Capítulo 14
A la mañana siguiente, después de desayunar y conversar un poco con Henry, decidí que internarme sola en el bosque era la mejor idea que se me había ocurrido hasta ahora. Buscar flores frescas y recorrer la zona boscosa era un plan ideal que iba a poner en marcha de inmediato. Hacía un poco de calor afuera, así que opté por llevar un vestido largo que, esta vez, no cubría del todo mi cuello, dejando entrever un poco la zona de mi pecho.
Los cambios inician con un paso a la vez.
Quizá Kaori tenía razón; en estas últimas semanas algo en mí había cambiado y ya no sentía la necesidad de encerrarme. Quería experimentar más cosas que antes no me había permitido, como, por ejemplo, un paseo por el bosque. Desde pequeña había crecido en la ciudad real y, al salir del castillo, me fui a vivir a la Ciudad de Kikka, lo que significaba que la naturaleza y yo no nos llevábamos bien. Pero eso estaba por cambiar. No es que me fuera a internar en una selva llena de criaturas salvajes; sobreviviría con el conocimiento básico de supervivencia. Quería buscar flores de diferentes colores y encontrar todos los ríos o lagos posibles. Dado que no planeaba irme lejos y además me encontraba sola en esta zona, decidí dejar mi cinturón con el grimorio sobre la cama de Yami y mis botas en la entrada de la casa para cuando tuviera que regresar. Por fin podría sentirme libre, sin nadie a mi alrededor que me juzgase. El día estaba perfecto para salir de picnic y explorar.
Llevaba caminando unos veinte minutos. El canto de las aves me relajaba y, de vez en cuando, me subía a una roca (con mucho cuidado) para sentarme y cerrar los ojos. Planeaba volver cuando el sol se estuviera ocultando; había dejado flores sobre los troncos de los árboles para encontrar el camino de regreso a casa.
Casa.
Me detuve.
Bueno, técnicamente mi casa temporal.
Seguí caminando.
A lo lejos, escuché el sonido del agua cayendo majestuosamente. Dudé en salirme del sendero que había seguido hasta ahora, pero me encogí de hombros. Si iba a explorar, tenía que hacerlo bien. Cuando pasé por debajo de una espesa maleza, mi cabello se enredó con una rama y terminó cayendo desordenadamente sobre mis hombros; la goma del cabello se había roto. Al otro lado, abrí la boca sorprendida y las comisuras de mis labios se elevaron. ¡Qué hermosa vista! Una colina plana, cubierta de vegetación, se extendía suavemente hasta llegar a un riachuelo. Pensar que este lugar estaba escondido en alguna parte del bosque me hacía sentir como en un cuento de hadas. No hallé mejor forma de expresar mi felicidad que dando un giro sobre mi eje y corriendo colina abajo, liberando todo lo que había oprimido hasta ahora. Reí como una demente y dejé volar todas las flores que había recogido durante el camino. Giré y salté alegre, el vestido se elevó producto de las fuertes corrientes de aire, pero eso no me importó.
Libre. Libre. Libre.
Lloraría de felicidad solo por estar viviendo este momento tan íntimo para mí. La naturaleza parecía sonreírme, así que me pareció una buena idea correr con todas mis fuerzas hacia las claras aguas. Me permití creer que la magia no existía y que éramos simples mortales en este reino. Mis piernas ardían debido a la fuerza que aplicaba al pisar y al movimiento de la parte inferior de mi cuerpo. Mi cabello ondeaba hacia atrás y, cuando vi que aparecía un montículo, me preparé para saltarlo. Tomé más impulso y salté. Creí que pisaría hierba firme del otro lado, que finalmente podría bajar la velocidad y descansar a la orilla del río, sentada bajo la sombra de los árboles. Pero me equivoqué.
Cuando salté, no me encontré con hierba y tierra firme, sino con un gran orificio en el suelo. Caí desplomada, viendo mi vida pasar en cámara lenta mientras las paredes de la zanja de tierra se desdibujaban a mi alrededor. Intenté agarrarme de algunas raíces que brotaban de las paredes, pero fue en vano. Caí de espaldas, con las piernas cruzadas.
Lo último que vi antes de desmayarme fue el brillante sol en lo alto.
El concepto de libertad incluía muchas cosas, pero nunca imaginé que quedarme atrapada en una zanja profunda formaría parte de ello. Había despertado hace cinco minutos, asimilando lo que había pasado. Fui insensata al correr por un terreno desconocido que, por supuesto, parecía inofensivo. Quienquiera que haya hecho esta zanja, pensó en enterrar un ataúd aquí dentro. Me quejé por el dolor de cabeza al intentar incorporarme. El vestido se me había rasgado en los codos, y tenía raspones que ardían, tanto en los codos como en las rodillas. Mis manos estaban lastimadas por la fuerza que hice al intentar sujetarme de las paredes de tierra. Sentía el cabello sucio, seguramente por algunos terrones de tierra que cayeron sobre mí. El cuerpo me dolía de manera inimaginable. Me concentré en el dolor. Me había golpeado la cabeza al caer, pero recordaba todo hasta ahora. Bien. Por otro lado, intenté descruzar mis piernas y lo hice a duras penas; me había lastimado el tobillo derecho. ¿Cuánto llevaba inconsciente? Miré hacia lo alto, el sol había desaparecido desde la última vez que lo vi, pero aún seguía claro allá arriba, aún no anochecía. ¿Una hora tal vez? ¿Media hora?
Con mucho esfuerzo pude sentarme.
—Esto se ve mal —murmuré al palpar con delicadeza mi tobillo. Estaba inflamado.
Genial, la experiencia en el bosque había resultado ser lo contrario a lo que esperaba. Estaba a unos cuarenta minutos lejos de la base, Yami no regresaría hasta mañana y Henry no podía salir de la casa. No tenemos vecinos, qué inconveniente. Me encontraba sin ayuda externa; tenía que salir por mí misma de esto. Tal vez, si intentaba concentrar el maná alrededor de mi cuerpo lo suficiente como para elevarme hacia arriba, podría caminar apoyada en algún palo que me sirviera de bastón. Tenía sangre seca en los nudillos de mis manos. Raspones más bien.
Había aprendido a controlar el maná; ser profesora no me convertía en una inútil. Tomaría esta experiencia como un aprendizaje para mis alumnos, en caso de que algún día se encontraran en una situación similar. Cerré los ojos y comencé a calmar mi respiración. Imaginé que una energía de luz entraba a mi cuerpo al inhalar, y que exhalaba toda aquella energía que no servía. Estuve así cinco minutos, ignorando también el dolor de mi cuerpo. Lentamente, un calor se extendió por las paredes de mi ser. Sentí una corriente de vibraciones y un sonido rozar mis orejas. Era el maná.
Abrí los ojos, sonriendo satisfecha al ver el tono azul zafiro de mi magia natural, similar al brillo de mi grimorio. Estar rodeada de naturaleza virgen era un plus para este tipo de entrenamiento. Con cuidado de no chocar contra las paredes de la zanja profunda, me elevé hacia arriba. Sin embargo, al desconcentrarme por un instante, caí sobre la superficie. Aullé de dolor cuando mi tobillo hizo contacto con la hierba.
—Maldición.
Nunca maldecía, eso no estaba bien, pero ¡maldición! ¡Dolía mucho!
Busqué a mi alrededor ramas sueltas, y una a lo lejos, lo suficientemente gruesa, captó mi atención. Sin apoyar el pie derecho, hice malabares para no desestabilizarme. Cuando llegué hasta ella, la tomé y apoyé mi peso sobre la rama. Tenía que regresar pronto a la base antes de que anochezca. El bosque de día era hermoso, pero de noche se volvía demasiado terrorífico.
Llevaba diez minutos caminando de vuelta, siguiendo mis señuelos, pero me parecía que había pasado una hora entera. Aún me quedaban otros treinta minutos de camino, y dado que avanzaba a una lentitud descomunal, llegaría cuando anocheciera. Al menos había vivido una experiencia salvaje, algo que nunca imaginé. Reí entre dientes; el positivismo a veces ayuda. Probablemente me había lesionado el tobillo y necesitaría algunos días de sanación con un médico especializado. En el castillo, las heridas se curaban en un santiamén, pero ya no estaba allí y tampoco quería volver a ese lugar.
Miré el cielo mientras pasaban varios minutos. Aún quedaba camino por delante. Podría volver a usar el maná y volar directo a casa, pero me sentía exhausta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me puse en forma? Enseñar me había vuelto una vaga. La teoría había desplazado a la práctica. Si fuera profesora de cursos superiores, tendría que estar en mejor forma para igualar la energía de esos jóvenes. En cambio, los alumnos más pequeños requerían mi presencia para corregir sus posturas y el tipo de magia que usaban. No con demasiada fuerza, ni con demasiado poder. Controlar la magia en pleno desarrollo de un niño era una tarea complicada, pero para eso era que había estudiado.
Me detuve para observar mi tobillo. La zona alrededor estaba poniéndose morada. Casi me caigo al suelo cuando vi la casa a lo lejos. Puntos para Henry por tener todas las luces encendidas. Pero Henry no podía salir de la casa; ¿cómo buscaría ayuda? Tendría que subirme en una escoba mágica y volar como pudiera. Mis zapatos seguían en la entrada. Me acerqué casi sollozando y llena de alivio, cuando escuché voces al interior. Me paralicé.
—¡Hicieron un buen trabajo, chicos!
La voz de Asta. Sí, no me lo había imaginado. Los Toros Negros habían regresado de su misión. No, no, no. Esta no era la impresión que quería darle a Yami a su regreso. El primer consejo que seguí de Kaori había sido arruinado por mi culpa.
—Tú eres el que se encuentra peor —le dijo Noelle.
—Ay, estoy agotado —habló Finral.
—Marie, por fin estoy en la superficie al igual que tú, ahora respiramos el mismo aire bello ángel mío.
—Es hora de comer —exclamó Charmy.
—Beber una copa o toda una botella después del trabajo es genial.
—¿El mérito lo podemos compartir todos, no es así?
—Yo diría que, aunque aumenten los puntos positivos, seguiremos siendo la peor orden —respondió Finral.
Me alegré por ellos; al parecer, su misión había sido un éxito. Me quité el polvo y las ramitas de encima, dejé el palo que había usado como bastón a un lado, y metí el pie izquierdo en una bota. Al hacerlo con el derecho, reprimí un gritito de dolor. Apenas cabía en la bota, pero al menos me permitiría subir al cuarto piso y salir sin que nadie me viera.
De pronto, la voz de Yami aceleró mi corazón.
—Es un fastidio, tendré que informar al Rey Mago.
Respiré más que profundamente y moví la puerta hacia adelante.
—¿Qué ha pasado con la casa? Está mucho más bonita —dijo una asombrada Noelle.
—¡Señorita Beatrice! —Me saludó Asta—. ¡Hemos vuelto!
Le sonreí a todos, ignorando la mueca de dolor que quería escapar por mis labios.
—Bienvenidos —les dije—. He dejado mucha comida en la nevera.
Bastó la palabra "comida" para que salieran corriendo hambrientos.
Sabía que los ojos de Yami estaban posados sobre mí, pero lo ignoré deliberadamente. Hasta que se acercó más, tuve que levantar la cabeza para mirarlo.
—Ey —me dijo—. ¿Has hecho todo esto tú sola?
Negué.
—Con Henry, espero no te moleste —murmuré cohibida. Lo había echado de menos, el cielo sabía que sí.
—Te ves bastante pálida —rozó mi hombro. Me estremecí por el tacto—. ¿Te encuentras bien?
¿Por qué estaba siendo tan cariñoso conmigo? Preferiría que me ignorara para poder llegar a mi habitación.
—Me duele la cabeza, salí a explorar un poco, así que iré a recostarme. Pensé que no llegarían hasta mañana.
Se encogió de hombros.
—Terminamos antes.
—¿Asta está bien?
Miré al chico musculoso, que tenía un vendaje en sus brazos.
—Se recuperará en cuanto lo lleve con Owen, el mago de recuperación del Rey Mago.
Tragué saliva nerviosa.
—¿P...puedo ir contigo? —lo tomé de los brazos, apoyando más mi cuerpo de lo normal.
—Ey, profe, abre los ojos.
¿Cerré mis ojos? ¿Por qué todo se sentía tan bien ahora?
—¡Señorita Beatrice!
—¿Qué pasó?
—Creo que se desmayó.
—Capitán, sus manos... está herida.
No estoy desmayada, puedo escucharlo, pero a duras penas logro distinguir claramente todo. Escuchaba voces, pero no sabía de quién. Alguien me cargaba. Me gustaba sentir este calor contra mi cuerpo. Las voces se avivaron nuevamente.
—Charmy y Asta, acompáñenme con el Rey Mago. Tú, Finral, llévanos.
—¡Un por favor no vendría mal!
—¿Te parece que quiero perder el tiempo, mocoso insolente?
—Voy, voy —se escuchó una risa nerviosa.
Me quejé entre sueños, o quizá en la vida real. No sabía. Intenté murmurar algo.
—P...p...pie... —dije, aún con los ojos cerrados.
Sentí una corriente rodear mis pies.
—¿Qué estabas haciendo, profe?
Noté preocupación en su voz. Me hubiese gustado responderle, pero esta vez las voces se silenciaron.
Yo, cuando escribía la primera parte: sé libre muchacha 😭
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