Capítulo 13 Noticias Grises

—¿Do-Douglas, qué? ¿Cuál es su apellido? —Sentí unas nauseas horribles, como si estrujaran el estómago hasta sacarlo todo.

—No lo sé, Eric, ¿por qué? ¿Qué pasó? 

—Mi padre se llama Douglas... llévame a casa, por favor, no me siento nada bien.

—¿Te llevo a la clínica o mi médico?

—No, Robert, a mi casa, quiero ver a mi mamá —Era la primera vez que le llamaba por su nombre, no tuve tiempo de decirme nada al respecto. Arrancó, y en cinco minutos estaba en la casa.

Salí a correr a los brazos de mi madre, dando grandes pasos sin mirar al piso. Ella abrió sus brazos a mí, supuse que sabía la noticia, me apretó fortísimo, pero ninguno de los dos emitió un quejido.

—Ya está, ya pasó —declaró —. No había nada mejor para él que la muerte.

Lloré. Mi padre fue un desgraciado, pero fue mi padre, el hombre que me engendró, y quizás también lloré por lastima, lastima a no tener nuestro amor y comprensión.

Mamá fue por un cigarrillo. La vi fumando, desestresandose, liberándose; y me provocó fumar, pero no podía, mi madre nunca me dejaría ejecutar aquel acto. Con Edward se dio por vencida, Edward siempre fue rebelde, nunca hizo nada a lo que le ordenaban. En el primer momento que mamá supo que Edward fumaba se hizo ciega, sorda y muda; ya yo lo sabía mucho antes que ella. Yo tenía trece y él dieciséis cuando empezó a fumar cigarrillos, un año después le descubrí que fumaba hierba, y al año siguiente, Edward con dieciocho y yo con quince; mi mamá lo descubrió. En ese momento imite a mamá, fui ciego, sordo y mudo, pero encerrado en mi habitación.

Subí a mi habitación, quería descansar de todo, mi vida me estaba cansando, por una parte estaba bien en el amor con Robert, pero había otra parte que quería hundirme y pareciese que Robert también es causante de ella; pero aun no encontraba esas razones.

Si Douglas —mi difunto padre—, era empleado de Robert, entonces ¿está en la mafia y todo eso? Mierda, sí, ¿Cómo puede ser? Esa era la horrible sensación que tenía atrabancada en mi pecho, el presentimiento de algo malo. ¡Dios! ¿Por qué a mí?

Toc-toc.

—¿Eric? —llamó mamá desde afuera?

—¿Si, mama? Pasa.

Entró a mi habitación y se sentó a una esquina de la cama.

—Eric, me han llamado de la morgue, han pedido que vayan los familiares de Douglas Reeves, no encuentran qué hacer con lo que queda de su cuerpo.

—Que le vaya a buscar el resto de su familia —protesté.

—Eric, tu sabes muy bien que él pobre no tiene más familia, tus abuelos viven en Tennessee —dijo muy calmada—. Vístete, por favor.

Salió. Sabía que en lo más profundo de su corazón sentía algún dolor o pena por la muerte de mi padre, quizá recordaba todo aquello en momentos de noviazgo; tantas risas, lágrimas, tanto amor... desvanecido.

¿Me tengo que vestir de negro? Me da igual, pero casi toda mi ropa es negro, o sus matices: negro, gris y blanco. Pero cómo ha de ser la circunstancia usaré una camisa negra arremangada a los codos y por fuera del jean negro, unos zapatos de cuero negro, y me peinare hacia atrás. Mi madre vestía su traje negro que, comúnmente usaba ese día en el que papá se fue de la casa, esta vez lo uso con más ganas que ninguna otra viuda quisiese usar un vestido negro, acompañado con zapatos de tacón bajo y unos aretes de plata.

—Madre, ya estoy listo, no espero ver lágrimas por quien nos abandonó una vez... y desde esa vez lo hizo para siempre —vociferé desde la cocina mientras ella iba al baño a llorar.

Con la cara roja, mi madre me miró y se llenó de coraje como lo hizo ese domingo que papá se marchó. Limpió sus últimas lágrimas con aspereza e irguió su cara como toda una reina.

—Vamos, hijo, hay que ponerlo en el lugar donde debe estar... —declaró sería — bajo tierra.

Asentí mirando al suelo. Su corazón ya estaba hecho piedra, tan duro que ya nadie podía romperlo.

MORGUE MONTECRISTO.

El silencioso y pestilente lugar de paredes blancas con una franja de azul pálido en el medio, me dio impresión de hospital psiquiátrico. Caminamos el pasillo que pareciese no tener fin, justo cuando pensé eso, miré un escritorio con una señora de edad mayor, sentada ojeando a través de sus anteojos historiales, mi madre se acercó a ella, pero ni siquiera levantó la vista.

Mamá carraspeo su garganta muy fuerte. La señora se dignó a alzar la mirada.

—¿Disculpe? ¿Quién se le murió?

—Mi esposo... su nombre Douglas, Douglas Reeves.

La señora de pelo grisáceo rebuscó entre sus ojos, sacó una página final.

—Douglas Elías Reeves.

—Sí, ese —apresuró mi madre.

—Siga el pasillo, luego mano izquierda, la puerta del final.

Mi madre empezó a caminar a paso tan veloz que se me hacía difícil seguirle. Empujo la puerta de metal macizo y, muy rápido cubrió su boca y nariz. El apestoso olor era tan desagradable que pensé que iba a vomitar. Es algo difícil de describir, pero sentí que olía a muerte.

—¡AGH!

—Cállate, Eric, y ayúdame.

Tardamos diez minutos abriendo y cerrando bolsas negras, viendo horripilantes y desgarradoras muertes nunca imaginables.

Ahí estaba, en la bolsa 172, con partes de su cuerpo: La cabeza, el torso, dos piernas, el brazo derecho, y faltaba el brazo izquierdo y los pies. Su mano derecha estaba intacta, aún se veía el verde de sus dedos fumadores. Mamá los toco, se acercó y aspiró muy fuerte.

—¿Qué haces? ¿Estás loca? —pregunte alejando del cadáver.

—Estaba fumando cuando lo mataron...

—¿A quién coño le importa eso? Ya está muerto, vayámonos de esta mierda.

—Eric, por favor, aguarda un momento —dijo estando serena y tranquila.

Escribió una nota y la lanzó a los restos del cadáver.

—Bueno, ya estás muerto ¿no? No podemos hacer nada —articuló al cadáver.

Ya estaba cansado del maloliente sitio, sentía como la muerte me acechaba; mirándome, riéndose de mí, el miedo se fundó en mi pecho. Pero ¿Qué me podía pasar ahí? Creo que nada. Abrí otra bolsa, sólo para curiosear.

—!NO, MAMÁ, NO! —grité

—Eric, ¿Qué pasó? —preguntó confundida y preocupada.

—No puede ser, mamá, no —Llore, tan fuerte como para morir. Vi de nuevo los ojos de la muerte, como sonreí victoriosa.

—Mamá, no, Cedric, no.

—¿Qué? ¿Quién? —Preocupada y asustada me tomó de los brazos.

—!CEDRIC, MAMÁ, TAMBIEN ESTA MUERTO!.

—Pe-pero ¿Quién es ese?

—Un amigo —respondí abrazando su frío y rígido cuerpo, besé sus mejillas dejando caer lágrimas en su cara, sus ojos cerrados, sentí inmensas ganas de abrir y volver a ver ese azul cielo que tenía en ellos.

—Ay, hijo, como lo lamento —musitó abrazándome con sus afectuosos brazos y alejando del cuerpo muerto.

—No, mamá, no es posible —dije sollozando en su pecho, llenando su vestido de lágrimas y babas que no podía retener—. No, Cedric, no, no lo merecía.

—Mamá, por favor, déjame verlo una vez más —Ella soltó sus brazos.

Tomé su cara y le di un beso en la frente. Fruncí los labios aguantando las ganas de llorar. Dios ¿Por qué? ¿Por qué?

Salimos por el largo pasillo que esta vez se nos hizo corto, continuaba llorando, pero en silencio y sin nadie lo notara. Nos detuvimos en el estacionamiento.

—Mamá, por favor, dame un cigarro —La situación lo ameritaba, y lo necesitaba.

—Eric, no tengo cigarrillos, sube al coche.

—Están en la guantera, por favor.

Abrió la guantera y sacó el cigarrillo por la ventanilla.

Fumaba rápido, quería morir rápido, pero no iba a darle el placer a la muerte en ese momento de abrazarme y llevarme a donde nadie lo sabe, iba a vivir por ellos. Sentía ese descorazonador dolor en mi pecho una vez más, más fuerte que nunca.

Una parte de mí murió.


No me odien por favor, pero una parte de mi dice que se lo merecía.

Bye amores, nos leemos en el otro :3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top