Capítulo 22 (parte 1)
Había pasado una semana desde la última vez que Alana vio a Noche. No era que lo estuviera evitando, pues tenía tantas cosas para hablar con él, tantos sentimientos que confesar y, sobre todo, necesitaba aclarar su relación después de lo que había sucedido entre los dos. ¿Lo que habían hecho se había tratado de algo pasajero para reconfortarse mutuamente por lo que habían vivido ese día o se trataba de algo más sólido?
Ella era mortal y él alguien que viviría para siempre, ¿tendrían la posibilidad de amarse de verdad? Temía atarlo con su existencia efímera y luego dañarlo.
Sin embargo, por más de que había querido llamarlo antes, desde que tomó la Lacrima Mortem, un frío mortuorio invadía sus huesos, debilitándola cada vez más. Con cada día que pasaba perdía más su energía, por lo que hacía un gran esfuerzo para que nadie se diera cuenta de lo que sucedía dentro de ella.
Sabía que si veía a Noche, él se daría cuenta de que no estaba bien. Temía descubrir que se había equivocado al beber del vial.
—¿Hoy sí podré? —preguntó Níspero jugueteando en la mecedora.
Desde que Alana le contó que Noche no tenía problema con conocerla, no dejaba de preguntarle cuándo sucedería. La pelirroja suspiró, no podía evitar a la Sombra de la Muerte para siempre.
—Sí —le respondió y Níspero dio un par de aplausos de felicidad.
La Hija del Bosque bajó la mirada, tratando de evitar los sentimientos incómodos que se agolpaban en su pecho. Ansiaba ver al Segador, pero al mismo tiempo temía tener que enfrentar sus sentimientos y llevarse una gran decepción. También temía ser egoísta y atarlo a ella para luego dejarlo cuando terminara su vida mortal.
Níspero caminó hasta la silla en la que Alana estaba sentada y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse, parecía ansiosa.
—Reconozco esa mirada —dijo—: te enamoraste.
Alana reaccionó inmediatamente ante esa palabra. No debía estar sintiendo eso por su amigo, pero no podía evitarlo. Una nueva oleada de frío le invadió los huesos y la hizo sentir mucho más débil de lo que se había sentido en todo el día.
Disimuló el dolor jugueteando con los flecos de la manta que le cubría los hombros.
—Si eso es verdad, podrían ser buenas noticias —la felicitó su amiga, abrazándola—. ¡Rompiste el hechizo!
El frío intenso que tenía en los huesos la paralizó. No estaba tan segura de las palabras de la rubia, así que simplemente no le respondió.
***
Alana y Níspero caminaron por los largos corredores de la casa de Clementina hasta encontrar la puerta de salida. Juntas se dirigieron hasta el arroyo que pasaba cerca de la propiedad, justo al lado de donde había crecido el árbol en el Quinto Rito y, una vez se cercioraron de que no las habían seguido y de que realmente estaban solas, la pelirroja cantó la canción para llamar al nictibio.
Níspero se cubrió los oídos con las manos: era un canto chirriante y destemplado, pero así era como debía ser. Ese era uno de los cantos de la Dama Blanca, aunque, claro, cantado con su voz mortal, nunca sonaría parecido.
La Hija del Bosque se detuvo cuando sintieron el canto del ave fantasma que revoloteaba en círculos sobre ellas.
El nictibio descendió cerca de las brujas, Alana tomó el ámbar que colgaba de su cuello y se lo ató en una de sus patas. Después de darle un picotazo cariñoso en una de sus manos, el ave alzó el vuelo nuevamente, perdiéndose en la inmensidad del cielo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Níspero tomando a su amiga por el brazo. Se le veía emocionada, pero al mismo tiempo asustada.
—Solo esperamos a que él venga por nosotras —respondió la pelirroja tratando de tranquilizarla. Nuevamente esa sensación de frío paralizante le invadió el cuerpo. Se sentía tan débil que, casi sin darse cuenta, apretó con fuerza la mano de su amiga, que volteó a observarla con preocupación.
El aire alrededor de ellas empezó a soplar con más fuerza, arrastrando algunas hojas con él. La hija de Clementina se sujetó con más fuerza, buscando protección ante lo que se avecinaba. Todo se oscureció por un momento tan efímero que las dejó con la sensación de que se lo acababan de imaginar. Cuando finalmente el viento se calmó, ante ellas estaba un hombre imponente vestido de negro.
—Mi dueña —saludó la Sombra de la Muerte caminando hacia la pelirroja y abrazándola contra él. La Hija del Bosque sintió un brinco en su corazón y no pudo evitar sonreír al percibir el aroma a jazmín.
—Así que así se ve una Sombra de la Muerte —lo saludó Níspero, asombrada, escondiendo el rostro detrás de su abanico.
Noche la ignoró, tomó el collar de ámbar que colgaba de su cuello y se lo devolvió a la bruja. Alana trató de presentarlos formalmente, pero la mirada de la Sombra de la Muerte cambió completamente cuando vio a Níspero, parecía que no le gustaba su acompañante.
Tratando de evitar la incomodidad, la Hija del Bosque tomó la mano de su amiga y la guio hasta el espejo de agua. Con cuidado de no tropezarse por culpa de las piedras resbalosas, la ayudó a entrar con ella al arroyo.
—¿Estás lista para que demos un paseo por el inframundo? .
Sin esperar a que Níspero respondiera, el Segador las cubrió con su manto, oscureciéndolo todo.
***
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