Capítulo 18 (+18)

Al día siguiente, Yami y yo nos dirigimos a la taberna que nos había indicado Natsuki. Me sentía nerviosa y emocionada, porque el plan para encontrar al brujo Sid y poder curar los brazos de Asta ya estaba en marcha. Pero, lo que realmente me inquietaba era la tarea que Yami había asignado: tendríamos que fingir ser marido y mujer. Sí, recién casados que buscaban despilfarrar su dinero en apuestas y juegos. La idea de tener que actuar como si estuviéramos recién casados, aunque fuera solo por un día, me causaba una inquietante mezcla de ansiedad y anticipación.

La taberna en la que entraríamos era un edificio rústico con paredes de piedra envejecida y una señal de madera gastada que crujía con el viento. Desde fuera, no parecía muy prometedora. La puerta se abrió con un chirrido que resonó en la calle silenciosa, y al cruzarla, fuimos recibidos por un murmullo constante de conversaciones y risas. La luz cálida de las lámparas y el humo de tabaco creaban una atmósfera acogedora pero también un tanto turbia.

Yami me tomó del brazo y me llevó hacia una mesa en una esquina. Nos sentamos.

—Vamos a tener que hacer esto bien si queremos encontrar al brujo Sid —me dijo en voz baja—. Recuerda, el viejo suele mostrarse con otra apariencia, pero las runas de su brazo nunca desaparecen. Si logramos encontrarlo así, el resto será pan comido.

Asentí, sintiendo el nerviosismo burbujear en mi estómago.

—¿Tienes alguna idea de cómo deberíamos actuar? —le pregunté, intentando sonar más segura de lo que me sentía.

La enorme sonrisa de Yami envió escalofríos por mi nuca.

—Simple —dijo, sin perder su mirada intensa—. Tú actúas como la esposa encantadora y yo seré el marido generoso. No haremos mucho alboroto, solo lo suficiente para llamar la atención sin parecer sospechosos.

Elevé mis cejas.

—¿Marido generoso?

Yami se inclinó hacia mí con su mirada fija en mis labios. La cercanía me hizo sentir una oleada de calor en el rostro, y me pregunté si él podía escuchar el tamborileo de mi corazón.

—Yo creo que deberíamos besarnos, te noto un poco tensa —sugirió Yami, con una sonrisa de diversión.

Me ruboricé, sintiendo que el calor se extendía desde mis mejillas hasta el resto de mi cuerpo. Miré a mi alrededor y noté por el rabillo del ojo algunas miraditas curiosas que se dirigían hacia nosotros. Mi mente se debatía entre rechazar su propuesta, lo cual podría levantar sospechas, o aceptar, lo que sin duda iba a aumentar la tensión entre nosotros.

Finalmente, opté por seguir la corriente. Me acerqué un poco, y Yami tomó mi rostro con ambas manos. El corazón se me había subido a los oídos hasta que, nuestros labios se encontraron en un beso que comenzó con suavidad, pero que pronto se volvió más intenso, cargado de emociones contenidas y una desesperada necesidad de conectar. Fue un beso que parecía durar una eternidad y que, en su breve duración, logró encender una chispa entre nosotros y un calor intenso en mi entrepierna. Gemí cuando mordió mi labio inferior; su lengua exquisita se juntó con la mía, salvaje. Cuando finalmente nos separamos, la mirada de Yami seguía fija en mí. Sus ojos mostraron una profundidad ardiente que parecía penetrar cada rincón de mi ser. Había un fuego en su mirada... tal vez pasión, que hacía que el aire entre nosotros se sintiera cargado de una electricidad casi tangible.

Respira.

Justo en ese momento, un mesero se acercó a nuestra mesa con una sonrisa profesional, rompiendo el hechizo del momento. Yami, recuperando su compostura rápidamente, le dirigió una mirada atenta. Mientras sacaba su cigarrillo característico y comenzaba a fumar, aproveché ese momento para tomar aire y calmar mi pulso acelerado.

—A mi esposa y a mí, nos gustaría beber cerveza y... —Yami me miró—. ¿Qué quieres pedir para comer, esposa?

Dios mío, la forma en cómo lo dijo... si seguía así, terminaría entregándome a él como si fuera nuestra luna de miel.

—Hum... una tabla con carne está bien.

El mesero asintió y se alejó para atender nuestro pedido, dejándonos solos nuevamente en la mesa.

Carraspeé. Cuando escuché unas risas y voces elevadas de hombres en otra habitación, le pregunté a Yami:

—¿Apostaremos?

Yami me miró con una sonrisa que insinuaba una mezcla de diversión y confianza.

—Yo apostaré y tu te quedarás a mi lado.

Fruncí el ceño, sintiendo un atisbo de desafío.

—¿Tienes miedo de que te haga perder tu dinero? Qué poca confianza —mi voz contenía una pizca de burla.

La tensión inicial se había disipado, ahora estábamos mucho más relajados. Yami se inclinó hacia mí. Su mirada era cálida y llena de complicidad.

—Eres libre de hacerlo si gustas, estaré a tu lado para cuidarte —dijo con un tono tranquilizador.

—Bien, eso me gusta más —le respondí.

De pronto, noté que Yami fijaba su atención en algo detrás de mí. Fingiendo que me arreglaba, vi a un joven encapuchado que entraba sigilosamente y desaparecía en la zona de apuestas. La capucha cubría la mayor parte de su rostro, pero había algo en su postura que me resultaba inquietante. Los guardias no hicieron ningún esfuerzo por detenerlo, y lo dejaron pasar sin sospechas. Mi instinto me decía que había algo más en ese hombre de lo que parecía a simple vista.

Yami, al notar mi mirada curiosa, susurró:

—Ese hombre podría ser el brujo Sid. Desconfío de él. Vamos a vigilarlo de cerca.

Asentí.

En medio de nuestras observaciones, el mesero regresó con las cervezas y la comida. Las cervezas estaban frías y espumosas, y el aroma de los platos recién servicios llenó el aire con una tentadora mezcla de especias y carnes asadas. Yami bebió de su jarra con calma, mientras que yo, un poco nerviosa por el ambiente y la situación, decidí comenzar a beber el líquido todo de una sola vez. No tenía experiencia con bebidas alcohólicas, y para ser honesta, nunca había tomado antes cerveza.

Con un sorbo tras otro, la bebida se deslizó por mi garganta, y antes de darme cuenta, el efecto del alcohol comenzó a hacer mella en mí. Mi cabeza se sentía ligera y un poco mareada, y la risa en la taberna parecía volverse más estruendosa y confusa.

La mano de Yami detuvo el próximo trago que daría.

—Con cuidado —me dijo, preocupado y serio.

—No te preocupes, ya lo había hecho antes —mentí, porque si se daba cuenta de que me estaba sintiendo mareada, arruinaría el plan que teníamos.

Me llevé unos trozos de carne a la boca. Gemí, estaba exquisito.

A medida que la comida y la bebida hicieron efecto, me di cuenta de que estaba un poco ebria. Sin embargo, cuando Yami decidió levantarse y dirigirse a la mesa de apuestas, la necesidad de mantenerme alerta me mantuvo consciente. Me tambaleé ligeramente mientras caminaba a su lado. Una neblina de humo de cigarro y escasa luz nos recibió. Había varias mesas redondas de apuestas dispuestas en las orillas y por el centro de la sala. Caballeros se reunían alrededor con la seriedad de un profesional. Yami se sentó en una mesa redonda, rodeada de hombres rudos (casi igual que él). Sacó unas monedas de oro y las colocó sobre la mesa, listo para hacer su primera apuesta. Si me miraron raro, dejaron de hacerlo en cuanto los ojos peligrosos de Yami se posaron sobre ellos. Su presencia imponente resultaba ser de lo más conveniente en estas situaciones, ya que de lejos parecía prometer pelea y sangre.

Me apoyé en el hombro de Yami, tratando de observar y entender el juego, mientras él hacía sus apuestas con una actitud segura y calculadora. Ningún hombre se acercaba a mí, probablemente debido a la presencia intimidante de Yami, lo que me hizo sentir un poco más tranquila.

Mientras me esforzaba por seguir el ritmo de las apuestas, mi visión seguía girando en espiral. Intenté concentrarme en el juego, aprender cómo funcionaban las apuestas y, al mismo tiempo, tratar de no perderme en el vaivén de la embriaguez. Las fichas se movían de un lado a otro, y el ruido de las conversaciones y el jaleo en la taberna se hacía cada vez más lejano.

—Voy a apostar una buena cantidad en esta ronda —dijo Yami, deslizando un puñado de fichas sobre la mesa con una confianza que me sorprendió.

Un hombre de barba tupida y cara arrugada, que parecía ser el crupier, asintió y recogió las fichas de Yami con una sonrisa calculadora.

—Que la suerte esté de tu lado, amigo —dijo el crupier mientras comenzaba a repartir las cartas con una destreza que sólo se adquiere con la práctica.

Yami no apartó la vista del crupier ni de las cartas que se estaban repartiendo. Su expresión era una mezcla de concentración y calma, que contrastaba con el bullicio que lo rodeaba. Yo, sin embargo, me encontraba en un estado de niebla mental, tratando de entender cómo funcionaba el juego.

—¿Qué estás apostando, Yami? —pregunté bajito, para que sólo él me escuchara.

Yami inclinó ligeramente la cabeza hacia mí, con su mirada fija en las cartas mientras respondía:

—Estoy apostando a que el crupier no tiene una mano fuerte. Creo que esta ronda es mía.

Me sorprendió su tranquilidad y la manera en que parecía tener todo bajo control. La mayoría de los hombres alrededor estaban concentrados en el juego, murmurando entre ellos y lanzando miradas rápidas a las cartas que se estaban jugando. El crupier lanzó las cartas con precisión, y los jugadores comenzaron a hacer sus movimientos. Yami observaba cada detalle con una intensidad que me hizo sentir un poco más segura de que pudiese ganar. Inesperadamente, recordé lo que se hablaba de él en el Reino del Trébol: un apostador compulsivo.

—Aquí va el siguiente movimiento —dijo Yami, deslizando más fichas sobre la mesa mientras el crupier barajaba las cartas de nuevo.

Las fichas de Yami se sumaron a una pila ya considerable, y el murmullo de los demás apostadores aumentó. Yo traté de seguir el ritmo, pero el mareo me hacía perder el hilo de las acciones.

—¿Cómo va el juego? —pregunté, incapaz de evitar el tono de ansiedad en mi voz.

Yami, sin apartar los ojos de la mesa, respondió con una calma que contrastaba con el bullicio:

—Todo va bien. Solo hay que mantener la calma y no dejarse llevar por la emoción.

Me limité a asentir, intentando captar lo que podía del juego mientras trataba de mantenerme de pie. A pesar del mareo, la presencia de Yami a mi lado me daba una extraña sensación de seguridad.

Cuando el crupier anunció que la ronda había terminado, la pila de fichas de Yami había aumentado notablemente.

—Lo hiciste bien —dije con una sonrisa temblorosa, intentando ser alentadora a pesar de mi estado.

Yami observó mi rostro con detenimiento, su ceño se frunció ligeramente mientras estudiaba mi expresión.

—¿Estás bien? —preguntó con una pizca de preocupación en su voz.

Me esforcé por mantenerme firme y asentí rápidamente, aunque una risa burbujeante escapó de mis labios, inesperada y un poco más fuerte de lo que pretendía.

—Claro, estoy muy entretenida viendo cómo juegas —dije, tratando de sonar seria, pero la risa volvió a surgir, como si hubiera dicho el chiste más divertido del mundo.

Yami alzó una ceja, claramente sorprendido por mi comportamiento, pero antes de que pudiera decir algo, me incliné hacia él con una seguridad que rara vez sentía en circunstancias normales.

—¿Me dejas jugar a mí? —pregunté, con una sonrisa que me hacía sentir inexplicablemente poderosa.

Yami dudó por un instante, observando la firmeza en mi mirada. Finalmente, suspiró y asintió, aunque su expresión tenía una mezcla de curiosidad y cautela.

Qué apuesto se ve...

Antes de que él pudiera levantarse de su asiento, yo, impulsada por esa extraña confianza, me senté sobre sus piernas. Sentí un calor envolvente al instante, una sensación que me hizo sonrojarme. El contacto cercano con Yami, su fuerza, y la calidez que irradiaba su cuerpo, me hicieron sentir una mezcla de vértigo y satisfacción, como si estuviera en el lugar exacto donde debía estar. Yami no dijo nada, pero su respiración se volvió un poco más pesada, y por un breve momento, nuestros ojos se encontraron. La intensidad de su mirada hizo que mi corazón latiera con fuerza.

Yami observó con cierta sorpresa cuando, en un impulso temerario, le quité el cigarrillo de los labios. Lo llevé a los míos, ignorando el calor que invadía mi cuerpo por estar tan cerca de él. Inhalé el humo, y en cuanto lo hice, mi garganta se cerró y empecé a toser violentamente, sintiendo el ardor en mis pulmones. Yami esbozó una media sonrisa, mientras me golpeaba suavemente la espalda para ayudarme a recuperar el aliento.

—No es para todos, ¿eh? —comentó con un tono burlón, quitándome el cigarrillo y llevándoselo de nuevo a la boca.

La mezcla de la euforia por la apuesta, el mareo de la cerveza, y la cercanía con Yami me hizo perder el control. Sin pensar demasiado, me acomodé mejor en sus piernas, moviéndome de manera casi imperceptible, sintiendo cómo mi piel se encendía con cada roce. Agradecí en silencio la tenue luz que nos rodeaba, ocultando mi rostro enrojecido y la creciente tensión que se apoderaba de mí. Cada pequeña fricción me enviaba una descarga de placer que hacía más difícil mantener la compostura, pero por el momento, todo parecía ser parte del juego.

Yami pareció notar mi inquietud, pero en lugar de detenerme, subió una mano por mi pierna, lenta y deliberadamente, por debajo de la mesa. Su toque era cálido y pesado, enviando una oleada de electricidad por mi piel, haciendo que todo mi cuerpo se tensara. Mis respiraciones se volvieron más superficiales, y sentí cómo su mano se detenía justo antes de llegar demasiado alto, como si estuviera probando mis límites. Antes de que pudiera reaccionar, el crupier anunció con voz firme que el juego comenzaría de nuevo, y la atmósfera en la sala cambió, volviéndose más intensa.

Yami comenzó a hablar en voz baja, dándome instrucciones sobre cómo apostar y leer las cartas que se repartían. Su aliento rozaba mi oído, y aunque sus palabras eran claras y precisas, mi mente se nublaba con cada segundo que pasaba en su regazo. Podía sentir su brazo firme alrededor de mi cintura, manteniéndome cerca, y el calor de su cuerpo traspasaba la tela de mi ropa, haciendo que me sintiera vulnerable y deseosa al mismo tiempo.

Me esforzaba por prestar atención a lo que me decía, pero la verdad era que apenas podía concentrarme en el juego. Todo lo que podía pensar era en cómo su mano se movía sutilmente sobre mi muslo, y cómo su toque hacía que mi piel ardiera. El deseo era tan intenso que me costaba respirar, y la idea de desnudarme ahí mismo, frente a él, me resultaba tentadoramente atractiva. La sala, el juego, los demás jugadores... todo se desvanecía en mi mente, dejándome solo con la necesidad de sentirlo aún más cerca.

Después de que la partida finalizara, me di cuenta de que no había ganado, pero tampoco había perdido una cantidad significativa. Sin embargo, el juego era lo último en mi mente en ese momento. Sentí un bulto debajo de mí, firme y cálido, que hizo que un gemido involuntario escapara de mis labios. La sensación fue tan intensa que por un momento pensé en rendirme a lo que mi cuerpo tanto deseaba.

Yami, notando mi estado, se inclinó hacia mí, con una expresión que mezclaba la preocupación y el puro deseo.

—Voy a llevar a mi esposa al baño un momento —anunció con una voz calmada, pero firme, antes de levantarse conmigo aún en sus brazos.

Me condujo hacia el baño, asegurándose de que nadie nos prestara demasiada atención. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y me apoyó contra la pared, sus ojos oscuros me examinaron con cuidado. Al ver mi mirada vidriosa y el rubor intenso en mis mejillas, suspiró con frustración y comprensión.

—Estás borracha —murmuró, mientras sus manos recorrían mi rostro con suavidad, intentando calmarme. Pero sus dedos temblaban ligeramente, y la forma en que me miraba delataba que estaba tan afectado como yo—. Y no es lo único que te está pasando ahora.

No pude responder, mi mente estaba nublada por el deseo que me consumía. Antes de que pudiera tomar una decisión, sentí su mano deslizarse bajo mi falda, sus dedos firmes y decididos encontraron su camino con facilidad. Un gemido más profundo brotó de mi garganta cuando comenzó a acariciarme, sus movimientos eran calculados y seguros, llevando mi cuerpo al borde de la locura. La combinación del alcohol y el placer hacía que todo a mi alrededor desapareciera, dejándome enfocada únicamente en la sensación de sus dedos. Yami mantuvo su mirada fija en la mía, intensa y oscura, mientras me llevaba cada vez más cerca del clímax. Mi respiración se volvió errática, y mis piernas temblaron al borde del colapso. Finalmente, cuando mi cuerpo no pudo más, me dejé llevar completamente, liberando toda la tensión acumulada en un suspiro tembloroso y prolongado.

Con una última caricia, Yami se retiró, pero no sin antes besar mi frente con ternura, como un recordatorio de que aún estábamos en una misión.

—Respira hondo, relájate —susurró suavemente—. Tenemos que encontrar al brujo.

Después de recuperar el aliento, asentí débilmente, intentando recomponerme.

—Lo siento —murmuré, avergonzada por haber perdido el control.

Yami me miró con una mezcla de ternura.

—No te preocupes —me respondió, su tono fue suave—. Vamos a aprovechar tu momento de embriaguez para desenmascarar al brujo Sid.

Salimos del baño y, en cuanto entramos de nuevo en la taberna, localicé al joven encapuchado en una esquina, lejos de la mayoría de los clientes. Mi corazón latía con fuerza mientras fingía estar aún más borracha de lo que realmente estaba. Tomé un gran jarrón de cerveza, llevándolo torpemente hacia mis labios, y me tambaleé, como si no pudiera mantenerme en pie. Aprovechando que el joven encapuchado estaba solo, comencé a caminar en su dirección, asegurándome de parecer totalmente desorientada. Justo cuando llegué a su lado, fingí tropezar, dejando que el jarrón se volcara y toda la cerveza se derramara sobre sus brazos.

Yami se acercó rápidamente, poniendo una expresión de disculpa en su rostro.

—Cuánto lo siento, a veces mi esposa no controla lo que bebe, disculpa —dijo, con una voz que sonaba convincente.

El joven encapuchado frunció el ceño, claramente molesto, mientras se sacudía la cerveza empapando su capa.

—Esta capucha me costó mucho dinero —gruñó, intentando mantener la calma.

Aproveché el momento para acercarme aún más, fingiendo preocupación.

—¡Lo siento mucho! —dije con un tono dramático—. Lo pagaré por ti.

Entonces, en un movimiento rápido, intenté arrancarle la capucha. Mientras lo hacía, noté las runas talladas en su brazo. Mis ojos se encontraron con los de Yami, y él entendió de inmediato.

—Brujo Sid, te estábamos buscando —dijo Yami muy serio.

El brujo Sid, al darse cuenta de que había sido descubierto, salió corriendo hacia la calle. Sin perder un segundo, Yami fue tras él, moviéndose con una velocidad y agilidad sorprendentes. La persecución fue corta; Yami lo alcanzó rápidamente y lo derribó al suelo con una destreza que me dejó boquiabierta.

Yami me llevó, junto con el brujo Sid, a la casita que teníamos disponible. Dentro, Yami lo amarró a una silla con cuerdas, y el brujo comenzó a protestar.

—¡Suéltame, salvaje! —gritó el brujo con furia.

Yami se acercó a él con una intensidad peligrosa en su mirada.

—Necesito tu ayuda —dijo Yami, con voz baja y amenazante.

El brujo, en lugar de tranquilizarse, se mostró aún más irritado.

—¡Y yo no quiero dártela! Ahora déjame ir.

De repente, Yami soltó una risa que, en el contexto de la situación, me resultó escalofriante.

—Si pudieras, te desatarías solo. Pero, ¿te intriga tanto el hecho de que te raptáramos para traerte aquí? ¿Estás tan aburrido en el Joker?

La expresión del brujo cambió de inmediato. Su cuerpo se encogió, y en un abrir y cerrar de ojos, se transformó en un anciano de ochenta años. Me sorprendió cómo la magia podía hacer tales cosas.

—Bien, me descubriste —dijo el brujo, con una voz rasposa—. Me preguntaba qué hacen unos ciudadanos del Trébol por estos lugares.

Yami no perdió el tiempo.

—¿Cómo se anula una maldición antigua de los brazos de un jovencito?

El brujo frunció el ceño.

—No se puede —respondió de inmediato.

Yami lo tomó por el cuello con una determinación implacable.

—Creo que no nos estamos entendiendo —dijo, mientras le entregaba un saco lleno de monedas—. ¿Cómo se curan?

El brujo miró las monedas y suspiró.

—¿Qué tipo de maldición?

Yami respondió con rapidez.

—Un usuario de magia de bestias infectó los brazos de mi pupilo con magia de maldición antigua, provocando que los huesos no se rompan, sino que se aplasten.

El brujo se quedó pensativo por un momento.

—Mmm, nunca había escuchado de algo así. No creo que tenga cura —dijo, mientras se desataba y se levantaba de la silla.

Pero antes de que pudiera irse, lo detuve.

—Habla o te cortaré el cuello —dije con determinación, presionando una hoja afilada contra su garganta.

Yami me miró sorprendido, pero no desvió la mirada del brujo.

—¡Qué hermosa señorita! Quizá pueda haber una cura, a cambio de... —El brujo me miró de arriba abajo, y sentí un escalofrío recorrerme.

Mi estómago se revolvió ante sus insinuaciones, y sentí cómo el Ki de Yami se volvía peligroso. Su maná aumentó, cargando la atmósfera con una tensión eléctrica.

—¡Oh! Un caballero mágico, qué interesante. Bueno, dado que ahora tengo un gran dolor de cabeza, no puedo hacer nada por los brazos de ese chico, pero hay alguien que podría —dijo el brujo, mirando a Yami con una mezcla de desdén y curiosidad.

—¿Quién? —preguntamos al unísono Yami y yo.

El brujo sonrió de manera enigmática.

—La Reina de las Brujas —y en un parpadeo, desapareció de la vista.

—¿La Reina de las Brujas? —pregunté.

Yami resopló con desdén.

—Maldito vejestorio —murmuró, claramente frustrado.

—¿Qué ocurre? —inquirí, sintiendo cómo la preocupación empezaba a desplazar el mareo que aún sentía.

Yami me miró con una mezcla de frustración y preocupación.

—La Reina de las Brujas es algo así como la madre de Vanessa —explicó—. Habría que hacer un trato que probablemente nos resulte muy desfavorable para que acepte ayudarnos. Y además... sospecho que Vanessa ha ido al reino para salvar a Asta.

Sus palabras me hicieron darme cuenta de la magnitud del problema. La preocupación me envolvió por completo, disipando el mareo.

—Entonces, partamos mañana. Quizá necesite nuestra ayuda —dije, tratando de mantener la calma a pesar de la creciente inquietud en mi interior.

Yami asintió, claramente frustrado por no haber encontrado una solución factible en el Reino del Joker.

—Bien —respondió, mostrando que compartía mi resolución.

Después de que Yami se aseguró de que el brujo Sid se había ido, me miró con una expresión suave y preocupada.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—Un poco mejor —respondí, intentando sonreír a pesar de la tensión que aún sentía en el estómago. La preocupación en sus ojos me hizo sentir cálida.

Yami asintió y se dirigió a la cocina. Después de unos minutos, regresó con un bol de sopa caliente. Me lo entregó con cuidado. Fue un gesto tan inesperado, que quise llorar por la ternura, porque desde que lo había conocido, me había ayudado y nunca me había juzgado por cómo era o quizá por cómo me comportaba...

—Gracias —dije con una sonrisa, mientras tomaba el bol entre mis manos temblorosas.

—No hay de qué —respondió él, sentándose a mi lado. Nos sumergimos en un silencio cómodo, interrumpido solo por el sonido de la cuchara contra el bol y el ocasional murmullo de la noche afuera.

—¿Quieres un poco? —le ofrecí acercando la cuchara a sus labios. Asintió y abrió la boca. Me reí por lo gracioso que me pareció ese momento.

Cuando el bol estuvo vacío, lo dejé a un lado y me acerqué a Yami. Estuvo pendiente de cada uno de mis movimientos, hasta que me quedé detrás de su espalda y comencé a masajear sus hombros.

—Debe de ser muy estresante ser un capitán de orden.

Cielos, qué musculatura.

—A veces... —murmuró con voz profunda y rasposa.

—Puedo masajearte los hombros las veces que quieras —le ofrecí, sonrojada.

—Tendría que llevarte a cada misión, y eso sería peligroso —murmuró con una sonrisa.

De pronto, la mano de Yami rozó la mía, con intención. Se dio la vuelta y me miró a los ojos, y en ese instante, supe que algo había cambiado.

—Beatrice —susurró de forma suave.

No pude evitarlo. Me incliné hacia él, buscando sus labios con los míos, hasta encontrarnos en un beso que comenzó con dulzura y que luego, se transformó en una pasión contenida. La calidez de su boca, la firmeza de su abrazo, todo me envolvió de una manera que me hizo sentir más viva que nunca. Nuestros cuerpos se acercaron, y el deseo que había estado latentemente presente durante todo el día se desató con fuerza. Me sentí como si estuviera flotando en un mar de sensaciones, el roce de su piel contra la mía, el calor de su aliento en mi cuello...

Yami me tomó en sus brazos con una fuerza y ternura que me hicieron sentir segura y deseada. Sentí cómo el mundo se desvanecía a nuestro alrededor, dejando solo el espacio íntimo entre nosotros.

Me separé ligeramente, mirándolo a los ojos con una vulnerabilidad que nunca antes había mostrado. Sentía que mi corazón latía con fuerza, no solo por el deseo, sino que también por ser totalmente consciente de lo enamorada que estaba de este hombre.

Estaba enamorada de Yami Sukehiro.

—Dijiste que podía elegir al hombre que yo quisiera para entregarme... que era mi decisión —tomé aire, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba bajo la presión de mis nervios—. Te elijo a ti, Yami. Confío en ti más que en mi misma y yo... —mis ojos brillaron por las lágrimas contenidas—. En este instante, te ofrezco todo lo que soy.

Yami me miró, sus ojos reflejaban sorpresa... ternura... La intensidad de su mirada me hizo sentir como si estuviéramos solos en un mundo en el que nada más importaba. Su mano acarició mi mejilla, su toque era tan suave que casi no lo sentía, pero lo suficiente para que un escalofrío recorriera mi piel.

—Beatrice... —susurró.

Sus labios encontraron los míos en un beso tierno y lleno de promesas. A medida que nos besábamos, sus manos comenzaron a desnudarnos con cuidado. Sus dedos eran hábiles, mi piel se erizó con cada toque, y el deseo que sentía era casi abrumador. Sus manos se deslizaban por mi piel con delicadeza, y cuando finalmente estuvimos completamente desnudos, me quedé sin aliento al ver la forma en que me miraba.

Yami tenía una presencia que era a la vez imponente y reconfortante. Su cuerpo era apuesto y varonil, con músculos que se tensaban bajo la luz tenue de la habitación. Cada detalle de su figura era una obra de arte, y su mirada estaba cargada de un deseo que no podía

Comenzó a darme besos por el cuello, a tocar con sus grandes manos mi trasero. Caímos sobre lo alto y suave de la cama.

—Eres tan perfecto —dije, deslizando mis manos por sus brazos.

—Y tú, muy hermosa.

Sus labios descendieron hasta mi pecho, jugando con mis pezones, que ya estaban duros por la expectación. Me sentía ardiente, deseada... Lo quería todo, quería que esta entrega fuera recíproca. Cerré los ojos cuando su lengua comenzó a lamer mis pezones antes de succionarlos. Dios, Dios, Dios. Tomé su cabeza, enredando mis dedos en su cabello, que se sentía suave al tacto. Cada rincón de mi ser se encendió. Nos movíamos al ritmo de una conexión tan profunda que no necesitaba palabras. Su piel cálida y firme rozaba la mía con una sensualidad que me hacía estremecer. De pronto, los dedos de Yami comenzaron a trazar círculos lentos sobre mi clítoris. Sin embargo, lo deseaba tanto que no quería ir despacio. Me moví al ritmo de su mano, ansiosa por alcanzar mi propia liberación. Yami me besó en la boca con intensidad. Quise protestar cuando se detuvo, pero entonces vi cómo guiaba su eje hacia mi hendidura.

—Avísame si te duele.

Tragué saliva.

—Es enorme.

Rió entre dientes.

—Tú eres muy pequeña, cariño.

Cuando finalmente se posicionó sobre mí, la anticipación era palpable. La forma en que miraba, con esos ojos intensos, oscuros y llenos de emoción, hacía que mi corazón latiera con fuerza (y también mi entrepierna).

Jadeé cuando sumergió un poco su miembro. Me aferré de sus hombros y cerré mis ojos.

—¿Estás bien? —preguntó en un susurro.

Asentí.

—Continúa.

Yami se sumergió un poco más, y sentí un pequeño dolor cuando, con cuidado, se enterró completamente. Besó mi frente y busqué sus labios para distraerme de esa pequeña molestia.

—Comenzaré a moverme.

—Está bien —le dije.

Sentí cómo mi interior se amoldaba a su forma, cómo lo apretaba mientras me acostumbraba a su gran tamaño. Yami contenía la respiración y me observaba, atento a cualquier signo de dolor o molestia, pero no hubo tal cosa. Asentí para que continuara, y comenzó a moverse lentamente dentro de mí. Gemidos escapaban de mi boca, una sensación tan ardiente y exquisita que anhelaba más profundidad y movimiento. La forma en que me abrazaba, sus susurros suaves y las caricias que me brindaba, todo contribuía a un crescendo de sensaciones que me hacía sentir más viva que nunca.

Yami se sostuvo sobre sus brazos para no aplastarme y aceleró sus embestidas. El movimiento de nuestros cuerpos estaba perfectamente sintonizado. Más, quería más.

Como si hubiese leído mi mente, Yami me penetró profundamente, chocando contra la pared de mi interior. Grité de éxtasis por la sensación, y los gemidos roncos de Yami me excitaron aún más. Sentí que una corriente de placer se acercaba a mi vientre, como si algo se liberara dentro de mí.

—Yami —gemí, sintiendo el clímax inminente.

—Suéltalo, cariño. No luches contra ello.

El clímax llegó como una ola que arrasaba con todo, como un estallido de sensaciones que nos envolvió en una nube de satisfacción. El cuerpo de Yami tembló y comenzó a dar fuertes sacudidas cuando el placer lo golpeó. Sentí como un líquido tibio se depositaba sin parar dentro de mí. Me aferré a él con fuerza, sintiendo cómo nuestras respiraciones se entrelazaban en un ritmo compartido. En ese instante, no había palabras que pudieran describir lo que sentíamos.

Nos quedamos abrazados, exhaustos.

Me sentía feliz, era el mejor día de mi vida.

Lo prometido, para ustedes jiji

Ya puedo soltarme entonces para más adelante

Tengo sueño, espero lo hayan disfrutado!

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