Capítulo 19 (+18)

Un recorrido de besos por mi espalda me hace suspirar entre sueños. Qué agradable sentirse querida, quisiera quedarme suspendida en este sueño para siempre, únicamente con la sensación de esos exquisitos labios recorriéndome, explorando zonas inexploradas, que nadie nunca ha tocado. Cada beso es un susurro de satisfacción, un estremecimiento que me recorre. Un cálido aire sube por mi brazo e intento cubrirme más para seguir soñando y no chocar con la realidad poco atractiva. Sin embargo, no es un día en que deba asistir a clases, no es un día en que deba aparentar ser alguien que en el fondo no soy. No. Porque la realidad es completamente diferente ahora y esos besos tan dulces provienen del hombre del que me he enamorado.

Yami Sukehiro.

Me doy la vuelta tan pronto como abro los ojos. Yami debió habernos cubierto anoche mientras dormía, pero ahora soy muy consciente de que mis senos están al descubierto. Estoy desnuda, completamente expuesta ante este hombre que me observa con una intensidad ardiente. Así que, le dedico una pequeña sonrisa, demasiado tímida para alguien que se entregó por primera vez a un hombre, a Yami.

—Buenos días —dije con voz un poco ronca, con la garganta aún seca.

—Buenos días —me saludó él.

Podría acostumbrarme a esto, a su apariencia varonil de recién despertado, a su barba de varios días, a sus mechones de cabello oscuro que le caían desordenados por la frente, a sus labios gruesos que se relamía al notar cómo lo estaba inspeccionando. Sí, podría acostumbrarme y nunca cansarme de mirarlo. No quería pensar en el futuro, en qué pasaría una vez saliéramos del Reino del Joker, me enfocaría únicamente en el presente y en la forma en que me estaba robando el aliento.

Perfecto, una belleza absolutamente fuera de este mundo.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó, rompiendo el duelo de miradas.

Sabía que se refería a mi zona íntima, pero ahora que había espabilado un poco, no sentía dolor y recordar el punto de placer que llegué a experimentar provocó que mis pezones se pusieran duros.

—Muy bien —respondí, rezando para que no se diera cuenta de que posiblemente ya estaba lista para otra ronda de encuentro sexual.

—¿Sólo eso? ¿Ningún «extremadamente maravillosa»? O ¿«Gracias, Yami, por haber enterrado tu enorme p...»?

—¡No te atrevas a decirlo! —grité, con la cara colorada y ardiendo. Yami había roto el mágico momento mañanero que estábamos teniendo. Era un bruto, nunca debía olvidarme de ese importante detalle.

A diferencia de mi repentina vergüenza, Yami comenzó a reír, divertido. Chillé en cuanto tomó mi cuerpo de la cama y comenzó a caminar hacia el baño.

—Vamos a bañarnos.

Era tonto avergonzarme de mi desnudez, Yami ya había visto todo de mí, pero de todas formas era algo a lo que tenía que acostumbrarme. Y ahora, me estaba guiando hacia el baño, y fui muy consciente de su desnudez, de la dureza de sus músculos.

—¿Juntos?

Probablemente era la pregunta menos inteligente que había hecho nunca.

—¿Quieres bañarte sola? —preguntó, y algo me decía que si le decía que sí, me dejaría hacerlo.

—Jun... juntos está bien —respondí con timidez, abrazándome a su cuello y mirando por detrás de su espalda para que no se diera cuenta de lo afectada que me tenía.

Yami abrió una puerta secreta que no había visto antes y se agachó para que pudiéramos entrar. Lo primero que pensé fue en la extraña manera de conectar un baño con una zona parecida al spa. ¿Y cómo sabía que así funcionaba esa puerta? Me recordé que Natsuki y él eran solo primos lejanos, que no había nada de lo que preocuparme.

Cuando cruzamos la puerta, Yami me dejó en el umbral y quedé maravillada con el espacio frente a mí. La habitación estaba equipada con una bañera de elegante diseño y una ducha con una regadera en el techo, que permitía un baño bajo la cascada de agua. El suelo, revestido con baldosas especiales, estaba dispuesto para que el agua fluyera libremente hacia pequeñas canaletas de bordes suaves. No había espejos, pero sí una abundancia de plantas exuberantes que daban al lugar un aire de pequeña selva tropical. Sin el vapor, este rincón bien podría haber sido una de esas regiones exóticas que había visto en un libro de geografía.

—La idea de sumergirnos en el jacuzzi es muy tentadora, pero debemos salir temprano y dirigirnos al Reino de las Brujas, así que optaremos por la ducha.

No me importaba, en realidad. Ya fuera jacuzzi o ducha, lo importante era que estaba con él.

—Está bien —respondí.

Yami me dirigió hacia una pared de piedra, donde una regadera colgaba del techo. Al mover una palanca, el agua comenzó a descender en una cascada cálida. Mientras las gotas recorrían su cuerpo, no pude evitar fijarme en su miembro erecto y en sus poderosos muslos.

De repente me dio calor y podría asegurar que tenía el pecho enrojecido.

—Ven aquí —gruñó. El tono de su voz me resultó irresistiblemente excitante, que me acerqué sin pensarlo dos veces. La vergüenza por estar desnuda frente a él se había disipado.

El agua estaba a una temperatura perfecta. Tuve que mover varias veces mis pestañas bajo el agua para que la vista se me adaptara. Las manos de Yami comenzaron a recorrer mi cintura y después ahuecaron mis pechos. No podía creer lo fácil que estaba siendo, cediendo ante estas tentaciones y empujando mis pechos contra sus manos, disfrutándolo.

De pronto, sus manos se quedaron fijas sobre mi vientre, sin acariciarme como antes, sino que, como si estuviera analizando algo en secreto.

—¿Qué ocurre? —logré preguntar, a pesar de que el agua había entrado por mi boca.

Sin levantar la mirada de mi vientre, dijo:

—Anoche olvidé protegerme, y... lo siento mucho... ¿ahora mismo podrías estar...?

Nunca había oído a Yami hablar con tanta inseguridad y nerviosismo. Después de unos segundos, comprendí a qué se refería y me ruboricé.

—Oh, esto... Bueno, no te preocupes —dije, sintiendo que la situación se volvía embarazosa—. Desde que comenzamos a menstruar, en la reale... —carraspeé, corrigiéndome enseguida—, casa, nos obligan a inyectarnos tres veces al año para evitar el embarazo.

En la realeza, a las mujeres nos llevaban a inyectarnos para evitar embarazos no deseados tres veces al año. Aunque, en realidad, era una forma de controlar que no hubiera embarazos fuera del linaje real. Solo cuando nos casábamos con alguien aprobado por la familia podíamos suspender la inyección anticonceptiva. Podría haber dejado de hacerlo desde que salí de la casa Lumis, pero me había acostumbrado y, además, nunca estuvo en mis planes ser madre. Me conformaba con el cariño de mis alumnos en la academia.

Pero ahora, que Yami haya sido consciente de ese hecho, me obligó a cuestionarme de lo que habría pasado en el caso de que no hubiese estado protegida... ¿le habría gustado ser padre?

Intenté disimular la decepción que sentí al ver el alivio en su rostro. Éramos adultos, tenía que entenderlo. Además, ahora mismo nuestra relación ni siquiera tenía nombre y a pesar de haberme entregado a él, no le dije directamente que lo amaba ni él me dijo algo similar. Por eso, enfocarme en el presente facilitaba más las cosas, complicaba menos mis pensamientos y emociones.

El agua de repente se sintió fría, aunque sabía que seguía tibia. Las manos de Yami se movieron y comenzaron su recorrido nuevamente sobre mis caderas. Bastó eso para olvidar el incómodo momento de hace un rato. Cuando se acercó, su miembro duro chocó contra mi entrepierna. Sin palabras, expresaba lo tan afectado que estaba, al igual que yo. Gemí cuando se frotó contra mi pierna y mi interior se humedeció, camuflándose con la humedad del agua que caía sobre nuestros cuerpos. Sentí una necesidad urgente de besarlo.

Tomé su rostro con urgencia y lo atraje hacia mis labios. Al ser tan alto, tuvo que inclinarse para no tener que levantarme, permitiéndole alcanzarme más fácilmente. Abrí la boca, invitando a su lengua a encontrarse con la mía en una danza sincronizada. Murmuré de satisfacción mientras nos movíamos un poco hacia la izquierda para evitar que el agua nos golpeara directamente el rostro. Cuando nos separamos por falta de aire, Yami comenzó a depositar cortos besos sobre mis...

Me estremecí. Mi primera reacción fue apartar el rostro, pero las manos firmes de Yami me lo impidieron. ¿Por qué estaba besando mis pecas? ¿Y por qué las había olvidado? Al estar con él, había olvidado muchas cosas de las que me avergonzaba. Como siempre había ternura en sus ojos cuando me miraba, mis detalles pasaban a segundo plano. Mi segunda reacción fue llorar. Y no pude evitarlo. Esperaba que mis lágrimas se confundieran con las gotas del agua de la ducha, porque nunca me había abierto tanto con una persona, y sentí que incluso podría ver dentro de mí y reconocer aspectos míos que ni yo misma reconocía. Y ahora besaba mi mayor inseguridad física, de la que madre me había obligado desde pequeña a cubrir, porque mis hermanos mayores no las tenían y mi padre tampoco. «Si las ven, podrían cuestionarse tu origen, y no estoy dispuesta a pasar por tal vergüenza», me decía. La abuela Agatha tampoco tuvo pecas, por lo que recordé. Había muerto un año antes de que me independizara, y su pérdida fue una de las razones por las que decidí hacerlo. No me gustaba pensar en ella porque me derrumbaba, pues había sido la única persona que me aceptó tal como era. Y bueno, padre no es como si no me quisiera, pero nunca me defendió de madre, así que, pensar en la familia Lumis no era algo que me agradara.

—Eres hermosa, Beatrice. Y esto —dijo, acariciando el camino de mis mejillas, donde se acumulaban las pequeñas manchitas cafés— es lo más atractivo que he visto. Lamería una por una y no me cansaría de hacerlo. No deberías esconderlas. Nunca.

Para no echarme a llorar como una niña, me lancé a sus brazos, abrazándolo con fuerza. Nunca imaginé, cielos, jamás esperé que el capitán de los Toros Negros me dijera esas palabras, que ahora se habían instalado en lo más profundo de mi corazón.

—Terminemos de bañarnos —me dijo, después de abrazarnos por un buen rato.

Asentí contra su pecho y me separé. Yami tomó unas botellas del suelo y se echó un líquido celeste en las manos: champú. Lo aplicó en mi cabello y comenzó a masajearlo suavemente. Cerré los ojos, dejándome mimar. De verdad, no quería que este día terminara; me sentía tan a gusto. Sin embargo, no me consideraba egoísta, así que, imitando su acción, le apliqué el champú en el cabello hasta que la espuma comenzó a formarse. Hice una cresta con su cabello espumoso y reí divertida. Luego, dejamos que el agua aclarara el champú y procedimos con el jabón. Antes de que Yami pudiera hacerlo primero conmigo, lo detuve y le pedí el líquido verde. Lo esparcí en mis manos y, con cierta duda, comencé a pasar el jabón por sus hombros. En el fondo, sabía que era una excusa para tocarlo, porque, ¿quién podría resistirse a una escultura tan perfecta?

El abdomen de Yami se tensó cuando mis manos lo recorrieron. Había olvidado echarme más jabón y, descaradamente, lo tocaba, explorándolo con mis manos. Mi tacto se volvió menos delicado, casi desesperado, ansiando este contacto desde hacía tiempo. Y él, sabiendo lo que deseaba hacer, me dejaba, disfrutando claramente de mi atrevimiento.

Su erección vibró. No estaba segura de cómo tocarlo allí abajo, no me habían enseñado cómo darle placer con la mano a un hombre, pero lo intenté. Así que, lentamente, casi de forma de tortura, deslicé mi mano hacia abajo, pasando por su ombligo y llegando a la ingle. Me detuve unos segundos cuando escuché ese extraño ronroneo que recordé haber escuchado en otra ocasión. Los ojos de Yami estaban cerrados y su ceño estaba fruncido ligeramente. Retomé el recorrido y casi se me cae la baba cuando sentí lo grueso que era. Cielo santo, era tan impresionante que mis dedos no lograban rodearlo por completo. Esto había estado dentro de mí, y el deseo de sentirlo nuevamente era abrumador. Sin embargo, también quería devolverle el favor a Yami, así que me concentré en devolverle el toque con la misma intensidad y dedicación.

Mi sexo estaba húmedo y mis pechos se sentían pesados. Al explorar su miembro, Yami gimió, así que supe que tenía que mover mi mano de atrás hacia adelante si quería obtener esa misma reacción de nuevo. No me equivoqué, porque volvió a gemir con más fuerza. Recordé entonces aquella noche en que lo vi tocándose, masturbándose, así que aceleré el ritmo intentando imitar sus movimientos; y cuando lo hice, me deleité con la expresión de su rostro. Yami abrió los ojos, que estaban oscuros y cegados por el placer, y con brusquedad, me apoyó contra la pared de piedra. Me sentía diminuta debajo de su cuerpo, ahora que ambos estábamos de pie.

Yami subió mis piernas a sus caderas y comenzó a besar mi cuello, le di absoluto acceso porque me sentía igual o peor que él, con un dolor interno por querer sentirlo dentro. Cuando la punta de su miembro se posicionó en mi entrada, no esperé a que me preguntara si estaba lista (porque lo estaba), así que yo misma me empujé hacia adelante, llevándome un gemido en el proceso.

—¿Tienes prisa, profe? —logró preguntarme entre jadeos.

No encontré las letras del abecedario para formar palabras coherentes. Así que lo insté a hundirse profundamente dentro de mí, y lo hizo. Mi respiración se volvió errática.

—Quiero que me supliques que me entierre dentro de ti. Quiero que me mires a los ojos cuando lo hagas.

¡Oh! Que me diera órdenes avivó el fuego dentro de mí. Por él, suplicaría de rodillas si fuera necesario.

—Por favor —tragué saliva para aclarar mi garganta—, anhelo sentirte profundamente dentro de mí.

Embestida.

—¡Ah! —gemí—. Más, por favor.

Mis deseos se convirtieron en sus órdenes. Su arremetida siguiente fue más brusca, impulsada por una necesidad latente de ambos. Me sentía como una vela derritiéndose con el fuego, como el hielo derritiéndose bajo el sol. Su dureza intensificaba mi lujuria, enviando ondas de calor a mi bajo vientre.

—Beatrice —rugió.

—No pares —susurré, entrecortada por la emoción.

Ya no hizo falta ninguna orden más, ninguna súplica, porque nuestra liberación estaba en camino. Los murmullos de Yami eran increíblemente eróticos, tan apuesto, tan mío. Mi espalda chocaba contra la pared y el sonido del «clap clap» de nuestros cuerpos unidos llenaba la habitación del baño. Las venas en los brazos de Yami se marcaban por contenerme, y una pequeña línea en su frente evidenciaba su esfuerzo por contenerse.

Con un último gemido, grité su nombre. Una ola de satisfacción me arrastró, dejándome sin aliento. Ya no sabía si era sudor o agua las gotitas de mi cuerpo, y Yami estaba igual. Cuando me quedé apoyada en sus brazos para no caerme, Yami dio una última embestida y su cuerpo vibró en un estremecimiento final. La sensación de su semilla depositándose en mi interior me envolvió en una sensación de plenitud y satisfacción abrumadora.

Cuando estuvimos vestidos, nos dirigimos a la tienda de Natsuki, Yami se iba a despedir. Esperamos en lo que terminaba de atender a sus clientes para que se acercara hacia nosotros. Sus ojos se posaron un momento en nuestras manos entrelazadas y luego, esbozó una amplia sonrisa.

—Yami Sukehiro —dijo—, no me digas que te has enamorado.

Sentí el calor subir hasta mis orejas con la sola mención de amor. Tiré de mi mano de pronto, cohibida. Una parte de mí no deseaba escuchar lo que Yami respondería, es más, preferiría que cambiara de tema de conversación, porque si decía que no, o que... bueno, que no estaba enamorado (lo cuál es válido, claro, no está obligado a quererme, y yo no estoy obligada a estar a su lado) me deprimiría. Pero no hizo ninguna de las dos cosas.

—Métete en tus asuntos —le respondió—. ¿No deberías buscar marido?

Natsuki torció los labios en desagrado.

Bah, no tengo madera para eso. En cambio, tú, quién lo diría, quiero decir —me miró—, Beatrice es muy bonita y se ve muy decente, no como tú Sukehiro. —Esta vez sus palabras fueron dirigidas hacia mí—. No te culparía si un día decidieras dejarlo, es más, te entendería totalmente.

Sonreí divertida, Natsuki me caía bien. No obstante, antes de que pudiese responderle, Yami se acercó a ella y la abrazó. Noté la tristeza de Natsuki por dejar a su primo. Los brazos de Natsuki ahora estaban rodeando mi cintura, me tensé brevemente.

—Me alegro mucho de que Yami encontrara finalmente a alguien, me preocupaba que se quedara solo para siempre —me susurró al oído—. Ahora también eres mi prima.

Se formó un brillo en mis ojos.

—Gra... gracias Natsuki.

Terminó de darme palmaditas reconfortantes en la espalda.

—Regresen cuando quieran.

Más tarde, cruzábamos el río, dejando atrás nuestra pequeña aventura en el Reino del Joker. Ahora, nos dirigíamos al Reino de las Brujas.

Hola, gracias por votar y leer <3

Ay gente jajajajaja... yo inocentemente puse en el buscador de imágenes de google "Yami Sukehiro torso desnudo" para ponerlo en la imagen del capítulo, pero jamás imaginé encontrarme con imágenes +18 de Yami. Me voy traumatizada...

Por otro lado, miren qué bonito sería Yami así de cerca: 

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