Capítulo 17 Por un café y un cigarro

La mañana siguiente del sábado; sentía aún la presión en el pecho, no era dolor, era ira y euforia a la vez.

Respire hondo calmando cualquier cosa rara que sentía. Pero mi corazón parecía tomar vida propia y estar saltando con frenesí. Tras varias respiraciones consigo tranquilizar las desbocadas ansias, y también logro levantarme de la cama. Una fuerte punzada en el medio de la frente, me recordó la causa de aquella ira: Robert Wellington.

Pero el simple hecho de pensar en Robert me desanimaba por completo. Se me quitaron las ganas de todo. Vi a Blue, y me derrumbe sobre él en la cama. Recorría el cuerpo del felino con mis dedos, surcando entre su pelaje; él ronroneaba como siempre.

Ya deja de pensar tanto, Eric. Ya deja de mutilarte.

Ya deja todo...

Mi cerebro estaba agotado y mi corazón dolido. Le hice caso a la voz, mi voz interna, y deje todo.

BEEP.

BEEP.

Llamada de Harper.

—¿Hola...?

—¿Qué mierda te ocurre? Deja de comportarte como un emo.

—No soy ningún emo, Harper, es que...

—Es que nada, Eric, ¡Por Dios! Ya basta.

—Harper, por favor.

—Eric, voy saliendo a tu casa. Vive, niño estúpido, vive.

Colgó.

A la espera de Harper, inspeccioné que todo esté en su lugar y todo esté tranquilo. Luego fui a la sala de estar, y estuve ahí por diez minutos. Escuché rechinar las llantas del coche, y supe que mi querida amiga había llegado. Abrí la puerta y ella llegó a mí.

—Entonces, ¿Qué pasó ahora? —me dijo expulsando todo el humo en los pulmones en forma de hilo.

—Pues, nada, Harper, ya sabes como soy yo...

—Sí, sí, yo lo sé, eres un ¡AH! —gritó—. Si tan sólo dejaras a un lado los sentimientos fueras...

—¿Feliz? —le pregunté.

—No, Eric, de seguro no, pero no sufrirías tanto.

—Estas en lo cierto...

Me encogí de hombros y miré al piso, sentía pena.

—Traje arroz chino, vamos a comer, muero de hambre.

—Yo también —mentí.

Desenvolvió la bolsa y sacó dos cajas de cartón de arroz chino. Alargó unos palillos hacía a mí, y los de ella los partió a la mitad.

—Odio comer con palillos, tráeme un tenedor, por favor —dijo metiendo los dedos dentro de la comida.

Fui a la cocina por los tenedores, y nos sentamos a comer arroz chino con cubiertos de metal.

Se escuchaban los dientes, el saboreo que hacían nuestros labios y como chupaban la carne; no era desagradable, porque lo hacíamos nosotros, y no había que incomodar a nadie.

Edward salió de la habitación, estaba sin camisa, los ojos de Harper dejaron la comida y se fueron a él. Empezamos a comer con decencia, más Harper quien se moría por él. Esta era la oportunidad perfecta para presentarlos.

—¡Hey! Edward, ven para que conozcas al fin a mi lindísima amiga.

—¡Eric! —riñó Harper matando con los ojos.

Edward sonrió. Se acercó a Harper, ella se levantó del mueble.

—Harper, él es mi hermano Edward. Edward, ella es mi amiga Harper.

Ella estrechó la mano, él la agarró de la mano y la atrajo. Le dio un pequeño beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Ella hizo una risita seductora, tan particular de ella.

—Un gusto —le susurró Harper a Edward.

—Es mío, Harper.

—Mmm, ¿quieres arroz chino?

—No, cariño, gracias de todas formas. Aunque la he visto fumando ¿tiene un cigarro que me regale?

—Oh, claro —Harper dio un vuelco buscando el cigarrillo en su cartera—. Ten, y deja de espiarme.

—¿Por qué no hacerlo? —le dijo encendiendo el cigarro.

—Ah, bueno, quizá verá algo que no le guste.

—No. No lo creo; te veo a ti.

Harper rio y él se fue a su cuarto. Yo había terminado de comer escuchando la conversación.

—¿Cómo has podido hacerlo? —me regañó comiendo.

—Haciéndolo —sonreí.

Reapareció esa mirada asesina. Reí con más ganas.

Ella comía emocionada. Tras cada bocado sonreí, ¿Por qué yo no era feliz como ella? A veces uno es feliz y no se da cuenta. No le envidiaba nada a ella, sólo que no entendía esa felicidad. Recuerdo cuando mi tía Sandra me decía que la felicidad no se puede comprar en el mercado, que si podía tenerla por minutos que la aprovechara. Pero yo nunca le hice caso.

Harper me recordaba mucho a mi tía Sandra.

Fue como si ella hubiese reencarnado en Harper.

—Ya terminé, ahora vamos a salir, ¿iras así? —vociferó.

—Sí, ¿por qué no?

—Sí, claro, vamos ya.

Encendió el auto y al mismo un tiempo un cigarrillo, me pasó uno encendido. Comencé a fumar de manera sorprendente, no sentía como el humo transitaba hasta mis pulmones, era como respirar con normalidad.

Se me escapó una sonrisa tras una exhalada.

—¿Qué te ocurre?

—Nada —le sonreí de nuevo.

Recordé otra vez a mi tía Sandra, ella fumaba mucho, ella tenía demasiados problemas.

Ella fumaba llorando. Ella fumaba riendo. Ella murió fumando.

Harper estacionó, me miró y sonrió. Que linda se veía cuando hacia eso. Lanzó a la calle el filtro del cigarrillo e hizo la última vaheada. Yo aún no había terminado de fumar; disfrutaba mucho hacerlo, y odiaba cuando el viento hacia consumirse de forma rápida el cigarro.

—Será un día muy agradable.

—Ojalá que sí —respondí.

Salimos del auto, y entramos a la cafetería Vincent, a aquella que fui con Cedric hace un par de meses. Harper pidió dos mocas, ella sabía que era mi café favorito y también era el de ella.

El mesero llegó, con los cafés y una sonrisa muy grande; sus dientes perfectamente alineados, pero lo hermoso de la sonrisa no era la perfección de la dentadura sino el brillo que tenían sus ojos almendrados.

—Muchas gracias —dije sonriéndole de vuelta.

—No hay de qué, es mi trabajo —Hizo un guiño y dio la espalda.

Harper dando un sorbo a su taza de café, me miró y arqueó una ceja. Yo también arquee una ceja respondiéndole.

—Pequeño puto.

—Gracias por enseñarme —Di un sorbo. Luego le sonreí.

Limpié el borde de la taza, donde quedaban restos del café achocolatado, me quedé observando las decoraciones por unos segundos, y también paseaba mi pulgar por la orilla. Harper me sorprendió cediendo un cigarro que casi caía dentro de la taza. Ella con una mano avivó el fuego del encendedor y con la otra cubrió para que el fuego continuara vivo, y pudiésemos encender los cigarrillos.

Ella tenía una mirada severa encima de mí, dando largas humeadas. De repente sentí como desnudo mi alma.

—Sé que te ocurre algo, yo lo sé. Te conozco, Eric.

—Pues sí, Harper, pareciera que siempre me tiene que pasar algo... malo.

—Claro que no, ¿ahora la estás pasando mal? No, ¿verdad?

—No, pero.

—Pero nada, Eric, ¿Qué te he dicho de los peros? De nada sirven. Y si pasase algo malo en tu vida, es para que te des cuenta de las cosas buenas ¿lo captas?

—Sí —dije bajando la vista. Harper tiene la razón, o siempre la quiere tener, igual que mi tía Sandra.

—Entonces, ¿me contaras por qué estas así?

—Sí, eres la única persona que me escucha y comprende.

Le conté todo el rollo de Robert, desde que lo conocí, cómo lo conocí, nombré a Cedric —no sentí dolor—, también le dije que lo mató, y todo el resto. Se lo conté absolutamente todo, y con los más mínimos detalles.

Ella se quedó estática. Con la mirada fija. No tocó su café. Sólo escucho sosegada, y al terminar de escuchar lo único que pudo preguntarme:

—¿Tú lo amas?

—Están pasando muchas cosas en mi cabeza, y no tengo los sentimientos claros.

Tomó la tacita de café y dio un trago, seguido asomó el cigarrillo a sus labios e inhalo. Exhalo mirándome, como si tratará de estudiarme, analizarme durante la fumada. Yo esperaba ansioso una respuesta tras aquella exhalada.

—Yo también tengo algo que contar —remató Harper.

—Siempre estaré contigo, Harper, tus problemas son los míos.

—El negocio de mi padre está decayendo, y cada vez son más deudas, él casi no está en casa, se le pasa en sus viajes de negocio. Y tengo miedo, Eric, tengo mucho miedo de que le llegara a pasar algo...

Lancé mi cigarro y fui a ella. La abrace muy fuerte, susurrándole al oído que nada iba a pasar a su padre.

—De alguna manera estos problemas nos hieren, y casi siempre no son nuestros.

—Así es, Eric, hagamos algo, no sé, salgamos hoy.

—¿A dónde? Nunca te cansas de salir.

—Sí, sí —dijo dando saltitos emocionada—, Edmond me ha invitado a una disco, y tenemos que ir porque sí.

—Me parece perfecto para la ocasión, quiero olvidarme de todo. Harper, ¿Quién es Edmond?

—Ah, un amigo, más tarde lo conocerás, es muy genial, por cierto es gay —explicó.

Exhalé lo último que tenía en los pulmones de cigarro.

—Me gusta como la conversación fluye mientras fumamos.

Le sonreí. No parábamos de reír; el tiempo se nos fue en un pestañeo.

Así pasa el tiempo cuando se es feliz: Rápido.


Hey, por favor, opinen que tal voy, trataré de corregir mis errores. Y entienda que tan sólo soy un practicante.

Los amo<3

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