Capítulo 22 Lugares Mágicos

Pensé que Leo estaba mintiendo, que todo era una excusa para besarme, pero tras el paso de dos semanas corroboré que todo era verdad, había dejado la ciudad, se había marchado a Texas. Su último recuerdo será aquel beso.

En la primera semana su ausencia no era rara, pensaba que había enfermado o que simplemente no quiso asistir, pero yo sabía cuál era la razón de sus faltas. Al paso de esa semana le comente a Harper porque en realidad Leo no estaba asistiendo, a ella no le importo tanto como a mí, pero después de todo, era lo mejor para los dos.

—¿Qué harás hoy, Eric? —preguntó Harper, esperanzada.

—Saldré con Robert —puntualice.

Ella hizo un mohín.

—Vale, que te vaya genial. Esperaba salir contigo esta noche, acaban de inaugurar un club y Edmond, abrirá con una presentación.

Respondí haciendo un mohín. Harper empezó a caminar danzando por todo el estacionamiento.

—¡Saludos a Verónica! —exclamé.

—¡NO PUEDO, YA NO ESTOY SALIENDO CON ELLA! —chilló a lo lejos.

Reí. Harper era muy especial, era alguien increíblemente genial, con la que nunca me aburriría de estar, siempre tiene algo diferente que hacer.

Al voltearme, a mirar a la calle, Robert me esperaba. Bajo la ventanilla y me llamó con la mano, fui tras él, casi corriendo. Me he subido al auto, y la primera impresión es el olor vivo a tabaco, pero no me importo, me agradaba ese olor. Luego de un beso, de saludo, el olor de su perfume se combinó con el cigarrillo, ese olor tenía nombre: Robert.

—¿Cómo has estado, amor? —articuló.

—Bien, Robert, la semana estuvo aligerada, como si no tuviera ningún peso encima.

—¿Y los libros? —bromeó.

—Aquí los llevo —respondí señalando mi bolso—, ¿Y tú, amor? ¿Cómo has estado?

—Bien, todo está en calma, ya vendí el Rolling, era lo último que quedaba de ese mundo indecente.

—¡Qué bueno, amor! —Recompensé con un sin número de besos.

Siempre teníamos esas conversaciones antes de conducir. Era maravillosa toda la atención que él me prestaba, no era sofocante ni mucho menos distante, era una perfecta sintonía. Yo trataba de hacer lo mismo para él, aunque a veces era un poco distante, gracias a los tumultuosos libros que tenía que memorizar, y me restaba tiempo para él, pero nunca se quejaba por ello.

—Vamos a tu casa, deshazte de esos libros. Tendremos una noche, sólo tú y yo.

Mi subconsciente me llevó rápido a imaginar que tendremos sexo, era eso, y sólo faltaba eso en nuestra relación. Y no había ningún problema en hacerlo con Robert, porque realmente me gustaba, y lo amaba.

Aparcó y salí dando grandes saltos hasta llegar. Mi madre, sentada en su sillón, leyendo una revista que probablemente sea de su trabajo. Levantó la mirada de la revista hacia mí.

—¿A dónde crees que vas?

—Mamá, por favor, saldré con Harper —mentí.

Entré a mi recamara, dejé el bolso en una esquina de la cama, a su lado estaba Blue, con los ojos entrecerrados, descansando. Acaricie su lomo, y fui a la sala. Pensé muy rápido, ya me tenía que ir. Me metí en cocina, cogí el teléfono y envié un mensaje a Robert.

Haz sonar la bocina.

Se escuchó la bocina, dos veces.

—Ves, mamá, me tengo que ir.

Corrí, en realidad, volaba. Robert emprendió un recorrido por la ciudad, siempre variaba de caminos, que de igual forma daban a donde quería llegar. Pero esta vez fue diferente, no tomó atajos ni se desvió por lugares poco conocidos, no, se sumergió en la masa de concreto dividida en ocho canales, los que guiaban a diferentes rumbos.

SALIDA DE LA CIUDAD.

Me escandalice al ver ese letrero, ¿A dónde me llevará? Fue lo primero que pensé, muchas cosas pasaron por mi mente como difusas imágenes.

—Tranquilo, te llevaré a un lugar mágico.

Sonreí. Sus palabras eran tan dulces como la miel, pero sabía dónde colocarlas, puesto que no quería empalagarme. Mientras que yo, con la poca dulzura que le añadía a nuestra relación, no recibía quejidos de su parte. Pensaba que, Robert, al ser un hombre mucho mayor que yo, ya estaría cansado de tanta cursilería, pero todo lo contrario, él era el hombre más dulce del mundo.

La autopista desolada, pintada con el verdor oscuro del otoño, las hojas secas y marchitas que volaban tras el paso del coche hasta unirse a las fuertes corrientes de aire; era sin duda, un lugar mágico, era como la entrada a un cuento de hadas.

Tomó un sendero rodeado de árboles al pie del camino. ¡Mágico! El silencio apoderado de todo rincón, no era nada incomodo, el viento llenándome con el olor a bosque, dándome oxígeno puro, en toda su esencia.

Y ahí estaba, su lugar mágico; al final del camino, sobre una ligera colina, con una escalinata de rustica madera, una pequeña cabaña. Parecía escabullirse en el espeso follaje del bosque con paredes de troncos, aun con sus cortezas. En ese mágico lugar, reinaba la luz natural, y a falta de ella, grandes velas de cera aportaban una luz tenue.

El sol se había ocultado, pero aún se conservaba su luz. De las fornidas plantas que alcanzaban el cielo, se desprendía un frio aterrador.

Robert abrió un candado, y me dio paso a la cabaña, la oscuridad se apoderó de ella por completo. Sólo había en su interior, una mesa, un par de sillas, y sobre la mesa una vela apagada, a la que Robert con su encendedor hizo la luz.

—¿Aquí te escapas del mundo? —pregunté. Esta era otra forma de escaparse.

Asintió.

Empecé a jugar con el fuego que emanaba la cera. Robert me miraba atento, sabía que no íbamos a durar mucho en ese lugar.

—¡Este lugar es realmente mágico, Robert! —dije, y la voz se fue perdiendo en la estancia acompañada por mi mirada.

—Sí, lástima que no podamos pasar aquí la noche, creo que ya es hora de irnos —anunció, encendió otro cigarrillo.

En las afueras, la claridad estaba apagada, pero todavía podían apreciarse varias cosas. El punto de fuego del cigarrillo imitaba a una luciérnaga quieta en un lugar, en los labios de Robert. Sentí ganas de fumar, el frio era incontrolable. Tomé el cigarrillo como si fuera esa luciérnaga que imaginaba, con delicadeza, con temor a que escapara. No lo hizo; se posó en mis labios y dejó que fumara hasta retener todo el humo narcotizado en mis pulmones. Al terminar de fumar lo suficiente, como para que el frio cesara, volvió a su lugar. Y cuando ya no quedaba más para fumar, sino el filtro, cayó al suelo y la luciérnaga murió.

Entramos al coche y enseguida empezó a conducir, sin esperar que oscureciera por completo. Pero ya era tarde, el sendero estaba completamente oscuro, sólo lo iluminaban los focos del coche.

—¿Te da miedo la oscuridad? —interrogó.

—Sí, o bueno lo que hay en ella.

—Pero es que ahí no hay nada.

—Eso es lo que no sabes, al estar oscuro no veras y por ende, no sabrás. —culminé.

Salió del lóbrego camino, llegando al claro de las autopistas. Aceleró tomando los dos carriles de la carretera, a lo lejos se veían los edificios iluminados de la ciudad; justo antes de entrar en la vía principal, estancó el auto en una gasolinera, pensé que iba a recargar el tanque, pero no, dio la vuelta y terminó aparcando el coche en frente de aquel lugar que hizo erizar mi piel y petrificarme, conteniendo la respiración, él descendió y yo pertenecía aun sentado admirando las luces de aquel maldito motel.

Qcc^R&D

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top