparadoras. Ir con Yami sería mucho mejor, no estaría sola. Además, a juzgar por el tono de su voz, no sólo me esperaba un baño.

—Está bien —cedí.

Dejé lo que estaba haciendo y seguí a Yami, mis pasos resonaban suavemente mientras caminábamos por los pasillos que, como por arte de magia, parecían cambiar para llevarnos más rápido a nuestro destino. Pero mi atención no estaba en los pasillos, sino en el cuerpo robusto y ágil que se movía delante de mí. Cuando Yami abrió una pesada puerta de metal, me indicó que entrara primero. En cuanto la cerró, escuché un estruendo afuera.

—¿Qué fue eso? —pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa.

—Le he pedido a Henry que corte al acceso a los baños, por si alguien viene.

Oh. Eso quería decir que estábamos completamente solos, y que no había forma de escapar de él. Fingí no estar nerviosa mientras caminaba por el frío suelo de cemento. La piscina, era una enorme figura rectangular de la que se desprendía vapor, creando una atmósfera íntima y envolvente. Alrededor, tres grandes pilares sostenían el techo del lugar, dándole un aire majestuoso. Mientras me sacaba los zapatos, escuché el chapoteo suave de Yami al entrar en las aguas. Qué rápido se había desnudado. Yo, en cambio, me demoraba a propósito, sabiendo que estaba esperando el momento adecuado para verme sin ropa.

Capitán Yami, tendrá que esperar un poco más.

Lentamente fui descubriendo mis pies y sumergí de a poco la punta de uno. Silencié un gemido de satisfacción al sentir la temperatura en que se encontraba el agua. Hace mucho tiempo había ansiado visitar algún lugar cerca de un volcán para nadar en aguas así, pero no pude hacerlo. Ahora, podría permitirme este lujo cuantas veces quisiera.

—¿Te estás tomando tu tiempo? —preguntó Yami, su voz cubierta con una gravedad y profundidad que erizaron los vellos de mi nuca.

—¿Lo hago? —respondí con un tono seductor, o al menos, un intento de ello.

—Si no te desvistes en diez segundos, lo haré yo.

—Qué impaciente, capitán. Y yo que pensaba que sólo nos daríamos un bañito.

—¿Te parece que quiero darme un «bañito»?

Seguí la dirección de su mirada, ruborizándome al mismo tiempo. No, no me parecía que sólo anhelaba un baño caliente; lo que vi bajo el agua sugería algo muy diferente. Intenté mantener la compostura y fingí que no estaba desesperada por unirme a él en el agua.

—Lástima, pensé que ambos compartíamos el mismo objetivo esta noche —suspiré de manera fingida.

—Beatrice —gruñó.

Si pudiera pagarle para que dijera mi nombre de esa manera todos los días, lo haría. Cielo santo, Yami me traía muy mal, y yo no podía evitar caer en sus redes, como un pececillo inocente.

Comencé a desabotonar el vestido que me había puesto después de la cena. Podría habérmelo quitado por encima de la cabeza, mucho más fácil y rápido, pero ver la expresión de sufrimiento de Yami... lo estaba disfrutando demasiado. Cuando llegué al último botón, escuché un suspiro tembloroso viniendo de su parte.

—¿Tiene calor, capitán? —pregunté con una inocencia fingida.

—Mucho —respondió, con voz rasposa y cargada de deseo.

Cuando finalmente solté el último botón, el vestido cayó con gracia por mis hombros, revelando que no llevaba ropa interior. La sorpresa en sus ojos fue evidente, y saboreé el momento mientras comenzaba a descender por las escaleras que llevaban a la piscina. Un suspiro de alivio escapó de mis labios en cuanto mi piel se sumergió en las aguas calientes. Cerré los ojos, dejándome envolver por la sensación.

—Ansiaba un baño como este —confesé.

Levanté la cabeza, buscando a Yami, inquieta por su silencio. Cuando nuestros ojos se encontraron de nuevo, mi cuerpo tembló en respuesta. Me miraba con una intensidad que aceleró mi respiración. ¿Podrían sus ojos ser más oscuros? Estaba en la orilla opuesta, y aunque la distancia entre nosotros parecía insalvable, no hizo el intento de acercarse, ni yo de moverme hacia él.

—Ven aquí —me ordenó, casi en un gruñido. Yami parecía un animal salvaje, un depredador que solo hablaba para dar órdenes y asegurarse de que lo obedeciera.

—Hablemos —sugerí, intentando distraerme de la fuerza magnética que ejercía sobre mí.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó.

Quise reirme por la impaciencia de su voz.

—Cuéntame sobre Ojo de la Noche Blanca —le pedí.

—Ahora mismo, lo que menos quiero es pensar en ese grupo. Ven. Aquí.

Yami me había contado un poco sobre sus misiones, pero no sabía exactamente que buscaba Ojo de la Noche Blanca.

—¿Por qué atacan el reino? —insistí, mi curiosidad era mayor.

Yami suspiró, consciente de que no me daría por vencida tan fácilmente.

—No sabemos exactamente lo que buscan —dijo finalmente—, sólo sé que quieren encontrar unas piedras, y son capaces de matar por tenerlas en su poder.

—¿Piedras? ¿Qué clase de piedras? —pegunté, incrédula.

—Piedras preciosas mágicas —respondió, con un tono que indicaba que no había mucho más que decir al respecto.

Me negaba a creer que hicieran tantos desastres simplemente para encontrar unas piedras.

Han de tener alguna función especial, pensé.

De repente, unas manos firmes me agarraron por la cadera, sacándome de mis pensamientos. ¿En qué momento se había acercado tanto? 

—Suéltame, quiero disfrutar del agua un poco más —protesté débilmente, aunque la verdad era que su cercanía me estaba nublando la mente, haciéndome olvidar cualquier cosa que no fuera su toque.

—Mañana habrá un festival —dijo, mientras me guiaba hacia la esquina en la que estaba antes.

—¿Qué se celebra? —pregunté, extrañada. No recordaba que por estas fechas se celebrara algo.

—Algo sobre una guerra pasada —respondió, mientras me sentaba en sus piernas. El agua nos cubría hasta el cuello, y la calidez de su torso contra mi espalda me relajó aún más.

—Ah, no lo recordaba.

Porque no me gustaban los festivales, nunca recordaba estas fechas importantes para el Reino del Trébol.

—¿Vendrás con nosotros? —murmuró, mordiendo suavemente el lóbulo de mi oreja. Me estremecí ante el contacto.

—Iré de compras con Kaori, pero podemos ir juntos a la ciudad y separarnos luego.

Aunque no le había avisado a Kaori de mis planes, esperaba que no le molestara que me presentara en su casa para pedirle que me acompañara. Necesitaba un ojo crítico que no fuera el mío para escoger la ropa adecuada.

—Entonces debería aprovecharme de tu seductora presencia mucho más ahora —murmuró, comenzando a masajear mis hombros con manos firmes.

—Eso... me... gustaría —admití, dejándome llevar por la sensación de sus dedos en mi piel.

Debería contarle todo sobre mí. Ya no soportaba esconder mis propios secretos frente a Yami, frente a la persona a la que había decidido entregar mi corazón. ¿Cómo se tomaría el hecho de que nací dentro de la realeza? Aunque había dejado la casa Lumis hacía años, el peso del apellido seguía cargando sobre mis hombros. Y luego estaba el secreto de mis mariposas. Debería contárselo también, y tal vez, con su conocimiento de la magia, podría ayudarme a contrarrestar su veneno.

—Yami —lo llamé.

—¿Sí? —respondió, con voz suave.

De repente, Yami me levantó y me sentó sobre el borde de la piscina.

—¿Qué estás haciendo? Se supone que debemos estar dentro del agua, no fuera —protesté, sorprendida.

Él no había salido del todo; su imponente figura aún superaba la mía, incluso estando sentada. Cuando me pidió que me recostara hacia atrás y confiara en él, el nerviosismo se apoderó de mí. Sin embargo, todo pensamiento desapareció cuando sus dedos rozaron mi entrepierna. Cerré los ojos, entregándome a la marea de emociones que me arrastraba hacia él. Cada caricia, cada toque, avivaba la llama que ardía en mi interior.

Me aferré a los bordes, sintiendo cómo la tensión se acumulaba dentro de mí hasta que todo lo demás dejó de importar. De pronto, su cálido aliento rozó mi hendidura y lo siguiente que sentí fue su lengua. Su exquisita y habilidosa lengua se movía en círculos por encima de mi clítoris, consumiéndome hasta conseguir dejarme chamuscada. ¡Qué delicia! ¿Dónde había aprendido a hacer eso? No importaba, no quería saberlo.

Sin pensar, me aferré a su cabeza, abriendo las piernas lo más que pude para darle mejor acceso. Gemidos largos y entrecortados escapaban de mis labios. Quería gritar, besarlo, abrazarlo al mismo tiempo. Definitivamente, Yami sabía cómo complacer a una mujer.

—Yami, por favor, si sigues así, creo que podría desmayarme.

—Déjame hacerlo... —suplicó, como si hubiese estado esperando toda su vida para este momento—. Moría por hacer esto. Permíteme hacerte mía de todas las formas que existan.

El calor subió a mi rostro. ¿Quién era yo para negarle tal petición?

Asentí.

—Yo... —lamí mis labios al notarlos secos—. Quiero que seas mío en todas las formas que existan.

Levantó la vista hacia mí, y luego me penetró con su lengua de forma intensa, moviéndose en círculos sobre mi clítoris, mientras dos de sus dedos me masturbaban con destreza. No creía poder soportar tanta intensidad. Era malditamente perfecto.

Jadeé.

Mis dedos se volvieron blancos de tanto aferrarme, era la única forma de no perder el poco control que me quedaba.

—Yami... —murmuré con los ojos cerrados, avisándole.

No se detuvo, continuó lamiéndome, succionándome, probándome y deleitándose con mi sabor más íntimo. ¿Habría rechazado esta acción si hubiese sido otra persona? Estaba segura de que sí. No había nadie más y nunca lo habría, no como él.

Cuando una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza, me aferré con fuerza a sus hombros mojados. Y entonces, cuando ese interruptor se encendió, enviando una ola de energía a través de mí, grité como nunca antes lo había hecho. Temblaba, como si fuera a colapsar en cualquier momento, y mi entrepierna estaba empapada por los fluidos del intenso orgasmo y el rastro de la lengua de Yami. No tenía fuerzas para abrir los ojos ni para levantarme.

—Ya soy tuyo, profe —susurró en mi oído.

El vapor de las aguas termales y la alta temperatura que desprendían provocaron un gran cansancio en mi cuerpo. Mis párpados comenzaron a cerrarse.

«Ya soy tuyo», me había dicho Yami.

Mío. Así como yo me sentía de él. No necesitaba que me dijera cuánto me quería o si prometía pasar el resto de su vida conmigo, porque con esa frase, con sus actos, me había dejado claro que, desde hacía mucho, estábamos juntos en este barco de sentimientos compartidos.

Te quiero.

Pero no supe si lo expresé en voz alta o si solo fue un fugaz pensamiento. Me quedé dormida antes de poder devolverle el favor.



—Nos vemos en casa —dijo Yami, abrazándome contra él.

—Nos vemos en casa —repetí, con los ojos brillando de alegría.

La noche anterior, Yami dijo que me pertenecía, y eso no había dejado de dar vueltas en mi cabeza, instalando al mismo tiempo un arsenal de hormigas en mi estómago que me provocaba cosquillas. Era innegable que entre nosotros estaba surgiendo un sentimiento más profundo que la simple palabra «gustar», pero tendría que ser cuidadosa para no arruinarlo. Si le confesaba a Yami que lo quería, no, que lo amaba, podría asustarse y alejarse de mí; era mejor conquistarlo lentamente hasta que no quedara duda de que él también me ama.

El ruido del festival y la gran cantidad de personas convocadas me dejaron inmensamente sorprendida y nerviosa al mismo tiempo. Los lugares con demasiada gente no me gustaban, y mientras más lejos me mantuviera, mucho mejor para mí. Traían recuerdos y sensaciones físicas que sólo quería olvidar.

Comprobé que el saquito de monedas estuviera en el bolso en el que llevaba mi grimorio y caminé hacia el sur, rumbo a la residencia de Kaori. No había sido difícil conseguir la dirección de su casa, ya que estaba en el libro al que todos los profesores de la Academia Solaris teníamos acceso. Esperaba que no estuviera ocupada, y si lo estaba, me las arreglaría pidiéndole ayuda a la asistente de la tienda a la que fuera. Una parte de mí sólo quería dejar esos vestidos de tonos aburridos, y otra, impresionar a Yami.

A medida que me alejaba de los murmullos condensados de la gente, las calles se hacían más solitarias. Leí tres veces más el pequeño mapa que dibujé, para no perderme.

Todo va en orden.

Doblé hacia la izquierda, y sólo para corroborar, volví a sacar el papelito de mi bolsillo.

—Calle Clover 735 —leí en voz alta—. Debe de estar cerca.

Me dispuse a guardar nuevamente el papel doblado, y cuando bajé la cabeza para asegurarme de no perderlo, un golpe pesado me alcanzó en la parte de atrás.

Caí al suelo como una marioneta, y me crucé con una mirada que conocía muy bien; unos ojos a menudo llenos de resentimiento que me habían perseguido gran parte de mi vida.

—Hola, hermanita.

«Alaric».

Me desmayé.



Un dolor intenso palpitaba en la parte trasera de mi cráneo. Me quejé y quise sobarme para calmar la molestia, pero algo me lo impidió. Mi vista se aclaraba poco a poco, al igual que el lugar donde me encontraba.

Demasiado familiar para ser cierto.

¿Por qué estoy atada contra una silla?

¿Qué está sucediendo?

El miedo empezó a apoderarse de mi corazón. Me habían golpeado en la cabeza, me había desmayado, y ahora estaba atada a una silla. ¿Acaso había visto a mi hermano o fue solo una ilusión?

No, definitivamente todo era real.

Alaric Lumis, uno de mis hermanos mayores, me observaba con una sonrisa que, si no lo conociera tan bien, podría decir que era malvada. A su lado estaba Damian, el mayor de nosotros, con una seriedad que no dejaba mucho a la imaginación sobre lo que estaba haciendo aquí. Mis hermanos, con su porte regio y la belleza fría que heredaron de madre, nunca se habían acercado lo suficiente a mí para conocerme. Nunca me habían protegido, a pesar de ser la menor de los tres. No me defendieron de madre, ni de los niños y niñas nobles que me molestaban. En toda mi familia, siempre fui la que más destacaba. El color castaño oscuro de mi cabello era lo contrario al de ellos, tan rubio y brillante, como el de madre. Mi color de ojos ámbar contrastaba con el verde zafiro de ellos. Y mis pecas... a diferencia de mí, su piel tersa y delicada era muy diferente a la mía. Padre también era rubio, sólo yo fui diferente.

Alaric me llevaba dos años de ventaja y Damian cuatro. Creí que, después de tres años lejos, se alegrarían de verme y pensé también que ya se habrían casado. Pero me equivoqué. Al parecer, seguían viviendo a costa de nuestros padres, como buenos hijos de apellido real.

—Beatrice.

Me tensé al escuchar esa voz, la voz de mis pesadillas.

—Madre, ¿qué hago aquí?

¿Por qué estoy atada?, quise preguntarle.

—Mi niña —dijo con fingida ternura—. Te advertí que, si manchabas el apellido Lumis, habría consecuencias.

La miré, sin entender.

—No entiendo —murmuré.

Madre se acercó hacia mí y, con una de sus uñas (que siempre llevaba largas), levantó mi mentón.

—Ay, Beatrice, tienes muy mal gusto con los hombres —deslizó su uña por mi mejilla, causándome daño, enterrándola en mi piel—. ¿Cómo se te ocurrió mezclarte con ese extranjero? —puso cara de asco.

Yami. Ella lo sabía, me había investigado y lo sabía todo. No... Lo mejor que podía hacer era fingir.

—No sé de qué me hablas, sigo viviendo sola esperando que las clases se reanuden.

Una fuerte bofetada aterrizó en mi mejilla previamente lastimada.

—¡No me mientas!

Apreté los puños. En el pasado, habría agachado la cabeza, le habría dado la razón, pero ahora no.

—¿Y qué si estoy con él? —espeté—. No me interesa formar parte de esta familia tan podrida.

Alaric dio un paso hacia adelante, pero Madre lo detuvo solo con una señal.

—Encima, ya no escondes esas horribles manchas.

—Son bonitas —respondí—, poco me importa que te gusten.

Madre me miró como si, en vez de su hija, tuviera frente a ella a una impostora.

—Estoy tan decepcionada, Beatrice.

Reí, pero no de diversión.

—No me interesa tu dinero, no me interesa pertenecer a la realeza, ¡no me interesa nada de eso! —grité—. ¡Sólo quiero olvidarlos y que me dejen en paz! —Estaba siendo valiente, pero no pude controlar las lágrimas que ahora corrían por mis mejillas—. ¡Suéltenme!

Comencé a moverme, desesperada por liberarme de las ataduras. Tenía que volver con Yami. Ya compraría ropa después; había tiempo para eso.

Sentía las muñecas ardiendo por el roce de la cuerda que me mantenía atada. Ya me habían visto; esperaba que eso fuera suficiente para que me dejaran libre.

—¿Escuchaste eso, Reginald?

El sonido de unas ruedas al entrar capturó mi atención. El corazón se me detuvo al ver a padre entrar en su silla de ruedas. Seguía casi igual que antes, solo que los años se le notaban. Su cabello estaba casi blanco y varias arrugas cubrían su rostro. Al verlo, quise esconderme bien profundo, porque me dolía, y mucho, que también estuviera presente.

—Sí, Morganna.

—Padre —lo llamé—, ¿qué es todo esto? ¿Por qué me tienen atada?

El miedo se estaba apoderando de mis sentidos.

—Esto es por tu bien, hija. Le pedí a tu madre que se mantuviera lejos de tu vida todos estos años para que fueras feliz, pero cuando me contó que un hombre te estaba perjudicando, robando tu dinero, no lo creí. Después, nos mostró fotos de ese hombre apostando, bebiendo, luchando contra otros, y... estoy preocupado por ti. No quería hacer esto, pero es por tu propio bien. —Su voz se quebró.

—¿Qué... qué van a hacer? —pregunté con temor.

Al ver a mis hermanos acercarse, intenté alejarme, pero caí junto con la silla en mi intento fallido. Me levantaron como si no les costara esfuerzo.

Una anciana entró con un grimorio en las manos. Esto no pintaba nada bien.

—¡Quiero irme de aquí!

Defiéndete.

Defiéndete.

Cerré los ojos, llamando a esas mariposas que tanto odiaba. Ahora mismo eran mi única salvación, sin embargo, no sentí nada.

¡Vamos, maldita sea, aparezcan de una vez!

Nada.

—Sujétenla bien —ordenó la anciana. Al verla de cerca lo comprendí, era una bruja.

—Damian, por favor, ayúdame, no dejes que me hagan daño —le supliqué a mi hermano mayor. En el fondo (muy en el fondo), sé que se preocupaba por mí.

No se inmutó.

—Alaric... por favor.

Nada.

—Padre, te prometo que desapareceré de sus vidas y no sabrán de mí nunca más.

Padre agachó la cabeza.

Entonces lloré, lloré de verdad. De miedo, de desesperación, de agonía.

La bruja comenzó a recitar algo en un idioma desconocido. Mi cabeza empezó a doler y dejé de forcejear.

—Reginald, hazlo —ordenó madre a mi padre.

Pusieron una hoja de papel sobre una bandeja de madera y una pluma de tinta en mis piernas.

¿Qué... qué estaba haciendo antes de esto? Todo era muy confuso.

—Hija.

Levanté rápidamente los ojos hacia mi padre. Quería decirme algo, y esperaba con ansias que lo hiciera.

—Escribirás en esa carta que te encuentras perfectamente bien, a salvo con tu familia. Le escribirás a ese hombre que solo te estabas divirtiendo y que te aburriste después de un tiempo.

Escribir a... dejé de respirar. Yami. No, no, no, estaban controlando mi mente. Padre nunca había hecho eso; iba en contra de las normas sociales. Intenté luchar con todas mis fuerzas, soltando la pluma, pero sentía como si unas suaves garras aplastaran lentamente mis pensamientos coherentes.

—Ahora, Beatrice —ordenó la voz firme.

Sentí que estaba luchando contra algo, pero ¿qué?

Comencé a deslizar la pluma por el papel, tan ligera como se sentía. Escribía todo lo que me dictaban. Muy en el fondo de mí, sentía que estaba haciendo algo incorrecto, que tenía que luchar por alguien. Ese nombre que no recordaba intentaba salir por mi boca.

«Nos vemos en casa.»

Tenía que ir a casa, sí, alguien me esperaba.

¡Yami!

Salí del control mental, gruñendo como un animal salvaje.

—¡Es suficiente! —gritó madre.

Otra cachetada llegó a mi mejilla contraria.

—Por favor, no lo hagan —sollocé—. Haré todo lo que me pidan, pero no envíen esa carta.

No quería romperle el corazón a Yami con mentiras. No quería hacerle daño.

—Lo siento, querida, es por tu bien.

—¡Estoy cansada de oír eso!

—Sujétenla bien —volvió a decir la bruja.

Alaric y Damian me tomaron fuertemente de los brazos. La vieja bruja comenzó a recitar un poema o algún extraño conjuro. Su voz se intensificó y, al mismo tiempo, mi dolor de cabeza. Algo... algo se estaba llevando.

La bruja siguió hablando, como si estuviera cantando, y de su grimorio salió una energía oscura y densa. Quería arrancarme el cerebro por el fuerte dolor, golpearme las sienes.

Olvidé que hacía aquí, olvidé a donde tenía que ir y quién me esperaba. Intenté recordarlo, pero me dolía.

—Para, por favor, me duele... —me lamenté.

Sin embargo, hizo oídos sordos.

En la mirada de padre había arrepentimiento, y en la de madre, satisfacción. Me estaban haciendo algo, pero hacía rato que había dejado de luchar. Mi corazón me pedía que no lo olvidara, que no los olvidara.

Era demasiado tarde, estaba olvidando.

—¿Me... me estás borrando recuerdos? —no me dirigí a nadie en particular. 

No te olvides de él, no te olvides de él, no te olvides de él , comencé a recitar, no te olvides de él.

—Se viene la parte final del ritual —dijo la bruja.

—Hija, nadie saldrá dañado con esto —me dijo padre—. Verás que todo lo anterior fue una pesadilla.

Apreté los dientes para no gritarle.

—Yo, padre, yo estoy siendo lastimada y no haces nada para impedirlo. Jamás perdonaré lo que me hicieron, me vengaré de cada uno de ustedes. Se los prometo.

Después de eso, todo se volvió confuso. El odio, la tristeza, la desesperación habían desaparecido. Con el último grito de la bruja, caí sobre unos brazos, desmayándome.

Hola hola, ¿qué tal? Me ausenté por bastante tiempo, pero fue tan necesario porque ahora tengo 100% claro el panorama restante del fanfic. Es decir, siempre lo tuve claro, nada de lo que leyeron ahora o leerán después fue inventado de la nada, pero antes estaba confundida sobre cómo llegar a esta parte.

Así que agradezco tu voto, tu paciencia y tu comentario.

¡Espera, espera! Desliza a la"siguiente página" porque dejé la perspectiva de alguien al otro lado.

-Cote

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