Capítulo 7 (parte 3)

Noche despertó con el sol sobre él. Por su conexión, supo que Alana estaba completamente recuperada de su herida, pues él tampoco sentía dolor.

El olor de la comida hizo que experimentara un malestar en el estómago que no conocía. Buscó a la bruja con la mirada y la encontró cocinando junto a una pequeña olla de barro colocada sobre algunos leños y chamizos.

—¿Puedes comer? —preguntó ella revolviendo la sopa de tubérculos con un cuenco de cerámica mientras agregaba un poco de guascas—. No estoy muy segura de que una Sombra de la Muerte lo haga —añadió.

El Segador sintió de nuevo ese malestar extraño en el estómago y no tenía claro si provenía de él o de ella, por lo que se llevó la mano al lugar del dolor. La humana sonrió como si entendiera lo que le sucedía.

—Podríamos intentar —se respondió a sí misma. Luego sirvió un poco y se lo ofreció.

Después de recibirlo, el ser llevó el cuenco a su boca y bebió un poco de la sopa. El agua sobrante se le escurrió por las comisuras de los labios. Al sentir el sabor de la comida, una serie de imágenes difusas, que no logró comprender del todo, invadieron su mente como un atisbo de la vida a la que él había renunciado por voluntad propia.

La mortal rio al verlo comer y esperó a que su amigo terminara para recibir el cuenco de madera y servirse a sí misma su comida.

—Ahora que ya terminaste, deberías lavarte un poco la cara y luego vestirte —propuso—. No creo que debas estar mucho tiempo sin ponerte eso —dijo señalando detrás de él.

Noche volteó a mirar: tanto su máscara como su capa estaban en el suelo sobre el lecho de hierba. Preocupado, se levantó de su lugar y fue por ellos mientras se reprochaba su descuido. Si perdía alguno de los dos podría haber causado grandes problemas.

A medida que la mortal comía, el malestar que había sentido en el cuerpo desde que se despertó empezó a desaparecer.

—Lamento todo lo que sucedió anoche —se disculpó, recordando la forma en la que había perdido el control, y se sentó junto a ella.

—Descuida —respondió la chica—. Aún no sabes bien cómo deberías lidiar con los humanos. Eres un ser de muerte y por eso tu naturaleza es destructiva.

No supo por qué, pero Noche se sintió reconfortado con las palabras de la bruja.

—Es extraño —continuó la joven dirigiéndose hacia la olla para limpiarla junto con el cuenco—. Olvidé cómo luce tu rostro cuando te pusiste la máscara de nuevo.

Sobre ellos revoloteó el nictibio compañero del Segador, anunciando que la Dama Blanca tenía un nuevo trabajo para la Sombra de la Muerte.

Noche no quería dejar a Alana sola en ese lugar. Temía que algo le sucediera cuando abandonara la barrera mágica, así que se ofreció a acompañarla hasta su hogar antes de irse.

Cuando cruzaron, se llevaron una gran sorpresa al encontrarse con Carlota, quien los observaba fijamente. Ese día llevaba puesto un vestido amarillo que le entallaba la cintura, pero no se veía cómoda, y su cabello estaba amarrado en un complicado peinado que la hacía parecer un árbol.

—Los estaba esperando —saludó con la misma mirada seria de siempre.

Alana se acercó hasta ella y la abrazó, estaba de buen humor. Carlota no le devolvió el abrazo, aunque el Segador no estaba seguro si era por culpa del vestido que no la dejaba mover bien. Apenas se vio libre, la niña continuó:

—Se quemó —anunció señalando hacia el norte.

—¿Qué se quemó? —preguntó la bruja con dulzura.

—Tu choza —respondió—. La vi en un sueño. Fueron ellos, los que te perseguían.

Al escucharlo, la pelirroja palideció y Noche pudo sentir cómo algo se rompía en su interior con la noticia. Su amiga lo tomó de la mano y, sin despedirse de la niña, lo arrastró en dirección al norte.

Cuando llegaron, encontraron la choza de la mortal completamente quemada, tal como se los había advertido la menor de los Sarmiento. Las últimas llamas que aún quedaban encendidas ya se estaban apagando.

Una sensación de vacío, proveniente del interior de la joven, invadió el cuerpo de la Sombra de la Muerte, permitiéndole sentir la tristeza que le causaba haber perdido todo lo que tenía.

De nuevo, gotas preciosas salieron de los ojos de la chica. Él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gotear también.

La joven caminó por donde alguna vez estuvo su cultivo y se dejó caer de rodillas. Después de esconder un rato su rostro entre las manos, se levantó, fue hasta los escombros de su choza y empezó a remover las cenizas en busca de algo. Noche sintió que se trataba de algo importante, algo que para Alana tenía mucho más valor que su vida misma.

Mientras escarbaba se lastimó las manos. Cuando el ser sintió el escozor ardiente de la cortada, se acercó a ella para detenerla y se sorprendió cuando su amiga buscó su pecho para llorar de nuevo.

—No puedo perder el camafeo de mi madre —sollozó—, es lo único que tengo para recordarla.

El Segador suspiró y le prometió que lo buscaría entre los escombros de su hogar. Luego le pidió que, antes de cualquier cosa, se pusiera a salvo. Temía que no tuviera algún lugar donde pasar la noche o protegerse, pero, por la insistencia del nictibio, sabía que no podía permanecer más tiempo junto a la bruja por más de que lo deseaba.

—Iré a la casa de Clementina —explicó ella llena de tristeza. 

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