Capítulo 12 (+18)
Buenas noches, lean con precaución. No crean que esta escritora les soltará todo el material de una sola vez (se va épicamente)
Me remuevo inquieta sobre la cama y trato de acomodarme lo mejor que puedo. Me pongo boca abajo y abro mis piernas como si fuera una tijera, para así poder estirarme. No abro los ojos para no perder el hilo del sueño, me apetece seguir durmiendo. Busco refrescarme un poco al sacar una pierna por debajo de las sábanas, quiero estirarme más, pero algo me lo impide. No algo, alguien. Abro abruptamente los ojos y casi grito del susto al reconocer aquellos ojos grises que me contemplan fijamente.
—¡¿Qué haces en mi habitación?!
Me cubro con las cobijas hasta el cuello, tratando de ocultar el camisón que se transparenta. Yami se ríe suavemente y apoya el mentón sobre su mano, observándome con atención.
—Qué graciosa.
Entonces, me doy cuenta de que no estoy en mi habitación, ya que las paredes de esta son de un color más oscuro. Las cortinas son de un tono azul nocturno, y hasta las cobijas y las sábanas combinan con ese color. Todo huele a él. El aroma de Yami está impregnado en estas sábanas, en cada rincón de este dormitorio.
—¿Por qué estoy aquí?
—Quizá debería refrescarte un poco la memoria —dijo burlón—. Anoche, tú y yo... Bueno, yo y tú... hicimos...
Temblé. De pronto Yami comenzó a reírse con más ganas.
—En serio profe, eres muy graciosa.
Aparté la mirada, avergonzada. De repente recordé por qué estaba durmiendo junto a Yami. Todo había sido por mi culpa, porque no pude dormir sola en la habitación de enfrente. No podía ser, qué ingenua, qué tonta... Ahora Yami se burlaba de mí, y tenía razones para hacerlo. A juzgar por la poca luz que entraba, ya estaba amaneciendo. Apreté más las sábanas a mi alrededor. Su olor estaba impregnado en mi piel... Tragué saliva, nerviosa.
—Mírame.
Hice lo que me pidió sin rechistar. Yami extendió su brazo y, con las yemas de los dedos, comenzó a recorrer mis mejillas. Retrocedí de inmediato. ¡El maquillaje no estaba! No...
—Entonces, ¿por eso te maquillas? ¿Por qué las escondes?
Apreté mis manos en silencio, sin que él se diera cuenta.
—No me gustan —las odio.
Giré el rostro para evitar que me viera.
—A mí me parecen bonitas —dijo.
Lo miré sorprendida. ¿Bonitas? Siempre me habían dicho lo contrario.
Yami tomó un mechón de mi cabello, y me di cuenta de que también lo tenía suelto. Todo lo que intentaba aparentar frente a un extraño, nunca podía mantenerlo frente a Yami. De alguna manera, siempre terminaba revelando a la verdadera Beatrice que intentaba ocultar.
—Volveré a mi habitación.
Dudé entre levantarme y caminar despacio o salir corriendo. En cualquier caso, me daba vergüenza salir así. ¿Qué clase de pensamientos tuve anoche como para creer que venir a la habitación de Yami Sukehiro sería una buena idea?
Yami tomó mi mano con suavidad. Su tacto era cálido y delicado.
—Podríamos terminar lo que empezamos anoche.
Lo miré incrédula.
—¿Estás loco?
—Mmm, tal vez aún siga medio dormido—dijo con una sonrisa radiante.
Cuando intenté levantarme, Yami tiró de las sábanas con tanta fuerza que las arrancó de la cama y las lanzó lejos. Inmediatamente traté de cubrir mi torso y mis piernas. Se estaba divirtiendo conmigo... ¡se reía!
—Hace mucho calor, ¿no crees?
Como no había nada que ocultar, me dispuse a salir rápidamente. Sin embargo, no me di cuenta de cuándo Yami se acercó a mi lado, me tomó de la cintura y me lanzó sobre la cama. Fue entonces cuando noté que su torso estaba completamente desnudo. Por primera vez, no tenía que imaginar qué se escondía debajo de esa camiseta blanca. Quedé impresionada.
—Tu Ki tiene un aroma muy peculiar; nunca había sentido algo así, y ahora quiero descubrir por qué.
—Tal vez es mi perfume —respondí, intentando apartarlo de encima, pero con Yami eso era imposible debido a su peso.
—Tal vez... hay algo que quiero probar.
No quería caer en su juego, pero...
—¿El qué?
—¿Podría cambiar el aroma de tu Ki si hago esto? —preguntó, tocándome por encima del camisón, justo en el área del ombligo.
—N... No.
—¿No? Puede que tengas razón. Entonces, ya que llegamos hasta aquí, no me vendría mal probar en otras zonas de tu cuerpo. Aquí, por ejemplo —dijo, rozando mis pechos con los nudillos sobre la tela del camisón.
—No hagas eso —le supliqué.
—La pequeña oveja vino por su cuenta a la cueva del lobo. ¿Creías que el lobo se quedaría sin hacer nada?
—Si te pido que te detengas, lo harás —afirmé.
—Lo haré —respondió—, después de esto.
Gemí cuando cubrió uno de mis senos con su mano. Comenzó a palparlo. Su mano encajaba perfectamente con el. Con su dedo pulgar e índice, tiró de mi pezón. Solté un sonido ahogado.
—¿Aún quieres que me detenga? —preguntó con voz grave.
No respondí, absorta en las miles de sensaciones que recorrían mi cuerpo cuando tomaba uno de mis senos y reanudaba los movimientos. Por instinto, levanté mis caderas hacia su pelvis. Yami reaccionó al instante, y presionó sus caderas contra las mías. Se frotó contra mí y sentí que algo me presionaba. Gemí más fuerte y cerré los ojos. Mi respiración era errática. Esto que sentía era nuevo, y se sentía bien.
Yami dejó de frotarse contra mí y con sus manos, tomó mis nalgas apretándolas. Solté un gemido y sentí una vibración en mi vientre bajo. Noté cómo mi entrepierna se humedecía; tenía el impulso de seguir frotándome contra él hasta alcanzar algo. Me desesperé. Sin pensarlo, coloqué mis manos sobre sus hombros desnudos, recorriéndolos hasta su pecho, pasando por sus pectorales y su abdomen definido. Mis manos ardían, como si tuviera fiebre. Los ojos de Yami se veían oscuros y su ceño se fruncía y cerraba los ojos con cada caricia. Entonces, Yami cambió la dirección de su mano derecha y la movió hacia adelante, rozando mi entrepierna. Me sobresalté y mi corazón latió aún más fuerte.
—¿Qué vas a hacer? —logré preguntar.
—¿Confías en mí?
Negué con la cabeza.
—No.
Yami se rió.
—Esto se sentirá bien.
Después de decir eso, me aferré a sus hombros cuando comenzó a realizar movimientos circulares en mi punto sensible. Incliné la cabeza hacia atrás. ¡Cielo santo! Nunca había experimentado tanto placer.
—Eres muy hermosa —soltó repentinamente.
Sus palabras sinceras me hicieron estremecer. La intensidad de sus caricias y su voz profunda provocaron una oleada de sensaciones que no podía controlar. La cercanía de su cuerpo y la calidez de su respiración se mezclaban con el fuego que sentía en mi interior.
Me quedé sin palabras, abrumada por el torrente de placer que me envolvía. Mi respiración se volvía irregular, y cada vez era más difícil mantenerme enfocada en algo más que no fuera la sensación pura y eufórica que estaba experimentando. Las palabras se me escaparon, reemplazadas por un susurro de jadeos y gemidos que escapaban sin control. Finalmente, la acumulación de sensaciones llegó a su punto culminante. Un temblor intenso recorrió mi cuerpo, y el clímax se desató como una ola imparable. Mi cuerpo se arqueó y contrajo, atrapado en un momento de éxtasis que me hizo perder el sentido del tiempo. Cada fibra de mi ser parecía vibrar con un ardor que parecía no tener fin.
En el instante de mi liberación, sentí cómo todo se desvanecía, dejando solo la conexión profunda entre nosotros. Mientras recuperaba el aliento, me aferré a él, sintiendo cómo mi cuerpo se relajaba en sus brazos.
—Tengo que hacer algo, espérame —dijo Yami, dándose la vuelta—. No mires, no quiero asustarte.
Me incorporé, aún mareada por la intensidad de lo que acababa de experimentar.
—¿Por qué me asustarías?
—Solo necesito unos segundos —murmuró, aún de espaldas.
—Quiero mirar —le pedí, mi curiosidad superó cualquier otra cosa.
—Mmm. Tal vez no sea...
—Déjame ver —insistí.
Yami suspiró y se dio la vuelta. Me sorprendí al ver lo imponente y majestuoso que era. La visión ante mí era tan impactante como inesperada, y sentí una mezcla de asombro y un ligero miedo. Su miembro era grueso y grande. Muy probablemente eso no cabría dentro de mí.
—Si sigues mirándome así, llegaré más rápido. Y planeo disfrutar de este momento.
—Pensé que...
—No haré algo de lo que puedas arrepentirte después. Eres libre de elegir tu primera vez con el hombre que tú desees —añadió, dándose cuenta de mi inexperiencia con los hombres.
—No es lo que yo...
—Hay otras maneras de disfrutar del placer que no involucran al hombre penetrando a la mujer. Y yo, Beatrice, deseo brindarte ese placer.
Mi rostro se enrojeció al escuchar sus palabras.
—Si sigues mirándome así... maldición, necesito liberarme —murmuró, con voz cargada de deseo.
Comenzó a mover su mano de arriba hacia abajo, apretando más la zona de su eje, repitiendo el movimiento con una cadencia que desbordaba deseo. La conversación quedó en un segundo plano mientras el calor se instalaba en mi vientre. Sentí cómo mis pezones se endurecían y mis pechos se volvían pesados al verlo de esa manera.. Su mirada estaba fija en mí, cargada de un gozo palpable. Peligroso. Definitivamente es peligroso. Y tal como había dicho antes, había entrado en la guarida del lobo, tan ingenua como una ovejita.
Sin poder contenerme, apreté mis pechos en un intento de aliviar el dolor ardiente que sentía. Verlo así... recostado de esa manera... con sus músculos contrayéndose y las venas de sus brazos marcándose... desee sentir aquella liberación de antes otra vez.
—Si te tocas así —dijo, con una voz profunda y grave—, no tendré autocontrol, Beatrice.
Tal vez no quería que tuviera autocontrol. Sin embargo, una parte de mí dudaba si intimar con Yami era lo correcto. Ni siquiera quería pensar en lo que estábamos haciendo, porque querría esconderme, y solo por esta vez, no quería huir. Quería quedarme allí, observando cómo se tocaba. Me sentí deseada bajo su mirada intensa, y la necesidad de moverme contra él se volvía abrumadora. Gemí sin poder evitarlo, y al escucharme, Yami aceleró el ritmo de sus movimientos. Finalmente, se liberó, y un líquido blanco y espeso emergió de su miembro, cubriendo parte de sus piernas y abdomen. Sentí que estaba cerca de mi propio clímax, hasta que Yami me giró boca abajo, inmovilizando mis brazos contra mi espalda. Luego, elevó mi trasero con una de sus rodillas y comenzó a acariciar mis senos.
Algo firme y blando chocó contra la separación de mis nalgas.
—Sabes, profe, eres muy atractiva —susurró en mi oído y luego besó mi nuca. Gemí.
No podía verlo, pero podría jurar que estaba sonriendo.
—Imaginé que tendrías un buen cuerpo, pero me sorprendió gratamente encontrarme con algo mucho más que eso. Respóndeme, ¿qué sientes cuando hago esto?
Yami deslizó su eje por la hendidura de mis nalgas.
—Ah —no podía pensar con claridad. Mi mente deseaba que continuara, que se adentrara más entre mis piernas. Si el dolor que decían que se experimentaba era cierto, estaba dispuesta a soportarlo. Por él, lo soportaría. Quise suplicarle, pero las palabras se me escapaban.
—Más...
Aunque aún llevaba el camisón, la tela se sentía asfixiante y pesada.
Yami introdujo un dedo en mi interior, haciendo que echara la cabeza hacia atrás, con las venas de mi frente marcándose al intentar contenerme. Si seguía así, gritaría. De pronto, introdujo otro dedo y comenzó a jugar contra mi interior, a penetrarme con ellos.
—Yami...
—Podrías llamarme por mi nombre. Si lo haces, te recompensaré muy bien.
Tragué saliva, luchando por formar palabras.
—Su...suk...
—Vamos, no es tan difícil. Tal vez necesites un poco más de motivación.
Sentí su miembro deslizarse de arriba hacia abajo por mi trasero, sin llegar a penetrarme. Con su mano libre, tomó uno de mis pechos, estrujándolo suavemente antes de presionarlo con más intensidad. No podía soportar más. Cedí ante tales sensaciones. Exquisitas sensaciones. Valió la pena esperar tantos años solo para experimentar esto con él. Así que grité su nombre.
—¡Sukehiro!
Entonces, aumentó la intensidad con la que me penetraba con sus dedos, mientras yo me movía contra su mano. Dios. Dios. Dios. Dios. Mi respiración se volvía cada vez más irregular, y me sentía mojada, sudada y acalorada, como si tuviera fiebre alta. Su cuerpo cubría el mío por completo, el calor que emanaba de él abrazaba el mío.
—Hueles tan bien, tu Ki me está volviendo loco.
No pude soportarlo más; mi liberación llegó acompañada de un fuerte grito, y mis piernas temblaron. Mi cuerpo se desplomó sobre la cama, exhausta. Yami gruñó y maldijo al sentir el líquido descendiendo por mi pierna.
—Lo siento, no pretendía ensuciarte.
Sentí que se avergonzaba por no haber podido controlarse, pero no me importaba estar cubierta con su líquido espeso.
—No te preocupes por eso —logré decir entre respiraciones profundas para recuperar el aliento y calmarme.
Yami me hizo sentir feliz, me hizo olvidar todo lo que había sido y todo lo que era en ese momento. Sonreí contra la almohada, con unos pelitos rebeldes pegados a mi frente.
Holis! Aquí otro cap y mañana otro.
Jiji
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top