Capítulo 7 (parte 2)

El Segador huyó por el bosque con Alana en brazos. A través del velo, escuchaba cómo el sacerdote y los demás habitantes del pueblo los seguían muy de cerca. No sabía cuánto tiempo podría resistir la mortal ahí dentro, ya que ese lugar no era para los humanos y sus cuerpos de carne.

Recordó haber percibido una barrera mágica cerca del pastizal donde se encontró con ella por primera vez, así que se dirigió hasta allá, cruzó el velo junto a un arroyo artificial y, con delicadeza, dejó a la humana cerca del agua.

Cortó un poco de pasto crecido para crear una cama con él y luego la ayudó a recostarse. A pesar de que ella le repetía una y otra vez que estaba bien, tenía la mirada perdida y los labios pálidos.

La Sombra de la Muerte pensó en algo que pudiera ayudarla. Tomó algunas plantas del canasto de fique de su amiga y con ellas hizo una cataplasma que puso sobre la herida con la esperanza de que eso le ayudara a calmar el dolor, pero, en vez de surtir el efecto deseado, ella empezó a quejarse más seguido.

Por más de que la limpiaba una y otra vez con el agua del arroyo, volvía a mancharse de sangre.

—Tienes que sacar la bala —advirtió ella casi sin aliento—. Mientras siga en mi cuerpo no servirá de nada lo que hagas.

Noche retiró con cuidado la cataplasma de la herida y palpó la piel en busca del proyectil. Cuando finalmente dio con el objeto, metió sus dedos dentro de la carne de la bruja para retirarlo. Alana lanzó un grito de dolor antes de perder el conocimiento. La sangre volvió a salir a borbotones de su hombro y era tanta que Noche temió que se desangrara entre sus brazos.

Aunque no quería hacerlo, supo que no tenía más opción que acudir a su magia para salvarla, así que se mordió con fuerza el dedo índice. Cuando empezó a sangrar, dejó que algunas gotas cayeran justo sobre ella. Después observó con alivio cómo, nada más tocarla, su propia sangre empezaba a sanar la herida de la joven. En ese momento agradeció ser corpóreo.

Poco a poco, el rostro de Alana retomó nuevamente su color, pero, de un momento a otro, un dolor punzante despertó en el interior de la Sombra de la Muerte. Le dolía en el mismo lugar de la herida de la mortal: era como si también le hubieran disparado a él o como si se hubiera traspasado a su cuerpo. Se retiró la capa y abrió la túnica que lo cubría con el fin de examinarse el hombro. No tenía nada, su cuerpo estaba en perfecto estado.

No entendía qué era lo que sucedía hasta que observó sus manos manchadas de sangre y entendió que cuando se había mordido también había bebido algo de la sangre de Alana, creando así una conexión con ella.

Ahora era capaz de sentir lo que la bruja sentía.

El dolor era tan intenso que Noche terminó por recostarse sobre la tierra cerca de ella y cerró los ojos esperando a que la sensación se calmara.

Al cabo de un rato, la humana despertó y movió los brazos con desgano. Con esfuerzo, el Segador abrió los ojos para observarla. Estaba muy cansado, al igual que ella.

—Hola —lo saludó la chica extendiendo la mano hacia él, quien la recibió con la suya. La piel de su amiga era tibia y viva, a diferencia de la de la Dama Blanca. Sintió un impulso de llevarla hasta su rostro para sentirla mejor, pero se detuvo al recordar que llevaba puesta la máscara.

Alana pareció entender qué era lo que quería, así que, con cuidado de no despertar más el dolor, se acercó un poco más a él. Con la mano le acarició la máscara de hueso que cubría su rostro sin dejar de mirarlo. Él recorrió el brazo de la bruja con los dedos, deseoso de sentir con ellos su tibieza.

—¿Puedo? —preguntó Alana tocando una de las cuerdas que había puesto la Dama Blanca en la máscara.

Noche no estaba muy seguro de que lo que estaban a punto de hacer fuera correcto. Sin embargo, tenía tanta necesidad de sentir la tibieza viva de la mortal en su rostro eterno que asintió con la cabeza.

Ella desató el nudo de la máscara con facilidad y la retiró con cuidado, descubriendo el rostro de la Sombra de la Muerte. Él tomó aire. Antes de que Alana se alejara, buscó su mano y la llevó hasta su cara. El tacto de la bruja, acompañado por una oleada de una sensación extraña en su cuerpo proveniente de su conexión con ella, lo hizo sentir como si estuviera vivo de nuevo.

—No me equivoqué con tu nombre —dijo la chica con dificultad—, tu piel es tan pálida como la luna.

Nada más decirlo cerró los ojos y se dejó abrazar por el abismo del sueño que la reclamaba.

Para evitar el frío de la noche despejada, él los cubrió a ambos con su capa. La Sombra de la Muerte observó a la humana dormir con la sensación extraña danzando en su cuerpo.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top