Capítulo 1

Llevar el control, mantener el orden y sumergirme en una tranquilidad difícil de sostener ha sido una tarea complicada en mi día a día. No hay recuerdo alguno en la caja de hierro forjado que es mi memoria que me indique lo contrario; nunca he hecho lo que realmente deseaba, ni me he comportado como habría querido. La etiqueta, el decoro y las interminables clases de modales han impregnado mis movimientos, las palabras que salen de mis labios e, incluso, esa voz interna que me reprende constantemente, una voz que no me abandona a pesar de mis intentos por silenciarla.

No puedo. Lo intento, pero no puedo.

Ya es demasiado tarde. Los años pasan y mi edad se aproxima a un número demasiado serio como para ignorarlo. No hay tiempo para pensar en mí. No ahora, cuando he encontrado esa razón que me motiva a levantarme cada día, que me impulsa a aprender cosas nuevas para enseñárselas a ellos. Ya no puedo lamentarme, porque de una forma u otra dejé que el destino me guiara, entregándome a quien sea que gobierne los cielos, con la esperanza de al menos aportar un granito de arena a sus vidas, aunque ese granito sea diminuto.

Me recojo el cabello con fuerza en un moño, tirando de él hasta que no queda ni un solo mechón fuera de lugar. Me aseguro de que ningún mechón rebelde escape, evitando arruinar mi aspecto pulcro. Con una buena cantidad de gel y la ayuda de una peineta, acomodo los últimos detalles. Una vez satisfecha con el resultado, me acerco al espejo, mordiéndome nerviosa los labios mientras observo las pequeñas manchas marrones que cubren ferozmente mi nariz y parte de mis mejillas.

Suspiro.

Es un suspiro largo. Muy largo.

Mis pecas parecen anhelar el momento en que podrán desfilar libremente por mi piel, pero lo que ellas no saben es que ese día nunca llegará. Tomo una cantidad generosa de base de maquillaje de un pequeño frasco transparente y la aplico con una brocha sobre las pecas, borrando temporalmente aquello que me ha caracterizado toda la vida.

Las odio.

Las detesto.

Nadie en mi familia, salvo yo (siempre soy la excepción, y nunca de manera positiva), tiene estas pecas. Fui el blanco de burlas y risas por ello, y por eso las cubro, tratando de eliminar cada una con la brocha, a veces con demasiada fuerza. Es el único maquillaje que uso. Observo una vez más a la chica de pestañas largas y ojos ámbar que me mira desde el otro lado del espejo: mi reflejo. Dejo de morderme los labios al instante. Es un mal hábito, algo que hago inconscientemente cuando estoy nerviosa. Pero no lo estoy, no debería estarlo.

Aliso el largo vestido negro que cae mucho más allá de mis rodillas y estiro un poco más su cuello alto, como si eso fuera realmente posible. Estoy satisfecha con el resultado, me veo bien (me veo aburrida). Mi apariencia es impecable, sin margen de error, como debe ser.

El mismo atuendo de siempre.

Tengo varios vestidos iguales a este, salvo por uno que otro color diferente, pero el diseño sigue siendo el mismo. Me pongo las botas negras y suspiro. Lleno mis pulmones de aire, recordando que respirar es algo innato del ser humano, algo de lo que la mayor parte del día no somos conscientes. Doy cuatro, no, seis pasos hasta llegar a la mesita de noche y tomo el cinturón marrón que sostiene mi grimorio.

Perfecto, ahora todo está en su lugar.

Me reprocho mentalmente por el ligero temblor en mis manos. Me recuerdo que lo que haré hoy será por ellos... por mis alumnos y alumnas. Antes de girar el pomo de la puerta, cierro los ojos y apoyo la frente sobre la madera. Ya no lo soporto. Escucho ruidos en las habitaciones contiguas, sonidos que no deberían oírse a estas horas de la mañana. Gemidos y gritos se cuelan bajo mi puerta. Aprieto los puños, luchando contra el impulso de callar sus voces, obligándome a quedarme donde estoy, evitando hacer una escena de la que luego me arrepentiré. ¿Qué esperaba? En los hoteles, este tipo de cosas es común, y sabía perfectamente que me encontraría con escenas como esta cuando firmé el contrato de estadía fija.

Calma. Me repito que debo mantener la calma.

¿Las ventajas de vivir en un hotel? No hay nadie que me controle, nadie que me vigile ni me juzgue. Nadie que me espere del otro lado de la puerta para decirme qué hacer o qué comer. No hay nadie. ¿Las desventajas? Este tipo de escenas suelen salirse de control y, bueno... me molestan. Me molestan mucho. En mi piso, probablemente soy la única que permanece en la misma habitación todos los días, mientras que he perdido la cuenta de cuántos huéspedes han pasado por las habitaciones frente a la mía y a mi lado.

Finalmente, giro el pomo y cierro la puerta con llave, la cual llevo siempre colgada al cuello. Murmuro un hechizo y observo una última vez el número 43 a través de la pequeña lupa de la puerta. El sonido de mis botas resonando sobre la alfombra de color vino acompaña mis pasos mientras los gritos van quedando atrás. Al bajar las escaleras, veo desde el segundo piso a unos huéspedes medianamente molestos discutiendo con Greici, la recepcionista. Cuando me ve, levanta la mano y la agita, ignorando las quejas de aquellos clientes. Le devuelvo el saludo, no tan animada como ella (nadie supera a Greici en eso), y atravieso las puertas giratorias hacia la salida. Tres años. Llevo tres años quedándome en este hotel y nunca he mantenido una conversación de más de diez minutos con Greici. No puedo. No me sale, aunque sé que una huésped ejemplar no haría eso. Aun así, se conforma con saludarme cada mañana. Riku, el recepcionista de la tarde, es más reservado; se limita a hacer su trabajo sin mostrar interés en hablar conmigo, cosa que agradezco.

Hoy es un día muy importante para el Reino del Trébol, tanto que las escuelas cierran para celebrarlo: el Festival de las Estrellas. Como su nombre indica, es una festividad donde el propio Rey Mago, Julius Novachrono, premia con estrellas a los escuadrones de caballería mágica más destacados, aquellos que han brillado en sus misiones, aportando al reino y ayudando a los civiles. Son estas órdenes mágicas las que reciben reconocimiento por sus méritos. La emoción por el festival es palpable, y especialmente para mí, ya que mis pequeños alumnos no han dejado de hablar de ello durante la última semana. Todos esperan que Amanecer Dorado obtenga el primer lugar. Debe ser así, son los mejores. Aunque no suelo seguir de cerca las actividades de cada orden, guardo una admiración especial por el capitán William Vangeance. ¿Quién no lo haría? Su mera presencia impone silencio, cautivando a quienes lo rodean, intrigados por lo que oculta tras su máscara. Admirar esta orden es más común de lo que parece; después de todo, muchos valoran a quienes más les han ayudado. Por eso me sorprendió cuando mis alumnos expresaron su deseo de que los Toros Negros ganaran el primer lugar.

Los Toros Negros. Primer lugar.

Es algo bastante... inusual. Me dejaron sin palabras. Había oído rumores en el hotel sobre la creciente popularidad de ese escuadrón, pero no estoy al tanto de lo que han hecho para merecerlo. ¿Se habrán vuelto más poderosos? Parece que esa orden rebelde y caótica ha dado un giro radical, dejando atrás su fama de ser los peores. Todo el mundo ha escuchado alguna vez hablar de los Toros Negros, y las noticias no suelen ser positivas. Aunque tengan méritos suficientes para obtener muchas estrellas, haría falta mucho más que eso para destronar a Amanecer Dorado.

Y aquí voy, más nerviosa de lo que me gustaría admitir, a dicho festival.

Quiero recompensar el esfuerzo de mis alumnos, premiar su dedicación a cada clase. No sé qué sería de mí en este momento sin ellos. Así que, aunque no me guste lo que estoy a punto de hacer, aunque sea lo más insensato que he intentado, aunque tenga que tragarme el orgullo y suplicar al capitán de esa orden, lo haré. Estoy nerviosa. Aterrada.

Uno. Dos. Uno. Dos.

Camino con paso firme, envuelta en el bullicio del festival. La ceremonia debería comenzar en media hora. Mi objetivo es encontrar al capitán de los Toros Negros y rogarle (aunque no quiera). Mis alumnos me pidieron que intentara traer a los Toros Negros a la academia para una demostración de magia, y no he dejado de pensar en ello. Se han vuelto fanáticos de las historias de ese escuadrón, y pasé una noche entera debatiendo qué hacer. Después de todo, ¿quién escucharía a una profesora de una academia de magia no tan conocida? La Academia Solaris es una de tantas academias alrededor de la Ciudad Real, destinada a alumnos de entre diez y dieciocho años, con el propósito de moldear el don con el que nacieron. No es la mejor, pero tampoco la peor. Formamos magos lo suficientemente capacitados para postularse a un escuadrón y convertirse en caballeros mágicos.

He enviado al menos diez cartas al castillo del Rey Mago, solicitando la presencia o el contacto del escuadrón Toros Negros, confiando en que alguna sería respondida.

No obtuve respuesta.

El recuerdo de las miradas suplicantes de mis alumnos tocó una fibra sensible en mí, mi punto débil. Si los Toros Negros no pueden venir a mí, entonces yo iré hacia ellos. Con la postura rígida, me dirijo hacia mi objetivo. Este festival es mi oportunidad para encontrar a su capitán y rogarle que asista a mi clase de Magia Avanzada Nivel II.

Mientras avanzo entre la multitud, recito mentalmente el discurso que preparé la noche anterior. Si me rechaza... si resulta ser la persona más cruel del mundo, no sabré qué hacer más que quedarme en shock. No, sé que encontraré una forma de captar su atención. Haber llegado hasta aquí ya es un gran esfuerzo para mí. Recitar el discurso en mi cabeza es mi manera de distraerme del mar de gente que me rodea.

Empujones. Disculpas. Codazos. Risas fuertes.

De repente, me detengo. Observo a mi alrededor. La gente comparte animadamente; niños corren sosteniendo globos en sus manos, adultos beben cerveza y juegan en los puestos de la feria. De repente, mi pecho se contrae. Demasiada gente. Demasiada gente. Demasiada gente. El cuello de mi vestido parece apretar mi garganta, y las botas presionan mis pantorrillas como si estuvieran fusionadas con mi piel.

Respira profundo. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala.

Estaba tan concentrada en encontrar al capitán de los Toros Negros que no me di cuenta de la multitud que me rodea. Las ferias no son mi escenario favorito (las odio). Y mientras intento recuperar el control, una verdad que había pasado por alto encendió una alarma en mi mente: no sé cómo es el capitán de los Toros Negros. ¿Cómo sabré a quién estoy buscando?

Cometí un error. Un grave error.

Mis hombros caen abatidos. Todavía siento el peso sobre mis piernas, así que me aparto del camino y me escondo tras dos pilares. El aire fresco llena mis pulmones y, con una mano en el pecho, empiezo a calmarme.

Calma. Calma. Calma. La calma me dará el control que necesito para manejar esta situación.

Mientras observaba distraídamente a mi alrededor, un manto negro captó mi atención. Mis ojos se enfocaron rápidamente en un joven rubio, que mantenía una animada conversación con otro de cabello negro y mechón púrpura. En medio de la multitud, distinguí claramente un símbolo de toro dorado en el lado izquierdo de su manto, justo sobre el corazón. El reconocimiento me aceleró el pulso: era la insignia de los Toros Negros. Mi oportunidad había llegado, pero titubeé. ¿Qué me pasaba? Sabía perfectamente que el miedo me estaba paralizando, alejándome de la posibilidad de hablar con ellos. Me armé de valor, intentando adoptar una actitud desinteresada, y apresuré el paso para alcanzarlos.

—Con permiso —murmuré.

Ambos se alejaban rápidamente de mi vista. Los estoy perdiendo.

Sin detenerme a disculparme por los choques ocasionales con la multitud, me concentré en mi objetivo. Sujeté mi grimorio por inercia, ocupando mi mano para sentirme más segura. Estaba a punto de alcanzarlos, ya solo unos centímetros nos separaban, cuando el joven de cabello negro se detuvo de repente.

—¡Ah! ¡Ahí está el capitán!

Seguí su mirada, esperando ver a un hombre imponente, con una postura altiva y una mirada aguda. Pero lo que encontré me descolocó.

—Capitán Yami, no empiece sin nosotros.

—¿Eh?

El capitán de los Toros Negros estaba sentado alrededor de una mesa, con una enorme jarra de cerveza en la mano, a punto de beber. Levantó los ojos para mirar a sus compañeros sin el menor atisbo de emoción y continuó llevándose la jarra a la boca. Lo observé, asombrada, mientras su garganta trabajaba, vaciando la jarra de un solo trago.

Lo que vi no coincidía en absoluto con lo que había imaginado. Me esperaba a un hombre mayor, discreto, siempre alerta ante cualquier amenaza. Quizá alguien motivado por la justicia, un líder carismático. En lugar de eso, tenía ante mí a un hombre completamente opuesto. El capitán Yami Sukehiro irradiaba una aura brutal. Sus brazos musculosos sobresalían de su manto, y su cabello negro y desordenado se veía salvaje, como si reflejara su naturaleza indomable. Su mirada vagaba perezosamente por el lugar, sin mostrar interés en nada ni en nadie a su alrededor.

Al dejar la jarra sobre la mesa, sacó un cigarrillo de su pantalón. Lo encendió con una destreza asombrosa, y comenzó a fumar. Tres caladas rápidas, sin prestarle atención a las miradas de desaprobación que recibía de algunos presentes. Sus pupilos se sentaron junto a él, bebiendo de vasos más pequeños, mientras continuaban su conversación, aunque desde mi posición no lograba oír todo lo que decían.

Quise dar media vuelta y abandonar esta misión en ese preciso instante. Este hombre... este capitán... era la viva encarnación de las historias más negativas sobre los Toros Negros. Un escalofrío me recorrió la espalda. Sus movimientos eran toscos y, aunque estaba sentado, podía apostar que me sacaba una considerable ventaja en altura y peso. Nunca había visto a alguien tan corpulento. Su risa era profunda, retumbaba en toda la tienda, y cada golpe que daba sobre la mesa parecía capaz de sacudir el suelo bajo mis pies.

Como profesora, puedo percibir cuando alguien tiene mucho o poco poder mágico, y él... este capitán... rebosaba de un maná natural e incontrolable. Peligroso. Peligroso. Peligroso.

Una parte de mí me gritaba que me diera la vuelta y me fuera. Pero sabía que no podía huir. Debo encontrar una forma de pararme frente a él y captar su atención. ¿Cómo podría hacerlo?

Ajusté la falda de mi vestido con nerviosismo, intentando mantener la compostura mientras me acercaba. Mi corazón latía con fuerza, desbocado por la ansiedad. Una pequeña voz en mi cabeza me susurraba que inventara cualquier excusa, que buscara a otro capitán, a cualquiera menos a este. Pero no. No podía retroceder ahora. Recordé las lecciones de etiqueta y los consejos sobre cómo suprimir mis emociones. Respiré hondo, borrando todo rastro de nerviosismo de mi rostro y adoptando una expresión neutral. A medida que me acercaba, comencé a captar fragmentos de su conversación.

El joven de cabello negro y púrpura reía, diciendo:

—Aquella vez lo perdimos todo, ¡todo nuestro dinero!

—Mi deuda sigue creciendo y creciendo —dijo el capitán, llevándose el cigarrillo a la boca para darle otra calada.

—Pero debemos volver la próxima vez, ¿verdad, capitán? Estoy seguro de que duplicaremos, ¡no, triplicaremos nuestras ganancias! —insistía su pupilo, mientras el joven rubio reía, claramente entretenido.

Yami exhaló una nube de humo antes de responder con una media sonrisa.

—No puedo negarme.

Y cuando parecía que la conversación sobre la apuesta había llegado a su fin, me paré frente a aquel hombre. Intenté que el nervioso movimiento de mi garganta al tragar no me delatara, pero de cerca... dioses, de cerca era aún más intimidante de lo que había anticipado. Notó mi presencia al instante, y su mirada se alzó lentamente hasta encontrarse con la mía. Unas pequeñas arrugas se formaban en su frente y una barba de varios días cubría su mandíbula. Sus ojos, profundos y oscuros bajo pestañas negras, parecían cambiar de color. ¿Grises? ¿Verdes? No lo sabía con certeza, pero sentí como si este hombre pudiera ver a través de mí, leer hasta mis pensamientos más secretos con una facilidad inquietante.

Algo así nunca me había ocurrido. Alzó una ceja mientras recorría mi figura sin el menor disimulo, desde mis botas hasta el último mechón de mi cabello perfectamente recogido. Y, sin querer, hice lo mismo. Su abdomen se contrajo bajo la camiseta blanca de tirantes que vestía cuando se inclinó ligeramente hacia mí. El humo de su cigarrillo envolvió mi rostro y arrugué la nariz, luchando por no estornudar.

Me recompuse rápidamente.

—Buenos días, caballeros —saludé con una voz firme y controlada, sin titubeos. Nada me afecta. Él no me pone nerviosa. Él no me observa como si fuera su presa.

—¡Hola! —gritó el chico rubio, claramente emocionado por la interrupción, pero su capitán ni siquiera se dignó a devolverme el saludo.

¿Esta es la peor orden de todas? ¿Esta es la orden que tanto admiran mis alumnos? Su capitán ni siquiera tiene modales básicos. Me miraba como si fuera la cosa más insignificante sobre la faz de la tierra. Por un momento, mis pensamientos me arrastraron a un lugar oscuro, a recuerdos que me esforzaba por mantener enterrados. Pero antes de caer en ese pozo, recordé las risas inocentes de mis estudiantes, devolviéndome al presente.

Me aclaré la garganta y junté las manos al frente, manteniendo la compostura.

—Señor Yami, ¿podría prestarme unos minutos de su tiempo? Necesito hablar con usted.

Lo había logrado. Estaba frente a él, lo que ya era un avance. Espero que mi aspecto siga intacto, proyectando la seriedad que este asunto requería. Pero el capitán de los Toros Negros apenas me dedicó una última mirada antes de tomar otra calada de su cigarrillo.

—Estoy ocupado —dijo con voz grave y con un leve acento que, entonces recordé, era el distintivo de aquel capitán extranjero—. Puedes regresar al convento del que te perdiste.

¿Convento? ¿Ocupado? Ignoré el molesto tic que comenzaba a formarse en mi ojo y me negué a rendirme. Suavizar mi tono siempre había funcionado con los hombres, ¿por qué no ahora?

—Señor Yami, me gustaría hablar con usted acerca de un asunto muy importante —miré a mi alrededor, buscando algo de privacidad, y luego volví a enfocarme en él—. Si pudiera ser en un lugar más... discreto, le estaría muy agradecida.

El capitán soltó una risa, una carcajada que resonó en toda la tienda.

—Muchas como tú llegan con la misma historia, tratando de acostarse conmigo o de sacar algo de dinero. Lo que me parece más gracioso es que lo intentes estando tan cubierta con este calor infernal —volvió a reír, dirigiéndose a sus pupilos—. ¿Quieren otra cerveza, chicos?

La rabia se encendió en mi pecho. Sin pensarlo, di un paso hacia adelante, hasta que la punta de mi bota chocó contra la suya. Mis puños se cerraron tan fuerte que por un instante olvidé que estaba rodeada de extraños.

Me. Llamó. Prostituta.

—Señor Yami, mi nombre es Beatrice, y soy profesora en la Academia de Magia Solaris. No soy, ni represento, a ninguna de las mujeres a las que usted se refiere. Necesito hablar con usted sobre un asunto de suma importancia. Ahora.

Las palabras resonaron en el aire como un desafío. Vi el asombro reflejado en los ojos de sus pupilos, y una sonrisa traviesa asomaba en los labios de uno de ellos. Pero el capitán, él, no se inmutó. Permaneció impasible, ignorando mi tono autoritario. Pasaron unos momentos largos, pesados. Nadie dijo una palabra, ni se movió.

Cuando ya estaba a punto de perder la esperanza, finalmente habló. Sus ojos volvieron a los míos, y con una calma impenetrable, dijo:

—Profesora, ¿eh? Lamento informarte que yo y mis muchachos tenemos que irnos.

Entonces, el capitán de los Toros Negros se levantó y sus pupilos comenzaron a seguirlo. Me estaban dejando plantada. Había sido ignorada por un capitán de orden, alguien que servía directamente al Rey Mago. Lo que comenzó como una simple petición se había convertido en un reto, un desafío que superaría en este mismo instante.

Hola, tanto tiempo, vengo del futuro jajaja  Editaré los primeros diez capítulos, sólo en cuanto a gramática y ortografía porque estos no los revisaba mucho cuando los publicaba. No cambio nada de la historia jiji, así que ya que estaba aquí (21/10/24) quería animarte a seguir leyendo y a pedir tu voto en señal de apoyo <3 ¡muchas gracias!

-Cote

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