Capítulo 17

Yami se lanzó hacia ellos, desenvainando su katana en un instante. Quise advertirles que corrieran por sus vidas miserables, pero me quedé inmóvil, aún atrapada entre el miedo, el alivio y el resentimiento. No parecían ser demasiado inteligentes, porque en lugar de escapar, los tres se quedaron frente a Yami, desafiándolo e instándolo a atacar. Hicieron aparecer unas espadas, cada una envuelta en una estela de luz violeta. En cambio, la katana de Yami estaba cubierta por su magia de oscuridad, tan letal y profunda como su mirada. Me sorprendió que no tuvieran grimorios, y que Yami tampoco usara el suyo. Era una pelea cuerpo a cuerpo, una batalla de pura habilidad y fuerza. Este lugar era extraño, y no podía evitar pensar que la magia aquí actuaba de forma diferente a la de otros reinos.

—Olvidé que en el Reino del Joker, los hombres suelen ser tan... cobardes —les dijo Yami, lanzándose hacia adelante con un ataque rápido que tiró la espada de uno de ellos lejos.

—Si nos entregan su dinero, los dejaremos ir —replicó uno, con una sonrisa llena de falsa confianza.

Yami rió, y supe que no era para nada de diversión. Estaba furioso y se estaba conteniendo.

—¿De verdad creen que están en posición de hacer exigencias? Deberían agradecerme que no les corte la cabeza en unos segundos. Si corren ahora, tal vez perdone sus patéticas vidas.

Las palabras de Yami los hirieron profundamente. Los dos que aún sostenían espadas se lanzaron hacia él, cegados por la rabia.

—Lástima que eligieran el camino de la violencia —Yami se encogió de hombros, su tono era casi compasivo.

Yami esquivó sus ataques con una facilidad que parecía casi insultante, como si no estuviera enfrentando una amenaza real. Su katana se movía en el aire como una extensión de su voluntad, cortando a través de la oscuridad y el miedo que me rodeaban. La manera en que sus movimientos fluían era casi hipnótica, una danza de fuerza y control que dejaba claro cuán fuera de su liga estaban esos hombres.

—¿Acaso no les enseñaron en sus casas a respetar a las señoritas? —murmuró, su voz dejaba a su paso una energía de peligro latente que hizo que mi corazón latiera con fuerza.

Con un giro rápido, desarmó al segundo hombre, enviando su espada volando en un arco antes de hundir su katana en el suelo, bloqueando el ataque del tercero. El choque de las hojas resonó en mis oídos, un sonido agudo que cortó el aire como el filo de una navaja.

—No es más que una pobre perra —escupió el único hombre que quedaba con espada. Sus dientes se tiñeron de sangre.

Yami lo desarmó en pocos segundos y lo tomó del cabello, jalándolo hacia arriba con una fuerza brutal.

—Repítelo —canturreó.

—¿Qué cosa? —sonrió el hombre con arrogancia—. ¿Qué es una perra?

La sonrisa de Yami se desvaneció al instante. Con un golpe sordo, estrelló la cabeza del hombre contra el camino empedrado. Cerré los ojos, incapaz de soportar la crudeza de la escena. Si Yami continuaba, lo mataría, y aunque esos hombres no me importaban, odiaría que Yami se manchara las manos de sangre por mi culpa. Yami era un depredador que había atrapado a su presa, y no habría misericordia.

Me acerqué a Yami y lo abracé por detrás.

—Vámonos —le supliqué temblorosamente.

Esa simple petición fue suficiente para detenerlo. El Ki de los otros hombres estaba tenso, dominado por el miedo.

—Ahora, corran mientras aún tienen piernas para hacerlo —les ordenó Yami, con una voz tan afilada como su katana.

No hizo falta que lo repitiera. Los hombres, derrotados y humillados, retrocedieron antes de darse la vuelta y correr por sus vidas, tambaleándose por el terror que Yami les había grabado en los huesos. Yami los observó huir, pero no los persiguió. Simplemente se quedó allí, con su respiración calmada, su postura relajada, como si la amenaza hubiera sido nada más que un inconveniente menor. Aún con la katana en la mano, se volvió hacia mí, y el peso de todo lo que acababa de ocurrir se desplomó sobre mis hombros. Pero, por primera vez desde que había llegado a ese reino, me sentí a salvo.

A pesar de que estábamos en la peor situación posible, me derretí al ver cómo sus ojos me miraban con cariño y preocupación. Extendió la mano, y con delicadeza, recorrió mi labio inferior. Me alejé al sentir el ardor; ni siquiera me había dado cuenta de que se me había roto. Una oscuridad rabiosa cruzó su mirada por un instante, pero la ocultó rápidamente.

—Te dije que usaras los cuchillos.

Había olvidado ese detalle, aunque tampoco habría tenido tiempo de usarlos. Sin embargo...

—Me dejaste sola —odié que mi voz se quebrara y que mis lágrimas estuvieran nadando por mis mejillas nuevamente.

—No tenía idea de que eso iba a pasar —sentí la sinceridad con la que lo decía, así que me tranquilicé un poco más. A diferencia de mí, la ropa de Yami estaba seca.

—¿Qué es este lugar? Y quiero que me lo cuentes todo.

—Lo haré, pero primero debemos encontrar un sitio más seguro —me dijo, con un tono firme mientras posaba su mano sobre mi espalda baja.

Llevada por un impulso incontrolable, y porque el peso de las miradas invisibles seguía acosándome, me aferré a su cintura con fuerza. Sentí su cuerpo tensarse por un instante, pero luego sus brazos se envolvieron alrededor de mí con una firmeza protectora. Yami bajó la cabeza, y cuando su barbilla descansó sobre mi coronilla, un calor desconocido me inundó. Sus dedos comenzaron a trazar círculos lentos y reconfortantes en mi espalda, pero había algo en ese gesto, una ternura oculta detrás de la calma, que aceleró el ritmo de mi corazón y me hizo desear que este momento se congelara para siempre.

—¿Estás herida en alguna otra parte? —su voz era baja.

Negué con la cabeza.

—Entonces, vámonos —dijo, tomando mi mano con una firmeza que me hizo sentir segura.

Me dejé llevar, porque no tenía idea de dónde estábamos. Todas las calles estaban sumidas en un poco de oscuridad, como si fuera de noche siempre, pero si miraba el cielo, había luz.

Yami me guió a través de las estrechas y sinuosas calles del Reino del Joker. A medida que avanzábamos, el aire se volvía más pesado, cargado con el olor a comida, humo y el murmullo constante de la gente. Sentía la mirada de los extraños sobre nosotros, aunque ninguno se atrevía a detenernos. La mano de Yami en la mía era firme, reconfortante, como si todo lo que acababa de ocurrir hubiera sido solo un mal sueño. Pero sabía que no lo era.

Finalmente, nos detuvimos frente a un pequeño edificio de aspecto modesto. Una lámpara tenue colgaba sobre la puerta, proyectando una luz cálida sobre un letrero gastado. Yami no dudó en abrir la puerta y entrar, tirando de mí con suavidad. Al cruzar el umbral, nos recibió un aroma familiar a caldo caliente y especias. El interior del lugar era acogedor, con mesas de madera rústica y un ambiente que contrastaba con la peligrosa atmósfera exterior.

—Bienvenidos —una voz femenina, profunda y firme, nos saludó desde detrás de un mostrador.

Cuando miré hacia la fuente de la voz, vi a una mujer alta, de porte imponente, con una larga cicatriz que le cruzaba el rostro, desde la ceja derecha hasta la mandíbula. Sus ojos, oscuros y penetrantes, eran sorprendentemente similares a los de Yami, llenos de la misma intensidad. No podía evitar pensar que había algo familiar en ella.

—Natsuki —dijo Yami con una rareza en su tono que nunca había escuchado antes. La dureza de su expresión se suavizó un poco mientras la mujer se acercaba.

—¡Yami! —respondió ella, y sin más preámbulo, lo abrazó con fuerza. La visión de ese gesto, tan íntimo y familiar, me hizo sentir un inesperado y molesto pinchazo de celos.

Me quedé en silencio, observándolos mientras intentaba recomponerme. Natsuki era alta e imponente, y la forma en que interactuaba con Yami hablaba de una historia compartida que yo no conocía. Sus ojos se posaron en mí por un instante, evaluándome, y luego me dedicó una leve sonrisa antes de volver a centrar su atención en Yami.

—Vamos, pasen. Tienen pinta de haber pasado por mucho —dijo, apartándose y señalando una puerta en la parte trasera—. Les prepararé algo de comer y ropa limpia. Deben estar agotados.

Nos condujo a una habitación privada, pequeña pero acogedora, donde una mesa baja estaba ya puesta con tazas de té caliente. Natsuki desapareció por un momento, dejándonos a solas. Yami se sentó con un suspiro, su expresión se relajó finalmente. Me senté frente a él.

—Es una vieja amiga —dijo Yami, como si sintiera la necesidad de aclarar la situación.

—Lo noté —respondí, tratando de sonar casual, aunque la sensación de celos no se disipaba del todo.

Antes de que pudiera decir más, Natsuki regresó con un par de bandejas llenas de comida. El aroma era irresistible, y mi estómago gruñó en respuesta. Colocó las bandejas en la mesa y se sentó junto a Yami, empezando a conversar con él como si el tiempo no hubiera pasado.

Hablaron de muchas cosas: del Reino del Joker, de cómo todo seguía igual a pesar del caos que siempre parecía reinar. Natsuki le contaba a Yami sobre los cambios en la ciudad, mientras él asentía, como si las noticias le resultaran familiares. Era una conversación relajada, casi nostálgica, que me hizo sentir una extraña desconexión, como si estuviera fuera de lugar. Finalmente, Yami cambió de tema y su tono se volvió más serio.

—Natsuki, necesito encontrar a alguien. Al brujo Sid. He oído que anda por aquí.

Natsuki frunció el ceño, pensativa.

—No sé mucho sobre él. Dicen que frecuenta una taberna al final de la calle principal, pero no tengo más detalles.

Yami asintió, procesando la información. Estaba claro que tenía un plan en mente, aunque no lo compartió en ese momento. La conversación continuó un poco más, y cuando la noche finalmente cayó —o al menos, eso indicaba el reloj en la pared—, Natsuki se levantó y nos ofreció un lugar para descansar.

—Tengo una pequeña casa justo al lado. No está alquilada, así que pueden quedarse allí esta noche, las noches que lo requieran —nos dijo, entregando a Yami una llave de hierro.

—Gracias —respondió Yami con sinceridad.

Nos levantamos y, con la llave en mano, nos despedimos de Natsuki. Mientras salíamos, ella me dedicó una última mirada, esta vez con una pequeña sonrisa que no supe cómo interpretar. Nos dirigimos hacia la pequeña casa, un lugar modesto y aislado que nos ofrecía la privacidad que necesitábamos.

—Mañana buscaremos al brujo —dijo Yami, rompiendo el silencio que se había asentado entre nosotros.

Asentí, pero mi mente estaba en otra parte. ¿Yami y Natsuki habían sido novios alguna vez? La manera en que se trataban, con ese cariño y respeto, me hacía preguntarme si alguna vez habían sido algo más que amigos. Era como ver un lado de Yami que yo no conocía, un lado que no mostraba cuando estaba conmigo. Esa idea me incomodaba más de lo que quería admitir.

Entré al cuarto de baño y saqué una toalla de una canasta. Empecé a desarmar mi trenza, secando mi cabello con movimientos bruscos, casi como si quisiera arrancar esos pensamientos de mi cabeza. El dolor que sentí al tirar de mi cabello me hizo detenerme y comenzar de nuevo, esta vez con más suavidad.

—Estuviste muy callada antes, ¿ocurre algo? —La voz de Yami resonó en la entrada del baño, y su presencia se impuso sobre la mía. Me avergonzaba admitir que me sentía celosa, esto... nosotros... saber que no había mucho me daba más inseguridad.

—Sólo estoy un poco cansada, eso es todo —mentí, evitando su mirada.

No había espejo en el baño, así que solo podía esperar haber quedado presentable después de todo lo ocurrido.

—Hay algo más —presionó, con tono profundo y firme.

Quise rodar los ojos, pero en lugar de eso, mordí mis labios, una acción de la que me arrepentí al instante. Yami se fue solo para volver con mi ropa limpia. La recibí con un agradecimiento murmurado y la dejé sobre un mueble. Cuando intenté cerrar la puerta para cambiarme, su bota la detuvo, impidiéndome hacerlo.

—Déjame hacerlo yo —dijo.

Lo miré sorprendida, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas. ¿Realmente quería ayudarme a desnudarme? Mi corazón latía con fuerza, pero intenté mantener la compostura.

—No... no te preocupes, debes estar cansado también, ve a la cama —intenté empujarlo suavemente, pero él no cedía.

Yami sonrió, una sonrisa que tenía algo de seductora y peligrosa a la vez.

—Ya te he visto desnuda, no puedes esconderte de mí.

—Sí, pero esto es diferente. No me estás seduciendo como esa noche.

—¿Quieres que te seduzca? —preguntó, con un tono que me hizo estremecer.

Tosí, nerviosa, esto no estaba saliendo como esperaba.

—No me refiero a eso, Yami.

—¿Y si te lo pido por favor? —Su voz era un susurro que acariciaba mis oídos, haciendo que mi resistencia flaqueara.

—Es que... —Es demasiado íntimo. Y eso solo alimentará mis esperanzas de que yo pueda gustarle alguna vez—. Está bien.

Estaba cansada, tanto física como emocionalmente, y ya me arrepentiría de mi decisión después. Yami se acercó con cuidado, sus manos fueron firmes pero gentiles mientras me quitaba la capa que cayó al suelo. Luego siguió con mis botas, y yo levanté mis pies, apoyándome en su hombro. Cada toque suyo me hacía sentir más vulnerable, más consciente de mi propio cuerpo y de lo que estaba sintiendo.

Finalmente, cuando se acercó para quitarme el vestido, mis nervios estaban al borde. Sentía el calor de su cuerpo cerca del mío, y mi respiración se volvió más pesada. Cuando solo quedaba la ropa interior, lo detuve.

—Gracias, ya sigo yo —dije, odiando lo rasposa que sonaba mi voz. ¿Podría notar cuánto me afectaba su toque? ¿Cómo mi cuerpo reaccionaba a su cercanía?

Para mi sorpresa, Yami no insistió. En cambio, se inclinó y besó mi coronilla con una ternura que no esperaba.

—Te espero afuera —dijo suavemente, dejándome sola para terminar de cambiarme.

Cuando estuve lista, salí del baño. Yami ya se había cambiado y estaba recostado en la cama, con los ojos cerrados. Solo había una cama, como antes, y aunque habíamos compartido espacio antes, ahora me sentía más nerviosa que nunca. Me subí a la cama, intentando mantenerme lo más cerca de la orilla y lo más lejos de Yami.

—¿Vas a contármelo todo? —le pregunté, rompiendo el silencio.

Yami abrió los ojos y me miró, su mirada era intensa, casi hipnotizante. El color gris de su iris se veía como un verdoso opaco en este momento. Giró su cabeza, boca arriba y me preguntó.

—¿Qué es lo que quieres saber?

Todo, pensé de inmediato, pero decidí empezar con lo más relevante.

—¿Cómo conociste el Reino del Joker?

Yami suspiró, cerrando sus ojos de nuevo.

—Cuando tenía diecisiete años, una tormenta me alejó de la orilla mientras pescaba. Perdí la cuenta de los días en que estuve a la deriva hasta que mi bote chocó contra una roca. Desperté en la frontera del Reino del Diamante con el Reino del Trébol. Bueno, llegamos, Natsuki y yo. En todas las fronteras de los reinos, existe la zona neutral, sin reyes, sin conflictos militares, sin nada. Cuando no vimos a nadie a quien pedir ayuda, caminamos durante medio día y un accidente nos condujo hasta el río Bastos. Años después me preguntaba si en realidad, a causa de nuestro pensamiento por encontrar un lugar habitado de gente hizo que la magia nos trajera a este reino. En ese momento no lo sabíamos, claro, para nosotros había resultado ser un viaje de lo más raro.

—¿Así se llama el río por el que caímos?

Asintió, pero su expresión se mantuvo neutra.

—Es la puerta al Reino del Joker. Solo si tus intenciones hacia la reina no son malas, puedes entrar. Si no, te ahogas. No pensé que nos separaríamos al cruzarlo, pero comencé a buscarte en cuanto noté que no estabas conmigo.

—Te creo. ¿Y por qué tú no estabas mojado?

—En cada orilla hay un umbral que seca la ropa. Lo siento, debí habértelo dicho antes.

Mi silencio fue suficiente para que entendiera mi frustración.

—Natsuki y tú... —Dejé la pregunta en el aire, esperando, temiendo la respuesta.

Abrió sus ojos y me miró, percibiendo mi curiosidad.

—Primos lejanos —respondió.

—Oh.

Eso explicaba lo familiar que se veían.

—Cuando llegamos al Reino del Joker y estuvimos meses intentando sobrevivir, sentí que no era un lugar en el que pudiese vivir toda la vida. Intenté convencerla de que nos fuéramos juntos, pero Natsuki no quiso.

—¿Y no intentaron regresar a su hogar?

Su mandíbula se tensó.

—Natsuki vio como una bendición alejarse de su hogar.

—¿Y tú?

—Aunque mis inicios en el Reino del Trébol no fueron fáciles, no sentí la necesidad de regresar. Me uní al escuadrón de Julius.

—¿Y... extrañas a tu familia?

—De repente estás muy interesada en conocerme —dijo, acercándome hacia él sin darme tiempo a reaccionar. Vi claramente que quería cambiar de tema de conversación y su cercanía influyó en mí. Su mano sobre mi cintura quemaba, y sus labios se veían tan cerca, tan tentadores.

—¿Y por qué nadie sabe de este reino? —cambié de tema rápidamente, tratando de ignorar el deseo creciente que sentía.

—El Reino del Joker es asilo para los marginados, los que buscan hacer transacciones ilegales sin ser juzgados. La única regla es no atentar contra la reina. No todos aquí tienen grandes poderes mágicos, muchos prefieren enfrentarse con armas y no con magia. Cuando quieres usar la información de este reino para algo malo, apenas cruzas el río de vuelta, esos recuerdos desaparecen —se encogió de hombros—. Es tarde, mañana tenemos que buscar al brujo.

Yami me apretó más contra él, y mi frente se apoyó contra su pecho, sintiendo la calidez de su cuerpo.

—Buenas noches —susurré, casi en un suspiro.

—Buenas noches, profe.

El suave roce de sus labios contra mi cabeza fue lo último que sentí antes de quedarme dormida.

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