Capítulo 15
La presión de muchas agujas punzantes en mi tobillo había cesado. Me había roto el hueso calcáneo, y Owen, el mago de recuperación del Rey Mago, estuvo al menos una hora curándome y uniendo con una gran cantidad de poder mágico los fragmentos de la pared del hueso. "Es un milagro que hayas caminado tanto con el hueso roto", me había dicho. Si hubiera sabido que me lo había roto y que no fue una simple lesión, me habría desmayado de inmediato. El dolor había sido insoportable, y no quería rememorar el de la unión forzada del hueso, porque al principio me había negado al uso de algún tipo de anestesia, con el objetivo de hacerme la fuerte frente a Yami, pero no pude soportar el dolor. Apenas recordaba algunas de sus expresiones: ceño fruncido, labios apretados. Incluso, me dejó agarrarle con mucha fuerza su brazo. No se quejó; dejó que lo apretara como si estuviera hecho de goma. Ahora... estaba avergonzada.
Cuando desperté, me encontré sola en una enorme sala con varias camillas dispuestas una al lado de la otra. Las ventanas no tenían cortinas, y la luz de la luna se derramaba generosamente, llenando el espacio con un resplandor plateado. Me imaginé que estábamos en lo alto de una gran torre. Lo único que podía ver desde allí era el cielo iluminado por infinitas estrellas. Asta, quien había estado dos camillas más allá de la mía, tampoco se encontraba. Lo último que recordaba era que sus brazos seguían vendados, pero mis recuerdos estaban difusos, como si flotaran en una bruma de dolor y cansancio.
Moví levemente mi pie, que estaba suspendido en el aire, afirmado con unas huinchas elásticas. Sentí un ligero tirón, pero nada comparado con el dolor previo.
—¿Cómo te encuentras?
Pegué un brinquito del susto cuando Owen habló, entrando seguido de Yami. Owen llevaba una expresión tranquila, casi paternal, mientras revisaba mis signos vitales con destreza. A diferencia de Owen, Yami se quedó cerca de la pared, apoyado con una pierna flexionada y un cigarrillo encendido en sus labios. Su rostro estaba ensombrecido por una expresión indescifrable, una mezcla de preocupación y la habitual dureza que lo caracterizaba. Solo observaba en silencio, con esos ojos penetrantes que parecían ver más allá de mi existencia.
Dirigí mi atención hacia el médico, tratando de ignorar el magnetismo inquietante de la presencia de Yami.
—Mucho mejor —respondí con una débil sonrisa—. Gracias.
—Los tejidos de tu tobillo ya están curados. Usarás esta bota —me la mostró, parecía ser de una estructura ligera pero al mismo tiempo robusta— durante un día. Es para que no tengas que quedarte sola en esta habitación. Sería aburrido, ¿no es así? —se acomodó las gafas, manteniendo una sonrisa afable que irradiaba tranquilidad.
—Bueno... sí —admití, sintiéndome un poco más aliviada.
Estaba evitando su mirada, pero mis ojos regresaron a él, movidos por un fuerte magnetismo. Esa mirada... oscura y penetrante, encarnaba todo lo que se hablaba de él en el Reino. Yami se había preocupado por mí, y odié esperanzarme ante lo que eso significara. Pero ahora, parecía que todo eso había quedado atrás. Incluso pensé en haberlo imaginado. Sentí un calor en mi pecho cuando apagó su cigarrillo y comenzó a acercarse.
—¿Ya nos podemos ir, viejo?
Abrí los ojos, sorprendida por cómo se dirigió a Owen. Sin embargo, al médico no pareció importarle ese apodo, puesto que se rió de Yami, quien no dejaba de observarme. Aclaré mi garganta, desviando mi mirada.
—Claro, puedes llevártela. Recuerda no moverte mucho el día de mañana —me dijo, luego se dirigió hacia Yami—. Al día siguiente a ese podrás sacarle la bota.
—Gracias por sanarme, Owen. ¿Seguro que no quieres que te pague?
Movió sus manos negando, bastante cohibido.
—No te preocupes por eso.
Suspiré.
—Vamos, profe.
Owen bajó mi pierna derecha y cerró los broches de la bota. Moví mi pie primero para presionarlo sobre el suelo, pero no llegué a hacer nada de lo que tenía pensado. Yami me tomó en brazos, despidiéndose de Owen. No quería ni ver lo rojas que estaban mis mejillas.
—¿Y Asta? —pregunté después de unos minutos de silencio mientras Yami descendía por varios escalones. La quietud de la noche envolvía nuestros cuerpos, haciéndome más consciente del calor y la fuerza que emanaban de él.
—Afuera —respondió, sin dejar de mirar hacia adelante.
—Lo siento...
—¿Por qué?
—Tienes que cargarme y... me trajiste hasta acá.
Yami suspiró, y pude notar la fatiga en su rostro, las sombras bajo sus ojos.
—¿Dejarías a alguien desmayado en el suelo?
—Por supuesto que no.
—Ahí tienes tu respuesta. Si vas a disculparte por cosas como esas, mejor ni abras la boca.
—¿Estás enojado conmigo? —fruncí el ceño, intentando buscar en sus ojos alguna señal de sus sentimientos.
—No.
Estábamos tan cerca... otra vez. Pero Yami no me miraba, estaba concentrado en no tropezarse, en evitar lastimarme. Mi corazón se ablandó al ver las arruguitas de concentración en su frente y el cabello desordenado que caía sobre ella. Con un gesto tímido, levanté mi mano y aparté su cabello con suavidad. Sentí cómo sus músculos se tensaron bajo mis dedos, y luego, para mi sorpresa, me abrazó más contra él.
—Sólo estoy cansado.
No creí que me daría explicaciones.
—¿La misión fue peligrosa?
—Sólo un poco... derrotamos a Vetto, un integrante de Ojo de la Noche Blanca.
—Esa es una buena noticia, ¿verdad?
—Supongo —se encogió de hombros y luego sonrió—. Los mocosos realmente superaron sus límites, yo también.
—Me alegra que llegaran a salvo —dije sinceramente. La tensión entre nosotros se había disipado, y me atreví a recostar mi cabeza sobre su hombro, cerrando los ojos y respirando su aroma. Me sentía segura entre sus brazos, envuelta en una tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo.
—¿Cómo te lesionaste? —preguntó después de un tiempo.
—Salí a recorrer la zona.
Rio entre dientes.
—Recuérdame nunca llevarte a una zona montañosa.
—¿Te estás burlando de mí, capitán?
Su pecho emitió un extraño ronroneo, vibrando bajo mi mejilla y haciendo que una sonrisa se asomara a mis labios.
—¡Capitán Yami! ¡Señorita Beatrice! —La voz entusiasta de Asta rompió el momento, interrumpiendo lo que sea que había pasado hace un momento.
El aire frío del exterior provocó un escalofrío en mis brazos.
—¿Y el mocoso de Finral?
—Aquí estoy —refunfuñó Finral, apareciendo de repente—. Estuve a punto de concretar una cita romántica, sentí que era la indicada —sus ojos se iluminaron con una mezcla de esperanza y decepción.
—Siempre dices eso —le dijo Yami, sin inmutarse.
—Una daga hubiese dolido menos, capitán Yami.
—Vamos a casa, la profe necesita descansar.
—¡Lo siento mucho, señorita Beatrice! Qué egoísta de mi parte, ¿se siente mejor? —preguntó Finral con preocupación sincera.
—Sí, gracias por preguntar, Finral —le sonreí, agradecida por su amabilidad.
Finalmente, Finral utilizó su magia espacial y atravesamos el portal. Inmediatamente nos recibió un ruido ensordecedor.
—¡Son unos salvajes! —les gritó Finral, desapareciendo escaleras arriba.
Había echado de menos este espantoso ruido y me dio pena reconocer que ya me estaba acostumbrando a él, a ellos...
—Ya puedes dejarme en el suelo —le susurré a Yami al oído—. Algunos nos miran extraño.
Vanessa me miraba como si de sus ojos salieran cuchillas afiladas, y empecé a ponerme nerviosa. Estaba medio borracha, y aun así se las ingeniaba para amenazarme en silencio. Gordon, por otro lado, no dejaba de murmurar cosas desde una esquina de la estancia, demasiado oculto y oscuro para ser algo bueno. Había otra chica, una que no había visto antes, con el cabello corto y azul. Se tapaba el rostro sonrojado con sus manos cuando Luck la observaba detenidamente.
—¿Y ella? —pregunté.
Yami siguió la dirección de mi mirada
—Es Grey, nos tenía bien engañados —respondió.
No sentí que le molestara en absoluto tal engaño, indiferente a si Grey se veía como chica o como un hombretón enorme.
Para mi alivio, Yami me soltó y pude finalmente apoyar mi pie sobre suelo firme. Sonreí al darme cuenta de que no había dolor, solo una leve y minúscula molestia. Mi estómago retumbó de hambre, recordándome que me había saltado el almuerzo y la cena. Me dirigí hacia la nevera con cuidado de no chocar con nada ni con nadie. Pero cuando abrí la puerta, mi mandíbula se desencajó. Los Toros Negros habían arrasado con toda la comida que compré para una semana completa. Quedaban apenas unas botellas de agua, algunas cervezas de Yami y unas bolsas con verduras. Suspiré con resignación.
Supongo que alimentar una familia completa requiere de más esfuerzo de mi parte.
Cuando me quitara la bota, iría al mercado a comprar más comida. Por ahora, el dinero no suponía un problema. Había hecho bien en ahorrar mi sueldo como profesora y guardarlo para emergencias. Recordé de repente la conversación que mantuve con Kaori; seguir sus consejos al pie de la letra no me había resultado, así que dejaría que el tiempo actuara por sí mismo. Yami parecía estar cerca, pero al mismo tiempo lejos. Extraño y complicado. Ya había sido un esfuerzo reconocer parte de mis sentimientos y mucho más comenzar a adaptarme a esta nueva rutina de vida.
Me toqué los codos descubiertos mientras pensaba en aquello. Las heridas que me había hecho en las manos y los codos ya no estaban, y las de las rodillas tampoco. Owen realmente era muy poderoso al momento de sanar a alguien, o quizá tuve suerte.
Otro pensamiento cruzó mi mente. Yami se veía tan cansado como había confesado, y me puse a reflexionar sobre la vida que había llevado hasta ahora. Su mala fama debía afectarlo de alguna manera, aunque se esforzaba por ocultar esas emociones. Ahora que estaba aquí viviendo temporalmente con ellos, comprendí mejor su situación. Como el mayor de la casa y el capitán de los Toros Negros, no podía permitirse mostrarse vulnerable, triste o derrotado frente a sus caballeros mágicos. Era como si una extraña energía paternal lo rodeara.
Sentí su Ki cerca de mí, pero no me volví para confirmarlo.
—¿Te gusta ver la nevera en tus tiempos libres? —su voz cortó mis pensamientos.
Salí de mi ensimismamiento y me giré hacia él.
—Estaba pensando en algo.
Comencé a caminar hacia las escaleras; ya comería mañana.
—¿En qué pensabas? —vi un interés genuino en su mirada.
Le sonreí.
—En lo bruto que eres.
Lo choqué suavemente con el hombro al pasar por su lado. Yami me siguió.
—¿Quieres alejarte de mí otra vez?
—Aunque quisiera, ya no podría. Estoy obligada a ver tu feo rostro todos los días —hasta que me vaya, pensé.
—Qué raro... —comenzó a decir—. No parece que pienses eso cada vez que me miras.
Me ruboricé; agradecí que no pudiera verme de frente.
—Soy muy buena ocultando mis emociones, ¿lo recuerdas?
Rió.
—Usando mis propias palabras contra mí, has progresado, profe.
Cuando tuviera que irme, en unas semanas más, ¿extrañaría su presencia? Por supuesto que sí.
—¡Oye, bájame! —le reclamé en cuanto estuve en sus brazos nuevamente.
—Así llegaremos más rápido.
Lo golpeé sin mucha fuerza en el pecho.
—¡Eres un bruto!
Mis lamentaciones no sirvieron de nada. En un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos en el pasillo del cuarto piso. Yami abrió la puerta de mi habitación y entramos en ella. Se veía igual que la primera vez que la vi. ¡Cielo santo! ¡Mi grimorio! Mi grimorio estaba en su habitación.
—Se... se me quedó un cinturón sobre el sofá de abajo. ¿Podrías traérmelo?
—¿Cinturón? ¿Te refieres a este? —preguntó Yami, mostrando mi cinturón y mi grimorio en la mano. ¿En qué momento aparecieron ahí? —. Estaba en mi cama. Me pregunto cómo llegaron hasta allí...
—Quizá se me quedó cuando limpiaba las habitaciones.
—Ah, sí, gracias por eso nuevamente. Debo reconocer tu gran esfuerzo; parece una base digna finalmente.
—De nada. Ahora devuélvemelo.
Cuando intenté tomarlo de sus manos, Yami levantó el brazo. Era mucho más alto que yo; no podía alcanzarlo.
—¿Qué recibo a cambio si te lo devuelvo?
—Mi gratitud, por supuesto.
—Mmm, no es suficiente.
Su actitud juguetona me estaba exasperando. Casi prefería al Yami silencioso de antes. No quería caer en su juego, pero cuando se trataba de él, no aprendía.
—¿Y qué quieres entonces?
Un largo silencio se instaló entre nosotros hasta que su voz grave rompió la quietud.
—Un beso.
Me quedé tan sorprendida que me tomó un momento procesar la petición.
—¿Qué?
—Un beso —suspiró, como si estuviera cansado de explicarlo—. Un beso es cuando dos personas acercan sus labios y se tocan...
Me sonrojé de inmediato.
—Sé lo que significa un beso —lo interrumpí, avergonzada.
Yami se acercó y me arrinconó contra la puerta abierta.
—Qué bueno, porque pensé que nunca habías besado a nadie.
—¡Claro que sí!
—Entonces, dame un beso. ¿Qué te asusta tanto?
Se relamió los labios, y el simple gesto hizo que mis piernas se debilitaran. Su extraño cambio de humor provocó una reacción en mí que estaba segura él había notado, por la sonrisa de satisfacción en su rostro. Me había visto desnuda, ¿por qué me daba tanta vergüenza besarlo?
—¡¿Qué haces aquí, Finral?!
Exclamé, mirando hacia la izquierda. Cuando Yami también desvió la mirada, aproveché el momento para presionar mis labios contra su mejilla. Rápidamente tomé mi cinturón de sus manos y cerré la puerta en su cara con un golpe sordo, arrojándome a la cama sin preocuparme por la bota que aún llevaba. Mi corazón latía con fuerza, y el calor de mi rostro parecía estar en sintonía con la ruborizada almohada que ahora cubría mi cara. Desde el otro lado de la puerta, escuché la risita de Yami, acompañada de un susurro de "buena jugada", antes de que su presencia se desvaneciera en el pasillo.
Me quedó el eco de su voz en los oídos y la sensación de su piel cálida contra la mía. Me hundí aún más en la cama, mientras un torrente de emociones confusas se agitaba en mi pecho. ¿Qué acababa de hacer? ¿Por qué me sentía tan aliviada y, al mismo tiempo, tan avergonzada?
Al día siguiente, cuando bajé a desayunar, la escena que encontré en la cocina fue desoladora. Todos, excepto Asta, estaban reunidos alrededor de la mesa, con sus rostros marcados por una expresión de profunda tristeza. Al acercarme, el silencio que se cernía sobre ellos me hizo entender que algo grave había sucedido.
Asta había enfrentado a Vetto y, durante el enfrentamiento, una maldición antigua había caído sobre sus brazos. La maldición los había inmovilizado, dejándolos posiblemente inutilizables para el resto de su vida. Era devastador pensar que un joven que carecía de magia, que solo contaba con su antimagia como recurso y que había dedicado su vida a convertirse en caballero mágico, ahora estaba condenado a una existencia de limitaciones físicas. La vida a menudo es cruel con los que menos tienen, y ver a Asta en esta condición me hizo sentir un profundo pesar.
El lamento no solo era por Asta, sino también por sus compañeros, quienes estaban visiblemente afectados por la situación. Recordé cómo había desconfiado de él cuando hizo su demostración de magia en la academia, y ahora, me arrepentía profundamente. En su corazón solo había bondad, una bondad que parecía estar presente en cada uno de los miembros de los Toros Negros.
Una ira inusual y ardiente comenzó a burbujear en mi interior. Me invadía un deseo intenso de demostrarle a la sociedad, especialmente a la realeza, lo que verdaderamente significaban los Toros Negros. Quería restregarles en la cara la realidad de su valentía y lealtad, una realidad que parecía ignorarse frente a la superficialidad y el juicio.
El día transcurrió en calma, sin muchos movimientos en la casa. En pocas horas, todo se había vaciado de vida y ruido. Me preguntaba a dónde podrían haberse ido todos. Mi curiosidad fue interrumpida cuando, al pasar por el pasillo hacia el baño, escuché una conversación entre Finral y Noelle. Estaban hablando sobre la búsqueda de una cura para los brazos de Asta. Parecía que se dirigían a algún lugar en compañía de Asta, quien, al parecer, había escuchado la conversación.
En la sala, Yami estaba sentado con un periódico extendido frente a él, completamente relajado.
—¿Irás a buscar una cura para Asta también? —le pregunté, tratando de ocultar mi creciente irritación.
Yami bajó lentamente el periódico, me miró brevemente, y luego lo subió de nuevo sin decir una palabra. La indiferencia en su rostro era palpable.
—Sé que los mocosos encontrarán algo —murmuró con un tono de desdén.
—Pero también deberías ir tú, eres su capitán —insistí. Cuando no recibí respuesta, mi molestia creció—. Pues yo sí iré, en cuanto me quite esta cosa —dije señalando la bota en mi pie.
Me preguntaba si Yami estaba fingiendo su falta de preocupación. ¿Podía ser que su aparente calma fuera solo una fachada para ocultar la preocupación real que sentía por Asta?
Yami levantó el periódico y lo observó con atención, como si no quisiera mirar mi rostro frustrado. Finalmente, dejó el periódico a un lado y se inclinó hacia adelante, con sus ojos fijos en mí.
—Sí, estoy preocupado —admitió con un tono grave—. Pero los mocosos tienen que encargarse de esto por sí mismos. Viajaré mañana a una zona oculta en el reino. Es un lugar al que pocos tienen acceso.
Me acerqué a él con firmeza... o eso esperaba que pareciera.
—Quiero ir contigo —dije, dejando claro que no iba a ser disuadida.
Yami alzó una ceja, mirándome con escepticismo.
—¿Te das cuenta de que puede ser peligroso? —preguntó, con un toque de advertencia en su voz.
—Sí, lo sé —respondí desafiante—. Pero no voy a quedarme aquí sin hacer nada —finalmente, suavicé mi expresión—. Confío en ti.
Yami estudió mi expresión por un momento. Finalmente, su semblante se relajó un poco y una sonrisa pequeña, casi imperceptible, apareció en su rostro.
—Está bien —aceptó, con una mezcla de resignación y diversión en su voz—. Puedes venir, pero no me hagas arrepentirme de mi decisión.
Buenas noches gentecita hermosa, ayer estaba pensando en el fanfic, y consideré ausentarme sin avisarles nada y después llegar de repente con cinco capítulos de una sola vez, porque sé que lo leerían así me demorara cinco días en publicar o dos semanas. Sin embargo (un gran pero) es que mi enemiga soy yo misma, y sé que el hecho de hacer eso puede provocar que no escriba, en cambio, subir capítulo por capítulo es más presión y me motiva más.
Lo sé, mucho texto jajajajajaja
+Quiero que el fanfic tenga treinta capítulos, así que vamos en la mitad ya, que emoción 🥂
Ah, y bienvenido/a nuevo/a lector/a 🙂↔️🤝🏻 pueden comentar sin pena ni timidez, yo generalmente respondo todos los comentarios. Gracias por votar 🦉
Un beso enorme, nos leemos en el próximo capítulo 🩷
-Cote
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