Capítulo 18

Rosalía caminó por el sendero hasta llegar al círculo de troncos secos donde estaban los seis ancianos del concejo, cuyos rostros se escondían por el claroscuro. Clementina estaba en el centro, esperándola.

Al verla, tan solo le regaló una fugaz sonrisa ladeada antes de volver a dejar el rostro tan inexpresivo como antes.

—Ya estás acá —dijo uno de los ancianos cuya voz reconocía con facilidad por haber sido uno de los amigos más cercanos de su abuela—. Lamentamos tu pérdida...

—Pero no te llamamos para hablar de eso —lo interrumpió la voz ácida de una mujer que no reconoció—, sino por lo que intentas hacer con la hermandad.

Rosalía observó de reojo a Clementina, quien seguía sin mostrar ningún tipo de expresión.

—¿Se refiere a que he aceptado a los hijos mezclados de nuestros hermanos? —preguntó la pelirroja.

Varios ancianos se removieron en su silla, demostrando así su inconformidad.

—Ellos tienen el mismo derecho que sus padres para asistir al aquelarre, ¿es que acaso su sangre mezclada los hace menos brujos que nosotros?

—Son impuros —respondió la mujer de voz ácida—. No poseen la sangre ancestral.

Rosalía resopló.

—Sí la tienen... —empezó a explicar.

—Pero está mezclada —la interrumpió la voz de una de las ancianas que no había hablado hasta el momento.

Clementina carraspeó.

—Tal vez esa es la razón por la que los dioses nos bendijeron con una nueva Hija del Bosque... —dijo señalando a la que hasta el momento había sido su amiga—, nuestra inexperta bruja principal deja mucho que desear y sus ideas innovadoras podrían terminar con nuestras tradiciones.

Una aprobación general se escuchó en el círculo de ancianos.

***

Habían pasado más de dos semanas desde la última vez que Carlota se encontró con Rosalía y, por más de que intentó invocarla varias veces desde entonces en busca de respuestas, no había respondido a su llamado. Por eso el sueño que le acababa de regalar la sorprendía.

Se acomodó en su silla. El sonido monótono de los cascos de los caballos, así como el largo camino que habían recorrido de regreso desde la casa de sus abuelos maternos, en las tierras calientes, hicieron que cabeceara de nuevo.

Junto a ella, su madre descansaba en los hombros de su padre que le acariciaba el cabello con cariño.

Corrió un poco la cortina que daba privacidad al interior del vehículo. El paisaje se estaba tornando cada vez más conocido, estaban volviendo por fin a la casa señorial.

Suspiró. No estaba segura de querer regresar a ese lugar en el que no era bienvenida.

Para acomodarse un poco mejor y evitar el dolor que estaba empezando a sentir en su espalda por culpa de la incomodidad, subió las piernas en la silla. Eso hizo que su madre se moviera con pereza y se las bajara.

—Ya te dije que no deberías hacer eso —la regañó.

Carlota cruzó los brazos frente a su pecho y volvió su mirada nuevamente al exterior imaginándose cómo sería tener un hogar al que querer volver.

Eventualmente, el carruaje se detuvo por culpa de un tronco en el camino y tanto ella como sus padres se bajaron a estirar las piernas mientras el cochero y los sirvientes lo levantaban.

—Se siente bien estar ante un paisaje conocido, ¿no crees? su padre agachándose para quedar a su nivel. La niña sonrió. Aunque la casa de su abuela materna era mucho más acogedora y los familiares la trataban con cariño, no había podido acostumbrarse al calor sofocante que se le pegaba en la piel y la hacía sudar a cántaros.

—Sé lo que te hacen tu abuela y tus primas —confesó su padre bajando la voz, haciéndole entender que no estaba de acuerdo con lo que pasaba—, por eso quiero construir una casa para que vivamos nosotros tres, solo dame tiempo, ¿sí?

Una casa en la que vivir solo con sus padres y sin el resto de la familia que la atormentaba superaba cualquiera de las fantasías que habría podido tener, así que abrazó a su padre con ilusión.

—¿De qué están hablando? —preguntó su madre reuniéndose con ellos. Su padre le guiñó el ojo, haciéndole entender que su conversación había sido un secreto y luego fue a reunirse con su mujer.

—Solo cosas... —respondió con ese tono que usaba únicamente con ella y que a la niña le recordaba al ronroneo de los gatos.

Ella lo miró con suspicacia y luego le dio un beso en la frente.

—¿Cosas de las que no me puedo enterar? —preguntó.

El padre y la hija se encogieron de hombros y esa fue la única respuesta que obtuvo por parte de su familia.

—Está bien —dijo—, ya me enteraré.

Luego ambos adultos empezaron a hablar sobre el obstáculo del camino y cuánto creían que tardarían en poder continuar. Carlota no entendía cuál era el problema, estaban tan cerca que, si querían, podían llegar caminando a la casa señorial de la familia. Pero sabía que su abuela se enojaría si hacían eso.

Un suave canto invadió el aire y a ella le pareció reconocer la voz de Alana. Se dispuso a ir hasta ella con el fin de saludarla, pero una mano sobre su hombro la detuvo.

—Creo que no deberías ir para allá —advirtió su padre—, no quiero que te metas en problemas.

Carlota lo miró con sorpresa.

—Pero es mi amiga —se quejó.

Su padre negó con la cabeza mientras su madre lanzaba un suspiro lastimero. Los tres observaron a la pelirroja mientras limpiaba su ropa en ese pequeño riachuelo.

—Me preguntó qué diría Rosalía si la viera en este momento su madre.

—Ya hemos hablado de esto antes —le respondió el esposo. Luego bajó la voz, esperando que Carlota no lo escuchara—. Recuerda lo que pasó hace diez años...

—Aun así...

—No, Andrea —la interrumpió—. Clementina ya nos advirtió lo que podía pasar si nos acercábamos mucho a ella. —Tomó la mano de su mujer con cariño y entrelazó sus dedos, luego volvió a poner ese tono de voz especial para ella—. Ustedes son mi familia y tengo que protegerlas... No quiero que terminen como Rosalía.

Carlota frunció el ceño. Sabía que había muchas cosas que ignoraba en ese momento sobre lo que había pasado con las dos brujas en el pasado; sin embargo, la insistencia de Clementina en alejar a Alana del mundo solo levantaba sospechas en ella.

¿Por qué lo hacía? ¿Qué más secretos tendría que descubrir para ayudar a su amiga?

Al cabo de un rato les avisaron que las ramas habían sido removidas y podían ponerse en marcha nuevamente. La niña se subió al vehículo y observó a la pelirroja hasta que se alejaron lo suficiente como para perderla de vista.

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