Capítulo 16

Me quedé a una distancia prudente, esperando a que Yami terminara de hablar con Finral. Esa mañana, con la ayuda de Yami, me había quitado la bota que llevaba en el pie derecho. Moví suavemente el pie, aliviada de que la torcedura finalmente quedara en el pasado. Sentí una energía renovada y un propósito en común con todo el escuadrón de los Toros Negros. Íbamos a buscar una cura para los brazos de Asta. Aunque la idea de ir sola en compañía de Yami (porque era yo quien lo acompañaba, no al revés) me resultaba intimidante, no dejaba de repetirme que todo era por un bien mayor. No mentí cuando dije que confiaba en Yami. De hecho, hasta yo misma me sorprendí al pronunciar esas palabras. Desde que lo conocí, Yami se había ganado esa confianza. No había sido malo conmigo; sí, era molestoso y bruto, pero eso parecía parte de su personalidad. Me intrigaba saber qué más escondía detrás de esa actitud burlona. No sabía a dónde iríamos ni a quién buscábamos, solo sabía que el lugar estaba escondido y que ni el Rey Mago ni el mismísimo Rey Kira tenían poder allí. Intenté recordar si en mis tiempos en la casa Lumis había escuchado algo parecido, pero nada se me venía a la mente.

Finral nos había llevado hasta la frontera con el Reino del Diamante, y sabía en mi interior que íbamos a salir del Reino del Trébol. Eso explicaba por qué ni el Rey Kira ni el Rey Mago tenían voz ni voto en ese lugar. Por un momento, me sorprendí. ¿No eran precisamente los terroristas del Reino del Diamante quienes nos habían atacado? ¿Por qué Yami conocía un lugar tan peligroso? Estábamos dirigiéndonos directamente a la boca del lobo.

Cuando Finral desapareció, Yami se acercó a donde yo estaba, y traté de fingir que observaba el paisaje en lugar de fijarme en cómo iba vestido. Aterrador. Una capucha lo cubría, dejando ver solo sus botas y esa mirada oscura y desafiante. Portaba una katana, además de otras cuchillas escondidas entre sus botas y una pequeña bandolera donde guardó cosas que no alcancé a ver. Al llegar a mi lado, me lanzó una capucha igual a la que él llevaba.

—Cúbrete con esto —me dijo.

Por primera vez, sería parte de una misión de un escuadrón del Rey Mago, aunque extraoficial, pero no por ello menos peligrosa. Me emocionaba la idea de usar mi magia en el momento oportuno, pero recé internamente para que las mariposas asesinas no aparecieran. Curiosamente, se habían mantenido en silencio desde la última vez que visité al padre Gabriel.

Yami me explicó que Finral solo podría llevarnos hasta la frontera, ya que nunca había salido del Reino del Trébol y no conocía todos los rincones de nuestro reino. Aun así, nos ahorró un viaje de dos horas.

Cuando igualé la vestimenta de Yami, él asintió satisfecho. Contuve la respiración mientras se acercaba y me atraía hacia él. Desde esta mañana, había sentido un cambio en él, como si se volviera más protector conmigo. Estaba serio, sin bromas ni intentos de acercamiento previo. Me atormentaba pensar que tal vez lo que había ocurrido entre nosotros estaba siendo olvidado por él, aunque para mí, cada sensación y visión seguía fresca y vívida en mi mente. Yami esbozó una sonrisa ladeada y, sin dejar de mirarme, se agachó lentamente, deslizando sus manos por mis piernas. Me quedé sin aliento, consciente solo de la intensidad del momento. Pensamientos poco decorosos se agolpaban en mi mente, y deseé cruzar las piernas para calmar las pulsaciones latentes que sentía. De repente, sentí el peso del metal en mis botas: Yami había escondido dos cuchillas en cada una.

—Si en algún momento te ves incapacitada al usar tu magia, o si sientes que no es suficiente, sácalas y apunta a la cabeza —me ordenó con voz grave.

Asentí, consciente de cómo me estaba convirtiendo en una especie de chica sumisa ante él. Lo que tú digas, quise decirle.

—¿A dónde vamos? —pregunté, intentando desviar mi atención de la creciente intensidad de la situación.

La quietud en la frontera y la ausencia de guardias me puso más nerviosa. Yami se levantó del suelo y, con un gesto inesperado, echó un mechón rebelde de mi cabello detrás de mi oreja. El roce de sus dedos ásperos contra mi piel envió una corriente de sensaciones por mi cuerpo. Parecía no ser consciente del efecto que tenía en mí, pues su mirada se volvió hacia el frente, recuperando esa expresión desafiante que solía mostrar.

—Visitaremos a una vieja amiga —respondió.

¿Una vieja amiga? ¿Una exnovia? Intenté ignorar esos pensamientos y me concentré en el presente.

—¿Ella nos ayudará a encontrar una cura para Asta? —Pregunté mientras comenzaba a caminar a su lado, manteniéndome cerca en caso de que surgiera algún peligro.

—No, pero nos ayudará a localizar a alguien que sí sabrá cómo curarlo.

No parecía dispuesto a compartir más detalles, así que decidí no presionarlo. Sin embargo, por dentro me moría de ganas de saber todo sobre este viaje.

Caminamos por un buen rato, y lo único que se escuchaba eran nuestras pisadas. Para mi sorpresa, las botas que Yami me había dado amortiguaban las caídas y silenciaban el ruido de las cuchillas en su interior. Comprendí entonces para qué servían los compartimientos internos.

Esta zona de la frontera era mucho más montañosa; eché de menos la espesa vegetación que se extendía cerca de la base. A lo lejos, se veían terrenos desérticos, sin ninguna señal de civilización cerca. Incluso Yami, quien no le temía a nada, guardaba un profundo silencio, mostrando un respeto implícito por esta zona. Abrí la boca para preguntarle si continuaríamos en línea recta, pero no fue necesario: Yami giró hacia la izquierda y continuamos por allí. Si no me equivocaba, nos encontrábamos al norte del Reino del Trébol.

—¿Nos falta mucho? —no pude evitar preguntar. El silencio de Yami ya me estaba poniendo inquieta.

—¿Asustada?

Agradecí que él usara una broma para distraerme; seguro que notaba lo tensa que estaba.

—No —mentí.

De repente, Yami tomó mi mano. Sentí su calidez y una oleada de consuelo me invadió. Entretejimos nuestros dedos, y traté de ignorar el cosquilleo en mi estómago. Yami soltó una risa suave. A continuación, escuché el murmullo del agua y vi una vasta vegetación llena de flores a nuestro alrededor. Nos encontramos frente a un risco sobre un río interminable, que se extendía muy abajo. Tragué saliva.

—¿Confías en mí? —preguntó Yami.

—Sí, pero... —Lo miré—. El tono con el que preguntas es... —Abrí los ojos asustada—. No me digas que vamos a saltar al agua —perdí todo color de mi rostro. No podía estar pensando en eso, pero antes de que pudiera asimilarlo y echarme para atrás, Yami dijo:

—Me basta con eso.

Y sin soltarme, saltó, llevándome con él hacia el vacío.

Grité como nunca antes. La bilis se me subió a la garganta y mi voz quedó suspendida cuando nuestros cuerpos cayeron al agua. Era un río profundo y oscuro. La corriente se movía con fuerza, y ya no sentía la mano de Yami agarrando la mía. Me estaba faltando el aire, necesitaba respirar.

¿Me estoy ahogando? ¿Dónde está Yami?

La única manera de saberlo era saliendo a la superficie, así que, como pude, comencé a nadar. El cielo estaba tan cerca... Me impulsé hacia arriba, luchando contra el peso de la capucha y las botas. Cuando saqué la cabeza del agua, tomé una bocanada de aire desesperada, permitiendo que entrara rápido en mis pulmones. Sacudí las gotas de mis párpados y me pasé el brazo por la cara.

—¿Yami?

Giré y giré la cabeza, pero no veía a Yami.

—¿Qué... qué es este lugar?

El risco, las montañas, las flores... nada de eso estaba aquí. A mi alrededor se alzaban árboles de color violeta azulado. Ahora, estaba sumergida en un río aparentemente inofensivo. Salí del agua hasta llegar a la orilla. ¿Dónde está Yami? ¿Por qué no está?

—¡Es una broma de mal gusto, Yami! —grité. Pero el silencio fue mi única respuesta.

Comprobé que mi grimorio estuviera en buen estado y comencé a caminar. Estuve unos cinco minutos gritando y buscando a Yami, y cuanto más buscaba, más desorientada me sentía. Nos lanzamos al río, caímos en aguas profundas y terminé en otro lugar completamente diferente.

¿Acaso el río llevaba a un lugar encantado? ¿Era la magia la que ocultaba este sitio, y por eso Yami me había advertido que tuviera cuidado? ¡Y ahora había perdido al bruto ese! Cansada de llamar y llamar, continué avanzando por un sendero estrecho. Fui frotando mis manos para entrar en calor y estrujando la capucha con mi vestido. Lo primero que haría en cuanto regresara al Reino del Trébol sería comprarme un pantalón.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el letrero negro frente a mí, con letras grabadas en una caligrafía que parecía moverse por sí sola.

«Bienvenidos al Reino del Joker.»

¿Reino del Joker? El aire estaba denso, cargado de una magia que no podía identificar del todo. Era como si el mismo ambiente me estuviera evaluando, decidiendo si era una amenaza o solo una curiosa perdida. A lo lejos, se erguía un enorme castillo de color magenta sobre la ciudad en sombras. Las torres del castillo parecían intentar alcanzar el cielo, y la estructura en sí vibraba con una energía inquietante, casi como si estuviera viva.

¿Cómo es que Yami sabía sobre su existencia?

Ahora me encontraba perdida en un reino desconocido, sin Yami. Si tan solo supiera a quién buscar, todo sería mucho más fácil, pero estaba ciega. Tendría que mantenerme alerta en todo momento, porque esto no me daba buena espina. Afortunadamente, mi saquito con monedas seguía oculto en el bolso de mi grimorio, y si tenía suerte, aquí también usaban yuls para comerciar. Caminé indecisa por el sendero. La ciudad que rodeaba el castillo tenía un aire retorcido. Desde mi posición, podía vislumbrar figuras moviéndose en las sombras: algunas rápidas y escurridizas, otras avanzando con una calma que bordeaba lo siniestro. Las luces parpadeantes entre los edificios parecían velas en una noche de tormenta, inestables y amenazantes, pero también seductoras, como si invitaran a los intrusos a perderse en sus laberintos.

No había mucho sol, pero la ciudad parecía estar envuelta en una fría noche. Aunque mi instinto me gritaba que me marchara, había una extraña belleza en este reino, como una rosa con espinas afiladas o un fuego ardiente que no podías dejar de mirar.

El viento sopló suavemente, y creí escuchar un murmullo. A medida que me acercaba a la ciudad, los murmullos se hacían más fuertes, llenando el aire con un zumbido constante. Me recordaba a la feria en la capital del Reino del Trébol, con sus gritos de vendedores y el bullicio de la multitud. Sin embargo, aquí había algo diferente. Acomodé bien mi capucha, intentando ocultarme todo lo posible. A medida que me acercaba, me sorprendió descubrir que nadie me miraba raro, como si los visitantes externos fueran algo común.

Las calles estaban llenas de comerciantes de todo tipo, y aunque algunas de las mercancías me resultaban familiares, otras me parecían extrañas, peligrosas incluso. Vi pociones de colores oscuros, amuletos que pulsaban con magia negra, y otros objetos que no me atreví a examinar de cerca. Esto no era un simple mercado; aquí se comerciaba de todo, hasta lo más ilegal e impensable. Era como si todas las reglas que conocía se hubieran desvanecido al cruzar ese umbral.

Decidí que necesitaba respuestas. Al caminar un poco más, encontré a un comerciante en un puesto cargado de frascos y pergaminos antiguos. Su mirada astuta me siguió mientras me acercaba.

No pierdas la confianza, encontrarás a Yami y después recordarás esto con risa.

Busqué en mi bolsillo y saqué unas cuantas monedas de oro, que brillaron en mi mano. Las coloqué frente a él y sus ojos se iluminaron con interés.

—¿Me podrías decir qué es este lugar? —le pregunté, tratando de sonar segura, aunque la inquietud me carcomía por dentro.

El comerciante tomó las monedas con una sonrisa ladina, y comenzó a hablar. Su voz fue baja, pero clara, como si la experiencia de haber vivido tantos años en este reino corriera por sus venas, sus palabras.

—Este es el Reino del Joker, un lugar para aquellos que buscan lo que no pueden encontrar en otros reinos. Aquí, todo es posible... si sabes dónde buscar.

Comprobé que nadie estuviera viéndome de forma extraña y dirigí mi atención al comerciante anciano. Me incliné un poco más de cerca, con elevada curiosidad.

—¿Y quién gobierna aquí?

El hombre sonrió de una manera que me puso los pelos de punta.

—La reina, por supuesto.

Reina.

Parecía que el hombre no seguiría hablando, así que a regañadientes saqué otras tres monedas de oro. Sonrió satisfecho.

—Es la que establece las reglas, aunque pocas son las que se siguen. No le importa lo que hagas mientras no le causes problemas. Es poderosa, más de lo que te imaginas, y aunque su reino parece caótico, está perfectamente bajo su control. Pero cuidado con ella...

Cedí ante mi curiosidad.

—¿Por qué?

—Tiene sus caprichos, especialmente cuando se trata del amor verdadero.

La mención del amor me sorprendió.

—¿Amor verdadero? ¿Qué tiene que ver con eso?

El comerciante se encogió de hombros, como si fuera un secreto a medias.

—Es una de sus debilidades, o tal vez una obsesión. Nadie lo sabe con certeza. Pero ten cuidado si la encuentras... nunca sabes qué tipo de prueba podría ponerte —de repente, el hombre comenzó a reír como desquiciado—. O eso es lo que cuenta la leyenda, la verdad es que nadie la conoce.

Apreté mis puños conteniendo las ganas de golpearlo. Me había engañado. Me alejé del puesto, con mi mente dando vueltas con la información. Este lugar es más peligroso de lo que había imaginado.

Mientras caminaba por las calles laberínticas del Reino del Joker, intentaba mantener la calma, pero el miedo comenzaba a apoderarse de mí. Estaba buscando a Yami, pero con cada paso que daba, parecía más imposible encontrarlo. La multitud era densa, y aunque intentaba seguir su Ki, no lo había perfeccionado lo suficiente. Con tantas presencias a mi alrededor, era como tratar de encontrar una aguja en un pajar. Me sentía frustrada, agotada y, en el fondo, aterrorizada.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no lo había encontrado aún? ¿Y por qué había tenido que caer en ese maldito río? Quería golpearlo por haberme abandonado, aunque sabía que no era su culpa. Estaba tan sumergida en esos pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que algo estaba mal, de que alguien me seguía desde hacía rato.

Fue solo cuando sentí una mirada insistente en mi nuca que empecé a notar. El bullicio del mercado, que antes me había parecido normal, ahora me parecía ominoso. Mi corazón se aceleró, y me obligué a no girar la cabeza de golpe. No podía parecer más nerviosa de lo que ya estaba. Sin embargo, mi mente corría a mil por hora. Intenté alejarme, encontrar una esquina o un callejón donde pudiera perder a quienquiera que me estuviera siguiendo. Pero no conocía este lugar, y cada callejuela parecía más oscura y retorcida que la anterior.

Un mal presentimiento creció en mi pecho cuando escuché el sonido de pasos que se apresuraban detrás de mí. Intenté acelerar el paso, pero pronto me di cuenta de que no había salida. Estaba arrinconada. Tragué saliva, sintiendo el sudor frío en mi espalda. Tenía que pensar rápido.

Tranquila, Beatrice, me dije a mí misma. Puedes hacerlo. Solo usa tu magia, despístalos...

Pero cuando traté de invocar mi magia de ilusión, mis manos temblaban demasiado. El miedo me paralizaba. El hechizo que conjuré fue débil, apenas una sombra de lo que podía hacer en clase. No era suficiente para detener a los tres hombres que se acercaban con una sonrisa siniestra en el rostro. Uno de ellos se adelantó, y antes de que pudiera reaccionar, sentí un tirón brutal en mi cabello. Un grito de dolor se me escapó cuando me arrastraron por la trenza, obligándome a caer al suelo. El dolor en mi cuero cabelludo era intenso, y las lágrimas picaron en mis ojos, pero me obligué a no llorar. No les daría esa satisfacción.

—¡Déjame ir! —grité, luchando por liberarme, pero ellos solo se rieron. La burla en sus voces era palpable.

—Aquí nadie te va a ayudar, preciosa —dijo uno, su voz era áspera y llena de desdén—. En el Reino del Joker a nadie le importará si mueres.

El terror me invadió por completo. Sabía que mis posibilidades eran pocas. No era un caballero mágico; no estaba entrenada para luchar cuerpo a cuerpo, y mi magia, aunque poderosa, no era del tipo ofensivo. Solo quería encontrar a Yami, salir de este maldito lugar.

Me obligué a respirar hondo, intentando calmar los temblores en mis manos. No podía dejar que el miedo me consumiera, no ahora. Los hombres se acercaban, con risas burlonas. Cada paso que daban hacía que mi corazón latiera más rápido.

Lancé otra ilusión, desesperada, tratando de crear una distracción, un espejismo que pudiera confundirme lo suficiente como para escapar. Pero nuevamente, el hechizo salió débil, apenas una silueta borrosa que se desvaneció casi al instante. Mi falta de práctica en situaciones de combate real se hacía evidente, y ellos lo notaron. La satisfacción en sus rostros era palpable, como depredadores que habían acorralado a su presa.

—Los ciudadanos del Reino del Trébol se ven poco por estos lugares —dijo uno de ellos—, pero algo que admiro es que son increíblemente ricos.

Oh, no; buscaban mi dinero.

Uno de ellos me agarró del brazo, su agarre era dolorosamente firme. Intenté liberarme, pero era inútil. Mi cuerpo estaba agotado, mi mente nublada por el pánico.

—Mira lo que tenemos aquí —dijo otro, con una voz que me hizo estremecer—. Pensé que sería más difícil.

Sus palabras eran un golpe a mi orgullo, pero no tenía tiempo para eso. Necesitaba encontrar una manera de salir, de sobrevivir. Pero cada vez que intentaba invocar otro hechizo, la desesperación lo hacía imposible. Era como estar atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. El hombre que me sostenía me arrastró hacia él, y mi cuerpo se tensó de miedo. Sentí el dolor en mi cuero cabelludo cuando tiró de mi trenza nuevamente, forzándome a mirar su rostro de cerca. Sus ojos estaban llenos de malicia, y el olor a sudor y alcohol emanaba de él.

—Escucha bien, muñeca —dijo, su aliento caliente dio en mi cara—. Aquí nadie se preocupa por nadie más. Así que, si te portas bien, tal vez sobrevivas. ¿Entendido?

Las palabras se atascaban en mi garganta, y solo pude asentir ligeramente, con mi mente trabajando frenéticamente en busca de una salida. El tercero de ellos se acercó con una cuerda, y mi corazón casi se detuvo. No podía dejar que me ataran. Sabía que si lo hacían, no tendría ninguna oportunidad.

Debía actuar, y debía hacerlo ahora.

Tomé una decisión desesperada. Usé la poca magia que me quedaba, no para luchar, sino para intentar algo diferente. Concentré todo mi esfuerzo en crear una ilusión sobre mí misma, algo que me ocultara a plena vista, al menos por un instante. Un velo de invisibilidad que podría confundirme, aunque fuera solo por unos segundos.

El hechizo parpadeó en el aire, apenas perceptible, pero funcionó lo suficiente para que los hombres se desconcertaran, soltando su agarre. Aproveché ese instante para correr, con el dolor punzante en mi cuero cabelludo y los músculos ardiendo por el esfuerzo. No sabía cuánto tiempo podría mantener el hechizo activo, ni cuánto podría aguantar corriendo, pero no tenía otra opción.

El terror me empujaba hacia adelante, mis pies golpeaban el suelo empedrado mientras corría sin mirar atrás. Tenía que encontrar a Yami. Si alguien podía sacarme de este infierno, era él. No tenía más fuerzas, pero sabía que mientras mantuviera la esperanza de encontrarlo, seguiría adelante, sin importar el peligro.

Mi respiración era un jadeo desesperado, y las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero seguí corriendo. Sabía que mi magia no duraría mucho, pero tenía que aprovechar cada segundo que pudiera. Cada paso me acercaba a la posibilidad de sobrevivir. No podía detenerme, no ahora.

Seguí corriendo, moviendo mis piernas a un ritmo frenético, sin dejar de mirar por encima del hombro para asegurarme de que no me seguían. Mis pulmones ardían, cada respiración era un suplicio, y la ropa mojada se adhería a mi piel, volviéndose cada vez más pesada, como si quisiera arrastrarme al suelo. El miedo era una sombra constante en mi mente, un peso que amenazaba con aplastarme. No conozco este reino, y eso solo agrava la sensación de estar completamente sola. Nadie parece prestarme atención, nadie quiere ayudarme. Es como si fuera invisible para todos, excepto para los que me cazan.

De repente, mientras mi mirada sigue enfocada en mis perseguidores, choco con algo duro. No, no algo... alguien. Un torso sólido y firme que me corta el aliento. La sorpresa me detiene en seco, y cuando levanto la vista, mi corazón se detiene por un segundo.

Es Yami.

El alivio me golpea como una ola, tan fuerte que casi me derrumba. Las lágrimas que había estado conteniendo brotan de mis ojos, nublando mi visión. Quiero llorar, gritar de frustración, de miedo... y de la felicidad más irracional que jamás haya sentido. Estoy a salvo. Estoy a salvo porque él está aquí. Pero al mismo tiempo, la ira hierve dentro de mí. ¿Cómo pudo dejarme sola? ¿Cómo pude perderlo de vista? Quiero golpearlo, descargar toda la tensión y el miedo acumulado. Sin embargo, todo lo que logro hacer es agarrar su capa con manos temblorosas con mis lágrimas mojando su tejido.

Cuando mis ojos finalmente se aclaran lo suficiente como para enfocar, veo la expresión de Yami. Su rostro está endurecido por la furia, sus ojos oscurecidos por una violencia contenida que parece estar a punto de desatarse en cualquier momento. Es una ira feroz, dirigida hacia los hombres que me seguían, como si su mera existencia fuera una ofensa personal. La intensidad en su mirada me deja sin aliento. Es el Yami que siempre había conocido, pero ahora esa ferocidad está encendida, lista para destruir a cualquiera que se atreva a hacerme daño.

—¡Eres un bruto! —le grito, la voz quebrada por las lágrimas y la ira—. ¡Confié en ti!

Las palabras salen antes de que pueda pensar en ellas, llenas de toda la frustración y miedo que he estado acumulando. Mi agarre en su capa se aprieta, como si necesitara aferrarme a algo tangible para no desmoronarme completamente. Siento la contradicción en mí, el alivio de haberlo encontrado y la furia por lo que he pasado en su ausencia. Yami, sin soltar la mirada de los hombres que nos habían seguido, solo responde con una tensión palpable en su cuerpo, como si estuviera preparado para arremeter contra ellos en cualquier momento. Pero, en el fondo, sé que me escuchó. Y de alguna manera, esa furia dirigida hacia ellos es también su respuesta a mi grito desesperado.

Yami fija sus ojos en mí por un breve instante, y veo cómo su expresión cambia al notar mis lágrimas, mi miedo palpable. Siento su Ki, siempre tan poderoso y sólido, revolverse con una ira que solo él puede contener. Es como si cada emoción mía se reflejara en él, amplificándola. Sus ojos oscuros brillan con una promesa peligrosa, y su voz baja y amenazante se desliza entre nosotros como un cuchillo afilado.

—Lamentarán haberte tocado.

Y antes de que pueda reaccionar, Yami se lanza hacia ellos.

1/3 parte del Reino del Joker.

Mi muchacha solo entró en pánico.


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