Capítulo 2

Seguí al capitán y a sus pupilos. Gané puntos por acercarme, pero los perdí cuando fui rechazada. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué lo estoy siguiendo como una loca desesperada? Debo intentar acercarme a él con palabras, con alguna estrategia que capte su atención. Algo... tengo que pensar en algo.

Las trompetas y tambores sonaron, anunciando el inicio de la ceremonia de premiación. Los visitantes se agolparon frente a la tarima, donde el Rey Mago, Julius Novachrono, se colocaba al frente. Estaba por continuar mi camino cuando vi a los capitanes salir detrás de él, mirando al frente con concentración. Fruncí el ceño al notar que precisamente la persona que estaba buscando no se encontraba entre ellos. Desde donde estaba, no veía con claridad y tampoco quería acercarme a la multitud eufórica. La única señal evidente de mi frustración era la manera en que presionaba mi grimorio, como si fuera un soldado a punto de desenvainar su espada.

—¡Te amamos, Rey Mago! —gritó una mujer de rizos escarlata, derramando lágrimas de emoción.

El Rey Mago comenzó a hablar sobre la ceremonia de otorgamiento de estrellas, mientras su asistente proyectaba, mediante magia, la transmisión a todas las ciudades del Reino del Trébol. El llamado de «Capitán Yami» capturó de inmediato mi atención y, sin detenerme a observar, seguí la voz hacia el lado derecho de la tarima. Allí estaba, el dichoso capitán de los Toros Negros, de brazos cruzados, observando cómo dos mujeres competían por ver quién bebía más cerveza. Supuse que ese tipo de espectáculos serían de su agrado, y casi sentí lástima por aquellas mujeres, que apenas podían mantenerse de pie, dispuestas a todo por impresionar a los espectadores.

Respiré hondo y caminé hacia él con paso firme, decidida a no dejarme intimidar por su comportamiento anterior. Me planté a pocos metros de distancia, esperando el momento adecuado para interrumpir. Uno de sus pupilos, el chico de cabello oscuro y una cicatriz en la frente, fue el primero en notar mi presencia y esbozó una sonrisa traviesa.

—Capitán, parece que la profesora no se ha rendido —dijo con tono burlón.

El capitán de los Toros Negros levantó la vista hacia mí, su expresión denotaba un fastidio apenas disimulado. Con la mirada fija en aquel corpulento hombre, avancé, sorteando la multitud que se arremolinaba cerca del escenario. Los sonidos del festival parecieron apagarse mientras me acercaba al imponente capitán. Mi corazón latía alborotado, resonando en mis oídos, pero me obligué a mantener la compostura.

Este era mi momento.

Cuando finalmente llegué junto a él, tuve que levantar la mirada. El capitán Yami era aún más imponente de cerca. Mis pensamientos previos sobre su altura se quedaron cortos; él era una auténtica torre de músculos y presencia abrumadora.

Abrumador. Muy abrumador.

Sus casi dos metros de altura se alzaban como una muralla indomable. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, y sus ojos, ahora de un tono oscuro, parecían borde de un abismo, mirándome con una mezcla de curiosidad y desinterés. Mi cuello crujió al levantar la vista, y la sombra del hombre me cubrió por completo, como si incluso la luz del sol temiera acercarse demasiado a él. Desde mi posición, pude notar cada detalle de su rostro: la barba de varios días, las finas arrugas en su frente y el cigarrillo colgando perezosamente de sus labios. Todo en él gritaba peligro y poder. Me olvidé de que estábamos rodeados de gente, y de que tenía la atención de sus pupilos sobre mí.

—¿Eres sorda o qué? —La voz del capitán resonó como un trueno, baja y amenazante, sacándome de mis pensamientos. Parpadeé, intentando mantener la calma—. Te dije que estamos ocupados.

Por ellos, por ellos, por ellos.

Debía controlar mis impulsos de replicar ante el capitán por usar ese tono amenazante conmigo, al que no le temía (mentira).

—Perdón por la interrupción —respondí con firmeza, aunque el temblor en mis manos era apenas perceptible—. Pero necesito hablar con usted. Es importante.

El capitán soltó una risa corta, y las miradas curiosas de los caballeros mágicos de su orden se posaron sobre mí. Fue en ese instante que me di cuenta de lo que realmente estaba haciendo: estaba desafiando a una fuerza de la naturaleza, a un hombre cuyo mero tamaño y actitud podían intimidar al más valiente.

El capitán de los Toros Negros se inclinó hacia mí, su rostro a solo centímetros del mío, y me resistí a dar un paso atrás. El olor a tabaco y alcohol era abrumador.

—Más te vale que sea importante —murmuró, y sentí cómo su aliento cálido rozaba mi piel, provocándome un escalofrío que recorrió mi columna vertebral.

—Lo es —afirmé.

Para mí.

Por un momento, el capitán me observó en silencio, evaluándome. Luego, asintió con un gesto brusco. Algo en mi expresión debió haber removido su implacable negativa... espero.

—Habla —ordenó.

Prefería hablar en un lugar más privado a tener que levantar la voz sobre el bullicioso festival; sin embargo, algo me decía que no volvería a tener esta oportunidad. Por un lado, sentí una oleada de alivio mezclada con una renovada tensión. Entonces comencé a decir:

—Mis alumnos admiran profundamente a los Toros Negros. Han escuchado historias sobre sus hazañas y están ansiosos por conocerlos. Me han pedido que haga lo posible por llevarlos a nuestra escuela para una demostración de magia —tomé aire—. Sin duda alguna, sería una experiencia invaluable para ellos, y estoy segura de que sería una excelente forma de motivarlos a seguir esforzándose en sus estudios.

El capitán de los Toros Negros se quedó en silencio, como si tratara de decidir si tomarse en serio lo que estaba diciendo. Finalmente, se encogió de hombros.

—¿Y qué gano yo con eso? —preguntó. Su tono era neutral, pero no pude evitar sentir un atisbo de interés en sus palabras.

Y esta era la pregunta que esperaba que me hiciera y que afortunadamente me hizo. Sabía que no aceptaría así sin más. Al menos, un capitán respetable y admirable aceptaría por el bien de nuestra nación, por inspirar a aquellos más pequeños a convertirse en caballeros mágicos fuertes, buenos y seguros de sus habilidades; pero... los cinco minutos que pasé con él me bastaron para saber que no era como un capitán de una orden cualquiera.

Los Toros Negros no son una orden cualquiera.

—Le pagaré. Lo que me pida.

Me sobresalté cuando, detrás de mí, comenzaron a saltar y celebrar. Ya estaba haciendo calor y luchaba contra la necesidad de remangarme el vestido. Me distraje con el anuncio del Rey Mago, quien ya hacía el recuento de estrellas mágicas.

—¿Lo que yo quiera? —Sonrió.

Devolví mi atención hacia el capitán y enmudecí. Me sonreía como si se hubiese sacado la lotería, como si hubiese encontrado una mina de oro, y eso me asustó.

—Sí, lo que quiera —tragué saliva.

Sus pupilos le tocaron la espalda, motivándolo a aceptar sin pensarlo. Entonces, el capitán soltó una carcajada sonora, divertido. Finalmente, se acercó hacia mí, invadiendo mi espacio personal y respirando el aire que exhalaba. Quería (y vaya que lo deseaba) echarme muy para atrás y alejarme miles de kilómetros de él.

—¿Cuál es tu nombre?

—Mi... ¿mi nombre?

Ya se lo había dicho.

—Debes tener uno, ¿no?

—Por supuesto —sonreí nerviosa—. Beatrice Aldridge —le tendí la mano—, profesora de Magia de Nivel Avanzado II.

El capitán de los Toros Negros observó fijamente mi mano, como si el simple acto de estrecharla le pareciera una pérdida de tiempo. Finalmente, con un movimiento deliberado, extendió la suya y la estrechó con fuerza. Sentí sus callos contra mi piel, una señal más de su vida llena de combates y entrenamiento.

—Muy bien, profesora Aldridge —dijo. Podría jurar que su tono de voz iba cargado de burla—. Llevaremos a tus alumnos una demostración de magia.

Mi corazón saltó de alegría, pero me obligué a mantener una expresión serena. Había logrado lo que me había propuesto, pero ahora debía asegurarme de que todo saliera a la perfección.

—¿Cómo podré contactarme con ustedes?

El capitán y sus pupilos se iban alejando de mí. Finalmente, se detuvo y, sin voltearse, dijo:

—Nosotros lo haremos.

Mientras me alejaba, sentí unas cuantas miradas sobre mí a las que no les di importancia y apuré el paso para salir de aquel lugar. A medida que avanzaba entre la multitud, el Rey Mago nombró a la segunda orden de caballería con más estrellas, y para mi sorpresa, el nombre de los Toros Negros se repetía por todo el lugar.

Los Toros Negros obtuvieron el segundo lugar.

Holiiiii, ahora sí que sí se viene lo chido
Publicaré pasado mañana otro cap 🧸

-Cote

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