Capítulo 22 (parte 2)

Ambas mujeres caminaron juntas por el inframundo tomadas de la mano. Alana notaba cómo su amiga, a pesar de estar emocionada por conocer el lugar, no estaba muy cómoda. Podía entenderla: todo lo que las rodeaba en ese momento distaba mucho de los lujos a los que ella estaba acostumbrada en su día a día. Níspero la apretó con más fuerza, buscando protección ante algo desconocido que pudiera atacarla en cualquier momento.

Noche estaba en silencio, con la mirada perdida, y caminaba algunos pasos detrás. La Hija del Bosque sabía que, al igual que ella, quería hablarle. Había sido mala idea llevar a alguien por temor a enfrentar sus sentimientos.

Suspiró.

—Estoy cansada —susurró Níspero en su oído.

—¿Qué te parece si nos detenemos un rato a descansar? —sugirió Alana deseando dar por terminada la jornada.

—¿Aquí? —preguntó la rubia con una mueca de disgusto. Ambas se detuvieron y luego se dirigieron hasta un grupo cercano de rocas mohosas que la pelirroja reconoció inmediatamente: junto a ellas estaba el cedro en el que había sentado con el Segador la primera vez que él la llevó a ese lugar.

—Creo que no puedo hacerlo —dijo su amiga un poco apenada. Parecía que no quería que su anfitrión las escuchara.

—¿Te gustaría que volviéramos? —le preguntó Alana.

Níspero guardó silencio pensando en sus opciones y la Hija del Bosque se dio cuenta de su dilema: por un lado, no quería regresar tan pronto y, por el otro, su cuerpo débil no le permitía continuar con el paseo. De pronto, el rostro de la rubia se iluminó con una solución.

—¿Y si Noche me lleva alzada? —propuso señalando a la Sombra de la Muerte que las esperaba a un lado en silencio—. Así no tengo que caminar y podemos volver pronto a casa, este paseo está más largo de lo que aguantan mis tacones.

La pelirroja sabía que no era una buena idea.

—No te preocupes, yo lo hago —se ofreció y, antes de que su amiga pudiera responderle, se arrodilló frente a ella y la levantó en su espalda. Tanto Níspero como Noche se sorprendieron.

—Vamos a regresar —avisó al Segador que se había acercado a las dos mujeres queriendo saber lo que sucedía—. Ella está cansada.

Alana no había terminado de hablar cuando el frío que le invadía los huesos volvió a afectarla. La debilidad aumentó y se cayó al suelo.

***

—Lamento todo lo de hoy —se disculpó Alana una vez ella y Noche se quedaron solos—. No sé por qué pensé que sería una buena idea.

Noche pasó la mano por la mejilla de la bruja. Ahora que estaba sin máscara, la mortal pudo ver la preocupación reflejada en su rostro. Luego de haber perdido las fuerzas bajo el peso de Níspero, él había corrido a ayudarla, levantando inmediatamente el velo y dando por terminado el paseo. A pesar de las quejas de la rubia por sentirse cansada para seguir caminando, el Segador la había escoltado hasta cerca de su casa y luego, sin soltar a Alana, se había regresado de nuevo a su mundo.

—Hay algo malo —dijo Noche sin poner atención a lo que la bruja le decía—, puedo sentirlo.

La pelirroja sonrió con tristeza.

—Estoy bien —respondió tratando de tranquilizarlo—, puede que solo sea un resfrío.

Él frunció el entrecejo como si algo no lo terminara de convencer. Alana se mordió el labio, pues ambos sabían que su debilidad estaba relacionada con la Lacrima Mortem.

—Esto es diferente —afirmó el Segador—. Nunca antes había sentido algo así, es como si te quisiera atacar, absorbe tu vida y tu calor... Creo que fue un error que tomaras del vial. —Bajó el rostro, atormentado—. Debí detenerte, tenía mis sospechas... pero tú estabas tan feliz que no pensé que te fuera a hacer daño. Es mi culpa.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

—Escuchaste lo que dijo el Ermitaño, que tal vez no cargabas el hechizo —empezó—. Luego la Dama Blanca me advirtió sobre la hechizada que quería dañarnos... pensé que era un error, pero... caer la cabeza—. Debí haber estado alerta.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Preguntó Alana, agotada.

En ese momento la invadió un frío intenso que la hizo estremecerse. El Segador la tomó entre sus brazos y se apresuró a llevarla a su habitación.

—No te dejaré morir —afirmó ayudándola a recostarse en la cama—. Encontraré una forma de contrarrestar lo que tomaste, sé fuerte y resiste.

Alana asintió con la cabeza, tenía un nudo en la garganta que no la dejaba hablar, pero confiaba en él. Con delicadeza, Noche la cubrió con las cobijas, esperando que con ellas pudiera conservar un poco de su calor.

—Volveré pronto —se despidió, pero antes de marcharse añadió—: Aléjate de tu amiga, hay algo en ella que no me gusta.

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