Capítulo 27 (parte 1)

De pie junto a las lagunas sagradas de Siecha, Alana observó a las personas que se habían reunido ahí para presenciar el Sexto Rito, la celebración de la primera cosecha, el último aquelarre de luz y de sol antes de que empezaran a acortarse los días y a nacer la oscuridad.

Esta vez era ella quien lideraba el ritual como bruja principal de la hermandad, como Hija del Bosque.

Se dio cuenta de que las manos le sudaban más de lo normal al notar cómo los ojos de los asistentes al Sexto Rito estaban puestos en ella, en cada movimiento que hacía, en cada palabra que decía. No estaba acostumbrada a recibir tanta atención de esa forma, tan llena de respeto y de admiración.

Sin quererlo, su mente recordó ese día en el mercado, hacía ya varios meses, en el que los ojos de los aldeanos la observaban con odio. A pesar de todo, eso había sido lo que la había unido a su amigo, a su amante, quien la observaba en ese momento entre la multitud.

—Ya es hora —susurró una de las doncellas que estaba a su lado y que lucía el sencillo vestido amarillo con delantal del Rito.

La pelirroja se enderezó, tomó aire y empezó a caminar como ya lo habían ensayado antes. Con sus manos ayudaba a mecer el incensario con el fin de purificar el lugar y a los asistentes. Junto a ella, un grupo de unas doce doncellas, que cargaban canastas con frutas recién cortadas que servirían como ofrendas para los espíritus de las semillas, la acompañaban en procesión.

Cuando llegaron ante el altar, dispuesto frente a las lagunas sagradas, las doncellas dejaron sus ofrendas sobre la mesa y se retiraron mientras la Hija del Bosque encendía las velas: primero la amarilla y luego la blanca.

Con las velas levantadas en las manos, pronunció las palabras que daban inicio al Rito. Luego las volvió a dejar en la mesa y se sentó en el trono designado únicamente para ella, aquel en el que permanecería hasta que terminaran de los juegos de habilidad y de fuerza en los que se competiría por el honor de acompañar a la bruja principal en la invocación.

Luego del arresto de Clementina y de que se descubriera la verdad de sus actos, el concejo de ancianos de la hermandad había acudido a Alana para pedirle perdón por todo lo que había sucedido y para coronarla como nueva líder de la hermandad.

La coronación se llevó a cabo unos días después, cuando ella ya se había recuperado del todo y se había acostumbrado a su nuevo cuerpo inmortal, en una ceremonia sencilla a la que solo asistieron los ancianos y ella.

Alana observó a los diferentes competidores en cada una de sus especialidades: algunos corrían, otros lanzaban cosas y otros se enfrentaban entre ellos en la arena.

—¿Estás disfrutando, Reina del Rito? —susurró una voz mortuoria cerca de su oído.

La bruja sonrió.

—Noche —lo saludó mientras el ser se sentaba a sus pies, apoyando su cabeza en una de sus piernas. El Segador, despojado de su máscara, le regaló la mirada brillante que siempre ponía cuando la escuchaba su nombre y ella no pudo evitar que su corazón se saltara un latido.

Retiró la mirada del inmortal a sus pies y la regresó a los juegos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó y ella supo que no se refería a sus sentimientos, que él podía percibir, sino a su nuevo cuerpo.

—Es extraño —respondió moviendo sus manos—. A simple vista parece que sigo siendo la misma, pero... hay detalles que me hacen saber que no es así. Ya no siento hambre, ni sueño, mi resistencia es mayor e incluso tengo un poco más de fuerza que antes...

Noche levantó la mirada y ella pudo notar un destello de picardía en sus ojos.

—¿La suficiente como para dominar a una Sombra de la Muerte? —preguntó. Alana sintió cómo las mejillas se le coloreaban y tuvo que desviar la mirada.

—Cállate —murmuró mientras él sonreía, triunfal, embelleciendo ese rostro hermoso como la luna.

Luego de un silencio largo, el Segador señaló al lugar donde el concejo de ancianos observaba los juegos.

—¿Cómo se lo han tomado? —preguntó.

Alana se encogió de hombros. Después de asumir el liderazgo de la hermandad, motivada por la historia que Carlota le contó sobre su madre y lo que había sucedido en el pasado con Clementina y los mezclados, había hecho algunos cambios en las tradiciones: por un lado, había aceptado que los hijos mezclados se unieran a sus familiares en la hermandad y, por el otro, había decido que era momento de dejar atrás su añoranza por la tierra natal de sus padres y que abrazaran con afecto el Nuevo Mundo, el lugar en el que ahora vivían y que había visto nacer a muchos de ellos.

Uno de los tantos cambios relacionados con eso lo había hecho ese día, en el que en vez de usar la tradicional espiga de trigo como ingrediente principal de todo lo relacionado con el rito, habían usado maíz.

En ese momento, sobre su cabeza descansaba una corona elaborada con las diferentes partes de la mazorca que habían cosechado durante el día.

—No han tenido más opción que escucharme —respondió.

El Segador volvió a sonreír y se inclinó un poco más hacia adelante para que ella lo escuchara al susurrar:

—Parece que te está gustando dar órdenes, ¿verdad?

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