Capítulo 20
Las heladas gotas que escapaban de la cascada cayeron sobre ellos, mojándolos. El frío de la montaña, que contrastaba con la tibieza cálida del aire del mar que habían estado sintiendo hasta entonces, atacó sus sentidos. En su debilidad, no había recordado que a los mortales los afectaban esos cambios de temperatura.
Cuando la bruja le quitó la máscara en la cueva, la Sombra de la Muerte sintió cómo el viento helado acariciaba su piel. Era libre. Le pareció que vivía por primera vez, en lugar de solo existir. Desde que ella vio su rostro y lo comparó con la luna en el cielo, sintió curiosidad por saber cómo lucía, por conocer su identidad.
—Dijiste que viniera al lugar más hermoso que hubiera visto haciendo un enorme esfuerzo por secarlos a ambos—. No puedo viajar adentro de tus ojos, por eso decidí traerte aquí...
Alana puso uno de sus largos y tibios dedos sobre su boca, haciéndolo callar.
—No digas tonterías —murmuró con esa mirada vidriosa que había adoptado desde la caverna—. Estás delirando.
Él dejó caer todo el peso de su cabeza sobre los brazos que lo sostenían. El mayor inconveniente de adquirir un cuerpo físico era que se podía dañar rápidamente, percibía cómo el veneno avanzaba por sus venas haciendo estragos. Ella lo sabía, lo había visto cuando reclamó su poder sobre él, cuando encontró su verdadero nombre, que él le había regalado, y lo pronunció. Ahora era su dueña y él debía responder a su llamado al igual que lo hacía con la Dama Blanca.
Su amiga levantó la vista hasta la parte más alta de la cascada y sonrió, pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos que seguían luciendo atormentados.
—Es más hermoso de lo que imaginé —dijo cubriéndose los ojos de la salpicadura del agua mientras miraba hacia arriba.
Noche sonrió contemplando ese cabello de fuego, sus ojos no podían apartarse de la bruja.
—Lo hiciste muy bien, Alana, Hija del Bosque, que invocó al espíritu de la isla y venció a una criatura a la que incluso seres como yo le huyen. —Extendió una mano para tomar en ella uno de esos mechones rojos que lo hipnotizaban—. Mi dueña.
Ella se tensionó un poco al escuchar esa última parte y luego se relajó.
—Deja de decir tonterías y más bien dime qué tengo que hacer para evitar que el veneno siga avanzando. —Parpadeó y un par de gotas preciosas escaparon de sus ojos.
Él deseó dejar de sentir únicamente la corrosión perturbadora en sus venas y poder entender qué estaba pasando en el interior de la pelirroja, pero su conexión estaba silenciada. ¿Cuál de todas esas sensaciones que había percibido en ella la estaba invadiendo en ese momento y no podía compartir con él?
Se incorporó un poco soltando ese hermoso mechón de pelo y ella lo ayudó a sentarse.
—Podrías invocar a un espíritu que me dé salud —dijo solo para ver cómo abría los ojos con sorpresa, pues sabía que su amiga temía a su propio poder—. O simplemente podrías dejar que yo mismo me sane. —Metió su mano temblorosa en el bolsillo interior de su capa y sacó el Dracotium del inframundo para mascarlo. Era agrio y le secaba la boca, pero pronto empezó a sentir sus efectos curativos.
La mortal no le quitaba los ojos de encima. Cuando vio cómo iba mejorando dejó caer su cabeza en su pecho, encontrando el lugar perfecto en el que ambos encajaban.
—Vi tu rostro lleno de odio —confesó ella en un susurro—. Me odiabas y me rechazabas y sentí que no lo podría soportar nunca.
—¿Qué? —preguntó la Sombra de la Muerte.
Ella suspiró.
—Perderte.
Hubo un silencio cómodo durante el cual las palabras que la bruja acababa de pronunciar se asentaron entre los dos.
—¿Por eso intentaste arrancarte los ojos? —preguntó él— ¿Para evitar mi mirada?
Ella se removió en su lugar, tratando de ocultar el rostro entre su capa. Noche no tuvo que esperar la oleada de sentimientos que no llegarían para reconocer que en ese momento su amiga estaba sintiendo vergüenza.
—Por suerte para mí, estabas por ahí para detenerme —dijo ella tratando de alivianar lo que sentía.
El nictibio se posó cerca de ellos en la rama de uno de los árboles y cantó. Alana tomó al Segador de la mano y él supo que era su turno para confesarse.
—Lo sentí todo —dijo—. Sentí el horror que emanaba de tu cuerpo ante lo que fuera que estuvieras viviendo en la pesadilla y no supe qué hacer. Solo podía hablarte y evitar que te lastimaras mientras veía con impotencia cómo luchabas por regresar... por volver a mí.
Se interrumpió a sí mismo y, como ella no dijo nada, continuó, tomando uno de esos mechones coloridos de su cabello entre sus manos:
—También temo perderte, es lo que más me aterroriza. —Sacudió la cabeza—. Tal vez esta es mi verdadera condena: ver cómo tu mortalidad te arrebata de mis manos, como si fueras agua, y me obliga a buscarte en todas tus reencarnaciones hasta el fin de los tiempos... ¿Y si en tu próxima vida sientes que tenerme cerca es un problema para ti? ¿Y si te das cuenta de que estás mejor sin mí? ¿Cómo podría yo cargar con ese dolor...?
No pudo terminar de hablar porque la bruja acercó su rostro al de él y
Noche se congeló al darse cuenta de que la tibieza viva de la pelirroja se calaba en sus huesos helados y despertaba un hormigueo agradable en su cuerpo.
Se preguntó si el Dracontium ya estaba haciendo efecto, devolviéndole la conexión que le permitía sentir, pero se dio cuenta de que no era así... Todas las sensaciones que sentía en ese momento las experimentaba él mismo.
La forma en la que la mortal lo había observado siempre lo hacía sentirse aceptado, pero en ese momento el fuego en sus ojos se igualaba únicamente al fuego de su cabello.
Noche supo que esos sentimientos, tan extraños y agradables, podían volverse adictivos para él. Alana, la bruja hechizada por la Hortensia, la Hija del Bosque, le hacía olvidar su existencia eterna como condenado y desear experimentar de nuevo la vida que él mismo había rechazado.
No importaba si era por azar, por destino o si había sido ella quien envió a la libélula hasta él, gracias al capricho de los dioses pudo encontrarla.
Ella se alejó un poco para tomar aire y él pudo observar el verano en esa pradera. La bruja le rodeó el cuello con ambos brazos, tomándose todo el tiempo del mundo para recorrer cada espacio de su piel, haciendo que se erizara.
¿Acaso era consciente de lo que su roce producía en él, en ese cuerpo que empezaba a despertar?
Sus alientos se combinaron en uno solo, tibio, agradable.
Noche dejó caer los brazos alrededor de su cintura, correspondiendo el abrazo, temeroso de que ella cambiara de opinión y se alejara, espantada por el frío que debía estar impregnando en su piel.
Estaba aterrado y al mismo tiempo extasiado por el torbellino de sensaciones que lo invadía por dentro y no lograba explicar.
Con la mano, le acarició el rostro a la chica cuyo aliento tibio no hacía más que enloquecerlo.
Nunca había sentido tanta sed... Era sed de Alana, de su cuerpo, de su amor. Su alma, tan preciosa y brillante, vibraba al mismo ritmo que la de él, un ser condenado que no entendía por qué se estaba sintiendo de esa manera.
Ella se inclinó un poco y, luego de pasar sus labios por su cuello, le enroscó sus dedos largos en el cabello, haciéndolo perder el control.
—Di mi verdadero nombre y oblígame a hacer contigo lo que sea tu voluntad, dueña mía —suplicó sin saber qué más hacer además de mantener las manos sobre sus caderas mientras ella lo devoraba con su boca.
Alana sonrió de una manera que él nunca antes había visto, haciendo que su corazón empezara a desbordarse.
—No —dijo desabrochando el cordón de su blusa, que rodó por su cuerpo hasta caer y dejar al descubierto sus hermosos pechos. Luego se acercó nuevamente a su cuello—. Lo que sea que me hagas hoy, será por tu propia voluntad.
Noche apenas podía escucharla sobre el sonido de su corazón, que no dejaba de retumbarle dentro del pecho, haciendo que se preguntara si ella también lo podía escuchar, pero podía sentir la vibración de cada palabra pronunciada sobre su piel.
La visión del cuerpo desnudo de la bruja lo enloqueció y no pudo evitar dejar caer su cabeza adelante con el deseo de perderse en los pechos de la mortal. Ofrecía cada parte de su cuerpo a su diosa, a su dueña.
Se liberó a sí mismo de la capa que lo empezaba a incomodar. Ambos estaban empapados por culpa del agua de la cascada que caía sobre ellos como lluvia.
Con temor, dejó que sus manos recorrieran el cuerpo que adoraba, descubriendo cada uno de sus rincones con su tacto, mientras su mirada se perdía en el verdor intenso de los ojos de Alana, el lugar más hermoso que conocía.
La apretó tratando de acercarla a sí mismo solo para asegurarse de que todo esto era real: que era su propio cuerpo el que la tocaba y producía todo aquello que tanto lo asustaba pero que a la vez le agradaba.
Enterró su cabeza en el cuello de la bruja e inhaló su aroma con el fin de llenarse de aquella esencia a roble que lo perseguía donde quiera que fuera, ese olor tan suyo, tan humano.
Cuando se dio cuenta, ambos trataban de calmar su necesidad por el otro bajo la cascada que golpeaba sus cuerpos unidos.
La sensación de sus bocas juntas y la tibieza del cuerpo que rodeaba su piel lo llevaron a experimentar un éxtasis del que jamás se imaginó digno.
Él, un ser condenado a una eternidad vacía y sin identidad, ahora se unía a una mortal que, sin quererlo, le devolvía la vida a la que él mismo había renunciado.
Desde que había abierto los ojos a su existencia como Sombra de la Muerte solo se había dedicado a hacer el trabajo que se le había asignado como uno de los servidores de la Dama Blanca. Pero ahora, perdido entre los brazos de Alana, lo único que deseaba era poder existir al lado de la bruja por el resto de su eternidad.
***
Al atardecer, Noche despertó rodeado por el cuerpo desnudo de Alana, que reposaba tranquila junto a él. La temperatura estaba bajando, así que la despertó con delicadeza, la ayudó a secarse con su capa y luego a vestirse. Cuando ambos estuvieron listos, la tomó entre los brazos y atravesó la cascada.
Al otro lado los esperaba la habitación de la bruja.
La ayudó a recostarse sobre la cama y le dio un beso en la frente. Tomó una de las plumas de su cabeza y la dejó sobre la mesa al lado de la cama como despedida. Sin embargo, cuando estaba por marcharse, la mortal lo llamó desde el lecho.
Aún adormilada, la bruja sacó el vial del Lacrima Mortem y dejó caer unas cuantas gotas en el suelo para cerciorarse de que no le harían daño si lo tomaba.
—Quería hacerlo contigo —dijo.
Al ver que no pasaba nada, lo llevó a su boca.
—Espera. —La detuvo la Sombra de la Muerte recordando tanto las palabras que le había dicho la Dama Blanca en su último encuentro como las del Ermitaño—. ¿Estás segura de que quieres tomarlo?
Ella lo miró extrañada.
—El Ermitaño dijo que si no tenías un hechizo podía enfermarte... ¿Estás segura de que eso es lo que tienes? —insistió.
—Sé que estoy hechizada y que ese hechizo mató a mi madre, me lo han dicho desde que tengo memoria y por eso me han alejado de todo y de todos. —Bajó su mirada al objeto que tenía en sus manos—. Hoy podré romperlo por fin y ser alguien tan normal como cualquier otro.
Al terminar de hablar, se llevó el vial a los labios y bebió todo el contenido de un solo trago.
—¿Cuándo te volveré a ver? —preguntó.
Noche acarició el rostro de Alana, tenía un mal presentimiento pero no le dijo nada al respecto. Esto era lo que ella quería y siempre había soñado, no se lo pensaba arrebatar.
—Estimo que dentro de una semana...
Alana le tomó la mano y la llevó hasta sus labios para besarla.
—Es mucho tiempo.
Él la observó con tristeza: para la eternidad de su existencia, una semana humana no era más que un respiro.
—Níspero —continuó la bruja recordando algo—, ella quiere conocerte.
El Segador frunció el entrecejo, recordando a la mujer de cabellos dorados a quien Alana había ayudado a bañar hace algún tiempo, la misma que habían conocido en el mercado. Por alguna razón no le agradaba, había algo raro en ella que le causaba desconfianza. Su cuerpo tenía un olor extraño, como a hierbas podridas, que le causaba repulsión.
Sin embargo, a través de la conexión que ya se había reestablecido, se dio cuenta que ese encuentro era algo importante para su amiga.
Sabía que no debería hacer eso, no debería dejar que más brujas lo vieran o supieran de su existencia, temía que el pasado se repitiera y más después de su encuentro con la Gorgona. Allí se había dado cuenta de la facilidad con la que podían someterlo; sin embargo, Alana era tan importante para él que solo deseaba hacerla feliz.
—Está bien —aceptó—. Pero será la única vez.
Alana dejó caer su cabeza contra el pecho de la Sombra de la Muerte, causándole una nueva oleada de ese sentimiento tibio que tanto le gustaba. Luego de abrazarla, le besó la frente de nuevo.
—Me tengo que ir —se despidió. Alana se recostó en la cama, parecía bastante agotada por todo lo que había sucedido en el día.
Cuando la bruja cerró los ojos, Noche se dirigió al espejo y lo cruzó.
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