Capítulo 25
Noche observó, sin poder reaccionar, cómo del pecho de Alana empezaba a brotar la sangre, coloreando su bata de color carmesí. El aroma que emanaba de Níspero lo tenía debilitado, así que, como pudo, llegó hasta su amiga antes de que cayera al suelo. Ella le devolvió una mirada perdida y vidriosa que no lograba enfocarlo, era como si en ese momento no estuviera en su cuerpo. Sabía que no estaba muerta, pues aún no había emergido ninguna Sombra de la Muerte, pero era cuestión de tiempo para que sucediera.
Asustado, abrazó el cuerpo de la bruja contra él, tratando de protegerlo con su esencia. Si tan solo ese aroma perturbador se fuera, él podría defenderlos a ambos mejor. En ese momento, por más de que su corazón dolía, se le dificultaba incluso llorar.
—¿Dónde estábamos? —preguntó Níspero, quien permanecía de pie junto a él—. ¿Beberás mi sangre o yo tomaré la tuya?
Al ver que el Segador no le respondía, se agachó junto a él.
—Es verdad —dijo—, ya no tengo más dagas. Tendré que retirar la de esa...
—Ya basta —la interrumpió una voz femenina autoritaria que el ser no había escuchado antes. Desde la puerta, Clementina los observaba.
—Ya te dije que no te metas, mamá.
La mujer caminó con paso firme hasta su hija y la tomó del brazo, obligándola a levantarse.
—Detén toda esta locura de inmediato. ¿No tuviste suficiente con que tomáramos todo lo que les pertenecía a ellas? Pensé que lo del hechizo había sido un accidente y por eso te encubrí, pero incluso esparciste rumores en el pueblo, causando que ella ya no pudiera ni siquiera trabajar.
—Es una Sombra de la Muerte, madre. Míralo —respondió Níspero sin prestarle atención—. Todo en él es mágico, podríamos usarlo o controlarlo... Ya nadie diría que la magia de estas tierras está disminuyendo y no podrían decir que yo no soy una Hija del Bosque...
—¡No más! —la interrumpió la mujer.
Tomó una de las cobijas de la cama de Alana y con ella cubrió el cuerpo de su hija. El aroma del perfume que había utilizado para debilitar a Noche se esfumó de inmediato y el mareo que sentía también. La Sombra de la Muerte volvía a sentirse dueño de su propio cuerpo.
Noche llevó a su amiga a la cama y retiró la daga de su pecho, no sabía qué más hacer para ayudarla. Se sentía inútil: todo lo que él conocía, incluso su propia esencia, era para tomar vidas humanas, no para salvarlas.
Apretó las manos heladas de la pelirroja entre las suyas y acercó su frente a la de ella tratando de sentir el aliento de su vida. Aunque con dificultad, todavía respiraba. Nuevamente, las gotas preciosas se resbalaron por sus ojos.
—No dejes que se desperdicien —susurró la bruja.
Al escucharla, Noche no pudo evitar sentir alegría. Le besó las manos y luego besó su frente en un intento frenético por calmarse a sí mismo. Si no fuera por ese frío intenso que le consumía la vida, podría simplemente darle a beber de su sangre, como lo había hecho antes, y, de esa manera, sanar sus heridas, pero en ese momento no era suficiente. Necesitaba algo con un poder mágico mayor que le permitiera contrarrestar los verdaderos efectos de la hortensia.
La mirada de Alana se volvió a perder en el infinito. En una esquina de la habitación se empezó a formar la silueta de una Sombra de la Muerte que venía por ella haciendo que, por un momento, él se resignara.
Su amiga estaba muriendo.
De pronto, lo comprendió. Las palabras de la rubia adquirieron sentido en su mente: en ese lugar no había nada más fuerte que la sangre de su corazón. Sin alejarse del lecho de la Hija del Bosque, estiró la mano para tomar el frasco de vidrio y depositar en él algunas de sus lágrimas. Luego tomó la daga con la que Níspero la había apuñalado y se la clavó directamente en su corazón.
Un escozor intenso proveniente de la herida le invadió el cuerpo haciendo que su sangre, que siempre fue fría, adquiriera un calor que no podía soportar. El dolor era tan fuerte que supo que pronto perdería el conocimiento, pero, antes de que eso sucediera, retiró el cuchillo de su cuerpo y se untó uno de los dedos con su sangre.
Su cuerpo sudó, tiritó y una serie de calambres lo paralizaron y sacudieron involuntariamente. Cuando pasaron, vertió con delicadeza las gotas del fluido de su corazón directamente en los labios de Alana, cerciorándose de no desperdiciar nada. Luego tomó nuevamente las manos heladas de la chica entre las de él en un intento de aferrarse a ella mientras todo a su alrededor se oscurecía.
Lo último que alcanzó a sentir fue que alguien entraba corriendo por la puerta. En la esquina de la habitación, la presencia de la otra Sombra de la Muerte se diluyó completamente.
Estaba seguro de que, con lo que acababa de hacer, le había salvado la vida a su amiga.
***
Cuando Noche abrió los ojos, se sorprendió al darse cuenta de que no había perdido el conocimiento por mucho tiempo. Sobre él, Clementina hacía lo posible por estabilizarlo con ayuda de un cuarzo. El calor de su cuerpo se había esfumado y el sudor empezaba a secarse. Respiró con fuerza, tratando de llenar por completo sus pulmones.
Una vez volvió completamente en sí, lo primero que hizo fue buscar a Alana con la mirada. Tanto su ropa como su boca estaban ensangrentadas, pero su rostro tenía un mejor color.
—La salvaste —comentó Clementina a su lado—, pero a la vez la condenaste.
Clementina tomó el trapo de tela con el que Níspero había estado limpiando el cuerpo de la pelirroja el día anterior, lo humedeció con un poco del agua de la palangana y luego limpió la sangre del rostro de la chica con delicadeza.
—Ahora ella no podrá morir —continuó la bruja— y tampoco podrá dejar descendencia.
—¿Qué quiere decir?
—¿Sabes por qué, incluso con el tercer ojo abierto, nosotras no podemos ver a las Sombras de la Muerte? —preguntó—. Es un viejo hechizo olvidado que confiere la inmortalidad.
—¿Inmortalidad?
—Al beber su sangre y luego compartir la tuya con ella, crearon una conexión de vida entre los dos —explicó—. Un pacto de sangre en el que ambos sentirán lo que siente el otro y ambos morirán cuando el otro muera. —Dejó el trapo dentro de la palangana y se volteó para mirar a Noche—. Sin embargo, tú no le diste sangre cualquiera, le diste sangre de tu corazón: la esencia vital de la eternidad. Ahora ella solo morirá cuando tú lo hagas y tú eres eterno —sentenció.
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